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Gombrowiczidas

Witold Gombrowicz y las ideas contemporáneas
Juan Carlos Gómez

“Un libro particular. Jamás he leído algo parecido, y particularmente tan excitante, ‘Panorama de las ideas contemporáneas’, de Gaëtan Picon. Hacía tiempo que no me sumergía con tanto entusiasmo en un libro como en estas setecientas páginas llenas de las ideas más nuevas surgidas en estas últimas décadas. Filosofía y ciencias sociales, arte y religión, física y matemáticas, historia y psicología (...)” 

“También filosofía de la historia, así como los problemas políticos y el humanismo contemporáneo. El volumen abarca las principales disciplinas de la ciencia, aunque no ofreciendo un escueto resumen sino fragmentos de las obras más representativas. Es una antología en la que la filosofía de la historia está representada por textos escogidos de Dilthey, Lenin, Trotski, Jaurès, Berdiaiev, Spengler, Toynbee, Croce, Aron, Jaspers (...)”

“Las ciencias duras están representadas en la teoría de los cuantos y los problemas relacionados con la relatividad por Broglie, Bohr, Einstein, Heisenberg... No se encontrará en este libro un comentario exhaustivo, es una introducción al estilo de la ciencia de hoy, a su tono, a su temperamento, a su carácter, pues a veces tengo la sensación de que la ciencia es una persona, a sus costumbres (...)”

“Es como si escucharas una reunión en la que unos sabios tomasen la palabra por turno; es una oportunidad para escuchar atentamente su manera de hablar...”. En un momento determinado Gombrowicz se propuso disciplinar sus conocimientos anárquicos acerca de las formas generales del conocimiento, la filosofía y sus primeros desprendimientos: la física y la matemática.

Lo hizo recurriendo a la lectura de dos libros; “Lecciones preliminares de filosofía” de García Morente, y “Panorama de las ideas contemporáneas” de Gaetan Picon. La atracción por la filosofía la conservó en toda su integridad durante toda la vida. Cuando pensamos en la física y en la matemática es muy difícil no pensar en el determinismo en cualquier campo que sea después del broche de oro que le puso Laplace. 

Witold Gombrowicz en Wsola, la casa de su hermano Jerzy


Este matemático francés coronó el pensamiento causal afirmando que podemos mirar el estado presente del universo como el efecto del pasado y la causa de su futuro. Ni siquiera la física cuántica se libra del demonio de Laplace, un demonio tan poderoso que lo obliga a Einstein a decir que Dios no juega a los dados. “Mi novela ‘Cosmos’ es capaz de angustiarme, y hasta de asustarme (...)” 

“A lo largo de mi vida me he forjado una sensibilidad especial hacia la forma, y, verdaderamente, el hecho de tener cinco dedos en la mano me da miedo. ¿Por qué cinco? ¿Por qué no 327.584.598.208.854? ¿Y por qué no todas las cantidades a la vez? Y en definitiva, ¿por qué dedos? Para mí no existe nada más fantástico que el estar ahí, y ahora, y el ser tal, definido y determinado, concreto, éste y no otro?”. 

Sin embargo, el demonio de Laplace es paradójico. Si mis acciones determinan inexorablemente el futuro, soy responsable de todo lo que ocurrirá en el mundo. Pero si mi propia vida está regida por circunstancias que escapan a mi control, entonces, no soy responsable de mis acciones. “Cosmos” es la obra más abstracta de todas las que escribió Gombrowicz, y es por ella que recibió el Premio Internacional de Literatura. 

Las relaciones que Gombrowicz tenía con la abstracción, especialmente con la matemática que es su forma más pura, se pusieron de manifiesto muy tempranamente. “Volvió a repetirse lo mismo, desgraciadamente, en el examen escrito de matemáticas. Mi falta de talento en esta materia se dejó ver con toda claridad. Ataqué el problema de trigonometría con la bravura de un suicida y, para mi mayor sorpresa, lo resolví en diez minutos (...)” 

“Todo iba como la seda: bastaba sumar unas cuantas cifras y ya estaba listo. Pero yo sabía que era demasiado hermoso para ser cierto y me dispuse a buscar, horrorizado, otras soluciones. Pero no había nada que hacer, cada vez, como un tren sobre una vía muerta, llegaba a la misma solución sencilla, clara, deslumbrante por su evidencia. Por fin sucumbí, no pude resistirme más a la evidencia (...)”

