Gombrowicz se había convertido ya en una función americana, la idea formada alrededor de Gombrowicz se fue quedando en Polonia. “Estoy tomando un café con el Asno, la mirada puesta en las olas que aparecen sucias bajo la lluvia. Echo una ojeada al periódico. Por la noche, en la Asociación de Escritores, tendrá lugar una conferencia de Dickman, llegado de la Argentina (...)”
“La sesión estará presidida por Paulina Medeiros, una poetisa uruguaya conocía mía de los viejos tiempos. Vamos a ir, yo no tanto para escuchar a Dickman como para ver a Paulina. Allá, en Uruguay, se veía a un ricachón que se arrellanaba en un Cadillac mientras un obrero conducía una bicicleta, pero lo que había desaparecido era cierta pesadilla que me asaltaba en Polonia. (...)”
“Las campesinas descalzas, los muchachos de los suburbios tocados con sus eternas gorras de visera, los judíos con levitas y demás exotismos por el estilo”. Gombrowicz no quería ocupar su lugar de adulto en la sociedad y anduvo siempre conspirando aliándose con otros elementos, ambientes y fases del desarrollo, así que le venía muy bien esa igualdad uruguaya más desordenada, más casual pero también más natural.
Una noche nos contaba en el café Rex que acostumbraba a conversar en Montevideo en el banco de una plaza con un escritor uruguayo. Una tarde, hablando justamente de asuntos de literatura, atrajo la atención del hombre de letras que lo escuchaba con mucha atención, pero después de un tiempo exclamó: “Ve, estas cosas me dan rabia, uno tiene que pasar después de estos temas tan importantes a la política (...)”
“A veces me vienen ganas de cagarme en todos los próceres nacionales”. Mientras Gombrowicz se puso a explicarle por las dudas que no era para tanto, el uruguayo, después de pedirle permiso ceremoniosamente, caminó unos metros y alivió sus necesidades al pie del monumento al General Artigas. En el barco General Artigas Gombrowicz hizo una navegación a Montevideo con el Asno.
A bordo de la nave reflexiona sobre la línea beethoveniana y manifiesta que en “Pornografía” intentó volver a ese tipo de melodía. Buscaba las melodías más cautivadoras para llegar, si cabe, a algo todavía más seductor. La navegación que hizo conmigo, también a Montevideo, fue extraña; la hicimos en barco como la del Asno, pero la relató como si la hubiéramos hecho en avión.
Estaba fascinado en esta travesía, probablemente, por los ensueños que tenía con las alturas y con los cálculos. Desembarcan, se alojan en un hotel y a la noche van a una conferencia que da Dickman en la Asociación de Escritores. En la sala flota en el aire la cortesía, la banalidad y el aburrimiento. Paulina Medeiros preside la sesión: “Tenemos el honor de presentar al señor Gombrowicz a quien saludamos (...)”
“Quizás quiera decirnos unas palabras; –Bien, Paulina, ¿pero de hecho qué es lo que he escrito? ¿Cuáles son los títulos?” Dickman acude en auxilio de Paulina: “Yo sé, Gombrowicz publicó una novela en Buenos Aires traducida del rumano, no, del polaco, Fitmurca... no, Fidefurca”. Se produce un malestar generalizado. Termina el acto y Gombrowicz estampa en el libro de la Asociación su firma.
Se lo pasa al Asno para que lo firme también. Esto vuelve a provocar inquietud porque el Asno está en la edad del servicio militar y todavía no tiene pinta de literato. De ahí se fueron con Paulina y Dickman a un restaurancito que se daba aires, en el que los poetas habían preparado un banquete para homenajear a un profesor. Se levantan los poetas y las poetisas y sueltan poemas en honor del profesor.
Cada uno de los cincuenta poetas presentes tenía que pronunciar su poema de homenaje. Gombrowicz llama al mozo, pide dos botellas de vino y empieza a tomar. Le llega el turno a una poetisa grasienta y barrigona, se levanta de un salto, mientras balancea el busto de un lado para otro y agita los brazos, emite manojos de rimas nobles. Gombrowicz no aguantó más y lanzó una carcajada tras la espalda del Asno.
