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Gombrowiczidas |
Witold
Gombrowicz y Simone de Beauvoir |
Gombrowicz fue construyendo poco a poco a su alrededor una especie de santidad. Engrandeció su ego hasta donde pudo y le dedicó la vida entera al arte de escribir, mientras se burlaba de la patria, de la política y de la familia. Era un conquistador, aunque no supiera donde iba ni si valía la pena ir a alguna parte, quería conquistar. Como si Simone de Beauvoire hubiera conocido los designios de Gombrowicz nos recuerda en el comienzo de “¿Para qué la acción?” una conversación entre Pirro y Cineas; –Primero vamos a someter a Grecia; –¿Y después?; –Ganaremos África; –¿Y después de África?; –Pasaremos al Asia, conquistaremos Asia menor, Arabia; –¿Y después?; –Iremos a las Indias; –¿Y después de las Indias?; –¡Ah, descansaré!; –¿Por qué no descansas entonces antes de partir? |
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Tanto Pirro como Gombrowicz querían lo mismo, querían conquistar, pero sus proyectos no eran iguales. El rey de Epiro conocía lo que deseaba conquistar, y sabía también que después de someter a vastas regiones de la tierra su mayor deseo sería descansar, lo que a los ojos de Cineas convertía a su proyecto en una empresa ilógica. Gombrowicz no deseaba descansar, pero no sabía lo que quería conquistar, este desconocimiento, a los ojos de algunos Cineas de la literatura, convirtieron a sus proyectos en una empresa arbitraria. En “Ferdydurke” y en “Cosmos”
descubrimos a Gombrowicz en medio de las confusiones que se apoderaban de
sus intenciones cuando planeaba sus conquistas que él realizaba
escribiendo. Cuando Gombrowicz empieza a escribir “Ferdydurke” quería probar sus alcances como artista y sabía que no tenía que medir sus fuerzas por sus intenciones sino sus intenciones por sus fuerzas. Se propuso escribir una sátira que le permitiera sobresalir por el humor, pero la obra se le inclinó hacia lo grotesco y le empezó a nacer un estilo que iba a absorber sus sufrimientos y sus rebeliones más esenciales. Pero la confusión en “Cosmos” era aún
mayor, se le había convertido en un objeto inobservable. En octubre nos confiesa que la obra lo
había aburrido en tal forma que no tenía ganas de terminarla, que el
final era bravísimo y que ensayaba nuevos métodos y concepciones. En
diciembre nos cuenta que le faltaban tres páginas para terminar pero que
no sabía como hacerlo y que a lo mejor lo dejaba sin terminar. En junio
de 1964 nos dice que le faltaban diez páginas y en agosto, que lo había
terminado. “Oh, qué propiedad tan genial y
generosa de la literatura: esa libertad de tejer tramas como si se tratara
de escoger sendas en el bosque, sin saber adónde nos llevarán ni qué
nos espera” “Escribir es para mí sobre todo un juego, no pongo en ello intención, ni plan, ni objeto. He ahí por qué no resulta nada fácil extraer de mis obras un esquema ideológico. Es una esquema, lo subrayo una vez más, a posteriori” La ambigüedad de posición con la que se
manejaba Gombrowicz respecto a su obra no la tenía sin embargo respecto
de sí mismo. Cuando habla en sus diarios de personalidades o ideas
sobresalientes utiliza dos procedimientos contrapuestos: en uno, primero
las golpea y después las levanta del suelo completamente maltrechas; en
el otro, a la inversa, primero las elogia y después las desprecia. A Gombrowicz le costaba trabajo mantener
buenas relaciones con el catolicismo porque esa doctrina estaba en
contradicción con su visión del mundo, pero el intelectualismo contemporáneo
se estaba volviendo peligroso y le despertaba más desconfianza aún que
el propio catolicismo. El cristianismo le ofrece al hombre una visión
coherente y no lo tienta a resolver con su propia cabeza los problemas del
mundo, una tentación que, por lo general, produce resultados catastróficos.. “Siempre me ha asombrado que pudieran
existir vidas basadas en principios tan distintos de los míos (...) No
conozco ninguna grandeza, absolutamente ninguna. Soy un paseante pequeño
burgués que por azar llega a los Alpes o hasta el Himalaya (...)” Gombrowicz se estaba enfrentando con las
formas dramáticas del catolicismo que liberaban de su interior corrientes
y torbellinos espirituales de una potencia sobrehumana. “Yo exigiría una grandeza capaz de soportar a todos los hombres, en cualquier escala, en cualquier nivel, que abarcara todos los tipos de existencia, una grandeza tan irresistible arriba como abajo (...) Es una necesidad que me fue inculcada por el universalismo de mi tiempo, que quiere atraer al juego a todas las conciencias, superiores e inferiores, y ya no se contenta con la aristocracia” Existen gombrowiczidas a los que les
encanta ver a Gombrowicz como a un hombre que jugaba y espiaba las cosas a
distancia. También es cierto que Gombrowicz sabía que algunos de sus lectores veían en él a un jugador y le gustaba hacer determinados negocios con ellos. “Pero tengo que puntualizar algo sobre
lo que estoy diciendo: nada de esto es categórico. Todo es hipotético...
Todo depende –¿por qué iba a ocultarlo?– del efecto que vaya a
producir. Es el rasgo que caracteriza a toda mi producción literaria.
Intento diferentes papeles (...)” Del encuentro de estas dos interpretaciones surge un tercer sentido, aquel que me define” |
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Juan Carlos Gómez
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