Gombrowicz buscó en la música, en la filosofía y en los sueños una compensación para el desorden interior que lo amenazó desde su más temprana juventud. Nada en el arte, ni siquiera los más inspirados misterios de la música, puede igualar al sueño. El sueño nos parte en trozos la vigilia y la vuelve a armar de otra manera, y esta sombra de la vigilia está cargada de un sentido terrible e inescrutable.
El artista tiene que penetrar la vida nocturna de la humanidad y buscar en ella sus mitos y sus símbolos. El arte debe imitar al sueño, tiene que destruir la realidad, partirla en trozos y construir un mundo nuevo y absurdo. Cuando destruimos el sentido exterior de la realidad nos internamos en nuestro sentido interior: una oscuridad con la claridad de la noche.
Como expresión del hombre Gombrowicz le reservó siempre un lugar especial a la música. La música rehumaniza la descomposición formal con mayor fuerza que la literatura y por eso su efecto es más poderoso que el del resto de las artes. Su crítica a la música se refiere a sus manifestaciones sociales, a la mistificación y a la falsedad que rodean a las representaciones en los teatros de ópera y de conciertos.
Su crítica se refiere también al valor derivado e inauténtico de los ejecutantes y de los directores, y no a la música misma. Después de su ocupación habitual que era la literatura, las pasiones predominantes de Gombrowicz eran la filosofía y la música. Poco después de despacharlo a Milosz en las primeras páginas del “Diario” se ocupa de un concierto en el Teatro Colón, es el primer escenario de la Argentina que aparece en los diarios.
Un pianista alemán galopaba acompañado por la orquesta, termina de galopar, lo aplauden y el jinete baja del caballo, hace reverencias secándose la frente con un pañuelo.
“A la vista de tantos solícitos homenajes podría parecer que no había una mayor diferencia entre su fama y la de Brahms, su nombre también estaba en los labios de todos y era un artista igual que él... Y sin embargo... sin embargo... ¿era famoso como Beethoven o como las hojitas de afeitar de Gillet? ¡Qué diferente es la fama por la que se paga de la fama con la que se gana! Pero él era demasiado débil para oponerse al mecanismo que lo ensalzaba, no había que esperar resistencia de su parte. Bailaba al son que le tocaban. Y tocaba para el baile de quienes bailaban a su alrededor”
En la música que escuchaba Gombrowicz no parece razonable investigar cuál es la referencia al mundo de esas melodías y armonías, como lo es en la pintura y la literatura. Todos los acontecimientos posibles de la vida se realizan en ella, sin embargo, no puede encontrase parecido entre la música y las cosas que pasan por nuestra mente cuando la escuchamos, es expresiva y elocuente pero no describe nada al margen de ella misma.
El hombre encuentra en la música su más auténtica y completa expresión artística, su lado íntimo y del mundo en general. El verdadero carácter de la melodía refleja la naturaleza eterna de la vida humana, que desea, se satisface, y desea otra vez. Gombrowicz combatía la actitud falsa que imperaba en los conciertos con ciertas mañas.
Una tarde, mientras escuchábamos un concierto en la Facultad de Derecho, sacó un gotero del bolsillo, lo ascendió cuanto pudo con el brazo bien extendido y empezó a descolgarse gotas en la nariz desde lo alto, haciendo todos los aspavientos posibles para llamar la atención. Cuando terminó el concierto fuimos a ver al director, un maestro polaco, habló un rato con él, acordaron un encuentro para el día siguiente, después de eso nos fuimos.
Le pregunté a Gombrowicz qué le había parecido nuestra orquesta al maestro polaco: –Vea, no quiero desanimarlo, me dijo que tiene el nivel, más o menos, de las bandas de música que tocan en las plazas de Varsovia. Teníamos absolutamente prohibido tararear, canturrear o silbar mientras escuchábamos música.
Él, en cambio, se permitía algunas cosas: hacía unas muecas espantosas con la boca, levantaba los codos con los brazos flexionados y las manos crispadas, siguiendo los compases de la música, aleteando como un pájaro enfermo que no puede levantar vuelo. A veces dejaba escapar unos chirridos desagradables entre los dientes. Había muchas protestas: –Vean, yo sigo la línea fundamental, como los grandes directores; los detalles no me preocupan. La música le despertó en los diez últimos años de su vida un interés especial, al punto que adquirió una gran facilidad para referirse a sus aspectos técnicos con el propósito de alardear y contrariar a los demás.
“El príncipe Nicolás Nabocov, primo hermano de ‘Lolita’ (...) Músico bastante conocido, con varias obras estrenadas, persona muy iniciada en París (...) Estaba pasmado con mis conocimientos de música”
En la variedad de temas que Gombrowicz aborda en los diarios está incluida su sabiduría filosófico musical, pero su obra artística no la incluye, por lo menos a primera vista. Hay que decir no obstante que las estructuras musicales y el pensamiento fundamental están presentes en el momento de la creación, pero Gombrowicz se ocupa de cubrir su presencia con el lenguaje.
A veces utiliza el sistema de la grilla que se aplica sobre un texto legible para hacer surgir un código, otras el método del pintor que primero hace un cuadro realista y después oculta su legibilidad, y también el procedimiento que utilizan los animales para ocultar sus excrementos. En todo lo concerniente a Bach Gombrowicz tenía una actitud ambivalente, su música lo atraía y lo rechazaba al mismo tiempo y por la misma razón: su arquitectura matemática.
