Witold Gombrowicz
figuraba en esa lista. Aún vivía en Buenos Aires, acababa de ser
traducido al alemán y su fama europea crecía de semana en semana, en
medio de la más ciega indiferencia argentina.
“La elección que haré está vinculada con el lugar que ocupo en el mapa literario mundial (...) Estoy en el punto de la tierra donde se desencadena la lucha por defender el Yo, donde ese Yo tiende a afirmarse e intensificarse, en la búsqueda de la Inmortalidad (...)”
“Como ustedes habrán advertido ya aquí no están Proust ni Joyce ni Kafka ni nada de lo que se está haciendo ahora. Me apoyo en autores que los precedieron porque ellos medían al hombre con una vara más alta (...)”
“Dostoievski. Personalmente, no lo siento cercano, Mi mundo, forma, mi posición están en otra parte. En apariencia, no tenemos gran cosa en común, y sin embargo yo he salido de él (como todos nosotros ahora), gracias a su voluntad por alcanzar al máximo las potencialidades del hombre”
En “Crimen y castigo” un estudiante pobre, Raskolnikov, asesina y roba a una vieja avara a la que considera un parásito, con el fin de destruir esa vida que le parece miserable y salvar la de sus familiares, sumidos en la indigencia.
Atormentado por su culpa y su aislamiento, termina por confesar y por redimirse espiritualmente. El tema principal de esta novela es un análisis sobre si un ser, que se ve como un individuo extraordinario, tiene derecho a quebrantar el orden moral. Gombrowicz toma otro camino para sacar consecuencias del problema moral que trata Dostoievski en esta novela.
La tensión de las formas de la conciencia social y de la conciencia individual de un hombre que ha matado a una mujer que se le aparece como un piojo inútil y dañino tiene para Gombrowicz otra explicación. Si bien la respuesta más natural pareciera ser la de que Raskólnikov se entrega a la policía porque tiene remordimientos de conciencia y se siente culpable, Gombrowicz no piensa así, piensa de otra manera.
Inmediatamente después del crimen la única culpa que sentía Raskólnikov era la de que el asesinato no le había salido bien y no la culpa del crimen mismo. Si no fue por una actividad de su propia conciencia, ¿qué fuerza lo obligó entonces a someterse a la justicia? Raskólnikov no está solo, tiene la pertenencia de su relación con los miembros de un grupo de personas.
Sonia, el juez de instrucción, la hermana, el amigo, la madre, forman el pequeño mundo de Raskólnikov. La conciencia de los otros en un momento no determinado se le empieza a aparecer como una representación de la condena. Su propia conciencia, en cambio, es una nebulosa, de su conciencia no nace ninguna responsabilidad y menos ninguna culpa.
Pero, por el movimiento interhumano de la forma, los otros integrantes del grupo empiezan a actuar sobre esa nebulosa, y poco a poco le van definiendo una naturaleza y una función a su conciencia caótica. La naturaleza de la conciencia que le van formando los otros es la de criminal, y la función de la conciencia es la de culpable.
Se empieza a ver con los ojos de los otros y su conciencia caótica se le va transformando por la intervención del grupo en una conciencia culpable, es recién entonces cuando comienza a comportarse como si fuera culpable.
Raskólnikov siente que esa conciencia no es suya pero, sin embargo, modifica su comportamiento, y ese cambio de su conducta es para los otros miembros del grupo una representación de la criminalidad.
En este juego de espejos, en este ida y vuelta, las formas de las representaciones se hacen cada vez más nítidas y la función de culpabilidad se vuelve irresistible. No es el juicio de la conciencia de Raskólnikov, es un juicio surgido de un reflejo de la conciencia deformada en el espejo de los otros. La conciencia de Raskólnikov se manifiesta sólo en el hecho de que se somete a una conciencia interhumana y artificial como si fuera su propia conciencia.
