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Gombrowiczidas

Witold Gombrowicz y la revolución
Juan Carlos Gómez

“Byron. Este revolucionario de antaño es envidiable. Tenía al menos algo concreto que destruir, tenía un enemigo definido, solemne, al que podía atacar. En nuestros tiempos la revolución ha penetrado en todo y ya nada resulta escandaloso. El escándalo se ha agotado. Pero las cartas de Byron son hay en día más ricas en dinamita que ‘Child Harold’ o ‘Él corsario’, que las obras concebidas como revolucionarias”

La realidad que el hombre va descubriendo poco a poco rompe los moldes y las teorías que la contuvieron durante un largo tiempo; los viejos barriles son reemplazos por otros, pero ni Einstein es tan distinto de Newton, ni Marx de Cristo, ni Sartre de Sócrates, para poner unos ejemplos. La realidad tiende a volverse teórica cuando está tranquila, pero cuando está intranquila produce revoluciones sociales como la francesa.

También da origen a reducciones del pensamiento como la antropológica de Feuerbach, la fenomenológica de Husserl y la sociológica de Marx. Gombrowicz formó su conciencia en el período más agitado del siglo XX y se vio obligado a reflexionar sobre concepciones tan amplias como lo son el existencialismo y el comunismo, pues esta dos concepciones juntas constituyen la verdadera introducción a nuestra época. 

Witold Gombrowicz y Jorge Rubén Vilela

La conciencia de las transformaciones que sufre el hombre por la acción de los otros es la razón por la que Gombrowicz ha ocupado un lugar especial en la literatura, la importancia que le ha dado a la forma tanto en la vida social como en la personal es el punto de partida de su psicología. “Creo también que mi sensibilidad respecto a la forma, me permitió más tarde hallar mi propio estilo literario (...)”

A partir de mi idea sobre la forma pude crear un género que va consiguiendo poco a poco derecho de ciudadanía en el mundo. Una cosa era cierta y yo me daba cuenta: mis primeras tentativas literarias manifestaban una fuerte oposición... oposición a todo... su tono era rebelde... Si entro en esta Cámara de los Lores, me decía, será como Byron, para sentarme en los bancos de la oposición”
George Gordon Byron, sexto lord Byron, poeta inglés, considerado uno de los escritores más versátiles e importantes del Romanticismo, ejerció una gran influencia entre los polacos. Sus maneras y modales le sirvieron para disimular su cojera, haciéndola parecer un caminar excéntrico a la vez que distinguido. Tuvo que soportar muchas burlas y rechazos por su deformidad, pero aprendió con el tiempo a defenderse.

Utilizó la máxima de que ‘cuando un miembro se debilita siempre hay otro que lo compensa’, una máxima que parece gombrowiczida. Byron describió la relación que vivió con su madre como una aventura de golpes y besos. La madre lo llamaba al pequeño cojo bribón o pequeño diablo, mientras él la llamaba la vieja o la viuda. Pese a esta relación de amor y de odio, su madre fue la única que lo entendió, según lo escribió el mismo Byron. 
Aprendió boxeo y esgrima, siendo un gran experto en ambas artes de lucha. Poco querido por los demás componentes de la nobleza a raíz de sus continuos amoríos y críticas feroces, fue insultado públicamente en la cámara de los Lores cuando defendió a los católicos. Pero a él realmente le importaba muy poco e incluso le gustaba que lo odiaran pues, en su opinión, también le temían. 

En la noche de bodas le dijo a su esposa: “Te arrepentirás de haberte casado con el diablo”. Los rumores sobre sus relaciones incestuosas con su hermanastra, sus poemas antipatrióticos, su acusación de sodomía y las dudas crecientes sobre su cordura provocaron su amargo ostracismo social. Amargado profundamente, Byron abandonó Inglaterra y nunca volvió. 
En Suiza estuvo viviendo algún tiempo junto a Percy Shelley, Mary Shelley y su médico personal, John William Polidori. En una tormentosa noche de verano se reunieron los cuatro en Villa Diodati, propiedad de Byron, y decidieron escribir relatos de terror dignos de aquella noche lúgubre. Inspirados ambos en la personalidad de Byron, Mary Shelley escribió “Frankenstein” y Polidori su relato “El Vampiro”. 