“Sofocado por los peores presentimientos, entregué el trabajo. Sabía que me iban a poner un cero pero, ¿qué podía hacer si no existía mancha ninguna en mi obra? Sí, un cero en trigonometría, un cero en álgebra, un cero en latín: tres ceros coronaron mis esfuerzos. Parecía que no tenía salvación”. La naturaleza de “Cosmos” tiene sin embargo una extraña relación con la ciencia de matemática.

Gombrowicz estaba llegando al apogeo de su juventud en un momento de la historia en el que ya habían fermentado todas las revoluciones del pensamiento que tuvieron lugar en los cien años que van entre la mitad del siglo diecinueve y la mitad del veinte, y aunque Gombrowicz no era científico ni filósofo quedó muy afectado por todo esto. Desde la época de la antigua Grecia los hombres se han propuesto saber de qué cosas está hecho el mundo. 

Siguiendo el camino del análisis, primero descubrieron las moléculas y los elementos y después los átomos, abocados a la tarea de buscar partículas elementales, es decir, aquellas que no estaban compuestas de otras más pequeñas. Cuando finalmente los científicos llegaron a los protones y a los electrones Sir Arthur Eddington se atrevió a contar el número de partículas elementales que tenía el universo.

Bombardear átomos para que aparezcan esos elementos más pequeños que ya no se pueden dividir no es una tarea sencilla, pero los aceleradores de partículas con los que los cascotean son cada vez más poderosos y el más imponente de todos es la máquina de Dios con la que los físicos se proponen dividir los protones y los electrones en partículas más estables que los quarks y los hadrones para conocer entre otras cosas el origen que ha tenido el universo. 

Cuando el hombre mete la nariz en asuntos reservados a los dioses suele tener contratiempos: la caja de Pandora en la antigüedad, y más recientemente la máquina de Dios son dos claros ejemplos. Los fracasos que sufren los investigadores científicos cuando se ponen a desentrañar misterios de la naturaleza, aunque parezca mentira, les vienen muy bien a los hombres de letras.

Le vienen muy bien pues mientras la ciencia, por lo general, se propone resolver esos misterios se puede decir que el arte en cambio vive de ellos. El Natura non facit saltus había imperado desde el tiempo de los griegos. La naturaleza no creaba especies ni géneros absolutamente distintos, existía siempre entre ellos algún intermediario que los unía al anterior.

Pero cuando Planck sienta el principio de que la materia no puede emitir radiación más que por cantidades finitas, por granos, por cuantos, y Heisenberg nos muestra que sólo podemos conocer la probabilidad de existencia y no la existencia misma de una partícula, la naturaleza empieza a saltar. Gombrowicz queda deslumbrado con la naturaleza granulada de la energía.

Se propone construir él también, ya no esa energía granulada que había descubierto Planck, sino una moral granulada. Puesto que la cantidad de los que sufren le pone límites al dolor, lo fragmenta y lo disuelve, y como el sentimiento que pone al hombre en contacto con el dolor del otro proviene de una reflejo moral, entonces, debe disponerse de una moral limitada, fragmentaria, arbitraria e injusta.

Una moral que por su naturaleza no es continua sino granulada. Este tipo de moral es la que Gombrowicz utilizaba para enfrentar todos los excesos, especialmente los excesos ideológicos. También queda sobrecogido con el principio de indeterminación de Heisenberg tan ligado al azar y a la probabilidad, y aunque esta concepción es divergente con el universo determinado de Laplace, sigue siendo fundamental en la física moderna.

Gombrowicz busca y encuentra en sus reflexiones sobre la forma algo parecido a lo que habían encontrado Bohr y Heisenberg en las partículas elementales. En el encuentro de una persona con otra hay una zona determinada de la conducta, de la que se ocupan la psicología y la antropología, y una esfera en la que el comportamiento no está determinado de antemano.

En esta esfera el comportamiento se va ajustando y pasa del caos inicial a una estructura probabilística en la sobresale el azar sobre el determinismo, y en la que cada participante del encuentro define en el otro una función. Esta doble naturaleza del comportamiento le presenta a Gombrowicz un problema parecido al que había resuelto Bohr con su noción de complementariedad para el caso de los protones y de los electrones. 

