Gombrowiczidas |
Witold
Gombrowicz y Manuel Gálvez |
“Jeremi Stempowski se ocupó de mí y me presentó a uno de los más eminentes escritores de la Argentina, Manuel Gálvez. Gálvez se mostró como un auténtico amigo para mí y me ayudó mucho, pero la sordera que padecía lo mantenía lejano” Como si estuviera cruzando un río Gombrowicz navegó por el Océano Atlántico para enfrentar un futuro brumoso, saltando de piedra en piedra para no mojarse se instaló en Buenos Aires. Por qué se fue Gombrowicz de Polonia y no volvió es un misterio que nadie sabe explicar, ni él mismo lo entendía con claridad. Todo empieza en un café, como tantos otros asuntos de Gombrowicz. Un
día, en el Zodiac, un café de Varsovia, se encuentra con un amigo
escritor, Czeslaw Straszewicz: –Me voy a Sudamérica; –¿Cómo es
eso?; –Dentro de un mes, el nuevo transatlántico polaco Chrobry leva
anclas para Buenos Aires, será su primer travesía. En este momento
Gombrowicz se prepara para saltar a la primera piedra. |
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Manuel Gálvez |
Después de sortear algunos inconvenientes de último momento Gombrowicz se embarcó en el Chrobry, y la compañía de su amigo Czeslaw le resultó de veras agradable. En
el café Rex relataba a los contertulios que en el barco había sido
invitado de honor, que almorzaba en la mesa del capitán con el que sostenía
conversaciones filosóficas y al que le daba consejos místicos. También
repetía hasta el cansancio que no le había gustado Río de Janeiro
porque su vegetación era demasiado verde y porque los morros eran un
tanto dudosos. “Seguía
viviendo en el barco con mi amigo Straszewski. Al enterarse de la
declaración de la guerra, el capitán decidió regresar a Inglaterra (ya
no se podía pensar en llegar a Polonia). Straszewski y yo celebramos un
consejo de guerra. Él optó por Inglaterra. Yo me quedé en la
Argentina” Sin
saber a qué santo encomendarse con ese Gombrowicz tan difícil Stempowski
decide presentarle a los polacos de la colectividad y también a algunos
escritores argentinos como Manuel Gálvez y Arturo Capdevila. Es
muy difícil imaginárselo a Gombrowicz en Polonia manejando asuntos
administrativos, o alguna otra cuestión que tenga algo que ver con el
trabajo. Sin embargo, había ocasiones en que tomaba responsabilidades no
carentes de cierta importancia. En los tribunales de Varsovia, cuando se
desempeñaba como auxiliar en una de las secretarías, los jueces le habían
encargado un proyecto para cambiar los formularios impresos porque lo
consideraban el mejor de los pasantes. Y ya treintiañero, sus hermanos le
pedían de vez en cuando que buscara administradores para las fincas que
tenían en el campo, lo que ponía a Gombrowicz en una situación
equivalente a la de un gerente de personal.
Yo
creo que la atracción fatal que tenía para Gombrowicz el mundo de la
inmadurez tiene origen en este doble mundo que nunca perdió ni quiso
perder. La inmadurez fue el salvoconducto que le permitía entrar en el
campo del enemigo cuando iba de la clase social a la intelligentsia, y
viceversa. El
desempeño de Gombrowicz en el Banco Polaco fue distinto al de sus
experiencias laborales en Polonia, especialmente por el tiempo que duró.
Comenzó haciendo pequeños trabajos de secretario, pero enseguida
consiguió que Nowinski le diera permiso para escribir sus cosas en la
oficina. Manuel Gálvez le había brindado a Gombrowicz una exquisita hospitalidad, pero la sordera de Gálvez y la propia falta de seriedad de Gombrowicz lo pusieron finalmente en las manos de unas jóvenes estudiantes que lo iniciaron el mundo del flirteo argentino. En esta prehistoria de sus aventuras en la Argentina el grupo de Victoria Ocampo brillaba como una estrella. “(...)
una dama ya entrada en años y aristócrata, que nadaba en millones largos
y que con su tenacidad entusiasta había conseguido hacerse amiga de Paul
Valéry, invitar a su casa a Tagore y Keyserling, tomar el té con Bernard
Shaw y hacer buenas migas con Strawinski (...)” A pesar de que unos pocos miembros de la ‘intelligentsia’ argentina habían reconocido en Gombrowicz un escritor de talento, la única pieza de triunfo que podía exhibir para que reconocieran su importancia era una carta de Manuel Gálvez. Este ilustre hombre de letras, de una familia tradicional que tenía parentesco con Juan de Garay, fue uno de los representantes más conspicuos de la literatura argentina en la primera mitad del siglo XX. Cuando
Gombrowicz se tomaba vacaciones llevaba consigo la carta de Manuel Gálvez
con el propósito de vencer la desconfianza que despertaba en los sitios
que visitaba. La
carta de Manuel Gálvez es una manifestación elocuente de cómo algunos
argentinos habían tratado con generosidad a Gombrowicz, muy lejos del
desprecio que le había mostrado desde el principio el Asiriobabilónico
Metafísico. “Si
‘Ferdydurke’ no es una obra genial, está muy cerca de serlo. Tiene
usted una imaginación formidable y un poderoso sentido dramático. Sobre
lo segundo, le diré que muchas escenas me han apasionado por su
dramaticidad, a pesar de tratarse de asuntos en cierto modo absurdos, como
me apasionaron escenas realistas o sentimentales, escritas por verdaderos
maestros (...)” “Hay un extraño humorismo en su libro. Y cosas excelentes (...) Algunas intenciones que hay en su libro son difíciles de ser comprendidas, y no sé si las habré alcanzado (...) No quiero olvidarme del enorme contenido que hay en su libro: contenido filosófico, poético, idiomático (...) La traducción me parece buena, sin conocer el original (...)” |
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Juan Carlos Gómez
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