Goethe escribió, ante la noticia de su muerte: “Descansa en paz, amigo mío; tu corazón y tu vida han sido grandes y hermosos”. Su gran obra, “Don Juan”, fue uno de los más importantes poemas publicados en Inglaterra desde “El paraíso perdido” de John Milton. “Don Juan” influyó a nivel social, político, literario e ideológico en la Inglaterra de su tiempo. 
Sus personajes presentan un idealizado pero defectuoso carácter cuyos atributos incluyen: un gran talento, una gran exhibición de pasión, una aversión por la sociedad y por las instituciones sociales, una frustración por un amor imposible debido a los límites impuestos por la sociedad y la muerte, la rebeldía, el exilio, el pasado oscuro y un comportamiento autodestructivo. 

Admirado por Goethe, Edgar Allan Poe, Alejandro Pushkin, Víctor Hugo, Alejandro Dumas, Karl Marx... Lord Byron tuvo un particular magnetismo personal. Consiguió la reputación de no ser convencional, de ser excéntrico, polémico, ostentoso y controvertido. Muchos han atribuido sus capacidades extraordinarias a su depresión maníaca. Siempre fue ácido y cruel. 
George Gordon Byron se inclinó por los desheredados, los marginados, los miserables como los corsarios y los cosacos, y todo lo demás era hipocresía. Tuvo un gran afecto por la compañía de su perro: “Aquí reposan los restos de una criatura que fue bella sin vanidad, fuerte sin insolencia, valiente sin ferocidad y tuvo todas las virtudes del hombre y ninguno de sus defectos” 

La Argentina fue para Gombrowicz un gran campo de maniobras, en este lugar neutral, como si fuera la mesa de un café, intentó establecer los límites al problema de poner en claro si el par dialéctico de inmadurez y de forma, una intuición que planea sobre toda su obra, era una verdadera reducción ontológica del hombre o tan sólo una perogrullada o una tautología. 
Gombrowicz tiene algunos puntos de encuentro con Lord Byron: un gran talento, la rebeldía, el exilio, el pasado oscuro y un comportamiento autodestructivo. Como Lord Byron disponía de un particular magnetismo personal, consiguió la reputación de no ser convencional, de ser excéntrico, polémico y controvertido y tuvo un gran afecto por la compañía de su perro. 

Pero sus ideas sobre la forma lo apartaron de la poesía, aunque no de la de Shakesperae o la de Byron, sin embargo, sus encuentros con los poetas eran esporádicos y difíciles. Hacia el final de la vida de Gombrowiczse produjeron acontecimientos en Francia que repercutieron en el mundo entero. “Nadie previó la revolución de los estudiantes, es cierto. Nadie entre los políticos, los sociólogos, ni uno solo de los especialistas, tan numerosos en la actualidad, del mundo estudiantil (...)”
“Existe, sin embargo, una obra literaria que desde hace treinta años anuncia dicha revolución: la obra de Gombrowicz. La ruina del castillo de los príncipes Himalay, la degeneración de la revolución ideológica de Hufnagel, y la resurrección final de la juventud en “Opereta” parecen realmente una ilustración poética de los acontecimientos de ese mayo de 1968”

La Unión de Escritores de Francia presidida por Michel Butor sesionó públicamente, calificó a Gombrowicz de reaccionario y lo condenó, y esto a raíz de lo que había declarado y escrito sobre las protestas de los estudiantes de Nanterre. Estas protestas dieron comienzo a un movimiento de características revolucionarias que se propagó como reguero de pólvora por toda Francia.
Esa revolución electrizó la conciencia del mundo entero con el nombre que se le dio: los acontecimientos de mayo. Gombrowicz se puso a contramano. Él pensaba que las revoluciones eran desencadenamientos sociales transformadores que realizaba el pueblo y que por eso llegaban a ser fuertes y espontáneos. Después de las primeras convulsiones venían los razonamientos y los discursos con una avalancha de fórmulas prefabricadas. 

