Gombrowiczidas |
Witold
Gombrowicz y Ada Lubomirska |
Desde muy temprano se manifestó en Gombrowicz una tendencia personal que le causaría daño en el transcurso de su vida, la imposibilidad de tratar normalmente a personas de rango social superior. Era la consecuencia de su forma de comportamiento que lo hacía sentir a gusto solamente con aquellos a quienes conseguía imponer esa forma suya un tanto extravagante. La aristocracia tenía su propio estilo, definido, banal e impersonal, y nada podía hacer en su contra, tenía que someterse. |
Esta separación, sin embargo, no era tan
drástica como podría suponerse al punto que la primera obra literaria de
su vida fue la monografía “illustrissimae familiae Gombrovici”. La
conservó en estado de manuscrito, y aunque no contenía nada de especial
pues los Gombrowicz eran tan solo miembros de una pequeña nobleza, se
pavoneaba con cada detalle referente a los bienes, funciones y vínculos
familiares, y disfrutaba de esta manía. Su pertenencia a dos mundos, tan
fuertemente marcada desde su juventud, fue muy clara hasta la muerte del
padre, después las cosas fueron cambiando poco a poco. Después de la muerte de su padre se le
fue haciendo cada vez más claro que tenía que justificar su vida con una
obra de orden superior pues el tiempo pasaba y su situación en Polonia se
hacía cada vez más penosa. A partir de los treinta años su pertenencia
a una clase social superior empezó a debilitarse y el desastre de la
guerra que arruinó a su familia pusieron a esta pertenencia en el camino
de la extinción. “Entonces llegó el momento en el que
los oyentes, fascinados por mi lúgubre resplandor, empezaron a insistir
en que les dijera qué es el arte, en qué consiste el arte, cómo es el
arte; y estas preguntas se me echaron encima igual que unos perros que años
atrás me habían asaltado al llegar frente a la mansión de Wsola.
Respondí: –¡No, eso no os lo voy a decir! Eso sólo puedo decirlo a
una persona de un rango igual al mío. De entre todos vosotros, sólo a
una persona; –¿A quién?; –Sólo a ella –contesté, indicando a una
de las damas–, sólo a ella. ¡Porque ella es una princesa!” La Encantadora Princesita fue para mí,
desde que Gombrowicz se fue de la Argentina, mi alter ego. Mi traductora
de sus textos polacos, mi partenaire en las discusiones que mantenía con
el Pterodáctilo, una lectora infatigable de nuestra correspondencia, con
ella, una segunda naturaleza de Gombrowicz estaba siempre conmigo, ella me
lo mantuvo vivo. La Encantadora Princesita fue mi amiga, irradiaba belleza
y dolor como el mundo de Gombrowicz. Siempre estuvo de parte de los dos,
pero no le alcanzaron las fuerzas para detener al diablo que se había
apoderado de nosotros e impidió que la amistad nos protegiera. Hace muchos años ya, durante algún
tiempo, cuatro nombres ocupaban casi todas las horas de mi día:
Gombrowicz, la Encantadora Princesita, el Pterodáctilo y el Hasídico, en
ese orden de importancia. “(...) En París vi a Ada y Enrique, Ada conquistó a Kot, todo va un poco mejor, aunque todavía no fumo en pipa (...) Kot dijo que ella es muy pero muy inteligente –¡qué cosa la coquetería femenina! (...)” Son fragmentos de cartas que me
escribieron la Encantadora Princesita y Gombrowicz en una época en la que
el corazón me salía por la boca. “El sábado 4 de julio me cité con Ada
y Arnesto en la confitería de Hipólito Irigoyen y Entre Ríos. El Pterodáctilo
trae consigo el prólogo para 'Ferdydurke'. Alrededor de Sabato flota un
desvarío alocado, inclusive en su manera de vestir. Tiene un saco verde
acordonado con una remera verde obscuro, casi negra, y zapatones de goma.
