“Si en cinco minutos nadie propone otro tendrán que reconocer que soy el más grande poeta de Buenos Aires. Recita: Chip Chip me decía la chiva/ (Scherzo, no desprovisto de ironía, porque chip chip se usa para llamar a las gallinas)/ mientras yo imitaba al viejo rico/ (Parte descriptiva (...)”
“No significa –aclara Borges– 'remedaba yo al viejo rico' sino 'copiaba a máquina lo que el viejo rico dictaba')/ Oh rey de Inglaterra ¡viva!/ (Castañeteos. Exaltación patriótica)/ El nombre de tu esposo Federico/ (Dénouement aristotélico). Córdova Iturburu trató de leer algo, pero no encontró las papeletas. Gombrowicz se declaró rey de los poetas. El marido de Wally Zenner, radical de Forja, tembló de indignación y estuvo a punto de proceder”
Desde hace ya algún tiempo se difunde una historia sobre las conferencias que se ha convertido en una leyenda negra en el mundo de los hombres de letras argentinos según la cual la Cocot habría invitado al finado Soriano a dar una en la Facultad de Filosofía y Letras con el exclusivo propósito de que el alumnado se burlara de él, y esto porque Soriano apenas había terminado a los tumbos la escuela primaria.
Soriano, que efectivamente tenía un complejo de inferioridad respecto a su instrucción incompleta se sintió despreciado.
La Cocot trató de rústicos a los que la acusaban de haber discriminado a Soriano y se armó un lío político de proporciones mayúsculas entre la izquierda y la derecha; la pobre mujer quedó situada en una especie de derecha presumida que se ajustaba muy bien a su talante.
El Manco la acusó de que se emocionaba con el Guernica de Picasso y no tenía memoria para los bombardeos del ’55; que tenía sensibilidad para los hambrientos del primer mundo y no para los de acá a la vuelta; que esta jerarquía de preocupaciones era la misma con la que había vivido Victoria Ocampo; que no se le podía creer a una columnista dominical que se olvida de los derechos humanos y sólo se ocupa de los sentimientos benéficos; que los alumnos de Filosofía y Letras que se emplean en editoriales cuando egresan, hacen informes sobre originales y son obedientes a esos gustos canónicos institucionales que la Cocot imponía sistemáticamente desde su actividad académica ilustrada; que él sólo leía a la Cocot para saber en qué andaba la derecha argentina ilustrada.
Una de las conferencias más apremiantes de Gombrowicz la dio unos meses antes de renunciar al Banco Polaco, había decidido dejar el trabajo y empezó a preocuparse por la pérdida del sueldo. Eran conferencias de filosofía a domicilio en las que pasaba el sombrero después de terminar cada clase: –Yo les ilumino la mente y ustedes hacen economías con un pobre genio.
La conferencia que dio contra los poetas en la librería Fray Mocho resultó muy agitada, pero las palabras que pronunció fueron tan elocuentes que el presidente del Banco Polaco se entusiasmó con su tono magistral y le dio trabajo.
“Contra los poetas” es un ensayo belicoso que le nació a Gombrowicz de la irritación que le habían producido los poetas de Varsovia, su poeticidad convencional lo tenía harto, pero la rabia lo obligó a ventilar todo el problema de escribir versos.
A parte de la alteración que se produjo en el público presente y del bastonazo que le quiso pegar un viejo poeta, se desató una batalla tremebunda en la prensa. Gombrowicz no podía esperar que los signos de interrogación que le había puesto a la poesía fueran a ser enriquecidos por los periodistas. Su razonamiento antipoético merecía un análisis bien hecho, no se lo podía despachar en cinco minutos con cuatro garabatos, su idea era nueva y estaba basada en un sentimiento auténtico.
Sin embargo, la intervención de Gombrowicz que quizás más haya tenido que ver con esa idea de que nadie entiende nada de nada, la tuvo en Berlín.
