Gombrowiczidas

Witold Gombrowicz y Wolfgang Amadeus Mozart
Juan Carlos Gómez

Nada en el arte, ni siquiera los más inspirados misterios de la música, puede igualar al sueño. El sueño nos parte en trozos la vigilia y la vuelve a armar de otra manera, y esta sombra de la vigilia está cargada de un sentido terrible e inescrutable.. El artista tiene que penetrar la vida nocturna de la humanidad y buscar justamente en ella sus mitos y sus símbolos.

El arte debe imitar al sueño, tiene que destruir la realidad, partirla en trozos y construir un mundo nuevo y absurdo. Cuando destruimos el sentido exterior de la realidad nos internamos en nuestro sentido interior: una oscuridad con la claridad de la noche. En la región de los más inspirados misterios de la música Gombrowicz sólo se inclinaba ante Ludwing van Beethoven y Wolfgang Amadeus Mozart.

Beethoven había compuesta la única música que le había salido bien a la humanidad, la única encantadora. ¿Y el divino Mozart, y su enigma permanente? El drama de Don Giovanni, iluminado por su inteligencia, deja de ser dramático. El primer allegro de la sinfonía “Júpiter” también sucumbe a la coronación de esta actividad interior de la inteligencia. ¿Será para tanto? Aquí Gombrowicz, como si fuera un gato, anda detrás de algo oculto, algo así como una farsa.

Wolfgang Amadeus Mozart

Y en esto encuentra una analogía entre Mozart y Da Vinci, algo que degenera de su origen, que desea zafarse ilícitamente de la vida. La sonrisa de Leonardo y la sonrisa de Mozart se divierten y se deleitan con un juego prohibido, con lo que duele, una sensibilidad archiinteligente, un pecado que cruzaba la línea de sombra que existe entre el deleite y el dolor.

“La gama ascendente y descendente en Don Giovanni, ¿no es una extraña broma, una burla del infierno? Los altos registros de Mozart me huelen a veces a algo prohibido, a algo así como el pecado”

Parece que el maestro de la teatralidad y el artificio nos estuviera diciendo: ¡ojo, con el dolor no se juega! Mozart calificó a Don Giovanni de “dramma giocoso”, una tragedia con comedia, el dolor con el desenfado, lo patético con el buen humor, lo profundo con lo ligero, lo señorial con lo rústico.

¿Gombrowicz hubiera encontrado este pecado sin el libreto de Lorenzo da Ponte, en el que el único personaje inmoral es Don Juan? ¿Y en las obras de Gombrowicz no encontraremos también, poniendo un poco de atención, ese alto registro de lo prohibido, el pecado, la diversión y el deleite junto al dolor?

Sea como fuere, tengo que reconocer que Gombrowicz tenía una cierta reacción alérgica en este punto. Una noche de mucho calor, en el café Rex, el Alemán, Gombrowicz y yo decidimos ir al cine para aliviarnos con la refrigeración. Caímos en una sala donde estaban pasando La Gran Guerra, una película que venía precedida de una crítica muy buena, con Gassman y Sordi..

Pasados quince minutos, más o menos, Gombrowicz no soportó más la película, nos tuvimos que ir rápidamente del cine. Un “dramma giocoso”, don-de la risa, la guerra, el  dolor y la burla se sientan a la misma mesa en un juego trágico. Sin embargo, también Gombrowicz, igual que Mozart y Da Vinci, cruzaba la línea de sombra que separa el dolor del juego.

Gombrowicz escribió “Aventuras” en el año 1930. En aquel tiempo comenzaba a frecuentar los cafés literarios y seguía escribiendo novelas cortas. Decide permanecer en Radom pero choca con la hostilidad de los abogados locales que en su gran mayoría pertenecían al Partido Nacional, una agrupación política de derecha. Sus partidarios se escandalizaban por sus relaciones con centros de izquierda y, particularmente, por las que tenía con Wiadomosci Literackie. Desde ese momento renunció a la continuación de su carrera jurídica.

“Era una época en la que estaba en mala disposición con el arte. Me saturaba de Schopenhaher y de su antinomia entre la vida y la contemplación, y de Mann en cuya obra ese contraste tiene un aspecto más doloroso (...)”

“El arte era para mí el fruto de la enfermedad, la debilidad, la decadencia; los artistas, por así decirlo, no me gustaban, personalmente yo prefería al mundo y a la gente de acción. Estas fobias, a mi edad, eran apasionadas, yo tenía entonces veinticinco años, que es cuando todavía no se ha renunciado a la belleza. El mundo artístico me atraía por su libertad y su resplandor, pero me repudiaba  física y moralmente”

En “Aventuras” hay dos personajes nada más: el protagonista y el Negro. Es un relato fantástico sobre la naturaleza y la forma del encierro y del miedo, pero lo es más bien como un acontecimiento exterior, como unas aventuras cuyas variaciones son mecánicas y automáticas, y ajenas a los fenómenos psíquicos y a las concepciones morales.