Este segundo momento de la revolución falsificaba su autenticidad y debilitaba la energía del movimiento original. La juventud se comporta en forma salvajemente espontánea y es inferior al adulto en todo aquello que tenga un valor social. Débil e indolente frente al maduro es superior en un solo aspecto: en el de la propia juventud que es un valor en sí mismo, un valor cruel que destruye a los otros valores. 
Sin embargo, la juventud no quiere perdurar, quiere deshacerse de su falta de madurez lo más pronto que le sea posible, pero esta falta de madurez es, justamente, lo que fascina a los maduros. “¿Cómo puede condenarme Michel Butor con su Unión de Escritores?... Mi problema capital en la literatura es el de la forma. Me pregunto cómo puede expresarse un hombre de la forma más natural posible y ser al misma tiempo auténtico (...)”

“Como el hombre está deformado por su cultura primero y luego por los demás, por las miradas de los demás en el sentido sartriano, no puede ser nunca verdaderamente auténtico. Por lo tanto creo que hay sólo una solución, ser plenamente consciente de nuestra inautenticidad. Todo lo que decimos y lo que hacemos, para esto no hay remedio, nos traiciona para siempre (...)” 
“Ese movimiento de la juventud era, en mi opinión, muy natural por todo lo que tenía de explosión espontánea y de reacción, tal vez un poco primitiva pero auténtica, la más auténtica. Pero en su nivel intelectual y de razonamiento las maniobras de la juventud constituyeron un movimiento artificial, amanerado y de muy bajo nivel, y eso tiene verdaderamente muchísima importancia (...)”

“Si la juventud adopta un tono amanerado, artificial y de revolucionario profeta, con ello falsificará sus relaciones con los adultos durante mucho tiempo, durante años enteros. Y, evidentemente, será una catástrofe...”. En “Historia”, un boceto que poco a poco va convirtiendo en “Opereta”, Gombrowicz entra descalzo a su casa con el hijo del portero. La familia se convierte entonces en un jurado que examina esta confraternización. 
Se pregunta si Gombrowicz será capaz de graduarse de bachiller. De junta examinadora la familia se transforma en un tribunal militar y, de delirio en delirio, llegan hasta la corte del zar Nicolás II, a las puertas de la primera Guerra Mundial. Desde la Argentina Gombrowicz observa cómo Polonia es destruida y empieza a desaparecer. Pero no sólo Polonia desaparece.

Desaparece también la Europa de la alta cultura, de la alta costura, de la alta cocina, de la aristocracia, de las ideas, del romanticismo; desde nuestras pampas ve caerse el inmenso y majestuoso edificio europeo. Gombrowicz se convierte finalmente, a través de su obra, en un arquetipo al que reverencian los ricos y los pobres, la izquierda y la derecha, el apetito y las ganas de comer, la saciedad y el hambre. 
“Opereta” es la obra a la que más vueltas le dio Gombrowicz. La empezó a escribir cuando todavía trabajaba en el banco polaco, para abandonarla luego. La volvió a tomar en Tandil y otra vez más la dejó metida en un cajón. El escollo contra el que chocaban todos sus esfuerzos era el estilo de la opereta, idiota, esclerosado, monumental y cristalizado, que no tolera nada que no se le integre por completo. 

Sólo cuando sintió que todos lo contenidos formales e ideológicos de la obra eran aceptados por el lenguaje escénico de la opereta, le pareció que tenía vida propia y entonces la terminó, habían pasado quince años. No hay mejores representantes de la historia que la guerras y las revoluciones y en “Opereta” están presentes la dos guerras mundiales y la revolución comunista. 
Estos cambios violentos en el comportamiento general atrajeron la atención de Gombrowicz sobre el papel de la forma en la vida, sobre la poderosa influencia del gesto y de la máscara en nuestra esencia más intima. Y si lo sintió con tanta fuerza fue porque le tocó entrar en la vida en un momento en que las formas moribundas de aquella época que ya se alejaban, gozaban aún de cierta vitalidad y podían morder. 

