Gombrowiczidas |
Witold
Gombrowicz y René Descartes |
Apremiado
por su conciencia que lo sermoneaba con que debía ser un abogado, o un médico,
o un mujeriego, o un coleccionista, pero que debía ser alguien,
Gombrowicz escribió "Ferdydurke", un programa espiritual para
establecerse en la madurez, sin embargo, el salió el tiro por la culata. "No me está permitido escribir: la sopa de tomate es un buena sopa. ¡Qué abuso! En cambio, estoy en mi derecho cuando digo: me gusta la sopa de tomate. ¡Así es como hay que hablar! Eso es el estilo". "Ferdydurke", nacido de heridas personales, lo arrastró a la aventura universal del drama de la forma humana. Su postulado de no hablar sino en nombre personal era la condición necesaria de un buen estilo, y el testimonio de su moral y de su sentido de responsabilidad. "(...) che, viejo, me pasa una cosa rara, ya sabes cómo lo insultaba a Sartre y cómo lo despreciaba. Pues bien, en el diario que estoy escribiendo lo elevo a alturas vertiginosas, declaro que Francia tiene que elegir entre Sartre y Proust, y dije que el pensamiento de Sartre es el más categórico y decisivo desde Descartes. ¿Qué cosa che? Además describí mi peregrinaje a su casa (es decir, el que hice para contemplar las ventanas solamente). Esto va a joder a todo el mundo porque odian a Sartre" |
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René Descartes |
Los
dos ápices del pensamiento francés eran para Gombrowicz René Descartes
y Jean Paul Sartre. A partir de Descartes la filosofía se convierte en
una filosofía de la conciencia y del sujeto, y esto le viene muy bien a
Gombrowicz. El pensamiento de Descartes sirve de puente para pasar de Platón y de Aristóteles a la filosofía moderna, y es también el que le abre las puertas a la noción de sujeto. El realismo de las ideas de Platón y el realismo del sistema de Aristóteles son puestos en tela de juicio por la duda metódica de Descartes y por su pienso luego existo. Se
considera a Descartes como el padre de la filosofía moderna,
independientemente de sus aportaciones a las matemáticas y a la física.
Este juicio se justifica, principalmente, por su decisión de rechazar las
verdades recibidas de la escolástica, cuyos prejuicios combatía
activamente. Con sus preceptos de la evidencia, del análisis, de la síntesis y del control Descartes se propuso probar la existencia de Dios y del alma como sustancias originarias. La
actitud idealista iniciada con Descartes basó el razonamiento filosófico
sobre la convicción de que los pensamientos nos son más inmediatamente
conocidos que los objetos de los pensamientos. Sin embargo, en todos los
pensadores anteriores a Kant quedaba siempre un residuo de realismo que
recaía en una existencia trascendente en sí, de algún elemento que
encontraban por el camino, en el caso de Descartes la existencia de Dios y
del alma. Sin
embargo, en ningún pensamiento, por claro y distinto que sea, hay la más
mínima garantía de la existencia de su objeto. Para decir esto Descartes
hace un rodeo muy llamativo, se imagina que un geniecillo maligno y
todopoderoso se puede empeñar en engañarnos; nos puede poner en la mente
pensamientos de una claridad y sencillez que tengan una evidencia
indubitable, y, sin embargo, esos pensamientos, a pesar de su evidencia,
puede que no sean verdaderos para el caso de que ese geniecillo
todopoderoso, maligno y burlón se hubiera dado el gusto de poner en
nuestra mente pensamientos evidentes y, no obstante, falsos.
Para
salvar este inconveniente Descartes afirma que Dios existe, y que esta
existencia impide que el geniecillo burlón nos engañe. Para demostrar la
existencia de Dios recurre a tres razonamientos que en los tiempos que
corren resultan de lo más extraños. El más famoso de estos argumentos
consiste en afirmar que la idea de Dios no puede haber sido creada por el
geniecillo maligno pues esa idea designa a la mismísima perfección, y
siendo el hombre un ser imperfecto no pudo concebirla por su cuenta, debe
haber sido concebida por Dios mismo. Pese a que Sartre proclama el fracaso del proyecto humano de llegar a ser Dios, su filosofía le da finalmente al hombre los atributos de la divinidad como se los había dado Descartes. "No
le reprochamos a Descartes que le haya dado a Dios lo que nos pertenece a
los hombres; antes bien lo admiramos por haber desarrollado hasta el final
los requerimientos de la idea de autonomía, y por haber comprendido,
mucho antes que Heidegger, que la única base del ser es la libertad" "Cuando
vosotros, los existencialistas, me habláis de la conciencia, de la
angustia y de la nada, estallo en carcajadas, no porque no esté de
acuerdo con vosotros, sino porque tengo que daros la razón. Os doy la razón
y no pasa nada. Os doy la razón, pero en mí no ha cambiado nada,
absolutamente nada. La conciencia, que habéis inyectado en mi vida, se ha
mezclado con mi sangre convirtiéndose inmediatamente en mi vida; y ahora
el antiguo triunfo de los elementos me sacude con sus risotadas
(...)" Hay
que encontrar esa espina que Gombrowicz tiene clavada en la garganta y el
porqué de esa risa dolorosa. El cortocircuito de Gombrowicz con la
filosofía se le produce cuando mira a la razón desde las ventanas de sus
narraciones y de sus piezas de teatro. No es tanto el Gombrowicz filósofo
el que se ríe de la conciencia, de la angustia y de la nada, son los
personaje de sus obras, ese Gombrowicz irresponsable que se ríe a
carcajadas. El Gombrowicz filósofo no desacredita ni se burla del
Gombrowicz artista, pero el Gombrowicz artista no se cansa de desmontar
las plantaciones que hace el Gombrowicz filósofo, ni de reírsele en la
cara. Este corto circuito no existe en Sartre.
Había
que buscar al hombre fuera de la forma, pero el "ser para otros"
lo ponía otra vez como objeto de la forma de otro, y esta crisis era la
razón por la que Gombrowicz veía en Sartre un codificador de sus propios
sentimientos. Pero Sartre convierte a "El ser y la nada" en un
tratado moral y encierra nuevamente al hombre en unas reglas estrictas, es
decir, en una forma bien definida, un giro fatal que retoma la línea
tradicional del cartesianismo. La filosofía de la conciencia y del sujeto de Descartes lo sumen a Gombrowicz en hondas cavilaciones sobre los problemas de la forma y de la desnudez humana. En "Aurora" se vale de un pequeño número teatral para mostrar qué cosas ocurren cuando la majestad rotunda de un cuerpo vestido, es decir, la forma decide desnudarse. La
acción se desarrolla en un banquete muy distinguido entre dos personajes:
el Orador y el Público. |
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Juan Carlos Gómez
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