En el mes de septiembre de 1930 cuando el protagonista navegaba rumbo a El Cairo se cayó en las aguas del Mediterráneo. Advirtieron su caída pero el barco ya se había alejado un kilómetro, el capitán se puso muy nervioso y ordenó un regreso a toda marcha, tanta que cuando el gigante llegó donde estaba el protagonista no se pudo detener.

El navío volvió a dar la vuelta pero otra vez lo volvió a pasar como un tren a toda velocidad, esta maniobra se repitió diez veces hasta que un yate privado se acercó y lo recogió, mientras el otro barco retomaba tranquilamente su ruta. Por casualidad descubrió que el capitán del yate  tenía el rostro y los pies blancos pero era negro. El capitán se puso furioso, lo hizo atar, lo encerró en un camarote y empezó a alimentar un odio ilimitado.

Era la única persona en el mundo que había descubierto su secreto: era un negro blanco. Durante los ocho meses siguientes navegó sin parar y se deleitó con el poder absoluto que le proporcionaba el tenerlo encerrado en un camarote oscuro. Un día, finalmente, lo condujo al puente del yate y el protagonista se preparó para morir. Fue colocado en el interior de un recipiente de cristal en forma de huevo, podía mover los brazos y las piernas pero no cambiar de posición.

El Negro le enseñó el mapa del océano Atlántico y señaló la ubicación del yate, estaban en el centro del mar, entre España y México. En esa zona marítima las corrientes eran circulares, si algo caía al agua, al cabo de un tiempo, después de un viaje de circunvalación, volvería a pasar por el mismo lugar.

Lo equiparon con tres mil comprimidos de caldo que le alcanzaban para vivir diez años, con un pequeño instrumento para destilar agua, y lo tiraron al océano. Como las paredes del huevo eran de cristal observaba todo lo que pasaba en el exterior. Bajo la superficie del mar había una calma verdosa, pero arriba el mar estaba muy agitado, finalmente estalló una tormenta y se levantaron olas gigantescas.

El Negro lo siguió un par de semanas, después se empezó a aburrir y tomó otro rumbo. Tenía ganas de aullar pero se puso a cantar ya que el desencadenamiento de los elementos marítimos lo predisponía al canto. Un barco francés lo atropello, rompió el cristal del huevo y lo rescató, habían pasado unos años desde que el Negro lo tirara al océano.

Cuando desembarcó en Valparaíso se escondió, estaba convencido de que el Negro lo había seguido, había disfrutado mucho de él y no iba a renunciar a ese placer. El protagonista atravesó el mundo huyendo, finalmente le pareció que el lugar más seguro era Islandia, pero ya en el puerto apareció el Negro, lo atrapó y lo condujo al yate. Después de largos meses de prisión sofocante pudo respirar nuevamente el fresco del aire marítimo en el puente de popa.

Vio una enorme bola de acero cuya forma recordaba a la de un obús, abrieron una portezuela lateral y lo arrojaron a su interior donde había un pequeño saloncito. Se encontraban en el Pacífico, en el punto del abismo oceánico más profundo del mundo. El Negro tenía curiosidad por saber qué existiría en el fondo del mar al que vería con su imaginación adivinando lo que estaría mirando el protagonista moribundo.

El peso de la bola de acero fue mal calculado y cuando la tiraron al agua no se hundió, entonces el Negro ordenó que le engancharan un ancla pesada, el protagonista fue arrojado al mar y comenzó a descender. Al final de un viaje de dos horas sintió una ligera sacudida, había tocado fondo. Pasó el tiempo y no pudiendo resistir más, comenzó a dar golpes en todas las direcciones.

Aquella locura estéril provocó seguramente algún movimiento en el exterior, y la cadena arruinada por la herrumbre se rompió, el hecho es que la bola empezó a ascender aumentando a cada minuto su velocidad saliendo disparada como un proyectil a un kilómetro de altura sobre la superficie del mar. El obús fue abierto por la tripulación de un barco mercante, el Negro había desaparecido.

Hicieron escala en el puerto de Pernambuco desde donde el protagonista partió para Polonia. En ese mismo período un gigantesco bólido había caído sobre el mar Caspio y las aguas se evaporaron en un instante. Las nubes cubrieron la tierra amenazando con producir un segundo diluvio universal. Finalmente alguien tuvo la idea de perforar una nube que se encontraba encima del lecho del mar Caspio en la parte más ventruda y la nube empezó a desaguar.