Las partículas atómicas hay que describirlas, ora con la imagen corpuscular, ora con la imagen ondulatoria, y esto debe hacerse así porque estas dos imágenes contradictorias son concurrentes. Las relaciones de indeterminación, que son una consecuencia del cuanto de acción, no le permiten a las imágenes entrar en un conflicto directo. Cuanto más se quiere precisar una imagen por medio de observaciones, más la otra se hace necesariamente vaga. 

Las propiedades corpusculares y ondulatorias no entran en conflicto porque no existen al mismo tiempo, son aspectos que se contradicen y se totalizan complementariamente. Esta concepción contradictoria y complementaria de los fenómenos físicos está presente en el espíritu de la época de la juventud de Gombrowicz, un espíritu que Gombrowicz expresa a su modo cuando se extraña de estar tan definido y tan indefinido al mismo tiempo.

La característica más sobresaliente de “El casamiento” es la manera en que cambian las conductas de los personajes, no por procesos psíquicos, sino por mutaciones formales. El comportamiento de los protagonistas pasa de la mujerzuela a la virgen, del tabernero al rey, del borracho al sobrio, de la tragedia a la alegría, de lo laico a lo sagrado, del hombre a Dios... 

Son pares complementarios en los que la sabiduría va de la mano de la estupidez. Estos pares complementarios tienen una semejanza formal con las ideas de Niels Bohr. Bohr le puso el nombre de complementariedad física al hecho de que los fenómenos de la naturaleza se comportan como corpúsculos o como ondas según sea el aparato con que se los mida. 

Pues bien, en el caso de Gombrowicz podríamos hablar de un principio de complementariedad formal, un hecho en el que los fenómenos humanos se presentan como comportamientos superiores o inferiores según sean las transformaciones indeterminadas que buscan el completamiento del doble aspecto que tiene la realidad., especialmente en lo que concierne a la inteligencia y a la estupidez. 

El principio de complementariedad de Niels Bohr tiene un estructura asimilable a “El casamiento” mientras que el principio de incertidumbre de Werner Heisenberg tiene una estructura asimilable a “Cosmos”. Se puede decir que el principio de incertidumbre postula que en la mecánica cuántica es imposible conocer exactamente, en un instante dado, los valores de variables canónicas conjugadas.

Cuando queremos cuantificar los valores de la posición y del impulso, por ejemplo, o de la energía y el tiempo, la medición precisa de una de estas variables implica una total indeterminación en el valor de la variable conjugada. En “Cosmos”, Gombrowicz maniobra con un filósofo de la combinaciones, de la causalidad, del azar, de la lógica interna y externa, del intento de organizar el caos y de la formación de la realidad.

Pero el filósofo queda enredado en las bocas erotizadas y sexualizadas de Lena y de Katasia, en la pasión enfermiza de un joven estudiante, en la masturbación y en la muerte. La acción de “Cosmos” está constituida por ideas que se perfilan poco a poco y luego se vuelven nítidas. El protagonista le sigue la pista a estas formas inestables para asociarlas con el mundo, pero constantemente le caen en el caos. 

Al poner en juego intencionalmente elementos reales para configurar una idea que previamente tiene en la conciencia, el joven lleva a cabo un acto desleal pues perturba lo que está observando y sólo conocerá entonces el resultado de esa perturbación. De las cuatro narraciones que integran la novelística de Gombrowicz: “Ferdydurke”, “Transatlántico”, “Pornografía” y “Cosmos”, “Cosmos” es la más extraña. 

La historia comienza cuando el protagonista se va de la casa que sus padres tienen en Varsovia, estaba harto de toda la familia. Se dispone pues a tomar unas vacaciones, a preparar un examen y a disfrutar del cambio de aire. Mientras estaba buscando una pensión barata en la región de Zakopane se encuentra con un amigo que también está huyendo, pero no de sus padres sino de su jefe. 

Muy cerca de la casa en la que finalmente alquilarán un cuarto aparece la primera anomalía de este relato, un acontecimiento extraño. Alrededor de este acontecimiento el joven estudiante empieza a armar la trama de un misterio que va creciendo. En el medio de unas matas ven un gorrión, no era un gorrión común, era un gorrión que estaba colgado de un alambre fino enredado en la rama de un árbol. 