El sometimiento de un hombre a un juicio surgido de la convivencia humana sin preguntar siquiera si ese juicio es justo o no es justo es la consecuencia que saca Gombrowicz de “Crimen y castigo”, no está de acuerdo entonces con que Raskólnikov se hubiera entregado a la policía por remordimientos de conciencia y por sentimientos de culpabilidad.
Pero esta consecuencia la podemos encontrar en el comportamiento de los personajes en todas las obras de Gombrowicz para un rango que cubre las oscilaciones que van desde el amor al crimen. El problema moral de Dostoievski y los alcances de la grandeza de Thomas Mann son las líneas de sombra que Gombrowicz cruza en un camino de ida y vuelta.
El desempeño en la enseñanza se mide con las notas, en la escritura con los premios. El punto más alto de la enseñanza se alcanza con un diez, el punto más alto de la escritura con el Nobel, las notas miden la inteligencia, el Nobel la grandeza.
“(...) ¿qué tema o problema podría ser más mío que ese acrecentamiento depravante de mi personalidad, inflada por la fama? (...)”
“Tengo que encontrar aquí mi propia solución, y a la pregunta ¿cómo ser grande? debería darle una respuesta totalmente particular (...) De nada sirve la afectada maestría de Anatole France (...) la grandeza de Dostoievski, llena de sencillez compasiva, astuta y apasionada, tampoco es utilizable (...) ¿Y el Olimpo de
Goethe? ¿Y Erasmo o Leonardo? ¿El Tolstoy de Iasnaia Poliana? ¿El dandismo metafísico de Jarry o
Lautremont? ¿Ticiano o Poe? ¿Kierkegaard o Claudel? Nada de eso, ninguna de esas máscaras, ninguno de esos abrigos purpúreos (...)”
Para Dostoievski si Dios no existiera todo estaría permitido, esta falta de Dios, junto a la angustia, son el punto de partida del existencialismo ateo que se adueñó del pensamiento moderno.
La angustia es mucho más que un fenómeno psicológico, compromete al hombre en su totalidad pues es la experiencia por la que el hombre se abre por primera vez a su propio ser, se singulariza y hace patente su libertad. La angustia, el desamparo y la desesperación de Dostoievski se convirtieron pues en los tres sentimientos que acompañaban a la categoría de la libertad y a sus otras dos socias: la elección y la responsabilidad.
Los existencialistas suelen declarar que el hombre es angustia. Esto significa que se compromete y que se da cuenta de que es no sólo el que elige libremente el ser, sino que es también un legislador, que elige al mismo tiempo que ha sí mismo a la humanidad entera, no puede escapar al sentimiento de su total y profunda responsabilidad.
Es la misma angustia que le aparece claramente a todos los hombres con responsabilidades graves, por ejemplo la de un jefe militar que envía a un número indeterminado de hombres a la muerte.
La angustia no es una cortina que nos separa de la acción sino que forma parte de la acción misma. Pero la experiencia de la angustia es difusa, no está conectada a un objeto definido, sino vagamente vinculada a nuestro sentimiento de abandono y aislamiento como individuos enfrentados con la nada de la muerte.
Gombrowicz no cree que los hombres estén sometidos a presiones tan extremas, por lo tanto se aparta de las conclusiones que pueden extraerse de ellas. Con este mismo punto de partida ataca a las ideologías, a la ciencia y al arte.
El existencialismo, la poesía, las ideologías, la fe, el catolicismo, el marxismo, el psicoanálisis, Hegel, la fenomenología, el surrealismo... son productos que Gombrowicz consume... pero...
“Me paseo entre estos productos y entre los obreros de esta fábrica con gesto ensimismado y por lo demás sin demasiado interés, igual que si me paseara por mi huerta, allá en el campo. Y de vez en cuando, al probar este o aquel producto (como si fuera una pera o una ciruela), me digo: –Hm, hm..., era un poco duro para mí. O bien: –Al diablo con esto, es incómodo, demasiado rígido. O también: –¡No estaría mal si no estuviera tan caliente! Los obreros me lanzan miradas hostiles. ¡Acaba de aparecer un consumidor entre los productores!” |