Un pecho lúgubre y metafísico envuelto en una elegancia rural, veraniega
y deportiva, sostenida por unas extremidades juveniles y estudiantiles
(...) el murciélago introduce un tempo alegro scherzando que estimula a
la princesita. Empezó a comer un sandwich tostado y dio un espectáculo
impresionante (...)” La carta es larga, yo estaba atacado por la envidia y critiqué en forma feroz al prólogo. Para demostrarle a Gombrowicz que yo podía escribir mejor que Sabato, y aunque mi firma no valiera como la de él, empecé a trabajar en lo que con el tiempo llegaría a ser “Gombrowicz está en nosotros”. La casi totalidad de este texto forma
parte de una carta que le escribí a Gombrowicz, aunque los párrafos
iniciales y finales los agregué muchos años después para adornar una
conferencia que di en el Centro Cultural San Martín. Eran tiempos en los que me sentía como tocando las nubes, de todos lados me caían halagos. “¿Cuándo aparece 'Ferdydurke'? Gombrowicz me ha dicho que usted le había escrito apreciaciones muy justas criticando el prefacio de Sabato. Escríbale a menudo, yo creo que él necesita de una atmósfera argentina, aun desde lejos (...)” “Recibí su carta y el artículo sobre
Gombrowicz que es uno de los mejores textos sobre nuestro amigo que yo
haya leído. Me gustaría mucho proponérselo a 'Cuadernos' si es que a
usted le interesa (...)” Son fragmentos de cartas que me
escribieron Gombrowicz y el Hasídico relacionados con el prólogo del
Pterodáctilo y con “Gombrowicz está en nosotros”, un texto que
incorporé como epílogo en “Cartas a un amigo argentino”. “Recibí carta de Ada (Lubomirska) donde se queja amargamente de que usted le arrancó por fuerza la traducción (significa que la obligó a hacerla), que ella no quería etc., cosas de mujeres. Después gime que sí, que no, que lo hizo pero que no lo hizo, que sufría que gozaba etc. etc. Goma comprenda bien de una vez por todas que el asunto de la traducción es muy delicado. Y yo no pienso perder tiempo en correcciones, sácaselo de la cabeza” En un pasaje del testimonio que le da a
la Poetisa Piquetera Impenitente el Pterodáctilo se refiere a la
Encantadora Princesita. Gombrowicz era perfectamente consciente de una manía que alguna veces le jugaba a favor y otras veces le jugaba en contra, según de que lado se la mirase. “¡Esa pasión, esa locura de darse
aires y, además, de la manera más idiota posible! ¡Esa manía genealógica
que me arruina y que pago con mi carrera social! (...)” Estaba atado al tobillo del príncipe Gaetano. Las condiciones que hacían posible esa sujeción eran el hermetismo, la magnanimidad, la amabilidad y la consiguiente superioridad de la aristocracia. Gombrowicz fue aprendiendo poco a poco, en medio de este forcejeo con el estilo, en primer lugar, a revelarse a sí mismo el sentimiento de inferioridad que le sobrevenía cuando tenía que enfrentar sus contactos con la aristocracia, y en segundo lugar, a revelárselo a los demás también. “¿Podré algún día llegar a ser tan
imponente y tan distinguido como usted, príncipe, y como usted, señora?
¡Ése es mi sueño!” Nacido de terratenientes y educado en un
colegio aristocrático, era el producto del refinamiento y del tipo de
belleza que produce la riqueza. La casualidad lo puso en la Argentina y el
exilio lo fue dejando desnudo. La cosa es que aquel joven bien educado, de
treinta y cinco años, tuvo que afrontar a su manera, como cada cual lo
hace, los infortunios de la vida. Él no ocultó su debilidad, la reveló,
y también se burló de ella construyendo una especie de payaso clonado de
aquel otro Gombrowicz que se había quedado en Polonia. “Bien, por lo que a mi se refiere, afirmo y anoto como uno de los cánones de mi conocimiento que el que desee agradar a los hombres alcanzará con más facilidad la humanidad que el que sólo desee ser un siervo útil”. |
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