Bach murió en 1750. Durante casi cien años su obra permaneció en el más completo olvido. De pronto, en 1827, Mendelssohn leyó por primera vez “La Pasión según San Mateo”. Quedó asombrado, como si un arquitecto hubiese descubierto de pronto el Partenon. Se entusiasmó tanto que la dio a conocer en un famoso concierto en Leipzig dirigido por él mismo. El mundo descubrió a Bach.
Desde entonces hasta hoy la música de Bach ha sido objeto de la valoración que le corresponde. Una gran cantidad de músicos aseguran que Bach es el más grande artista del sonido que ha producido la historia. Bach es el último gran maestro del arte del contrapunto y su máximo exponente, en el contrapunto ha sido la fuente de inspiración e influencia para todos los compositores y músicos desde Mozart hasta Schoenberg, llegando a nuestros días.
“Vaya cosas que veríamos si nos pusiéramos a investigar, por ejemplo, hasta qué punto una persona que se embelesa con Bach tiene derecho de embelesarse con Bach, esto es, hasta qué punto es capaz de captar algo de la música de Bach. ¿Acaso no he llegado a dar (pese a que no soy capaz de tocar en el piano ni siquiera ‘Arroz con leche’), y no sin éxito, dos conciertos? Conciertos que consistían en ponerme a aporrear el instrumento, tras haberme asegurado el aplauso de unos cuantos expertos que estaban al corriente de mi intriga y tras anunciar que iba a tocar música moderna”
Tenía una actitud religiosa con la música, era enormemente sensible a este lenguaje al que consideraba como la manifestación más esencial del arte. Bach, que representa al género abstracto, con una línea melódica que le recordaba el sonido de una máquina de coser, condujo el desarrollo de la música al fracaso.
La admiración que despierta y el placer que produce son equivalentes a los que se obtienen de la resolución de un problema matemático. Bach instruye con sus Brandemburgueses a los asesinos del canto. Después de Beethoven la música comenzó a deslizarse hacia la abstracción, y los modernos descendientes de Bach, a juicio de Gombrowicz, se convierten en uno de los más claros ejemplos en la historia de la cultura de cómo el desarrollo de la forma deforma y se vuelve contra el hombre. Debussy, con su música esotérica para elegidos, es un caso clínico de un proceso de asfixia. Pero los seis conciertos Brandemburgeses le despierta en ocasiones opiniones distintas.
“No ha habido más que un Bach, pero el catálogo de sus obras contiene centenares de piezas, engendraba sin esfuerzo obras del más alto etilo. Hoy día hay más compositores que obras de Bach, pero entre todos no han parido seguramente ni diez partituras que enaltezcan sólidamente el espíritu (...)”
“El mecanismo de sus movimientos está fijado en los más mínimos detalles, todas estas operaciones están definidas y formadas desde hace siglos: alargar la mano para alcanzar el limón, untar los trocitos de pan, conversar entre dos tragos, llenar los vasos o servir los platos al margen de una conversación, con una sonrisa oblicua –una uniformidad de movimientos casi como en los conciertos de Brandeburgo–; se ve aquí la humanidad que se repite a sí misma sin descanso. La sala, rebosante de comilona, se manifiesta en una infinidad de variantes, como una figura de vals repetida por los bailarines; y la cara de esta sala concentrada en su eterna función era la cara de un pensador”
Gombrowicz llega a la conclusión de que el baile degrada el espíritu de la música así como los libros degradan el espíritu de los escritores, pero son justamente el baile y los libros los que crean el espíritu del hombre.
Había llegado a una reunión a las dos de la mañana, era la noche de fin de año. Inesperadamente, la gente se dividió en parejas y empezó a bailar. Desde el lugar donde estaba Gombrowicz casi no se oía la música, el ritmo de la danza era más real que la misma melodía, parecía que el origen del baile no era la música, sino que el origen de la música era el baile.
Era un baile de barrigas, de calvas y de los rostros marchitos de gente mayor que ya no podía despertar el encanto ni la seducción de nadie. Se trataba de la humanidad más corriente con su inevitable miseria que se pavoneaba de sí misma desvergonzadamente entre brincos sin música, como dispuesta a poseer por la fuerza a la belleza, la elegancia y la alegría, poniendo en el baile todos sus defectos y su vulgaridad.
“Pero ese frenético anhelo de encanto, al llegar a su paroxismo, de repente arrebataba un signo de vida a la melodía, a aquellas pocas notas felices que al unirse con el baile lo santificaban por un instante, tras lo cual se reanudaba la colaboración salvaje, oscura, sorda y sin Dios de unos cuerpos agitados y arrastrados por su propio ímpetu”
El baile, a pesar de su imperfección, creaba la música, y es aquí donde Gombrowicz hace la pirueta profunda. A pesar de tener conciencia de que esa idea se le había ocurrido sin elaboración, la idea de que el baile creaba a la música era la misma que había en el fondo de los libros, de las luchas y del valor de los escritores. Hacia ese idea se precipitaba toda la humanidad, esa idea se había convertido en la inspiración y en la meta de nuestro tiempo.
“También yo me dirigía hacia esa idea siguiendo una espiral que estrechaba cada vez más sus círculos”
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