Gombrowiczidas 

Witold Gombrowicz y María Paczowska
Juan Carlos Gómez

Gombrowicz estaba enfermo y no podía escribir los textos que le pedía Dominique de Roux para Cahier de l’Herne. 

“¡Mísero de mí! Estoy en cama. Lumbago (...) Le aconsejo, Dominique, que no vaya en coche con Sandauer; es un pésimo conductor (...) Desgraciadamente no puedo hacer nada por el momento. Dentro de unos días me propongo elegir para usted un texto de igual longitud que ‘Dante’. Hitler es demasiado breve, son apenas dos páginas del ‘Diario’. Por consiguiente, existen dos posibilidades. Se pueden utilizar fragmentos relativos a la muerte de un perro, la mirada de una vaca y la insolente afirmación de que el hipismo es una cosa horrible, así como una agonía de escarabajos, y un párrafo bastante violento en favor de la eutanasia (...)” 

“En general, se trata de fragmentos que han despertado el interés de los lectores del segundo volumen del ‘Diario’. Mi amiga María Paczowska, a quien usted conoce, me dice que estos textos son de lo mejor que he escrito. Si no, podría fabricar un texto para usted contra la cultura y la ciencia. Ya conoce mi opinión de que en la actualidad el artista se ha dejado dominar por la ciencia. Se podrían añadir las dos páginas sobre Hitler (...)”

Ni Gombrowicz ni su amiga dicen nada sobre la agonía de la hija de Simón, no sé por qué, es un texto que se merece las mismas consideraciones elogiosas que María Pacowska le ha dispensado a los otros. Estos fragmentos de los diarios tienen pues, en la opinión de los lectores de aquel entonces y de María Pacowska, la unidad que le da a las cosas el interés que despiertan y su jerarquía.

La tesis de Gombrowicz es que Hitler se armó de una enorme audacia para alcanzar el límite del terror, y creció con el miedo ajeno. Aplicó el principio de que ganaría el que tuviera menos miedo, y que el secreto del poder consiste en dar un paso más, en aterrorizar al otro y aplastar-lo, tanto que el otro sea una persona o una nación; ese paso más frente al que los demás exclaman: no lo doy. 

Quiso que una vida extremadamente cruel fuera la prueba definitiva de su capacidad de vivir, y quiso también alcanzar la heroicidad luchando contra su propio miedo. Se prohibió la debilidad y se cortó la retirada, una estrategia absolutamente contraria a las tácticas que utilizaba Gombrowicz. Es muy útil descomponer el ascenso de la forma desde la persona hasta la historia, siguiendo el camino de Hitler, pero ésta es harina de otro costal.

A parte del placer que le producía, Gombrowicz encontraba en la música una estructura espiritual que se correspondía profundamente con el arte de composición literaria que ponía en práctica en todas sus obras. También tenía recetas: al drama debe seguir la comicidad, a la profundidad lo trivial..., y viceversa...Los diarios que escribe en las postrimerías del año 1961 tienen dos pasajes de género ligero. 

En el primero caracteriza la lucha entre la ciencia y el arte haciéndole crecer a un hombre una segunda cabeza en el trasero mediante un procedimiento científico. Más ligero es aún el tono del segundo pasaje en el que, para llamar le atención y entretenerse, monta un número teatral con el Beduino encima de un colectivo. En forma contigua y en medio de estos dos pasajes cómicos y un tanto ligeros, los diarios de Gombrowicz registran la más conmovedora aproximación literaria al dolor. 

“Digan lo que digan, existe en toda la extensión del Universo, a lo largo de todo el espacio del Ser, un solo y único elemento horrible, espantoso e inaceptable, una sola y única cosa que está verdadera y absolutamente en contra de nosotros y es totalmente aniquiladora: el dolor. Del dolor, y de ninguna otra cosa, depende la entera dinámica de la existencia. Eliminado el dolor, el mundo pasa a ser un asunto de absoluta indiferencia”

María Paczowska y Witold Gombrowicz

Maria Paczowska, Rita y Witold Gombrowicz

Es un pasaje de los diarios de 1966. Es el año de la nostalgia y la melancolía por la Argentina, del infierno, de la muerte y del dolor en las páginas que escribe sobre Dante. Un lustro antes había intentado atrapar literariamente al dolor en algunas páginas del “Diario”.

“¡Hola! ¿Qué haces aquí tan temprano Simón? ¡Siéntate!; –¿Cómo estás?, Simón se sienta y los labios le empiezan a temblar; –¿Qué pasa?; –Una tina de agua hirviendo cayó sobre mi pequeña hija, hace horas que está en el hospital y todavía no terminó, disculpa; –¡Pero no, no es nada! ¡Al contrario, es natural...!”

