Gombrowiczidas |
Witold
Gombrowicz y Wolfgang Amadeus Mozart |
Nada en el arte, ni siquiera los más inspirados misterios de la música, puede igualar al sueño. El sueño nos parte en trozos la vigilia y la vuelve a armar de otra manera, y esta sombra de la vigilia está cargada de un sentido terrible e inescrutable.. El artista tiene que penetrar la vida nocturna de la humanidad y buscar justamente en ella sus mitos y sus símbolos. El
arte debe imitar al sueño, tiene que destruir la realidad, partirla en
trozos y construir un mundo nuevo y absurdo. Cuando destruimos el sentido
exterior de la realidad nos internamos en nuestro sentido interior: una
oscuridad con la claridad de la noche. En la región de los más
inspirados misterios de la música Gombrowicz sólo se inclinaba ante
Ludwing van Beethoven y Wolfgang Amadeus Mozart. |
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Wolfgang Amadeus Mozart |
Y
en esto encuentra una analogía entre Mozart y Da Vinci, algo que degenera
de su origen, que desea zafarse ilícitamente de la vida. La sonrisa de
Leonardo y la sonrisa de Mozart se divierten y se deleitan con un juego
prohibido, con lo que duele, una sensibilidad archiinteligente, un pecado
que cruzaba la línea de sombra que existe entre el deleite y el dolor. Parece que el maestro de la teatralidad y el artificio nos estuviera diciendo: ¡ojo, con el dolor no se juega! Mozart calificó a Don Giovanni de “dramma giocoso”, una tragedia con comedia, el dolor con el desenfado, lo patético con el buen humor, lo profundo con lo ligero, lo señorial con lo rústico. ¿Gombrowicz
hubiera encontrado este pecado sin el libreto de Lorenzo da Ponte, en el
que el único personaje inmoral es Don Juan? ¿Y en las obras de
Gombrowicz no encontraremos también, poniendo un poco de atención, ese
alto registro de lo prohibido, el pecado, la diversión y el deleite junto
al dolor? Pasados
quince minutos, más o menos, Gombrowicz no soportó más la película,
nos tuvimos que ir rápidamente del cine. Un “dramma giocoso”, don-de
la risa, la guerra, el dolor y la burla se sientan a la misma mesa
en un juego trágico. Sin embargo, también Gombrowicz, igual que Mozart y
Da Vinci, cruzaba la línea de sombra que separa el dolor del juego. “Era
una época en la que estaba en mala disposición con el arte. Me saturaba
de Schopenhaher y de su antinomia entre la vida y la contemplación, y de
Mann en cuya obra ese contraste tiene un aspecto más doloroso (...)”
En
“Aventuras” hay dos personajes nada más: el protagonista y el Negro.
Es un relato fantástico sobre la naturaleza y la forma del encierro y del
miedo, pero lo es más bien como un acontecimiento exterior, como unas
aventuras cuyas variaciones son mecánicas y automáticas, y ajenas a los
fenómenos psíquicos y a las concepciones morales. El
navío volvió a dar la vuelta pero otra vez lo volvió a pasar como un
tren a toda velocidad, esta maniobra se repitió diez veces hasta que un
yate privado se acercó y lo recogió, mientras el otro barco retomaba
tranquilamente su ruta. Por casualidad descubrió que el capitán del yate
tenía el rostro y los pies blancos pero era negro. El capitán se puso
furioso, lo hizo atar, lo encerró en un camarote y empezó a alimentar un
odio ilimitado. El
Negro le enseñó el mapa del océano Atlántico y señaló la ubicación
del yate, estaban en el centro del mar, entre España y México. En esa
zona marítima las corrientes eran circulares, si algo caía al agua, al
cabo de un tiempo, después de un viaje de circunvalación, volvería a
pasar por el mismo lugar. El
Negro lo siguió un par de semanas, después se empezó a aburrir y tomó
otro rumbo. Tenía ganas de aullar pero se puso a cantar ya que el
desencadenamiento de los elementos marítimos lo predisponía al canto. Un
barco francés lo atropello, rompió el cristal del huevo y lo rescató,
habían pasado unos años desde que el Negro lo tirara al océano. Vio
una enorme bola de acero cuya forma recordaba a la de un obús, abrieron
una portezuela lateral y lo arrojaron a su interior donde había un pequeño
saloncito. Se encontraban en el Pacífico, en el punto del abismo oceánico
más profundo del mundo. El Negro tenía curiosidad por saber qué existiría
en el fondo del mar al que vería con su imaginación adivinando lo que
estaría mirando el protagonista moribundo. Aquella
locura estéril provocó seguramente algún movimiento en el exterior, y
la cadena arruinada por la herrumbre se rompió, el hecho es que la bola
empezó a ascender aumentando a cada minuto su velocidad saliendo
disparada como un proyectil a un kilómetro de altura sobre la superficie
del mar. El obús fue abierto por la tripulación de un barco mercante, el
Negro había desaparecido. Cuando
se vació por completo otras nubes ocuparon su lugar y, mecánicamente, el
forma automática entregaron el agua y reconstituyeron el mar. En su casa
de campo de Polonia, descansaba y se entretenía para pasar el tiempo. El
Negro había desaparecido, el otoño se acercaba. Por mera diversión
empezó a construir un globo aerostático tipo Montgolfier. El
protagonista les propuso que uno de ellos podía subir a la cesta y volvió
a encender la llama. La pasajera que subió le proporcionaba una alegría
íntima mucho mayor que el globo mismo. Por primera vez en la vida sentía
que estaba perdiendo el juicio mientras ella lo escuchaba con atención. A
pesar de que es bien sabido que las mujeres aman lo novelesco, no se
atrevió a contarle nada de sus aventuras con el Negro... Se
despidió por dentro de los abedules y de los ojos de su amada y se abrió
dócilmente a las pagodas contrahechas, a los bonzos y a las divinidades
extrañas. Cuando descendió de la cesta se le acercó gritando un chino
leproso. Tocó con sus manos la piel pustulosa y lo condujo hacia unas
cabañas miserables que se veían a lo lejos. La
isla donde había caído ocupaba poco más de unos quince kilómetros
cuadrados, estaba desierta y buena parte de ella era boscosa. El
protagonista caminaba acelerando el paso pues sentía detrás de él la
presencia de aquellos monstruos anhelantes. No sabiendo bien que hacer se
internó en la espesura de la selva pero ellos le pisaban los talones. Si
bien ignoraba la causa de la excitación de esos leprosos, eran evidentes
sus demostraciones de obscenidad, de impudicia y de lascivia, tanto en los
monstruos machos con su dura brutalidad, como en las monstruosas hembras
con su diversión maliciosa que no podía significar otra cosa que
inocencia o inmadurez. El protagonista hubiese aceptado la lepra, pero la
lepra y el erotismo a la vez, no. Estaba enloquecido y empezó a huir, se
escondió en la fronda de un árbol con un garrote en la mano dispuesto a
romperle la cabeza al primero que se acercara.
“Por
otra parte nuevas aventuras reclamaron muy pronto mi atención. Recuerdo
que en 1918 fui yo, yo solo, quien rompió el frente alemán. Como es de
todos sabido, las trincheras llegaban hasta el mar. Se trataba de un
verdadero sistema de canales profundos que tenían una longitud de hasta
quinientos kilómetros (....)” |
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Juan Carlos Gómez
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