Un descubrimiento a primera vista inexplicable pues no tiene sentido ahorcar a un gorrión y luego colgarlo, por lo menos un sentido racional y coherente. Los problemas con el jefe de la oficina del amigo y los del joven estudiante con su padre los predisponen a exagerar el significado de algunos hechos sin importancia. Los atiende una mujer cuarentona y regordeta cuya boca no es normal. 

Ésta es la segunda anomalía en la que pone atención el protagonista. La boca estirada le enroscaba el labio superior, la frialdad reptiloide de ese labio lo excitó de inmediato. Era un oscuro pasadizo que conducía a un pecado carnal gelatinoso y viscoso, como si fuera una vulva. La dueña de la pensión, también rechoncha, les muestra la casa y en la cama del primer cuarto que abre estaba acostada su hija sobre un colchón sin sábanas. 

El muslo de una de sus piernas quedaba destacado contra el elástico metálico pues el colchón se había deslizado. Un muslo muy atractivo que lo hace arder al instante al estudiante impresionándolo tanto como el labio de la posadera. En la cena, Leon, el dueño de la posada, les comunica con un lenguaje jocoso y extravagante que él está a disposición de su esposa. 

Les comunica también que hace pequeños trabajos en la casa, les recomienda la crema que prepara su esposa y asegura que el intelecto de los jóvenes podrá hacer cuanta pirueta ansíen. A su lado estaba Lena, la hija, serena como un lago. La posadera Katasia le alcanzó a Lena un cenicero cubierto con una redecilla de alambres, y aquí se dispara la tercera anomalía. 

La malla del cenicero se le asoció al elástico de la cama con el muslo, y el labio vulva de Katasia con la boca entreabierta de la hija, en ese momento se le despertó una pasión enfermiza. Era la primera noche, no quería dormir pero tampoco quería levantarse, como Fuks no estaba en el cuarto se imaginó que había ido a ver al gorrión, el gorrión crecía, se volvía más importante de lo que era, ya era un personaje capaz de recibir visitas. 

En medio de la noche se encontró en el corredor de una casa ajena en mangas de camisa, una situación que se le asociaba con el erotismo. La situación se le deslizaba hacia la sexualidad como el escurrimiento de la boca vulva de la posadera. En el cielo y en el jardín trazaba líneas imaginarias buscando figuras y formas, los objetos del jardín se ponían unos tras otros como los labios de Katasia tras los de Lena.

Los objetos del jardín no tenían nada en común pero existían unos en relación con los otros. Existían como en un mapa cada ciudad existe en relación con las otras. La intensidad de las estrellas se le asoció con la intensidad del gorrión ahorcado, y el gorrión se le asoció con las bocas, pero el gorrión no se dejaba situar en el mismo mapa de las bocas, se hallaba afuera, pertenecía a otro mundo. 

Cuanto menos se justificaba la pertenencia a este mundo del gorrión más se volvía significativo que lo observaran de esa manera. Y al día siguiente otra vez llegó la hora de la cena. Lena estaba casada, su esposo llegó mientras comían, la hija se había transmutado totalmente por la llegada de aquel hombre que conocía los movimientos más secretos de aquellos labios. 

Ludwik estaba bien formado, era apuesto, inteligente y arquitecto pero, ¿qué le hacía él a ella y ella a él cuando estaban juntos sin nadie que los viera? Ver a un hombre frente a la mujer que nos interesa es desagradable pero lo peor es que se vuelve objeto de nuestra curiosidad y entonces tratamos de adivinar sus gustos ocultos a través de esa mujer aunque eso nos produzca asco. 

Ludwik y Lena desplegaban la ternura cortés de los matrimonios jóvenes, las búsquedas pasionales y llenas de repulsión del protagonista debían limitarse a la mano de Ludwik que yacía sobre la mesa cerca de la mano de Lena. Se torturaba imaginado de qué manera la tocaría. Doña Bolita estaba escandaliza con lo del gorrión, pensaba que era una maldad de los chicos. 

Llegó Katasia para llevarse los platos y su boca vulvosa apareció cerca de los labios entreabiertos, suaves y limpios de Lena, el joven estudiante no quiso mirar para no influir en nada, para que el experimento resultara totalmente objetivo. Ludwik dijo que una semana atrás él también había visto un pollo ahorcado pero unos días después había desaparecido. 