La quemadura de la niña empezó a quemar a Gombrowicz, hasta que hizo una mueca de dolor: –¿Y si diéramos un paseo? Salieron a la calle y empezaron a caminar. Mientras en ellos persistía esa cosa mala quemada, las casas, las calles y el ruido los estaban llamando. Era una carrera contra el tiempo, pensaba Gombrowicz, la hija no podía estar muriéndose eternamente, eso se tenía que terminar de una u otra manera y Simón lo dejaría en paz.

Mientras caminaban vieron un vendedor de frutas: –Manzanas, por favor; –¿Quiere un kilo?; –A este señor le ha pasado una desgracia, tiene una hijita de cuatro años que se está muriendo; –¿Qué dice usted? ¡Qué desgracia!. Gombrowicz estaba perturbado: –¡Quédese con sus manzanas, al diablo con ellas! Y se echó a andar como poseído por el demonio, Simón y su hijita iban detrás. Con el secreto traicionado empezaron a marchar.

Las calles, las casas y los ruidos, y ellos caminaban, pero el grito dirigido al vendedor de frutas que había hecho público el horror de la hijita quemada, también caminaba con ellos. El ladrido de un perro se había mezclado con ese grito, y el grito se había animalizado. 

Juntos caminaban ahora con esa bestia al lado, calles, casas y ruidos, caminaban por Florida hendiendo el gentío a empujones. Un señor se acerca y les pregunta en forma cortés por la calle Corrientes. Ni Simón ni Gombrowicz le contestan, es una negación bajo un sol claro, que resulta oscura, negra y sorda.

Y caminaban como poseídos por la furia, un grito llegado de no se sabe donde se unió al grito de Gombrowicz, resucitó el ladrido del perro, esa bestia daba otra vez unas señales de vida para las que no tenían respuesta. Gombrowicz no sabía lo que le pasaba por dentro a Simón, y Simón tampoco sabía lo que le pasaba a él. Se terminó la calle Florida y apareció la plaza San Martín como servida en una fuente. No podían retroceder ni quedarse en la plaza pues caminaban como si se dirigieran a algún destino, caminaron hasta que se agotó el caminar. 

Cuando se detuvieron un papel crujió entre sus pies movido por el viento. Simón retuvo el papel con la punta del zapato y la mirada clavada en el suelo; el papel crujía. 

Ese crujido era como el de la bestia que ya conocían, pero surgía de abajo, de lo más profundo, de un objeto inanimado. Gombrowicz empezó a sentir miedo, no creía en el diablo y Simón era incapaz de matar a una mosca, ... pero... Ese monstruo nacido de un grito humano, del ladrido de un perro y del crujido de un papel se asociaban con la pobre hijita de Simón. Gombrowicz sintió una profunda desconfianza y pensó en escaparse. Calculó que si empezaba a caminar rápidamente podía alejarse de Simón. Apareció un silencio igual al que había aparecido con la pregunta por la calle Corrientes, entonces, Gombrowicz se marchó.

Caminaba hacia la estación para perderse en ella, llega a la ventanilla: –¿A dónde va?; –A Tigre. Pero detrás de él sintió la voz de Simón: –A Tigre. Gombrowicz huía y Simón lo perseguía. Gombrowicz no se hubiera preocupado demasiado si no hubiese sido por cierto detalle escabroso, por la existencia de ese reptil que se oculta en el seno tenebroso de la existencia: el dolor. Le importaría todo un comino si no doliera, pero ya está informado del dolor de la pequeña niña de Simón, esa niña quemada y animalizada por el grito, el ladrido y el crujido de un papel. 

Llegó el tren y se subieron. Avanzaban hacia Tigre, pero, ¿por qué hacia Tigre?, iban a Tigre sin ninguna razón, raptados por el tren, pero...¿el tigre no es un animal? 

Simón se movió en medio de la gente, Gombrowicz intentó darse a la fuga pero se hundió en un cuerpo mullido. 

Era un gordo, se estaba bien en él, era un lugar silencioso a cien millas de aquel otro problema que quemaba. De pronto un golpe terrible le fue asestado desde abajo. Lo que hubiera sido lo había agarrado descuidado hasta casi morderlo. ¿Sería el animal?, con la cabeza escondida Gombrowicz esperaba el salto. De pronto sintió unas cosquillas en la nuca. ¿Sería el gordo, Simón, un marica? No se hacía ilusiones:

“(...) sabía bien que la falta de relación entre aquel cosquilleo y el Animal era precisamente la garantía de su combinación infernal, de su complot, de su acuerdo –y esperaba el momento en que el Cosquilleo se aliara definitivamente con él, con el Animal, para clavarse, como un puñal, en un grito desconocido, todavía inconcebible, hasta ahora no lanzado”

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Juan Carlos Gómez

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