Gombrowiczidas |
Witold
Gombrowicz, Guillermo Saavedra y Hugo Beccacece |
En el primer encuentro que tuve con el Pitecántropo, el embajador de Polonia que había sucedido al Zorro, me trató, palabra más palabra menos, de insolente y de arrogante. Para mí fue una reacción inesperada pues los modales descuidados, en este caso los míos, nunca habían afectado que yo supiera a este tipo de androides. Este contratiempo relacionado con los malos modales tiene un cierto parentesco con el que tuve con Cornelio, un Protoser hiperactivo de muy malas pulgas que, sin embargo, llegó a formar parte del club de gombrowiczidas. Yo
considero que una persona culta que se precie de serlo debe estar enterada
hasta donde sea posible de los accidentes más señalados que ocurren en
el mundo de los hombres de letras. Después de haber manifestado una gran curiosidad por conocer "Gombrowicz, y todo lo demás", una propuesta editorial que había puesto en sus manos, Cornelio empezó a utilizar conmigo la técnica del silencio, uno de los cinco procedimientos de los que se valen los Protoseres para despachar a los autores, que yo había relevado en un estudio pormenorizado realizado con este propósito. Como
a mí no me gusta dejar las cosas colgadas de alfileres me vi obligado a
decirle que no entendía cuál podía ser la razón por la que en un
principio se manifestara tan entusiasmado y atento con mi propuesta
editorial y a los pocos días ni siquiera tuviera la delicadeza de
contestarme los teléfonos. Puesto contra la pared de esta manera, Cornelio se consideró liberado de darme su opinión sobre "Gombrowicz, y todo lo demás", pero de igual manera tuve que escucharle un sermón sólo comparable a los que daba Montaigne. |
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Guillermo Saavedra |
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Hugo Beccacece |
Un
autor decente no debe ignorar que un buen editor necesita tiempo y
tranquilidad para ponderar una propuesta de esta naturaleza. La relación
entre un editor y un autor debe basarse en la tolerancia y en la
confianza, la falta de respeto presuntuosa no conduce a ninguna parte. "(...) ¿crees acaso que yo, trabajando con treinta y cinco editores a la vez, tengo tiempo de ocuparme de insignificancias? (...) Firmé últimamente más de diez contratos con cinco países, pero la plata se me va que es un escándalo, porque aquí todo muy distinguido y muy caro. Sin embargo en Italia (estuvimos en Portofino, donde iba Churchill) también caro y por todos lados caro (...) Con Der Monat ofensa mortal, temían publicar mi diario sobre Berlín y no querían decírmelo, por lo tanto no contestaban mis cartas. Me enfurecí, los mandé a la mierda que los parió (...)" A
Cornelio le hubiera ido mucho peor con Gombrowicz de lo que le fue
conmigo. En la foto se lo ve como a un ladrón de baratijas, una persona
que se hace condenar por muy poca cosa. "A
todos aquellos que hablan de mí en vano, que abusan de mi nombre, los
castigo cruelmente: me muero en sus bocas" El
suceso argentino más importante de la década del 80 concerniente a
Gombrowicz fue, sin lugar a ninguna duda, la película que filmó Alberto
Fischerman, "Gombrowicz o la seducción" con el guión del
Esquizoide, un hombre de letras muy bien perfilado en el arte de escribir.
No
es el caso de que me ponga a contar aquí todas las peripecias de estos
acontecimientos tan rutilantes que se me han grabado en la memoria y
dejado un sabor muy dulce, voy a referirme solamente a una circunstancia
amarga. Cuando la Hierática empezó a elegir el medio en el que había
que hacer la propaganda a "Cartas a un amigo argentino" se
decidió por "La Nación" y se puso en contacto con el
Prohombre. El periodista, que no podía imaginar en ese momento lo que iba
a ocurrir después, aceptó de inmediato la propuesta sin reserva alguna. Al
año siguiente "Emecé" decide tirar la casa por la ventana para
festejar sus sesenta años de existencia y también el centenario del
nacimiento del Asiriobabilónico Metafísico, en una reunión a la que
asistió mucha más gente de la que cabía en el Museo Metropolitano.
Repentinamente para mí pero no para él, porque era un movimiento que había calculado cuidadosamente, nos encontramos junto a otra persona. El Pato Criollo, que conocía el cambio de nombre que me habían hecho en "La Nación", nos preguntó a los dos si nos conocíamos. El otro, claro, era el Prohombre; nosotros nos pusimos colorados como un tomate mientras el Pato Criollo se reía a carcajadas. |
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Juan Carlos Gómez
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