Gombrowiczidas

Witold Gombrowicz y Henryk Gruber
Juan Carlos Gómez

Gombrowicz le daba cierta importancia a las comidas y a las ceremonias concomitantes, a veces le daba tanta que dejaba de lado otros asuntos. En efecto, cuando se encuentra con Sabato en Vence en noviembre de 1967 sólo nos habla de comidas y bebidas a pesar de que eran otros asuntos los más importantes.

“Viejo, ando ¡reloco! Ya no sé qué hacer primero. Mañana llega Arnesto con su mujer por un día, o dos, yendo de París a Roma. Le daremos 1º Crevettes salsa mayonesa, vino blanco 2º gansa con confitura 3º una taza de caldo 4º quesos 5º Bomba de creme, chocolat 6º café, cognac. Ando mejor de salud (...) Viejo aquí a cada rato alguien llega, estuvo Arnesto con Matilde y estaban despavoridos porque Rita dijo que yo bebía champaña el día de la muerte del Che”

La comida se había convertido en uno de los pocos placeres que le quedaban, a través de la comida se le despertaba la nostalgia de su infancia y de Polonia desde donde una familia amiga le mandaba saches de bortsch. 

En su último otoño que transcurre en Vence tuvo una época ascética, comía carne asada a la parrilla con pan y no comía ninguna otra cosa.

Las comidas de por acá las hacíamos generalmente en el “Sorrento”, pero cuando Gombrowicz tenía ganas de comer un buen bife a la parrilla, una comida que le gustaba mucho, íbamos a “La Churrasquita” o a “El Palacio de la Papa Frita”.

Gombrowicz intenta explicarle a los polacos qué cosa es un asado, la comida tradicional de la Argentina.

Henryk Gruber

“¿Qué es un asado? Se hace un fuego, se asan unos enormes pedazos de carne, por ejemplo de ternera, a fuego lento mientras la grasa gotea; aparte se prepara una montaña de rebanadas de pan y una batería de botellas de vino tinto; luego, cada uno cuchillo en mano, se acerca de un salto, corta el mejor trozo que encuentra y lo devora sobre el pan al tiempo que va echando tragos de vino”

Mientras Gombrowicz estaba sacando la conclusión de que el argentino es carnívoro, observa el comportamiento de los invitados a esa fiesta de casamiento que se daba en una casa de campo a la que había sido invitado especialmente, celebrada con un asado pantagruélico, un comportamiento que no tiene nada que ver con la expansiva hospitalidad polaca.

La moderación que mostraba el argentino en las fiestas le resultaba tediosa. Hay tres cosas en el mundo entero que salvan del bostezo en estas reuniones: el baile, el alcohol y las mujeres.

“Sin embargo, aquí, en la Argentina, se bebe poco, de modo que el baile tampoco es embriagador, no es más que un pálido y rítmico movimiento al son de la música de un gramófono... y, puesto que no hay ni borrachera ni baile, los flirteos también se dejan para otra ocasión, más íntima”

Durante los veinte años que ya llevaba de exilio en la Argentina Gombrowicz soñaba de vez en cuando con la comida polaca, pensaba que la cocina de Polonia era una de las mejores del mundo, era sin duda una cocina aristocrática.

En la Argentina el obrero come más o menos lo mismo que el dueño de la fábrica, en esto la cocina polaca pobre no se puede comparar con la argentina, pero la refinada es una arte con el que no puede soñar la mesa argentina, pues la mesa argentina carece de imaginación y no siempre es hospitalaria y bien surtida.

Gombrowicz anda buscando cuánto le pueden decir las comidas sobre el carácter nacional y empieza por excluir las diferencias originadas en el clima, pues el frío obliga a los polacos a las comidas espesas y grasosas que contrastan con la ligera moderación latina.

Reconoce que, como en tantas otras cosas, en la manera de comer polaca existe un elemento de locura viciosa, consecuencia de la actitud enfermiza y demoníaca que tienen los polacos frente al placer.

Una pequeña cantidad de bebida y de comida le proporciona a los polacos un verdadero deleite, entonces deciden beber y comer diez veces más para disfrutar. Hay en esto una buena dosis de narcisismo y romanticismo, puesto que como devorador el polaco se gusta más a sí mismo, se hace devorador para no ser moderado.

El argentino no se deja engañar por estas ilusiones, tiene una actitud fría frente a los placeres, mientras el polaco cae víctima de sus ideales y hace realidad una locura.

“El argentino sostiene que el placer está hecho para él y no él para el placer. Por esa misma razón, su cocina no será en ningún sentido imponente, ni especialmente refinada, ni exquisita, ni lujosa, será una comida sencilla para saciar el apetito (...)”

