Gombrowiczidas |
Witold Gombrowicz y Herman Melville |
Los
hombres de letras, más aún cuando desempeñan funciones de críticos
literarios, suelen buscar parecidos entre los escritores con menor o mayor
fortuna, ni siquiera Gombrowicz le ha escapado a esta suerte. "Me gustaría saber hasta cuando esos dos nombres malditos devorarán toda la sustancia de las críticas dedicadas al teatro que escribo; hasta cuando han de servir de pantalla a mi modesto teatro de aficionado. Que no es teatro del absurdo, sino teatro de ideas, con sus medios propios, sus propios objetivos, su clima particular y un mundo personal"
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Herman Melville |
En el año 1934 Gombrowicz
ignoraba la existencia de Joyce y de Kafka, conocía muy poco del
surrealismo y tenía unas nociones vagas sobre Freud, captaba lo que
estaba en el aire, en las conversaciones y hasta en los chistes. El
aparato formal que había puesto en movimiento era pues, en buena parte,
de su propia cosecha.
"(...) Estoy en el punto donde se desencadena la lucha por defender el Yo, donde ese Yo tiende a afirmarse e intensificarse, en busca de la Inmortalidad (...) Como ustedes habrán advertido ya, aquí no están Proust ni Joyce ni Kafka ni nada de lo que se está haciendo ahora. Me apoyo en autores que los precedieron porque ellos medían al hombre con una vara más alta" Encontrarle parecidos a Gombrowicz no es
una tarea fácil pues no tiene un estilo que se pueda ubicar recurriendo a
los antecedentes, es más fácil encontrárselos a Kafka. Esta forma estilística de Kafka a la que
podríamos clasificar como la forma de la postergación infinita ha
alimentado la imaginación de muchos escritores, entre otros a la de
nuestro Pato Criollo. A pesar de la desenvoltura con la que escribe y la
facilidad con la que consigue que le publiquen lo que escribe, el Pato
Criollo conoce perfectamente bien las contrariedades que padecen muchos de
sus colegas. Los contactos entre el escritor y el editor se van haciendo cada vez menos frecuentes, de semanas pasan a meses y de meses a años, sin embargo, el entusiasmo y la delicadeza con los que el editor trata al autor aumentan con el transcurso del tiempo. Pero es justamente el transcurso del
tiempo el que hace pasar al escritor de la condición de joven promesa a
la de autor entrado en años y, como si esto fuera poco, también de
escritor malogrado, una historia con el marcado aire kafkiano de "Un
artista del hambre". Un gombrowiczida muy afamado que pasa
buena parte de su tiempo buscando parentescos entre los escritores es el
Orate Blaguer. En "Bartleby y compañía" ejercitó esta
habilidad que en sus manos se convierte en maestría, y así como nuestro
Cortázar inventó los cronopios, un término que llegó a convertirse en
una especie de tratamiento honorífico, el Orate Blaguer inventó los
bartlebys, vocablo con el que designa a los escritores malogrados que sea
por la razón que fuere renuncian a seguir escribiendo. Pero el parecido de Gombrowicz con
Melville se lo encuentran en "Bartleby, el escribiente", uno de
los más célebres relatos breves de la literatura universal. Ha sido
considerado un relato precursor del existencialismo y de la literatura del
absurdo. Bartleby anticipa algunos temas comunes en obras de Kafka, como
"El proceso" o "Un artista del hambre", aunque es
improbable que el autor de "La metamorfosis" conociera el relato
de Melville. Gombrowicz y Melville son navegantes aventureros, pero mientras el polaco sólo emprende aventuras interiores a bordo de embarcaciones imaginarias en "Aventuras" y "Acerca de lo que ocurrió a bordo de la goleta Banbury", el americano las emprende a bordo de buques reales que lo llevan hasta los Mares del Sur y a vivir durante un tiempo entre caníbales. A pesar de la advertencia que hace
Gombrowicz de que a él no le gustaba parecerse a nadie, para no desairar
a los hombre de letras que le han encontrado algún parecido con Melville,
me puse a pensar y encontré un aire familiar entre algunos de sus cuentos
y "Bartleby, el escribiente" Tiene tres empleados, dos son copistas o escribientes y el otro es un cadete para los mandados. Las actividades del abogado habían aumentado en forma considerable cuando fue nombrado agregado de la Suprema Corte. Desde entonces los dos escribientes no
fueron suficientes para hacer el trabajo de la oficina y es por esta razón
que el abogado contrata a Bartleby. Su figura es descripta como pálidamente
pulcra, lamentablemente respetable e incurablemente solitaria. El abogado
le asigna a Bartleby un lugar junto a la ventana. A partir de entonces a cada requerimiento del empleador para examinar y cotejar su propio trabajo con los originales Bartleby contestaba con total serenidad pero siempre de la misma manera: –Preferiría no hacerlo, aunque continuaba trabajando como copista con la misma eficiencia de siempre. El abogado descubre que Bartleby no
abandona nunca la oficina, y que en realidad se había quedado a vivir allí.
Cuando le pregunta si le gustaría hablar de asuntos que no estuvieran
relacionados con el trabajo Bartleby le responde con la consabida frase:
–Preferiría no hacerlo. Bartleby permanece en la antigua oficina y los nuevos inquilinos le presentan quejas formales al abogado quien intenta convencerlo sin ningún resultado. Finalmente, Bartleby es detenido por vagabundo y encerrado en la cárcel, donde termina sus día dejándose morir de hambre. El abogado queda muy consternado por el
fin que ha tenido su pobre empleado y busca a ciegas una explicación. Conciban ustedes un hombre por naturaleza y por desdicha propenso a una pálida desesperanza. ¿Qué ejercicio puede aumentar más esa desesperanza como el de manejar continuamente esas cartas muertas y clasificarlas para las llamas? Pues a carradas las queman todos los años. A veces, el pálido funcionario saca de los dobleces del papel un anillo –el dedo al que iba destinado, tal vez ya se corrompe en la tumba–; un billete de Banco remitido en urgente caridad a quien ya no come, ni puede ya sentir hambre; perdón para quienes murieron desesperados; esperanza para los que murieron sin esperanza, buenas noticias para quienes murieron sofocados por insoportables calamidades. Con mensajes de vida, estas cartas se apresuran hacia la muerte.. ¡Oh Bartleby! ¡Oh humanidad!" |
Juan Carlos Gómez
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