Leon tarareaba su tiru-liru-lá, fabricaba bolitas con migas de pan y las acomodaba en hilera sobre el mantel para observarlas. Lena era maestra de idiomas y llevaba dos meses de casada, la posadera era sobrina de doña Bolita y había que operarla y coserla nuevamente para arreglarle la boca. Leon tomaba sal con la punta del cuchillo y la depositaba sobre una bolita mientras pedía más rábanos y crema. 

Fueron varios días de retazos de todo. Una noche en el comedor los ojos del protagonista tropezaron con un clavo de la pared, del clavo pasó al armario y del armario al techo donde había una raya que parecía una flecha. Era una flecha. Cansado miró una botella con un corcho en el cuello y descansó en el corcho hasta que se fueron a dormir. En la cena la flecha no era más ni menos importante que las demás cosas.

Sin embargo cuando el joven se pone a narrar la historia de sus vacaciones en esa posada extrae de la misma historia la configuración del futuro poniendo a la flecha en primer plano. La conclusión que saca es que no podemos entrar en contacto con nada en el momento de su nacimiento, y que si hubiéramos salido del caos nunca entraríamos en contacto con él. 

Es una reflexión análoga a la que Gombrowicz hace sobre la inmadurez, la inmadurez desaparece cuando intentamos definirla y darle forma. Katasia los despertaba con el desayuno, la impropiedad de su boca vulva se le prolongaba, ese momento le quedaba grabado durante el día entero manteniéndole viva la asociación bucal en la que se había enredado con tanta obstinación. 

Mirando el techo del cuarto los dos amigos ven una flecha que el día anterior no estaba ahí. Esa flecha se les asocia con la del comedor y deducen que les está indicando una dirección. El protagonista sueña con la mano de Lena, en la noche anterior le había parecido que al posar disimuladamente su mirada sobre esa mano la mano había temblado. Estaba realmente agotado. 

Quizás, si no hubieran tenido tantos problemas con los padres y con el jefe, no le hubieran dado tanta importancia a los detalles pequeños, pero, una cosa trae la otra. Decidieron investigar a dónde apuntaba la flecha del cuarto con la seguridad de que si alguien los espiaba desde la casa, ése sería el que había entrado al cuarto para grabar en el techo la línea que formaba la flecha. 

Con alguna dificultad y muchos trabajos siguieron la dirección y encontraron la cuarta anomalía de la historia contra uno de los muros del jardín: un palito de dos centímetros de longitud colgaba de un hilo blanco del mismo tamaño, el palito quedó intensificado de inmediato por el gorrión. Era difícil dejar de pensar que alguien por medio de esa flecha no los hubiera dirigido hacia el palito colgado para que lo asociaran con el gorrión.

Algo parecía unir resbalosamente a todos esos elementos que deseaban ordenarse de acuerdo a una idea, pero, ¿qué idea? El protagonista hubiera aceptado a todas esas asociaciones como una simple casualidad si no fuera por la anomalía de la boca de Katasia que se le juntaba con el palito y el gorrión, una cueva oscura y absorbente, una boca vulva muy atractiva pues tras ella se asomaba la boca entreabierta de Lena. 

Leon contaba que en el banco se llevaba muy mal con la secretaria del presidente, que esa arpía lo acusaba de escupir en el cesto de basura. Esta historia del dueño de la posada nos hace recordar a una historia parecida de Gombrowicz en el Banco Polaco que tenía ese mismo problema con Helena Zawadzka Ryttel, la secretaria del presidente Juliusz Nowinski. 

Tiru-liru-lá, treinta y siete años de vida matrimonial, la mano de la hija, relajada, pequeña, color café y cálidamente helada, unida por la muñeca a otras blancuras del brazo que el joven no miraba y, otra vez, una contracción perezosa de los dedos, ¿tenía algo que ver esa contracción con el protagonista? Cuando había terminado la cena Fuks pide un hilo y un palito para usarlo como compás. 

Los pedía nada más que para hacerle saber al bromista, si es que existía, que habían descubierto la flecha en el techo y el palito colgado del hilo. Entre el pájaro y el palito el protagonista se sintió en medio de dos polos, y la reunión de los que estaban sentados a la mesa se le presentó como una función particular de aquella relación, una extravagancia que le abría las puertas a la otra extravagancia, a la de las bocas. 