“América en general es el continente de la mediocridad, hecho a la medida humana y no sobrehumana, aquí no hay nada heroico, nada magnífico, nada extraordinario. Me parece que en cuanto a la comida, en la Polonia proletaria se debería tender precisamente a una solución semejante a la argentina: la misma comida para todos y sin pretensiones. Sólo que... ¿cuándo el proletario polaco tendrá al menos una vez al día un bistec como ocurre en la Argentina?”

Sea como fuere las comidas de Gombrowicz son más o menos normales, las de Sartre en cambio son un tanto extrañas. Para Sartre la cualidad material de un objeto que queremos poseer –la fluidez del agua, la densidad de una piedra, la viscosidad de una crema–, son distintas maneras simbólicas de representar el ser.

El hombre no es lo que come, como dice Feuerbach, sino ya es lo que quiere comer. Cada una de las comidas nos presenta un tipo específico de existencia.

“De ningún modo resulta indiferente gustar de las ostras... o de los caracoles, o de los camarones, por poco que sepamos extraer de la significación existencial de los alimentos. De manera general, no existen gustos o inclinaciones irreductibles. Todos ellos representan una cierta elección apropiativa del ser (...)”

“Cuando comemos una cucharada de miel o melaza, lo dulce expresa la viscosidad, tal como una función analítica expresa una curva geométrica (...) Si como una torta rosada, el gusto es rosado; el suave perfume dulce y la untuosidad de la crema de mantequilla son rosados”

Sartre se rompe la cabeza buscando la forma de dar carácter objetivo a una intuición subjetiva como lo es la de la viscosidad recurriendo a la fenomenología.

“Lo viscoso es la revancha del ser-en-sí... Tocar lo viscoso significa arriesgarse a diluirse en la viscosidad. Esta absorción es horrible, porque es la dilución del ser-para-sí en el ser-en-sí”

Sartre pinta a la viscosidad con los colores más desagradables. En sus novelas los besos se dan entre ataques de diarrea, y el amor se hace entre vómitos, al punto que sus novelas tiene un no sé qué de excrementalismo. “La nausea” refleja la disminución de la fluidez de nuestra libertad, la solidificación de nuestra conciencia, nuestra lenta degradación hacia lo suave, lo informe de una naturaleza inanimada y caótica, la absorción del ser-para-sí por el ser-en-sí que, para Sartre, caracteriza la viscosidad, y en lo cual ve la simbolización del anti-valor.

La victoria de la viscosidad es exactamente la reversión del proyecto del hombre de poseer el mundo y llegar a ser Dios, porque la viscosidad es el hombre poseído por el mundo. La victoria de la viscosidad simboliza necesariamente un valor negativo absoluto, así como la posesión del mundo simboliza un valor positivo absoluto.

Por ser un ciudadano de dos mundos –el de la conciencia y la libertad, y el de la cosidad y el determinismo– el hombre tiene que luchar siempre para impedir que la parte más alta de su existencia sea absorbida y tragada por la parte inferior.

Sartre se anima y se pone al frente de una corriente de pensamiento que nos previene de la viscosidad. La viscosidad es la pérdida de la dignidad humana, el rebajamiento del hombre a la cosidad. 

Pero aún si el proyecto humano de llegar a ser Dios por la posesión del mundo no se viera frustrado por la viscosidad, el proyecto estaría igualmente condenado al fracaso porque la idea de Dios es contradictoria, y el hombre es una pasión fracasada.

La actitud de Gombrowicz frente a la comida es más mundana que la de Sartre. Dio pocas recepciones en la Argentina, no tenía medios para darlas, pero la cumbre como anfitrión la alcanzó en el Club Americano, en una cena en honor de los amigos polacos que tenían la costumbre de invitarlo. 

Henryk Gruber, un polaco muy rico y snob se hizo cargo de todos los gastos del Club Americano: –No entiendo por qué eres amigo del señor Gruber, un hombre tan distante y antipático.

“Los trajes del señor presidente (lo había sido del Banco Polaco antes de Nowinski) me viene de maravilla. No molestes a mi protector y está a la altura de las circunstancias pues el señor presidente usa ahora un impermeable inglés muy elegante que espero vestir en un futuro próximo”

Distendido, rejuvenecido, se paseaba por aquel decorado de tapices orientales, mesas recubiertas de manteles bordados, cubiertos ingleses de plata, velas y flores. Un rostro radiante de propietario efímero pero soberano de todo aquel lujo.

Para Gombrowicz era un ejercicio con la forma, fiestas a la antigua con la hospitalidad y el gusto por recibir que le venían de las tradiciones familiares.

ver La identificación de los apodos y de la actividad

Juan Carlos Gómez

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