Höllerer, un profesor muy renombrado, director de la revista "Akzente", lo invitó a un coloquio para que leyera en alemán un fragmento de "Ferdydurke".
Pero mi pronunciación es terrible, profesor, ni yo ni los oyentes entenderemos nada; –No importa, es un acto de cortesía que tenemos con usted, el señor Hölzer leerá algunos de sus poemas y después se abrirá el debate.
Walter Höllerer –una especie de Victoria Ocampo según nos decía Gombrowicz en sus cartas– le inspiraba confianza, tanto como profesor como por su talante de estudiante, algo que se le hacía evidente cuando escuchaba su risa jocosa y juvenil.
Gombrowicz esperaba que esa jovialidad lo liberara justamente de ese compromiso con los estudiantes de la universidad, pero el alemán que el profesor llevaba adentro lo obligó a representar su papel y se dispuso a abrir la sesión.
Lo presenta a Gombrowicz en la sala de conferencias y lo invita a leer la página de “Ferdydurke”.
Perdón, señor Höllerer, pero no la voy a leer. Otros participantes empiezan la lectura de sus poemas.
“Höllerer hablaba como profesor y sólo como profesor, dentro de los límites de la función, Barlevi, en calidad de polaco, de futurista varsoviano de antes de la guerra y de pintor que estaba preparando una exposición, y también de invitado de Höllerer. Hölzer, hablaba en calidad de poeta... Völker, como joven literato (...)”
Gombrowicz se sintió debilitado, tenía que defenderse y ponerse a la altura, decidió por lo tanto dar señales de vida y pidió la palabra para chapurrear su alemán. Su balbuceo hueco se volvió enseguida inconcebible, ensartaba palabras al azar con el único propósito de seguir hablando, pero, increíblemente, los estudiantes lo estaban escuchando, no sabía cómo seguir.
Entonces se dirigió a Barlevi, al que podía hincar el diente como compatriota y como pintor, y en un tono apasionado le empezó a hacer reproches incomprensibles, hasta que Barlevi no pudo resistir más y se durmió. Sonaron los aplausos, los estudiantes se levantaron y Höllerer dio por terminada la reunión.
De las costas americanas Gombrowicz se despide con un tumulto que arma en Montevideo después de asistir a una conferencia en la Asociación de Escritores, en la que en un momento determinado lo presentan como el autor de “Fidefurca”. Termina el acto y Gombrowicz estampa en el libro de la Asociación su firma, tras lo cual se lo pasa al Asno para que lo firme también. Esto vuelve a provocar inquietud porque el Asno está en la edad del servicio militar y todavía no tiene pinta de literato.
De ahí se fueron con Paulina Medero y Dickman a un restaurancito que se daba aires, en el que los poetas habían preparado un banquete para homenajear a un profesor. Se levantan los poetas y las poetisas y sueltan poemas en honor del profesor. Cada uno de los cincuenta poetas presentes tenía que pronunciar su poema de homenaje.
Gombrowicz llama al mozo, pide dos botellas de vino y empieza a tomar. Le llega el turno a una poetisa grasienta y barrigona, se levanta de un salto, mientras balancea el busto de un lado para otro y agita los brazos, emite manojos de rimas nobles. Gombrowicz no aguantó más y lanzó una carcajada tras la espalda del Asno, que también soltó una carcajada pero sin ninguna espalda que lo protegiera. En medio de miradas indignadas se levantó el laureado para soltar su discurso, Gombrowicz y el Asno aprovecharon la oportunidad y ahuecaron el ala.
Al día siguiente, mientras cenaba con el Asno oyó que en la mesa vecina se hablaba del escándalo en la Asociación de Escritores y de la provocación en el banquete de poetas... Aconsejaban escribir a Ernesto Sabato para preguntarle si su carta dirigida a Julio Bayce en la que recomendaba calurosamente a Gombrowicz era auténtica.
|