“Qué boludez la de ese pelotudo, pero será posible que al Quilombo nuestro lo llame Mariano... y por qué no Mariano Betelú así como lo estila el pobre Magariños que aún al Asno lo denomina Jorge Di Paola. ¿No querés Marlon rendirte a la gracia de estos nombres por mí creados y lo único que sabes es repetir ‘El Rana’ (Jorge Di Paola) hasta el cansancio?”
“En verdad, cuando lo veía llegar con su estampa de antipático profesional, de haber sido ello posible, mi primer deseo hubiera sido desaparecer, no por el insensato temor conejil que me atribuía, sino por liberarme de la presencia de su presuntuosa y presunta superioridad, que me producía, no temor, sino algo muy distinto: aburrimiento (...)”
“La pedantería siempre me ha resultado insoportable: era bastante sintomática su preferencia por la inmadurez juvenil, no del todo desprovista de cierto matiz pederástico”
Esta manifestación pederástica de González Lanuza podría estar dictada en parte por la antipatía que le tenía a Gombrowicz, pero también existen declaraciones similares de aquellos que le tenían simpatía.
El Niño Ruso fue el único escritor que se interesó verdaderamente por las cartas que Gombrowicz le había escrito a Flor de Quilombo y que yo mandaba a los escritores gombrowiczidas. Los comentarios que me hacía sobre esta correspondencia eran amenísimos e inteligentes.
“¿Cuál era la verdadera relación entre Gombrowicz y Flor? En una carta que me enviaste, de las que Gombrowicz le escribió a Flor, parecería que Flor, cuando conoció al polaco, se le acercó demasiado físicamente, y el escritor no le correspondió explicándole que una aventura sexual no le interesaba porque eso arruinaría una amistad. Pero estas cartas últimas (la ‘Milagrosa’ y la ‘Confirmación’) parecen matrimoniales. Y tú lo sabías, por eso lo incitaste a proponerle una vida en común con Flor”
El mismo Flor de Quilombo pone al descubierto el carácter un tanto dudoso de sus relacionas amistosas con Gombrowicz cuando le pide unos pesos para cubrir unos gastos.
“Viejo, es que vos sos para mí como un padre espiritual y yo no se lo podría pedir a nadie más. Sos como un padre potencial; –Mira Flor, esto es el colmo del descaro (...) Es curioso que yo, diríamos un impotente, me transforme en un padre potencial, además de no haber tenido, y esto sea dicho con el mayor respeto, el placer con tu mamá (...) Viejo, ¿te das cuenta de las estupideces que hablamos? Por supuesto que existe un culpable....”
También circulaban a una gran velocidad sus relaciones con las nínfulas que en aquel tiempo se empezaron a llamar lolitas.
Hay dos lolitas de Gombrowicz que se hicieron famosas, la lolita Crisamor de Tandil, y la lolita Lolaluca de Buenos Aires. Gombrowicz le pedía a Flor de Quilombo que le mostrara las cartas de las novias para hacer estudios psicológicos sobre el estilo y la forma, se detenía especialmente en las de Crisamor: –Pero, ¿no te das cuenta que son cartas de amor?, está mortalmente enamorada de vos. Es muy joven, sé responsable, presta atención, puede suicidarse.
La madre de Crisamor lo veía a Quilombo con desconfianza pero su hija no le obedecía. Un día Gombrowicz se decide y le escribe una carta a Crismaor: –Crisamor de mi corazón... La madre descubrió la carta, se lo cuenta a un hermano y el tío de Crisamor se lo cuenta al padre de Mariano.
¿Quién es ese hombre tan raro que trastorna la cabeza de tu hijo y molesta a mi sobrina? Se estaba haciendo la fama de un corruptor de la juventud. Para colmo, un polaco de Tandil había leído “Transatlántico”: –¿No sabés con qué degenerado anda tu hijo?
Crisamor parecía salida de “Ferdydurke”, le escribía a Gombrowicz cartas alocadas y magníficas. Su humor de prima donna, con gorjeos auténticos, pescaba al vuelo el tono de las idas y vueltas de los jóvenes comediantes de Tandil.
La otra lolita, Lolaluca, lo veía a Gombrowicz en el Querandí: –Sos un viejo vanidoso, además muy egoísta y también egocéntrico... Esta lolita se hizo famosa por una foto que aparece en todos los libros de testimonios en la que Gombrowicz se arroja sobre ella en un sofá con la actitud de un viejo verde violador.
Pero Gombrowicz también tenía tiempo para ocuparse de cosas más serias, especialmente las relacionadas con el dibujo.
“Estudié tu dibujo. Me satisface en tal que dramático y plástico, tenso y tropical, y poético –en este sentido está bien. Ahora, creo que hay fallas de técnica, por ejemplo, falla la perspectiva entre el cielo y la tierra, pero en esto no soy conocedor. El cuculeito me resulta una vez satisfactorio y otras veces me gustaría verlo más concreto, no como un ‘signo’ casi abstracto –¿quién sabe? El error tuyo consiste en representar la niña desnuda, lo que va contra el espíritu del texto –la pareja tiene que estar vestida y convencional. Miré otra vez y me pareció muy bien así como está.. Ya no sé nada”
No es éste un dibujo que Quilombo hubiera hecho de la cabeza de Gombrowicz, era uno que había hecho para “Pornografía”.
