Gombrowiczidas |
Witold Gombrowicz, los pulmones y las montañas |
A raíz de sus problemas pulmonares Gombrowicz tuvo que buscar desde joven refugio en las cercanías de las montañas. La región de los Cárpatos, especialmente los montes Tatras y la ciudad de Zakopane se convirtieron en lugares habituales de su vida y de su imaginación. Su primera novela corta y su última novela utilizan esas regiones montañosas como vías de escape y purificación. En la primera novela el abogado Kraykowski se tuvo que escapar y esconder en una pequeña localidad al este de los Cárpatos, buscando refugio en las montañas con la esperanza de que el joven epiléptico lo olvidara. Pero el protagonista se propone seguirlo, lo seguirá a todas partes porque ese hombre es como su estrella. Duda que regrese vivo de ese viaje pero se arriesga a morir. Por si eso llegara a ocurrir se dispone a preparar un documento para que su cadáver le sea remitido de inmediato al abogado Kraykowski. En su última novela Leon busca la purificación en la montaña recurriendo a la masturbación. “Pero hay en ello un profunda necesidad espiritual. La formación de la obra en mí me parece, en principio, idéntica a la formación de la realidad en mis obras (...)” |
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Witold Gombrowicz con sus hermanos |
“¿De donde procede, por ejemplo, esa distancia física de la segunda parte de ´Cosmos’, ese eco. Por qué he obligado a mis personajes a marchar a la montaña?”. La historia de “Cosmos” transcurre en Zakopane, en cuya calle principal se encontraban los cafés, los restaurantes, y los clubes nocturnos más distinguidos. En estos lugares Gombrowicz vio algo con mucha nitidez. Hidalguillos, mafiosos, aristócratas, escaladores profesionales, escritores, industriales y comerciantes, estudiantes, toda esa diversidad de tipos se mezclaba en la calle. Cada uno andaba por su propio camino, a pesar de la facilidad aparente resultaba muy difícil pasar de un grupo a otro, a veces se producían situaciones diabólicas y trágicas cuando alguien lo intentaba. Gombrowicz estaba de acuerdo con la evolución que iba destruyendo todos esos cultos y veneraciones que le quitaban a los polacos la audacia y la libertad. Pero después de veinte años de vida en la Argentina, donde la gente no hace tanto caso a los esplendores del otro, empezó a añorar aquellas vergüenzas de otro tiempo, y aquella torpeza nacida de la admiración. “En la Polonia de hoy, ¿habrá alguien que impresione o infunda respeto al otro? Lo dudo. Habéis ganado en razón, pero quizá, perdido en poesía”. Un cierto parentesco de Polonia con la Argentina, una semejanza del comportamiento de sus clases superiores, y la añoranza de los viejos tiempos, ponen bastante cerca a estas dos naciones tan lejanas. Los Montes Tatras son una verdadera rareza. El cerro Aconcagua es una montaña de la cordillera de los Andes, situada en la Provincia de Mendoza al centro-oeste de la República Argentina. Es el pico más alto de Argentina y el más alto de América y del mundo fuera de Asia, con sus 6.962 metros de altura. Las características tan diferentes de los Montes Tatras y del Aconcagua le dieron ocasión a Gombrowicz para acercarse a la belleza y a la inmensidad. Cada uno de ellos acaba allí donde comienza su vecino; muy cerca. En medio de la montaña Gombrowicz sentía la necesidad de sintetizarse, de ser un hombre concreto, de vivir el mundo sólo para transformarlo en la medida que se lo permitieran las posibilidades de su naturaleza. El Pato Criollo escribe en el prólogo de “Gombrowicz, este hombre me causa problemas” unas palabras que me llamaron la atención. “Es un trabajo parecido al de construir la felicidad, que se arma con fragmento de otras vidas, fragmentos cuyos bordes nunca coinciden exactamente”. Inspirado en este pasaje del Pato Criollo sobre el argentino y el extranjero me puse a buscar algunos de los fragmentos de Polonia y de Europa con los que Gombrowicz había armado a la Argentina y me encontré con algunas dificultades desde el comienzo del proyecto. “La de naturaleza hídrica se manifiesta cuando navegas río arriba por el Paraná y por el Uruguay, ríos que no se acaban ni se estrechan nunca, semejantes a dos reptiles prehistóricos, y la de naturaleza montañosa se manifiesta cuando te acercas a la Cordillera. Una especie de monotonía se eleva de esas montañas que en algunos lugares alcanzan los ocho mil metros, unas pulgadas menos que el Himalaya (...)” “Un marxista trataría de llegar hasta el fondo del marxismo... No creo que ninguno de ellos, hombres serios, se defendiera ante la seriedad de este experimento; yo, en cambio, hago lo que puedo para volver a una dimensión media, a una vida corriente, no demasiado