Gombrowiczidas

Witold Gombrowicz y Eugeniusz Noworyta
Juan Carlos Gómez

Hace más de dos lustros, el Camaleón, por aquel entonces Embajador de Polonia en la Argentina, en el medio de una conferencia muy seria que estaba dando en el Centro Naval de Buenos Aires, relató la historia del encuentro de dos perros, uno checo y el otro polaco. Los pichichos se encuentran en la frontera, el perro checo está bien alimentado y va camino de Polonia, al perro polaco se le ven las costillas y va camino de Checoslovaquia: –¿Adónde vas, pregunta el perro checo; –Voy y a ver si puedo comer algo, ¿y vos?; –Voy a ver si puedo ladrar un poco.
Es probable que sí, que los polacos se hayan convertido en unos maestros del ladrido, Copérnico fue uno de los primeros en ladrarle al geocentrismo de Tolomeo, y Gombrowicz fue unos de los primeros en ladrarle al modernismo, dice Kundera.

Sesenta años después que Rimbaud hiciera el llamado a la modernidad Gombrowicz no estaba tan seguro de que esto fuera necesario.
Cuando yo le hice conocer a Miguel Najdorf la invitación a la Embajada de Polonia que le estaba haciendo el Camaleón no se puso contento: –Vea, Gómez, voy a aceptar porque soy polaco y porque no quiero hacerlo quedar mal a usted pero, me cuesta, los polacos no nos quieren, odian a los judíos.

El encuentro derivó en una cena magnífica en el restaurante Hereford de Puerto Madero como muy bien registra la fotografía, y en un almuerzo en la hermosa mansión que la Embajada de Polonia tiene en Palermo Chico.

Miguel Najdorf, Élida, mi mujer, y el Embajador de Polonia, Eugeniusz Noworyta

Un mediodía, en la Embajada de Polonia, Najdorf nos contaba al Camaleón y a mí un cuento que tenía una moraleja.

Nos decía que él, como integrante del equipo de ajedrez que vino a la Argentina a competir en la olimpíadas del 39, había sido responsable de la muerte de otro ajedrecista, también judío.

Tenía asegurada su participación antes del último juego del torneo de selección que se hizo en Polonia, pero su contrincante sólo podía conseguir el nombramiento si le ganaba a Najdorf esa última partida. Entonces, la mujer del contrincante le pidió a la mujer de Najdorf que se dejara ganar, Najdorf no accedió, el colega judío se quedó en Polonia, y los alemanes lo mataron.

Cuando Najdorf le puso punto final a la historia después de haber logrado el clima dramático correspondiente, intervino el Camaleón.

La inteligencia y la astucia le brillaban en los  ojos, de improviso le pidió a Najdorf que no se pusiera triste, que no había sido él sino el destino el que había originado la tragedia.

En efecto, si Najdorf se hubiera dejado ganar, su contrincante judío se habría salvado, pero el que vino a la Argentina en el lugar de él, también judío, se hubiera quedado en Polonia con igual suerte de la que tuvo el que murió. Tomamos una vodka y pasamos a otro cuento.

En el año 1997 el Camaleón llegó a considerarme una persona muy importante, ya le había puesto en la Embajada de Polonia a Miguel Najdorf y estaba chochísimo conmigo.

Como se le había despertado el apetito, acto seguido quiso que le trajera también a el Pterodáctilo. Es sabido que los embajadores viven especialmente de las apariencias, por esta razón el Camaleón decidió, una vez que Don Arnesto aceptó la invitación, organizar un almuerzo en la embajada con una gran cantidad de embajadores para homenajear a nuestro insigne hombre de letras.

Yo sabía que el Pterodáctilo había desarrollado con el tiempo una gran habilidad para excusarse, me contaba que se atrevía a cualquier cosa, desde las enfermedades infecciosas hasta los yesos, que en una oportunidad, renovando las excusas con la misma persona, se había convertido en un hombre tronco. Me preparé para lo peor, dicho y hecho, dos días antes del almuerzo me avisó por teléfono que estaba orinando sangre y que no sabía si podía ir a la embajada.

Finalmente, se apiadó de mí y a último momento me dijo que iba. Las reuniones en las embajadas no gozaban de la simpatía de Gombrowicz.
“También acudí una o dos veces a la embajada y saqué de estas visitas una lección para toda la vida: que hay que huir de las ostras de las recepciones en dichas embajadas, así como del tedio”

Me senté a la mesa del Camaleón y de las esposas de los embajadores de Turquía y Costa Rica. Cuando le pregunté a las señoras qué libro de Don Arnesto habían leído, me respondieron que ninguno, cuando le pregunté a qué habían venido entonces, me respondieron que a comer. Esta arrogancia simpática de las señoras y unas palabras confusas que pronunció el Camaleón para homenajear al Pterodáctilo me dieron ánimo para cambiarme de mesa.

De todo esto resultó que al año siguiente, cuando llevé a la Vaca a la casa que el Pterodáctilo tiene en Santos Lugares, se vino con una carta de la señora del Camaleón debajo del brazo en la que le pedía a Don Arnesto que le hiciera algún comentario sobre los ingredientes y la preparación de alguna comida que supiera hacer, que estaba escribiendo un libro de gastronomía para gente VIP, una solicitud que provocó una gran algarabía en el Pterodáctilo y en mí, mientras la Vaca permanecía en silencio.

Gombrowicz narra en forma novelesca los primeros encuentros que tuvo en la Argentina con el Embajador de Polonia.