Tenía que ponerle límites a la voracidad que se le despertaba a Flor de Quilombo cuando pensaba en el dinero.
“Así que, Quilombo, ¿ya te consideras un Rembrandt acabado? Comprenderás, sin embargo, que el dibujo por más apocalíptico que sea (lo reconozco) debe forzosamente tener defectos propios a tu temprana edad y, por lo tanto, yo, aunque lo confieso, no sé gran cosa de este arte que me parece tristemente físico, repito, no puedo elogiarte así nomás sin tomar en cuenta que el dibujo debe tener sus fallas debido sólo a tu edad. Puede ser que te permita ilustrar algo mío, veremos. En lo que se refiere a las publicaciones en Preuves y Swiat, paciencia, niño, paciencia. Mandame más dibujos, si los tienes. Y sacate de la cabeza que me vas a manguear un día como yo lo hacía con el inolvidable Karol Szymanowski, porque carezco de medios”
“Observe Goma lo que es el poder del verbo. Al leer el párrafo de su última dedicado a Flor de Quilombo comprendí enseguida, de repente y con claridad meridiana que no hay motivo para que yo me quedara en Europa, pues París es demasiado caro y además me cansa, otras ciudades no interesan, ahora si me voy a España puedo lo mismo volver a la Patria y no se ve de veras por qué tuviese yo que estar en España y no en la Argentina (..) Así que de todos modos pienso establecerme en la Argentina. Imagínese Goma lo que hizo su carta, curioso no es cierto, le doy mi palabra que hasta este momento ni pensaba volver, escribí últimamente a Giedroyc para que me busquen alojamiento para el año próximo en Maisons Laffitte (París). Pero qué voy a hacer yo en esta Europa de mierda que se me ofrece como un vacío infinito donde todos los lugares son buenos –y malos– a la vez (...)”
“Por lo tanto le propongo que tomemos junto con Flor de Quilombo, por ejemplo, una casita o un departamento más cómodo donde haremos una vida divertida y dedicada a las artes. Usted gana bastante plata como para poder organizarlo bien junto con recursos míos, claro, le saldrá un poco más caro, pero puede compensarlo eligiendo como proyecto fundamental el mal vestir, lo que al fin y al cabo da lo mismo que el bien vestir. De tal modo usted en vez de gastar tontamente su plata en lo de Dott (tienda elegante que estaba de moda) iniciará un período nuevo de vida y bastante divertido”
La idea de compartir con Gombrowicz y con Quilombo una casa me trajo muchos dolores de cabeza. En principio, ni en mis sueños más atrevidos yo me imaginaba abandonando la comodidad de la casa de mis padres en la que, según la opinión inveterada de mi hermana, yo era el hijo preferido.
No tenía nada de qué preocuparme, trabajaba, tenía un buen empleo, ganaba bastante plata y llevaba una vida de dandy metafísico. Sin embargo, eso de vivir con un escritor que se estaba volviendo famoso, que tenía el reconocimiento de la Europa civilizada, que era extravagante, libre, payaso y genio, no era cosa que se me iba a presentar todos los días. Pero Gombrowicz era homosexual y yo, en esa materia, como él en los asuntos del dinero, era mortalmente serio. Como si esto fuera poco no me resultaba para nada clara la naturaleza de la relación que tenía con Quilombo.
No era ningún idiota, pero en presencia de Gombrowicz representaba el papel de un perfecto idiota inmaduro y esclavo, a tal punto que la relación tan intensa que tenía con el polaco sólo era explicable, en apariencia, por un tipo de atracción ‘non sancta’.
Con el tiempo fui encontrando la llave para entrar, hasta cierto punto, en ese misterio, se puede decir que cuando escribí los “Monjecitos medievales” tenía la mitad del camino hecho. Para mí, Quilombo era un animal extraño al que no sabía cómo abordar en las cartas que le escribía a Gombrowicz, de ahí el lenguaje sofisticado y abstruso de algunos pasajes en los que me refiero a él y que Gombrowicz cita, de ahí también mi obsesión por borrarle los contornos.
No sabía cómo abordarlo cuando le hablaba de él a Gombrowicz, sí sabía cuando le hablaba a los demás o a él mismo, lo trataba como a un chico. No sé, quizás el Altísimo en su infinita sabiduría frustró el proyecto de vida en común entre nosotros para protegernos a los tres.
“Viejo, no te hagás el santo, no gimas por tu reputación en Tandilu y en otras partes, es verdad que tenés la conciencia limpia pero esto se debe a mi aguante extraordinario, porque vos en Tandilu, siendo jovencito en la colimba no estabas del todo contrario que digamos a ciertas hm... hm... experiencias y bien me recuerdo que una vez en la confitería del León de Francia cuando estábamos con amigotes tomando grapa (yo pagaba) vos movido por una curiosidad juvenil me tocabas la pierna con la tuya, así no más, por casualidad, aprovechando el ambiente báquico (grapa) (...)”
