La deshumanización que el mismo Gombrowicz practica, especialmente en “Cosmos”, está acompañada siempre en todas sus narraciones por una energía de signo contrario que impide que la realidad se desmorone y se ahogue en un formalismo irreal.
La realidad surge de asociaciones de una manera indolente y torpe en medio de equívocos, a cada momento la construcción se hunde en el caos, y a cada momento la forma se levanta de las cenizas como una historia que se crea a sí misma a medida que se escribe, introduciéndose de una manera ordinaria en un mundo extraordinario, en los bastidores de la realidad. En “Cosmos” Gombrowicz descompone el mundo en elementos de la forma, pero también recrea la reacción del hombre frente a ese proceso de descomposición, de modo que es de nuevo el hombre y no la forma quien se halla en el centro de la obra..
Para mostrar cómo Gombrowicz lleva adelante en sus diarios propósitos que en general están reservados a géneros más creadores vamos a ver cuál es la razón por la que pone una atención desmedida en la casa de Prilidiano Pueyrredón..
El abuelo paterno de Gombrowicz se vio obligado a vender sus posesiones en Lituania y a instalarse en Polonia. Jan Onufry, su padre, compró una propiedad en Maloszyce donde nacieron Gombrowicz y todos sus hermanos. Cuando Gombrowicz tenía un año se mudaron a Bodzechow, y a los siete años terminó viviendo en Varsovia. El viejo castillo de Bodzechow, rodeado de un vasto parque, era un lugar lleno de misterios. La familia de Marcelina Antonina, su madre, se hallaba establecida en esa región desde hacía mucho tiempo.
Gombrowicz cambió sus mansiones de Polonia por las pensiones más miserables de Buenos Aires y, finalmente, por esa pieza de la calle Venezuela donde vivió dieciocho años.
Sin embargo, ni las mansiones de Polonia ni estas pensiones miserables de la Argentina fueron sus casas verdaderas.
La familia Swieczewski tenía una casa en San Isidro que Gombrowicz visitaba a menudo. Hacía paseos con Karol Swieczewski, era un buen amigo al que le tenía aprecio y confianza al punto de hacerle ciertas confesiones.
“No me aburro, porque paso seis horas diarias, aproximadamente, escribiendo y estudiando ciertas cuestiones de tipo intelectual. Estoy luchando duramente con mi obra, como un animal salvaje, a veces, ¡Santo cielo!, me gustaría mandarlo todo al diablo, ¡para qué, oh Dios, esta tarea superior a mis fuerzas!, no estoy hecho en absoluto para esto y, además, hay que tener una paciencia sobrehumana”
Es el fragmento de una carta que le escribe a Karol en 1956, desde la estancia de Dus Jankowski, en Necochea. A Gombrowicz no le falta la razón protestando de esta manera, los hombres de letras tienen una vida artificial, están obligados a sacar apuntes de lo que les ocurre, a estimular la imaginación con ocurrencias que no siempre tienen un final feliz, a estudiar ciertas cuestiones de tipo intelectual. Pruebas al canto, en el año 1954 Gombrowicz relata en los diarios un paseo que hace con Karol por San Isidro.
Desde una colina ven el Río de la Plata, y a la mano derecha, a la sombra de los eucaliptos, la casa de Prilidiano Pueyrredón, blanca y centenaria, con las ventanas cerradas, deshabitada desde que la abandonaron. Es la casa construida por Prilidiano Pueyrredón, arquitecto y pintor argentino cuyas obras son retratos de la época que siguió a nuestra independencia.
Entre esa casa y Gombrowicz se había creado un vínculo arbitrario. Empezó a preguntarse sobre qué pasaría si esa casa se le volviera familiar irrumpiendo en su destino por el solo hecho de que le era completamente extraña, y porque era justamente esa casa la que le inspiraba tan extraordinario deseo.
“De modo que ahora esta luz, estos arbustos, estas paredes, despiertan en mí cada vez más emoción y angustia, y siempre que estoy aquí me hundo bajo un peso indecible, mientras en algún lugar, en el límite, en el extremo de mi ser, estalla un grito, una violencia, un pánico tremendo”
Después de registrar esta conmoción llena de angustia, apunta que sus sensaciones de miedo y desesperación no eran de carne y hueso, sino un contorno de sentimientos, rellenos sólo de nada, absolutamente puros y por eso más dolorosos.
Mientras camina con Karol la casa va quedando atrás, pero el hecho de no verla aumenta su presencia. Está allí hasta la exageración, con sus ventanas y columnas neoclásicas, a medida que se aleja de ella en vez de diluirse existe con más fuerza. No encuentra la razón por la que esa casa ajena, blanca, puesta en un jardín de eucaliptos, lo acompaña, lo persigue, lo inoportuna y no lo suelta.
“¡No es eso lo que debo hacer! ¡No es aquí donde debo estar! Pero, ¿dónde entonces? ¿Dónde está mi lugar? ¿Qué debo hacer? ¿Dónde estar? Mi país natal no es mi lugar, ni la casa de mis padres, ni el pensamiento, ni la palabra, no, la verdad es que no tengo sino precisamente esta casa, sí, desgraciadamente mi única casa es esta casa deshabitada, la blanca casa de Prilidiano Pueyrredón. Pero él, Swieczewski, también parece estar ausente: sus dedos reducen a polvo una ramita seca”
A veces vale la pena que algunos hombres de letras se tomen el trabajo de escribir y estudiar ciertas cuestiones de tipo intelectual. Este fragmento de los diarios nos muestra cómo la imaginación de Gombrowicz le dio a esa casa de San Isidro unos límites nuevos, le arrancó al continuo indiferente de la realidad una forma más profunda y perdurable, una vida más verdadera, fue una ocurrencia que tuvo un final feliz.
Después de una narración metafísica y bucólica que hace en los diarios sobre un cocodrilo no logra recuperarse de un estado hipomaniacal que lo persigue, así que mete a continuación los relatos de la casa de Prilidiano Pueyrredón, del cretino de la columna de Creta y del fotógrafo impostor. Finalmente, una lectora de Canadá se cansa y le manda una carta haciéndole reproches.
“Al principio, lo que usted escribía tenía carácter polémico, despertaba controversias, producía reacciones, incluso negativas, pero fuertes. Los últimos fragmentos no me producen ninguna reacción aparte del estupor de que usted los escriba y de que ‘Kultura’ los publique”
Gombrowicz lee con atención la carta y reconoce que los diarios publicados en noviembre le salieron un poco frívolos, especialmente con el cuento del cocodrilo, pero no está dispuesto a escribir sólo para la satisfacción de los lectores, les pide que le dejen cierta libertad y que no se entrometan demasiado en su trabajo.
“Cuidad de que mi diario tenga el mínimo indispensable de inteligencia y vitalidad, la cantidad exigida por el nivel medio de la palabra impresa, pero en cuanto la resto, dejadme las manos libres (...)”
“En este saco meto muchas cosas distintas: todo un mundo al que sólo os acostumbraréis en la medida que adquiera superioridad sobre vosotros; mientras tanto, muchas cosas de este diario os parecerán innecesarias e incluso os quedaréis sorprendidos de que se acepte su publicación”
Pero Gombrowicz, como el alacrán, no puede con el genio. Inmediatamente después de estas reflexiones tan atinadas mete en el “Diario” unos versos indecentes que había escrito en la puerta de un baño público. |