“¿Por qué yo, teniendo a mi derecha el capitalismo, cuyo cinismo latente conozco, y a mi izquierda la revolución, la protesta y la rebelión surgidas del más humano de los sentimientos, por qué no me uno a estos últimos?” La historia comienza un poco antes de la Primera Guerra Mundial. El conde Agenor, dandy y calavera, hijo del príncipe Himalay, se propone conquistar a una bella joven y busca una excusa para presentársele. 
Contrata a un rufián con el propósito de que le robe algo mientras está medio dormida en el banco de una plaza, y con la excusa de devolverle lo que el rufián le robó, se presenta. Albertina sintió la mano del rufián y en el sueño piensa que el toqueteo estaba relacionado con el amor más que con el robo, soñaba que la mano no buscaba el medallón sino su cuerpo. 

A partir de ese momento la excitada y transfigurada Albertina soñará con la desnudez adormeciéndose para sentir de nuevo el roce que la desnudaba. El conde Agenor, vestido de pies a cabeza, no quiere la desnudez de la joven. Adora el vestido y se propone seducirla con la elegancia de sus modales y de su vestuario. Un célebre modista recién llegado de París visita el castillo del príncipe Himalay.
Tiene la intención de lanzar sus creaciones en un baile con desfile de modelos. Mientras Albertina sueña con la desnudez el maestro debe hacer reinar la moda, la elegancia y el adorno, pero está inseguro y tenso. No sabe en qué sentido presionará la historia y cuál será la silueta que se adaptará mejor a los tiempos que corren. Un invitado al castillo se le presenta al modista como cuidador de caballos.

Le aconseja que proponga un baile de máscaras en el que los participantes cubran con un saco el traje que hayan confeccionado para dictar la moda. A una determinada señal caerán los sacos. Entonces el jurado premiará las mejores creaciones para que el maestro pueda elegir la moda de los años venideros. Pero el criador de caballos no es criador de caballos sino un impostor.
Es nada más que un antiguo mayordomo del príncipe Himalay que fue despedido y se convirtió en agitador y militante revolucionario. Introducido en el castillo con un nombre falso por un profesor que oculta cuidadosamente sus ideas marxistas. Planea lanzar en el baile de máscaras una moda sangrienta con un traje terrorífico para sembrar la revolución entre la servidumbre hasta ahora sumisa. 

El conde Agenor lleva a Albertina al baile de máscaras sobrecargada de vestidos pero ella sigue subyugada por la palpación del rufián, se adormece continuamente y sueña con la desnudez. Agenor, dandy y calavera como era lleva a su rufián atado a una correa. Un rival, dandy y calavera como él, también lleva a su rufián atado. Ambos son incapaces de responder al llamado a la desnudez que les hace Albertina desde el sueño.
Entonces se insultan y se desafían a duelo. El baile refulge en el máximo esplendor de sus máscaras y los rivales, desesperados, sueltan a sus rufianes que inmediatamente se entregan a la palpación y al robo. Los rufianes roban y palpan a manos llenas y los invitados se ponen a gritar desconcertados. Los buenos modales y el desfile de modas caen en la debacle. 

El antiguo mayordomo y falso cuidador de caballos se lanza al galope a la cabeza de la servidumbre. Es la revolución. Sopla el viento de la historia, ha transcurrido el tiempo, después de la Segunda Guerra Mundial estamos en las ruinas del castillo del príncipe Himalay. La vestimenta de las hombres es desaliñada. Los disfraces son verdaderamente muy extraños.
El disfraz de príncipe-lámpara, el de sacerdote-mujer, el de un nazi en uniforme, el de un soldado con máscara anti-gas. Todos se ocultan y nadie sabe quién es quien. El antiguo mayordomo galopa a la cabeza de un escuadrón de la servidumbre para cazar fascistas y burgueses. El maestro de moda desamparado y aturdido clama en vano por un procedimiento legal.