“Pero yo lo aguanté heroicamente para salvar nuestra amistad porque mi larga experiencia me ha enseñado que no hay que mezclar amistad y amor. Si no fuera por mi aguante estoico y ascético hoy no tendrías conciencia tan limpia porque no te faltaban las ganas por lo menos para ver cómo es eso y qué pasará, así que no vengas ahora luciéndote con tu santidad inmaculada (...)”
“Hoy te lo puedo decir porque nos separa el Atlántico y no hay peligro inmediato, y te lo escribo al final de la carta para que lo puedas cortar con la tijera. Viejo, me admiro a mí mismo sobre todo tomando en cuenta los gastos y la plata invertida y tanto más que vos, con tu amor y admiración que me tenés, te resultaría imposible negarme ciertos sacrificios, pero ya ves que lo aguanté todo”
¿Y si no los separara el Atlántico?, ¿y si Gombrowicz se hubiera cansado de aguantar? Menos mal, si por imaginármelo acostado con un marinero a través de los relatos que me hacía la encargada de la casa de Venezuela, por imaginármelo nada más, se armó la de Dios es Cristo con la carta que le escribí sobre la inmundicia y la homosexualidad, ni quiero pensar lo que podría haber pasado si hubiéramos vivido juntos.
“Gómez es un grandísimo imbécil. Se asustó de su carta y pronto me mandó otra más pacífica. ¿Por qué todos ustedes no piden un empleo en Gath y Chaves?”
Confundido por este dilema hamletiano, un acontecimiento familiar imprevisto y penoso me ayudó a aclarar el panorama. Mi hermana se divorció y se vino a vivir a la casa paterna con una hija pequeña.
Tengo que huir, pensé, tengo que irme de la casa de papá y mamá y, de la misma manera que Gombrowicz pensó que para irse a vivir a España era mejor volver a la Argentina, yo pensé que para irme a vivir solo era mejor vivir con Gombrowicz y con Flor de Quilombo. Este pensamiento, este salto al vacío, a lo desconocido, me empezó a agobiar porque, si bien es cierto que siempre me podía escapar de ellos para ir a vivir solo, el primer paso era muy importante.
Otra cosa que me mareaba completamente era la elección del lugar que estaba haciendo Gombrowicz: extra muros, aquí, allá... no podía ser, yo trabajaba en el centro de Buenos Aires. El proyecto de vida en común fracasó porque Gombrowicz no regresó a la Argentina, y yo me fui a vivir al Barrio Norte.
Gombrowicz realiza una gran maniobra con su vida para transformar su se-xualidad en erotismo y atenuar su vergüenza. Esta mutación es real, se refiere a las relaciones que tuvo con Flor de Quilombo.
“Y, por otra parte, para sopesar toda la generosa magnificencia de semejante disposición de la naturaleza, hay que comprender que nadie decide sobre su propio atractivo, que esto es exclusivamente una cues-tión del paladar ajeno (...)”
“De modo que si yo era atractivo para él, pues lo era y basta... lo era porque poseía la técnica, un estilo, un nivel, unos horizontes, un género en los que él, con sus años, no podía ni soñar, porque había escrito obras que lo habían deslumbrado, porque con cada acento, mueca, broma, juego, lo introducía en una superioridad hasta entonces jamás vista ni oída por él. (...)”
“Yo adoraba en él la frescura y la naturalidad, y é1 en mí lo que yo había hecho de mí, lo que había llegado a ser en el camino de mi desarrollo; y, cuanto más cerca estaba yo de la muerte, tanto más é1 me adoraba (...)”
Y aquí Gombrowicz, como tantas otras veces, echa mano a sus inagotables dotes de alquimista.
Le vende el alma al diablo para volverse joven, organiza un trueque entre la existencia del adulto y la vida del joven y encuentra el elixir de la juventud, transmuta un adulto en joven, transmuta un joven en adulto, de lo que saca la siguiente conclusión: existen dos clases distintas de existencia humana, y ambas se desean mutuamente.
Reemplacé joven por Flor, y adulto por Gombrowicz, y para no ser menos que él yo también saqué mi propia conclusión: todos los trueques y mutaciones entre ellos tuvieron lugar en la región del erotismo poético y no del sexo.
El martes 10 de junio de 1997 nos íbamos a encontrar en mi casa para intercambiarnos las copias de todas las cartas que nos había escrito, al mediodía me pidió que postergáramos el encuentro para el jueves, y a la tarde tuvo un accidente cerebro vascular.
Internado en terapia intensiva once días, murió el 20 de junio. Eximio dibujante, soñó y se obsesionó con Gombrowicz, lo penetró, lo vio por dentro, hoy sus dibujos ilustran libros y exposiciones en todo el mundo.
Esas cartas llegaron a mis manos un año después de su muerte, me las entregó su viuda en le Embajada de Polonia. |