seria... No quiero abismos ni cumbres, lo que deseo es la llanura”. Pero..., el hombre propone y Dios dispone. Gombrowicz emprende desde la ciudad de Mendoza la expedición al Aconcagua. A medida que el coche sube por caminos empinados se va desorientando con las perspectivas gigantescas que le ofrece la cordillera de los Andes, el aire se vuelve denso y lo empieza a embriagar. “¡Ay, si pudiera embriagarme hasta perder el conocimiento! ¡Ay, si pudiera tomar siquiera una copa! (...)” En la Argentina no ocurre nada parecido, nadie piensa que la segunda cumbre en la altura del mundo es argentina. Gombrowicz vuelve a descubrir aquí hasta qué punto los argentinos son imperialistas y con qué fuerza está arraigada en ellos la conciencia de su destino a escala intercontinental. En la Argentina Gombrowicz se siente ciudadano del mundo y tiene el presentimiento de desempeñar un papel mundial... “Si la geografía condiciona el espíritu humano, el espíritu humano de Polonia debería ser mezquino, estrecho, retrógrado... Pero, ¿acaso el espíritu no parece a veces querer llevar la contraria? ¿No resulta antinómico? ¿Acaso no es capaz de superase a sí mismo? En mi opinión, Polonia debería sentir la llamada del más extremo universalismo, porque sólo así podrá compensar su situación geográfica” No podía hablar en forma continua y por eso tuvo que escribir las entrevistas con el Hasídico, pues no pudo grabarlas. Por la misma razón Gombrowicz tampoco pudo escribir una obra que había concebido para encontrarle una forma al dolor, la enfermedad se lo impidió. Los protagonistas, un hombre y una mosca, siguen la fantasía que se le había formado a Gombrowicz en relación con los cuartetos de Beethoven. Sin embargo se puede decir que los dolores que contabilizó Gombrowicz en su obra tienen un alcance más extendido. “Mi vida se hace cada día menos agradable, mi organismo se debilita, el asma me cansa muchísimo y últimamente apareció también una úlcera de estómago que me obligó a dejar la cortizona. Desde que dejé la Argentina me siento cada día un poco peor (...)” “Me parece mejor el cianuro; si no me equivoco la muerte sobreviene entre los seis y los ocho minutos aunque ya en el primer momento se pierde el conocimiento. No obstante me faltan aquí amigos que puedan hacer algo por mí en este sentido. Pensé en ustedes, supongo que tienen alguna posibilidad de proporcionármelo o por lo menos de indicarme a alguna persona que me podría ayudar (...)” Aunque no está debidamente registrado ni en sus diarios ni en sus innumerables biografías hay que decir que Gombrowicz se encontró una vez con Neruda en una residencia cordobesa. En una de las vacaciones que Gombrowicz pasó en la ciudad de Córdoba se alojó en la residencia de un nuevo rico argentino que había llegado al lugar con unas monedas en el bolsillo. Gombrowicz se fue dando cuenta de que en la mesa donde estaba cenando había una especie de sinceridad infantil y una falta absoluta de afectación y arrogancia. El dueño de la casa, a diferencia del tío en “Ferdydurke”, miraba sin temor a los criados, y eso porque aún hoy seguía trabajando duro, probablemente más duro que sus propios sirvientes. El vecino de mesa de Gombrowicz, un coronel simpático y conversador, le señala discretamente a un señor corpulento sentado junto a la señora de la casa: –Es Neruda. Y aquí comienza el desarrollo de un malentendido que tiene un final inesperado, como tantos otros finales inesperados que lo persiguieron a Gombrowicz durante el cuarto de siglo que vivió en la Argentina. “No hay mejor cosa que ser un poeta comunista en el podrido Occidente: se goza de una fama universal, también detrás del ‘telón de hierro’, se gana un montón de dinero y encima todos los placeres de ese capitalismo salvaje y podrido están a mano. Sin hablar de que una situación casi oficial te convierte en una especie de embajador o ministro itinerante” Gombrowicz juró para dentro de sí aprovechar la primera ocasión que se le presentara para vengarse de ese coronel gracioso, mientras tanto salieron a pasear por el campo. Pero, lamentablemente para Gombrowicz, la primera ocasión para hacer una nueva broma se le volvió a presentar al coronel. A la vuelta del paseo se sentaron en el salón, y como las puertas estaban abiertas se metió una serpiente. “Le contesté que sí, que un hombre dotado de un sentido del humor como el mío puede deleitarse con cualquier bromita. El coronel se alejó un momento para beber agua, mientras yo pegaba un brinco impresionante, debajo de mi sillón se produjo un estallido ensordecedor. ¡Me había puesto un petardo!” |
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Juan Carlos Gómez
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