Quiere juzgar a los fascistas detenidos, pero el viento de la historia se lo lleva por delante. Increíblemente, en medio de esta descomposición, aparecen los dandys calaveras y rivales cazando mariposas, delante de un cajón llevado por dos enterradores. Cuentan la triste historia de la desaparición de Abertina y de los rufianes después del baile, sólo quedan algunos vestigios del guardarropas de la muchacha somnolienta. 
Persuadidos de que Albertina fue desnudada, violada y asesinada se lanzaron a los caminos provistos de un cajón para enterrar su cuerpo ni bien lo encontraran. Cada uno arroja en ese cajón mortuorio sus propios fracasos y sufrimientos. En el colmo de la desesperación, maldiciendo la vestimenta, la moda y las máscaras de los hombres, el modista deposita en el cajón la eternamente inasible desnudez humana.

Entonces aparece desnuda la joven somnolienta. Los dos enterradores son los rufianes, ellos la raptaron del baile, la desnudaron y la escondieron en el cajón. Slawomir Mrozek mira a la revolución por una ventana distinta a la de Gombrowicz. Un resumen y compendio de sus habilidades y estilo lo representa su relato “Revolución”, una obra maestra que Mrozek realiza en pocas palabras.
“En mi habitación la cama estaba aquí, el armario allá y en medio la mesa. Hasta que esto me aburrió. Puse entonces la cama allá y el armario aquí. Durante un tiempo me sentí animado por la novedad. Pero el aburrimiento acabó por volver. Llegué a la conclusión de que el origen del aburrimiento era la mesa, o mejor dicho, su situación central e inmutable. Trasladé la mesa allá y la cama en medio (...)” 

“El resultado fue inconformista. La novedad volvió a animarme, y mientras duró me conformé con la incomodidad inconformista que había causado. Pues sucedió que no podía dormir con la cara vuelta a la pared, lo que siempre había sido mi posición favorita. Pero al cabo de cierto tiempo, la novedad dejó de ser tal y no quedó más que la incomodidad. Así que puse la cama aquí y el armario en medio. Esta vez el cambio fue radical (...)”
“Ya que un armario en medio de una habitación es más que inconformista. Es vanguardista. Pero al cabo de cierto tiempo… Ah, si no fuera por ‘ese cierto tiempo’. Para ser breve, el armario también dejó de parecerme algo nuevo y extraordinario. Era necesario llevar a cabo una ruptura, tomar una decisión terminante. Si dentro de unos límites determinados no es posible ningún cambio verdadero, entonces hay que traspasar dichos límites (...)” 

“Cuando el inconformismo no es suficiente, cuando la vanguardia es ineficaz, hay que hacer una revolución. Decidí dormir en el armario. Cualquiera que haya intentado dormir en un armario, de pie, sabrá que semejante incomodidad no permite dormir en absoluto, por no hablar de la hinchazón de pies y de los dolores de columna. Sí, esa era la decisión correcta. Un éxito, una victoria total (...)” 
“Ya que esta vez, ‘cierto tiempo’ también se mostró impotente. Al cabo de cierto tiempo, pues, no sólo no llegué a acostumbrarme al cambio –es decir, el cambio seguía siendo un cambio–, sino que al contrario, cada vez era más consciente de ese cambio, pues el dolor aumentaba a medida que pasaba el tiempo. De modo que todo habría ido perfectamente a no ser por mi capacidad de resistencia física, que resultó tener sus límites (...)” 

“Una noche no aguanté más. Salí del armario y me metí en la cama. Dormí tres días y tres noches de un tirón. Después puse el armario junto a la pared y la mesa en medio, porque el armario en medio me molestaba. Ahora la cama está de nuevo aquí, el armario allá y la mesa en medio. Y cuando me consume el aburrimiento, recuerdo los tiempos en que fui revolucionario…”

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Juan Carlos Gómez

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