Cuando se vació por completo otras nubes ocuparon su lugar y, mecánicamente, el forma automática entregaron el agua y reconstituyeron el mar. En su casa de campo de Polonia, descansaba y se entretenía para pasar el tiempo. El Negro había desaparecido, el otoño se acercaba. Por mera diversión empezó a construir un globo aerostático tipo Montgolfier.

Una mañana, después que lo tuvo terminado, encendió la llama de la lámpara y empezó a ascender. Voló sobre el bosque y sobre el río, desde abajo la población lanzaba gritos jubilosos, cuando llegó a una altura e cincuenta metros apagó la mecha y empezó a descender. Aterrizó en un patio en el que lo recibieron con risas y bravos. Interrumpieron la merienda y lo invitaron a tomar café, queso y pastelillos.

El protagonista les propuso que uno de ellos podía subir a la cesta y volvió a encender la llama. La pasajera que subió le proporcionaba una alegría íntima mucho mayor que el globo mismo. Por primera vez en la vida sentía que estaba perdiendo el juicio mientras ella lo escuchaba con atención. A pesar de que es bien sabido que las mujeres aman lo novelesco, no se atrevió a contarle nada de sus aventuras con el Negro...

Llegó el día del cambio de anillos... Luego empezó a acercarse también el día de la boda. Pero una semana antes de la fecha de casamiento, cuando se sentía penetrado por el secreto y el escalofrío jubiloso prenupcial, se le ocurrió hacer un paseo en globo durante un día de tormenta. La tormenta fue tan grande que lo arrastró con fuerza diabólica, y después de varias horas, al levantarse el telón del alba, vio que debajo de él se agitaban las olas del Mar Amarillo.

Se despidió por dentro de los abedules y de los ojos de su amada y se abrió dócilmente a las pagodas contrahechas, a los bonzos y a las divinidades extrañas. Cuando descendió de la cesta se le acercó gritando un chino leproso. Tocó con sus manos la piel pustulosa y lo condujo hacia unas cabañas miserables que se veían a lo lejos.

Todos los habitantes de la aldea eran leprosos, pero a pesar de su condición aquellas personas no tenían nada que ver ni con la modestia ni con la humildad. El protagonista se alejó al instante de aquel pueblo pero la chusma lo seguía a cierta distancia. Los amenazó con los puños en alto y desaparecieron, pero un momento después lo volvieron a seguir.

La isla donde había caído ocupaba poco más de unos quince kilómetros cuadrados, estaba desierta y buena parte de ella era boscosa. El protagonista caminaba acelerando el paso pues sentía detrás de él la presencia de aquellos monstruos anhelantes. No sabiendo bien que hacer se internó en la espesura de la selva pero ellos le pisaban los talones.

No podía comprender qué es lo que quería esa chusma roñosa, tenía la misma sensación que se apodera de las mujeres cuando los vagabundos maleducados las importunan en la calle, primero persiguiéndolas y después permitiéndose bromas de mal gusto y palabras soeces, hasta que las pobres se veían obligadas a huir con la cabeza baja.

Si bien ignoraba la causa de la excitación de esos leprosos, eran evidentes sus demostraciones de obscenidad, de impudicia y de lascivia, tanto en los monstruos machos con su dura brutalidad, como en las monstruosas hembras con su diversión maliciosa que no podía significar otra cosa que inocencia o inmadurez. El protagonista hubiese aceptado la lepra, pero la lepra y el erotismo a la vez, no. Estaba enloquecido y empezó a huir, se escondió en la fronda de un árbol con un garrote en la mano dispuesto a romperle la cabeza al primero que se acercara.

Durante dos meses llevó en la isla una vida de mono escondiéndose en la cima de los árboles. Finalmente, por azar, descubrió unas cuantas botellas de petróleo provenientes, posiblemente, de algún naufragio. Logró inflar nuevamente el globo y levantar vuelo. Se preguntaba qué podía hacer cuando volviera a ver los abedules y los ojos de la mujer amada. No, no le era posible volver, tenía que abandonar todo aquello que ya lo había abandonado a él.

“Por otra parte nuevas aventuras reclamaron muy pronto mi atención. Recuerdo que en 1918 fui yo, yo solo, quien rompió el frente alemán. Como es de todos sabido, las trincheras llegaban hasta el mar. Se trataba de un verdadero sistema de canales profundos que tenían una longitud de hasta quinientos kilómetros (....)”

“Sólo a mí se me ocurrió la sencilla idea de inundar los canales. Una noche trabajé a escondidas, cavé un foso que comunicó los canales con el mar. Al penetrar ininterrumpidamente, el agua inundó las trincheras y corrió por toda la línea del frente. Con gran estupor los aliados vieron a los alemanes, empapados hasta los huesos, saltar fuera de las fosas enloquecidos de pánico, cuando despuntaban las primeras luces de un amanecer brumoso”

ver La identificación de los apodos y de la actividad

Juan Carlos Gómez

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