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Gombrowiczidas |
Witold
Gombrowicz y Roland Barthes |
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Sea por el temperamento, sea por razones históricas, o sea por lo que fuere, a los polacos les gusta protestar. Gombrowicz conocía a un polaco que solía sumirse en profundas meditaciones. Luego, al volver en sí, decía: –Lameculos, cerdos, cerdas, comemierdas, todos son la misma porquería; –¿En qué piensas?; –En los polacos. Desde el mismo momento en que Gombrowicz empezó a escribir se dedicó a destruir a alguien para salvarse a sí mismo. En “Ferdydurke” atacó a los críticos para distanciarse del sistema de la episteme occidental. Sus ataques a los poetas, a los pintores, a los poetas y a París también estaban dictados por la necesidad de apartarse de esa episteme. “Me moría de vergüenza al pensar que sería un artista como ellos, que me convertiría en un ciudadano de esta ridícula república de almas ingenuas, en un engranaje de esta terrible maquinaria, en un miembro de este clan” |
Pero a medida que pasan los años sus palabras escritas se fueron distanciando de Gombrowicz, y él mismo y sus rebeliones, poco a poco, se convirtieron en literatura. La ley que formuló tardíamente: cuanto más inteligencia, más estupidez, se le podía aplicar entonces perfectamente a él también.
No
podía agarrar a la episteme por la garganta y luchar contra ella pues su
rebelión sería absorbida fatalmente por su mecanismo; no hay nadie, al
fin de cuentas, que aún consciente de su absurdidad, no forme parte a
pesar de todo de la episteme. Esta impotencia de Gombrowicz para
divorciarse de una episteme que había inventado Platón con el propósito
de distinguir la opinión simple de la fundada, lo lleva a hacer
declaraciones drásticas. La
estupidez del sistema de comunicación que reemplaza a la comprensión por
los malentendidos originados en el refinamiento del lenguaje, y la
estupidez que produce la erudición por la falta de un lenguaje que le
permita a la gente expresar los conocimientos incompletos, es decir la
ignorancia, llevaron a Gombrowicz al descubrimiento de que cuanto más
tiende nuestro espíritu a liberarse de la estupidez y a dominarla, más
parece pegarse la estupidez a la condición humana. ¿Pero de dónde le sale a Gombrowicz este brote epistemológico? Después de leer “Lecciones preliminares de filosofía” de Manuel García Morente Gombrowicz adquirió la costumbre de decirle a sus amigos que la filosofía se había acabado, que el profesor García Morente lo aclaraba todo, que no había ya ningún misterio desde Platón hasta Husserl, y que sin misterios no existe la filosofía. En
las primeras páginas de esa obra, tan importante en aquella época para
los estudiantes argentinos, aparece una palabra que le resulta atrayente,
episteme, un vocablo al que recurría con cierta frecuencia en nuestras
conversaciones del café Rex, no tanto porque lo fascinara el significado
que tiene, sino por su sonido. La episteme, seguramente, le quedó zumbando en la cabeza a Gombrowicz, y muchos años después vuelve a ella en los diarios. “Finalmente
tengo que formular (pues veo que nadie lo hará en mi lugar) el problema
fundamental de nuestro tiempo, aquel que domina por entero toda la
espisteme occidental. No es el problema de la Historia, ni el de la
Existencia, ni el de la Praxis, o de la Estructura, o del Cogito, o del
Psiquismo, ni ninguno de los otros problemas que han ocupado el campo de
nuestra visión (...)” Todo
lo que concierne a la naturaleza del hombre, salvo los misterios trinos,
suele dividirse en dos: el cuerpo y el alma, la tierra y el cielo...
Gombrowicz, siguiendo él también la línea binaria del pensamiento,
eligió la inmadurez y la forma. En su visión del mundo irreverente y
libertaria la cultura y las ideas juegan un papel paradójico pues lo
ponen al hombre en el camino de la inmadurez en vez de hacerlo crecer. Antes de observar cómo Gombrowicz pasa de la episteme al estructuralismo vamos a recordar que el término estructura suele traducir al vocablo alemán Gestalt y por ello se habla de gestaltismo lo mismo que de estructuralismo. La
noción de estructura está muy vinculada a las nociones de forma y
configuración por lo que no resulta nada extraño que, aunque no fuese
nada más que por razones morfológicas, las ideas de Gombrowicz estén
vinculadas al estructuralismo. Cuando conocí a Gombrowicz en el Rex asistí
a varias discusiones en las que el Alemán lo acusaba de que sus
concepciones de la forma estaban copiadas de la Gestalt. Y,
también, antes de la moda estructuralista, Saussure diferencia en sus
estudios sobre lingüística a la “lengua” del “habla”,
considerando a la lengua como un sistema de signos independiente del uso
que de él hace el individuo, habiendo sido esta idea la inspiradora del
estructuralismo. Durante las décadas del 40 y el 50, la escena filosófica
francesa se caracterizó por el existencialismo, fundamentalmente a través
de Sartre, aparecen también la fenomenología, el retorno a Hegel y la
filosofía de la ciencia. Pero hay algo que cambia en la década del 60
cuando Sartre se orienta hacia el marxismo y surge una nueva moda, el
estructuralismo. Strauss en la etnología, Lacan en el psicoanálisis,
Althusser en el marxismo y Foucault en la epistemología, por decir algo,
aunque él no se reconocía como estructuralista. Gombrowicz
consideraba que en cierto modo era estructuralista del mismo modo que era
existencialista, que se hallaba ligado al estructuralismo por la afirmación
de la forma. La
literatura de Gombrowicz no era un derivado del estructuralismo, una
derivación muy común en esa época, en forma independiente había
llegado a conclusiones similares a partir de un estado de ánimo
diferente, de otras experiencias, en otro plano. Lo que los separaba
contaba más que lo que los ligaba. El
estructuralismo de Roland Barthes ejerció una influencia nefasta sobre el
Esperpento que pasó así de la filosofía del yo de Fichte a la semiótica,
este cambio en cierto modo malogró su amistad con Gombrowicz. Sí, en París se hablaba del existencialismo, de la música de Schönberg o de teorías físicas que sobrepasaban las posibilidades de comprensión de los burgueses parisinos. París es más culto que Santiago del Estero, pero precisamente por eso, más tonto. La
episteme occidental no puede solucionar los problemas del sistema
comunicativo, ni siquiera puede registrarlo porque está por debajo de su
nivel. Roland Barthes le sale al cruce a Gombrowicz y se pone a favor de
la episteme. Gombrowicz piensa que a Barthes y a muchos otros escritores no les falta descaro, no se asustan de ninguna escalada verbal, siempre que no les produzca vértigo. Para
poner las cosas en su lugar Gombrowicz relata lo que en su juventud le había
contado una amiga: –Mientras estábamos merendando en la terraza apareció
el tío Szymon; –¿Pero, cómo?, si Szymon hace cinco años que yace
bajo tierra; –Exacto, vino del cementerio con el mismo traje con que lo
enterramos, saludó a todos los presentes, se sentó, tomó un té, charló
un poco sobre las cosechas y se volvió al cementerio; –¿Cómo? ¿Y
vosotros qué hicisteis?; –Nada, qué puede hacerse, querido, ante
semejante insolencia. El carácter abstracto del sistema de signos elaborado por Barthes absorbió totalmente la actividad intelectual del Esperpento y sus conversaciones con Gombrowicz se hicieron por esta razón cada vez más difíciles. Llegaron al punto que cuando el Esperpento iba a la casa de Venezuela a visitar a la señora Schultze era incapaz de entrar a la pieza de Gombrowicz para saludarlo. |
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