Gombrowiczidas |
Witold
Gombrowicz y Marcelina Antonina Kotkowska |
"En
el mismo año 1933, en que se publicó mi primer libro, murió mi padre.
Hacía meses que estaba enfermo, pero su empeoramiento se produjo en forma
repentina, de modo que sólo mi madre y yo asistimos a su muerte. Mis
hermanos no llegaron del campo hasta el día siguiente. Esa muerte me ha
dejado recuerdos bastantes vergonzosos. Cuando expiró, intenté abrazar a
mi madre para al menos de esta forma mostrarle mis sentimientos, pero el
gesto me salió con torpeza y en un abrir y cerrar de ojos me di cuenta de
toda mi miseria: era incapaz de tener unos sencillos reflejos humanos, de
mostrarme cordial, cariñoso, estaba paralizado por la forma, por el
estilo, por toda esa maldita manera de ser que me había creado... ¡resulta
pues que no había sido capaz de aportar un poco de calor a mi propia
madre en semejante momento! (...)" Una de las característica más señaladas de la sangre de los Kotkowski era su propensión a la locura, sin embargo, o por esa misma razón, los primeros aliados incondicionales que tuvo Gombrowicz fueron su madre y su abuela materna, Aniela Kotkowska. A lo largo de los años Aniela siempre tomó partido por Gombrowicz. La abuela habitaba una casa grande y bastante aislada en Bodzechów. Un hijo demente que vivía con ella, por las noches se animaba con cantos terribles para combatir el miedo, estos cantos se convertían en unos aullidos que le ponían los pelos de punta a cualquiera que no estuviera acostumbrado. |
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Marcelina Antonina Kotkowska |
Aniela tomó enseguida partido por Gombrowicz mientras miraba de reojo al padre: –Ah, en ese caso, hija, si vas al teatro con el señorito, es otra cosa. El
padre se puso inmediatamente en contra, no era capaz de tolerar una
democracia llevada a tal extremo, y cuando Marysia se retiró lo reprendió
severamente: –Tu conducta desmoraliza a la servidumbre: –No entiendo,
Marysia tiene sus horas libres, y durante esas horas libres deja de ser
sirvienta. No entiendo realmente por qué no puedo ir al teatro con una
sirvienta, ¿qué hay de malo en ello? Las madres son las primeras que nos dan afecto y son las primeras que nos enseñan a querer, algo debió pasar entonces entre Marcelina Antonina Kotkowska y Witold Gombrowicz para que después de sesenta años de nacido la siguiera sintiendo como la fuente de su irrealidad. Las
discusiones que Gombrowicz mantenía con su madre lo iniciaron en las
burlas a unos principios morales y a un estilo demasiado rígidos. La
nobleza terrateniente vivía una vida fácil y no conocía la lucha
esencial por la existencia y sus valores. Jan Onufry, su padre, sólo muy
de vez en cuando se daba cuenta de lo anormal de su situación social,
para él un lacayo era algo absolutamente natural, se comportaba con los
sirvientes como un señor, relajadamente, con gran desenvoltura.
Con el material satírico que sacaba de las reuniones de la madre escuchando detrás de las puertas más algunas otras ocurrencias ajusta las cuentas con su familia y con su clase social provocando un verdadero descalabro en el final de "Ferdydurke", su primera novela. De
la combinación de los Gombrowicz con los Kotkowski resultó una familia
que empezó a decaer. La sangre enfermiza de los Kotkowski y el orgullo
impenetrable de los Gombrowicz ejercieron una influencia muy importante en
Witold. "Pero
el hecho de no querer ser lo que era, de no reconocerse a sí misma,
terminó vengándose de ella, porque nosotros, sus hijos, le declaramos la
guerra. Nos enervaba. Provocaba (...)" La sexualidad de Gombrowicz se fue formando entonces un poco frente a esa pureza inocente de la madre y otro poco frente a la sangre enfermiza de los Kotkowski. En
el año del centenario yo estaba en el Centro Cultural Borges tomando un
café con el Pequeño K y con el Pato Criollo hojeando un calendario muy
bonito editado por los polacos para la ocasión. Cuando el Pequeño K señaló que al presentarlo de esa manera la madre había sellado el destino sexual del pequeño Witold, el Pato Criollo contestó que a muchos niños de buenas familias de esa época los vestían de esa manera: –¿Sí, a ver, dame un ejemplo?; –Oscar Wilde sin ir más lejos. Gombrowicz
lleva el componente de pureza inocente que tenía Marcelina Antonina a un
extremo paroxístico convirtiéndolo en virginidad en una de sus obras. De
una pequeña particularidad puramente corporal nace el inmenso mar del
idealismo y de los milagros, en evidente contraste con nuestra triste
realidad. Los hombres habían perdido el Paraíso al probar del fruto del
árbol del conocimiento tentados por Satanás. Le suplicaron entonces al
Todopoderoso que les concediera un poco del candor y de la inocencia
perdidos. Dios se apiadó de ellos y creó la virgen, el recipiente de la
inocencia, la selló y la envió a vivir entre los hombres que sintieron
de inmediato una nostálgica languidez. Las casadas eran una pura patraña,
una botella abierta y evaporada. Amelia, la madre de Waclaw, era cortés, sensible y espiritual, sencilla y de una rectitud ejemplar, unas virtudes parecidas a las de la madre de Gombrowicz. En ella regía el Dios católico, desprendido de la carne, un principio metafísico, incorpóreo y majestuoso que no podía atender las majaderías que tramaban los adultos con Henia y con Karol. Estaba subyugada con Fryderyk, ese ser terriblemente reconcentrado que no se dejaba engañar ni distraer por nada, un ser de una seriedad extrema. Pero
es justamente en la finca de Amelia donde tiene lugar la segunda caída de
Dios después del derrumbe de la misa que había ocurrido en la iglesia. Fryderyk era mal psicólogo pues tenía demasiada inteligencia y por lo tanto era capaz de imaginarse a doña Amelia en cualquier situación. La sospecha que flotaba en el aire era la de que esa mujer tan espiritual y guiada por los principios de Dios había prologado demasiado la lucha con Joziek revolcándose en el suelo de puro placer y, por accidente, se le había clavado el cuchillo. |
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Juan Carlos Gómez
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