Recién llegado a Buenos Aires, perdido entre la muchedumbre, decidió no inmiscuirse en el asunto de la guerra, no era un asunto de su incumbencia, si allá tenían que sucumbir, que sucumbieran.

Fue a la embajada, se echó a llorar y se puso a los pies del embajador, le besó la mano, le ofreció sus servicios y su sangre, y le rogó que en ese momento sagrado, según fuera su santa voluntad y entender, dispusiera de su persona. El embajador le dijo que sólo podía darle 50 pesos, que no tenía más, pero que si quería irse a Río de Janeiro a importunar al embajador de allá, le pagaría el viaje con gusto y le daría algo más. Le dijo también que no quería literatos por acá porque lo único que sabían hacer era pedir plata y después ladrar. Gombrowicz se dio cuenta que lo estaba despidiendo con moneda menuda y le dijo que él no sólo era un literato, que también era un Gombrowicz. Y cuando el embajador le preguntó de cuáles Gombrowicz era Gombrowicz, le respondió que de los Gombrowicz Gombrowicz, entonces le ofreció 80 pesos en vez de 50, ni un peso más.

Le recordó que estaban en guerra y que había que marchar para vencer a los enemigos, matarlos, destrozarlos y aplastarlos, y que no fuera ladrando por ahí que el embajador no había marchado y hablado delante de él.

Le pidió que escribiera algunos artículos para celebrar la gloria de los genios y de los próceres polacos, que por ese servicio le podía pagar 75 pesos mensuales, que era necesario ensalzar a la patria en momentos tan difíciles como los actuales, pero Gombrowicz le contestó que no podía hacerlo porque le daba vergüenza, entonces el embajador lo empezó a tratar de comemierda, y le recordó que la embajada le había rendido homenaje y que lo iba a presentar a los extranjeros como el Gran Comemier… Genio Gombrowicz.

¡Viva nuestro heroísmo!, exclamaba el embajador. Mientras tanto Gombrowicz le preguntaba cómo era posible que los polacos estuvieran marchando sobre Berlín si los combates se estaban librando en los suburbios de Varsovia. El embajador le dijo que todo se había ido al diablo, que todo había terminado, que habían perdido la guerra y que había dejado de ser embajador.

Estos acontecimientos imaginarios de una aventuras con el Embajador de Polonia los narra Gombrowicz de manera novelesca en “Transatlántico”, pero también narra acontecimientos reales de sus relaciones diplomáticas tan dramáticos como los imaginarios en el “Diario”
Gombrowicz dio una conferencia sobre la “Regresión cultural en la Europa menos conocida”en el Teatro del Pueblo invitado especialmente por su director, el escritor Leónidas Barletta.

Le adelantaron que era un teatro de primera clase, frecuentado por la flor y nata de la intelectualidad de Buenos Aires, en vista de lo cual decidió preparar un texto del más alto nivel intelectual. Planteó la cuestión de cómo la ola de barbarie que había invadido a Europa central y oriental podía aprovecharse para revisar los fundamentos de la cultura.

Leyó el texto, lo aplaudieron y bastante contento volvió al palco reservado para él donde se encontró con una joven bailarina y admiradora, muy escotada y con unos collares de monedas.

Cuando estaba por retirarse con la bailarina observa que alguien se sube al estrado y empieza a vociferar, lo único que puede distinguir con claridad es la palabra Polonia, la excitación y los aplausos.

Acto seguido sube otra persona, pronuncia un discurso agitando los brazos mientras el público empieza a chillar. Gombrowicz no entiende nada pero estaba contento de que su conferencia hubiera despertado tanta animación. Pero, de repente, el Embajador de Polonia abandona la sala, algo andaba mal.

Se estaba desarrollando un escándalo, la conferencia había sido aprovechada por los comunistas allí presentes para atacar a Polonia. Una parte de la elite intelectual argentina era medio comunistoide y no exactamente la flor y nata de la intelectualidad de Buenos Aires como le habían dicho a Gombrowicz, de modo que su ataque a la Polonia fascista no se había distinguido precisamente por su buen gusto ni por el equilibrio del pensamiento.

Barletta, igual que Gombrowicz, no podía digerir al Asiriobabilónico Metafísico, se refería a él en forma despectiva. ...:“Cachafaz… Fracasado… El pobre Borges… Vate criollo y vate septuagenario… Buscador de puestitos… Pergueñador de cuentos persas... y lávese de toda esa mugre metafísica.”

Esta comunidad de opiniones le encantaba  a Gombrowicz y quizá debido a esto pasó por alto el echo de que también Barletta era un hombre de izquierdas.

Pero sería injusto hacer responsable a Barletta de lo que ocurrió ese día en el Teatro del Pueblo, hay que decir sin embargo que Gombrowicz se las vio en verdaderos apuros.

Al día siguiente fue a la embajada donde lo recibieron en forma fría, como si fuera un traidor.

En vano le explicó al embajador que el director del teatro, el señor Barletta, no le había informado que era costumbre seguir las conferencias con un debate y que, por otra parte, no podía considerar como comunista a ese señor pues él mismo se hacía pasar por un ciudadano honrado, ilustrado, progresista, adversario de los imperialistas y amigo del pueblo. Pero lo peor fue lo de la bailarina: su colorete, sus polvos, su escote pronunciado y el collar de monedas lo hicieron aparecer como un cínico en un momento tan dramático. Hasta la prensa polaca de Estados Unidos se puso verde.

ver La identificación de los apodos y de la actividad

Juan Carlos Gómez

Ir a índice de América

Ir a índice de Gómez, Juan Carlos

Ir a página inicio

Ir a mapa del sitio