Katasia le pasó el cenicero a Lena. El estudiante sintió inmediatamente el impacto de la asociación de los labios fríos y deformes con aquellos otros puros, y de la redecilla metálica del cenicero con el muslo de Lena, la combinación se le debilitaba e intensificaba a cada momento y lo conducía a contradicciones sobre la verdadera naturaleza de la hija de doña Bolita y de Leon.

Virginidad perversa, timidez brutal, boca entrecerrada y abiertísima, vergüenza impúdica, fuego helado, embriaguez sobria. El pedazo de corcho pegado a la botella hacía lo posible por destacarse y pasar a primer plano. Fuks seguía investigando y descubrió una vara cerca del palito, la vara señalaba el cuarto de Katasia, aprovecharían el domingo para escudriñar en el cuarto de la posadera. 

En la cena el yerno lo desafía al suegro con un problema de combinaciones matemáticas, parecía que las combinaciones de Ludwik estaban en relación con las combinaciones que lo desvelaban al protagonista pues no lograba saber si no era él mismo el autor de las combinaciones que se combinaban a su alrededor. Se empezó a imaginar que Lena, en cuerpo y alma, tendía hacia él, tensa en un deseo íntimo, secreto.

En el cuarto de la posadera encontraron una fotografía de Katasia con la boca sencilla y pura, una respetable señora que se había herido el labio superior en un accidente automovilístico, los jóvenes no eran entonces más que un par de lunáticos perversos. El estudiante vio la ventana iluminada de Lena y corrió hacia allá, quería verla en la intimidad de su cuarto. 

Subió a la rama de un árbol y vio que Ludwik le estaba enseñando una tetera, quedó aniquilado, la tetera era algo que estaba fuera del mundo, ella estaba sentada en una silla con una toalla de baño sobre los hombros y él, de pie, le enseñaba una tetera que tenía entre las manos. Se quitó la toalla, estaba sin blusa, vio la desnudez de sus pechos y brazos, empezó a quitarse las medias. 

Ahora sabría como era: degenerada, perversa, sucia, untuosa, sensual, casta, tierna, pura, fiel, fresca, graciosa o coqueta. Ya mostraba los muslos. Ludwik apoyó la tetera en un anaquel y apagó la luz. Nunca sabría cómo era. Bajó del árbol y observó que en la balaustrada estaba echado el gato de Lena, lo agarró por el cuello y empezó a ahorcarlo con todas las fuerzas, el gato quedó muerto. 

Tenía que esconderlo, recordó que en el muro del jardín había un gancho, ató una cuerda al cuello del gato y lo colgó; colgaba como el gorrión y el palito. Entró a su cuarto y cayó dormido. Se estaba abriendo paso hacia la hija ahorcando a su gato, Katasia decía que era una canallada y Lena se había puesto más bella por la vergüenza, servía para el amor, pero para nada más. 

Por eso se avergonzaba del gato, sabía que todo lo que se refería a ella debía tener un sentido amoroso y aunque no sabía quién se ocultaba detrás de esa maldad se avergonzaba del gato porque era suyo y se refería a ella. Pero su gato era también del que acababa de ahorcarlo. El gato lo había llevado del anverso al reverso de la medalla, hacia el círculo donde se producían los misterios. 

Era el mundo de los jeroglíficos, le daban ganas de reírse viéndolo a Fuks buscando alguna pista. Cuando salieron del cuarto de Katasia doña Bolita clavaba algo con fuertes golpes de martillo en un tronco del zaguán. Lena les explicaba que la madre tenía crisis y golpeaba lo que fuera para desahogarse, y los golpes que habían seguido a los de la madre los había dado ella para hacerla entrar en razón. 

Leon empezó a insinuar que Bolita había matado al gato, el joven sabía que no, pero María o el mismo Leon podían haberlo matado. Doña Bolita dice que para esa maldad que le hicieron a su hija sólo existe una explicación pasional, y deja flotando en el aire la sospecha de que podría haberlo hecho alguno de los dos jóvenes. Fuks acusa el golpe y comenta que el día de su llegada el gorrión ya apestaba bastante.

No sabía si deseaba acariciar a Lena, o torturarla, humillarla, o adorarla. Si deseaba porquerías o deleites celestiales, revolcarse con ella o pasarle fraternalmente el brazo sobre los hombros. Ella pesaba en su conciencia, se le parecía a una sonámbula arrastrando la desesperación como una larga cabellera. Pocos días después emprendieron una excursión a las montañas. 

