Gombrowiczidas |
Witold
Gombrowicz, Álvaro Mata Guillé y Gabriel Báñez |
Alrededor de la actividad de escribir suelen formarse unas combinaciones explosivas que tienen origen en una particularidad que por su fuerza es semejante a un ley: dentro de cada editor se aloja un escritor. La cuestión es que cuando se mezclan estas dos naturalezas en una misma persona cada una saca de la otra la peor parte y no la mejor, como cumplidamente voy a pasar a mostrar utilizando dos ejemplos: uno tropical y otro subtropical Un
costarricense director de teatro, ensayista, investigador, dramaturgo y
poeta, llegó a mí de la mano generosa del Niño Ruso con el propósito
de editar en el quinto número de su revista “k”, un nombre que
enseguida me puso en guardia pues despertó en mi cerebro un mal
presentimiento, un dossier dedicado Gombrowicz. Para despertarle el apetito a este editor costarricense al que por las modalidades de su comportamiento di en llamar el Ladrón de Gallinas, le mandé “Gombrowicz, la deserción y el destierro”, texto que, según me dijo, iba a leer esa misma noche para mandarme sus impresiones. Pero en vez de mandarme sus impresiones me preguntó si los gombrowiczidas que le enviaba eran de mi autoría, que le resultan muy interesantes y que si no podría mandarle una foto donde apareciera junto a Gombrowicz. |
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Álvaro Mata Guillé |
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Gabriel Báñez |
Como ustedes saben, en los tiempos que corren, estoy teniendo algunas dificultades para convencer a los editores hispanohablantes de que publiquen mis escritos, una dificultad que pareció estar en vías de solución cuando apareció en el horizonte el Ladrón de Gallinas. No
sé bien qué asociaciones de la imaginación me indujeron a pensar que
Pavlov podía venir otra vez en mi ayuda –como ya lo había hecho con el
Guitarrón en ocasión de enviarle “Gombrowicz, y todo lo demás”–
para provocar, de la misma manera que lo hacía el ruso con los perros,
trastornos en la conducta de ese editor tropical que desembocaran en la
aceptación de mis escritos. El procedimiento que se me ocurrió era
benigno y podía ser interrumpido en cualquier momento, posibilidad que
los perros de Pavlov no tenían, pero me salió el tiro por la culata.
Pero
en vez de despertarle el deseo incontenible de publicar mis textos, le
desperté en cambio el deseo de enviarme una poesía suya para que la
leyera. No sabiendo ya a que santo encomendarme le mandé un gombrowiczida
con una bonita foto donde aparezco al lado de Gombrowicz en la despedida
que le hicimos en el puerto de Buenos Aires, y la advertencia de que yo
era lector de un solo libro y que, por lo tanto, no podía leer el poema
que me había mandado. Al poco tiempo cambió de opinión y volvió a insistir, me estaba pidiendo otra vez autorización para publicar “Gombrowicz, la deserción y el destierro”. Fue entonces que recurrí al Niño Ruso, pues había sido él quien me había puesto en contacto con este sabandija. La
carta que le escribí fue con copia a Carlos Fuentes, al Cacatúa, al Hábil
Declarante y algunos mexicanos más, quería formar un ambiente
escandaloso y llevar agua para mi molino. El
caso del Ganso es algo distinto, se trata de un Protoser escritor
subtropical nacido en la Argentina, pero también en esta oportunidad se
formó una combinación explosiva. Esta particularidad que tienen los hombres de letras de poner en mis manos algún escrito que debo leer con la mayor premura me obligó a una respuesta inmediata. “(...) y no te digo cuál es mi dirección postal porque, como ya te dije, a esta altura del partido sólo leo cosas de Gombrowicz o sobre Gombrowicz, nada más (...)” El
Ganso, que va poniéndose al día con Gombrowicz a medida que le llegan
los gombrowiczidas, se entusiasmó con un pasaje donde aparece Gombrowicz
afirmando que la profesión del escritor no existe, un pasaje que publicó
en un blog suyo muy consultado. La afirmación de que Gombrowicz quería ser él mismo y estar por encima de sus obras parece que estuviera en línea con unas palabras que escribe en una entrevista. “El
hombre se expresa y lo hace por todos los medios, baila o canta, o pinta o
hace literatura. Lo que importa es ser alguien, para expresar lo que uno
es, ¿no creen? Pero la profesión de escritor, no, no existe...” “¡Leer! Pero, ¿no sabe que escribir, aunque sea obras maestras, no es más que una profesión, mientras el arte, el verdadero arte, consiste en conseguir que el libro sea leído?” Gombrowicz
se fue transformando poco a poco en un maestro del escape con su retirada
general. Sus cuatro novelas terminan en huidas: “Ferdydurke”, con la
prima; “Transatlántico”, con el bumbam; “Pornografía”, con la
sonrisa de los jóvenes; y “Cosmos”, con el diluvio y el pollo
relleno.
Pero
las retiradas de Gombrowicz no eran inocentes como la de los chicos
traviesos que tiran piedras y después se esconden, eran huidas a lo parto
con las que derrumbó buena parte de los promontorios de la cultura
contemporánea y de las formas humanas. No
es cuestión de hacerle cargos a esta familia de gansos, hasta los mismos
gombrowiczólogos se confunden a menudo con estas retiradas
contradictorias, hay que reconocer que las retiradas de Gombrowicz son muy
peligrosas e imprevisibles. Sin embargo, las cosas se complicaron dramáticamente
recién cuando hablé de Bebus Rosset, un primo de Gombrowicz a quien sus
numerosas aventuras habían hecho célebre. Se quiso ocupar de Gombrowicz cuando llegó a Francia para completar sus estudios de leyes, pero sin ningún resultado. Era un hombre extraordinariamente valiente, de naturaleza rica y turbulenta, a quien la guerra lo había arrancado de su vida normal. Lo
recibió en su buhardilla de pintor en París, y como sabía que
Gombrowicz había empezado a escribir le preguntó si quería ser un
“pissage polonais”. “Su
muerte fue extraña y violenta. Se enamoró desesperadamente de una mujer
y un día la citó para el redez-vous decisivo en el Café de la Ópera
(...)” En una historia verdadera que incluí en un gombrowiczidas relaté el episodio de la sesión de espiritismo de Bebus Rosset, esta circunstancia despertó una curiosidad en el Ganso que me hizo conocer. “(...) mucho me llamó la atención la glosa en la que se dice que el espíritu respondió a través de la copa ‘en ruso’. La atención precitada movió mi duda: ¿en caracteres cirílicos estaban las letras alrededor de la copa? (...)” Después del comentario que me hizo sobre los caracteres cirílicos este Protoser escritor subtropical pasó a llamarse el Ganso, un mote que aceptó con mucho gusto. |
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Juan Carlos Gómez
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