Mientras el sistema gorrión, palito, gato, bocas, mano estaba todavía en vigencia, una corriente de aire nuevo entró en escena. Los acompañaban dos matrimonios de recién casados amigos de Lena. Leon les comentaba que iban al encuentro de un panorama maravilloso que había descubierto hacía veintisiete años. El padre buceaba en el pasado y el protagonista en los enigmas del presente con la misma intensidad.

Esta coincidencia aparecía como una réplica del mundo que había quedado en la posada. De aquel paseo extraordinario Leon había traído una vara, y otra vez un eco, el eco de la vara que les había señalado el cuarto de la posadera. La casa había quedado al cuidado de Katasia; en una pensión del camino recogieron a una de las parejas, Lulo y Lula, que comenzaron a lulear a todo pulmón y convirtieron a la reunión en algo más vivo. 

Hasta Lena y Ludwik sucumbieron al lulear de lo Lulos. Encontraron a un sacerdote sentado en una piedra al lado del camino, algo fuera del mundo, como la tetera de allá, y otro eco más. Los secretos de las bocas y del ahorcamiento del gato eran sólo del protagonista, pertenecían entonces a los dos círculos, el interior y el exterior. El sacerdote provenía del exterior, era superfluo y absurdo. 

La irritación que le producía el sacerdote al joven era tan violenta y peligrosa como la que le había producido el gato. ¡Cuidado, señor cura!, un loco anda suelto. Una réplica más del mundo de la posada. Los Lulos se excitaron cuando vieron a los Tolos, la otra pareja. Tolo era capitán, un caballero hasta la médula, la Tola pertenecía al género de mujeres que no desean ser admiradas porque eso no les corresponde, una extraña soledad carnal. 

El Tolo bebía con la frente bien alta para dar a entender que nadie tenía derecho a poner en duda su amor por la Tola. Los Lulos, con el aire más inocente del mundo, observaban lo que ocurría como un par de tigres sedientos de sangre. El eco, ellos permanecían ahí pero como eco de las cosas de allá. Tiru-liru.lá, la eterna cantinela de Leon que de repente exclama: ¡Berg!, 

Mientras tanto le explica a doña Bolita que no es nada, que es un viejo cuento de judíos que algún día le iba a contar. El joven se encontró repentinamente a cinco pasos de Lena, ella le habla con tono lulesco y él le pregunta dónde está ese panorama tan bello del que les habla el padre. No era ella, ella se había quedado allá, en la casa, ni tampoco el protagonista estaba ahí, por eso la presencia de ellos era cien veces más importante. 

Eran símbolos de ellos mismos. Cuando volvió la cabeza Lena ya no estaba. Leon sentado en un tronco le cuenta que había trabajado treinta y dos años y que las historias del gorrión y el palito eran para él fruslerías, que lo importante era la fiesta, que en la fiesta iba a bergar con el berg. De aquí en adelante Leon utiliza la raíz berg, a la que conjuga y declina de varias maneras diferentes. 

Se vale del berg para referirse especialmente a los órganos y a las funciones sexuales. El protagonista quiere escaparse pero no lo deja, le cuenta que la esposa no sabe que el juega en la mesa con el berg, que berguea con el bemberg. Le ruega que se quede, que le va a decir algo que le interesa pues lo veía como un buen bembergador, que lo había admitido en su casa porque estaba bembergando con el berg a su hija Lena, a escondidas. 

Sabía que le gustaría embergarse bajo sus faldas a pesar del matrimonio que tenía con Ludwik, como el amanberg número uno, que no le dijera una palabra a nadie porque en caso contrario se vería obligado a echarlo de casa. Acto seguido le comunica que no los había arrastrado hasta ese sitio para ver un panorama sino para celebrar un aniversario de algo que había ocurrido hacía veintisiete años.

Quería celebrar el placer más intenso que había tenido en su vida, el placer que le había dado una sirvienta. Que en su vida un tanto mediocre había paladeado pocos bocadillos, que estaba muy vigilado, pero que había aprendido que una mano puede excitar a la otra, para qué buscar entonces otra si uno tiene dos, que si uno se las ingenia puede encontrar un mundo ilimitado de diversiones en el propio cuerpo. 

Esa noche harían la peregrinación, con devoción, la devoción es necesaria porque sin ella no existiría el placer; le pidió que lo dejara solo para purificarse y prepararse para el ceremonial del placer, para el festejo del Gran Espasmo con aquella sirvienta. El joven pensaba que en las montañas se iba a liberar de todas las asociaciones y combinaciones que lo torturaban allá abajo, en la posada, pero cae en otra trampa. 

Cuando el protagonista lo deja a Leon se pone a decidir si pasa entre una piedra y un hormiguero o entre el hormiguero y una raíz, y se queda inmóvil con la misma inmovilidad del sistema gorrión-palito-gato. Doña Bolita se queja del descaro de Lula que se tira lances con Tolo, y de Lulo porque la consiente, sin darse cuenta que todo lo que hacen los Lulos es solamente contra la Tola. 

Durante el paseo Lena emanaba tal seducción que el protagonista prefirió no mirarla. Mientras comían Fuks se agachó para recoger una caja de fósforos que se le había caído debajo de la mesa y vio como Tola restregaba su pierna contra la de Lulo, por eso los Lulos se vengaban de ella. El estudiante tenía miedo de que las manos se le empezaran a mover otra vez otra vez y lo volvieran a oprimir como con el gato. 

Estaba seguro de que si en la casa de Leon no se hubieran aburrido tanto no hubiera pasado nada, el tedio tiene poderes más terribles que el miedo. Ludwik no estaba con ellos. El protagonista pensaba cómo podía hacer para definir una historia que acumulaba y disociaba constantemente sus elementos. El sacerdote y la Tola habían tomado demasiado y vomitaban fuera de la casa. 

Sin embargo esas bocas no sabían nada de las bocas que el joven llevaba ocultas. Caminaba por un sendero y de repente vio entre los árboles a un hombre colgado, la última réplica, el último eco que le llegaba del mundo de la posada. Era Ludwik colgado con su propio cinturón, un cadáver absurdo que se convertía en un cadáver lógico por la formación del sistema gorrión-palito-gato-Luwik colgados. 

Decidió no informar a nadie, que las cosas siguieran su curso, se alejaba pero lo asaltaron las bocas de Katasia, de Lena, del sacerdote, de Tola y la de sí mismo pues se le había empezado a mover, entonces, su mirada se dirigió a la boca del cadáver, tenía que provocar al cadáver. No le podía encontrar razón a la muerte de Ludwik, quizás se había ahorcado porque Lena se acostaba con el padre, no podía saber nada y empezó a tener miedo. 

Sin saber bien lo que hacía levantó la mano y le metió un dedo en la boca al cadáver que después sacó y limpió con el pañuelo. Caminaba hacia la casa, la bocas se habían unido a los colgantes, por fin había logrado esa unión, en ese momento tuvo la satisfacción del deber cumplido. Ahora resultaba necesario colgar también a Lena porque él se había convertido en el representante del colgamiento, y cada uno quiere ser quien es. 

En la colina de enfrente marchaban bajo la dirección de Leon, iluminados por las luces de las linternas se daban ánimo con canciones y bromas; Lena estaba entre ellos. No le iba a ser difícil llevarla aparte, eran ya dos enamorados, si deseaba matarla es que ella también lo amaba, podía ahorcarla y después colgarla. La colgaría como había colgado al gato, podía también no colgarla, pero, ¿cómo se puede desilusionar a alguien de esa manera?

El protagonista estaba a unos cuantos pasos del sacerdote, le dio un fuerte empujón que lo hizo trastabillar, se le movían las manos como se le habían movido con el gato; le abrió la boca y le metió un dedo que después sacó y limpió con el pañuelo, tenía la sensación de haberlo traído al mundo real. Mientras tanto Leon se excitaba recordando a aquella mujerzuela, jadeaba, celebraba su propia inmundicia. 

Pero nadie se iba, gimió lujuriosamente y finalmente exclamó: ¡Berg!, bembergado con el berg. Los había llevado a la montaña para masturbarse. De repente la lluvia, un diluvio. “En conclusión: escalofríos, reumas, fiebres, Lena enfermó de anginas, fue necesario llevar un taxi de Zakopane, enfermedades, médicos, en fin, todo cambió y yo volví a Varsovia, mis padres, el conflicto permanente con mi padre, y otras historias, problemas, dificultades, complicaciones. Hoy en el almuerzo comimos pollo relleno”

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Juan Carlos Gómez

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