El Asno también suelta una carcajada pero sin ninguna espalda que lo proteja. En medio de miradas indignadas se levantó el laureado para soltar su discurso, Gombrowicz y el Asno aprovecharon la oportunidad y ahuecaron el ala. Al día siguiente, mientras cenaban, el Asno oyó que en la mesa vecina se hablaba del escándalo en la Asociación de Escritores y de la provocación en el banquete de poetas. Alguien sugería escribir al Pterodáctilo.
Querían preguntarle si su carta dirigida a Julio Bayce en la que lo recomendaba calurosamente a Gombrowicz era auténtica. La actividad de escribir aparece en este relato como una idea degradada por la función del rebaño. Mientras paseábamos por los bosques de las playas de Uruguay con Madame du Plastique, Gombrowicz trataba de desentrañar cuáles eran los límites de la realidad, ¿por qué este árbol terminaba aquí y no allá?
¿Y por qué luego empezaba la tierra?, ¿por qué no era todo un continuo?, ¿cómo es que se establecen los límites de la realidad?, a él le parecía que se formaban artificialmente o, mejor dicho, por una intervención violenta de la voluntad. De repente, Gombrowicz se detiene bruscamente delante de un arbusto, y pregunta: –¿Qué es esto?; –Un arbusto, dice Madame du Plastique; –No, no.
Nos quedamos abstraídos mirando el arbusto. Cuando el silencio nos empezó a incomodar, dije: –Es el presentimiento de la forma. Gombrowicz se puso de rodillas, juntó las manos como si fuera a rezar y empezó a adorarme como si yo fuera el Dios mismo. Claro, el arbusto es una planta indefinida, una planta que no llega a ser un árbol, y la forma es una línea, es como el límite de la realidad.
El arbusto tenía pues, para los propósitos manifiestos de Gombrowicz, una naturaleza esfumada, el arbusto tenía límites pero no tanto, pertenecía también a ese continuo donde las cosas están indiferenciadas. ¿Un arbusto no venía a ser entonces algo así como un presentimiento de la forma? Como yo conocía lo que andaba buscando Gombrowicz respecto a “Cosmos”, no me fue tan difícil hacerlo arrodillar.
Gombrowicz me comentó después que el numerito que habíamos representado ejemplificaba adecuadamente el triunfo de la función sobre la idea. La relaciones entre la función y la idea son las riendas con las que sujeta la desbocado “Filifor forrado de niño”, un relato corto que incluye en “Ferdydurke”. Escrito, como Filimor, en 1934 es presentado en el libro con un prefacio.
Uno pasaje de este prefacio se convirtió con el tiempo en el manifiesto ferdydurkysta. “Dejad de identificaros con lo que os define. Tratad de esquivar toda expresión vuestra. Desconfiad de vuestra opiniones. Tened cuidado de vuestras fes y defendeos de vuestros sentimientos. Retiraos de lo que parecéis ser desde afuera y huid ante toda exteriorización como huye el pájaro de la serpiente (...)”
“El vate repudiará su canto. El jefe temblará ante su orden. El sacerdote temerá al altar más que le teme ahora, la madre enseñará al hijo no sólo principios, sino también cómo manejarlos y defenderse de ellos para que no le hagan daño. Y, por encima de todo, lo humano se encontrará un día con lo humano”. Este cuento muestra el talento que tiene Gombrowicz para componer estructuras lógicas con elementos absurdos.
El aparato formal que había puesto en movimiento era, en buena parte, de su propia cosecha. Cuando le preguntaron qué significaba “Filifor forrado de niño” respondió que era una historia que convocaba a la lucha a dos partes antitéticas alrededor de un eje central, en la que triunfaba la función sobre la idea. El príncipe de los sintéticos, el señor Filifor, doctor en sintesiología, era un hombre corpulento, de barba hirsuta y anteojos gruesos.
Un fenómeno espiritual de tanta magnitud debía suscitar en la naturaleza, en acuerdo con el principio de acción y reacción, un fenómeno de igual magnitud y de sentido contrario: anti-Filifor, un eminente analista, doctor en análisis superior, hombre menudo y hosco cuya única misión era perseguir y humillar al magnífico Filifor. Se especializaba en la descomposición del individuo reduciéndolo a partes por medio de cálculos y papirotazos.
Accediendo al llamado de su vocación obtuvo el título nobiliario de anti-Filifor del que estaba muy orgulloso. Cuando Filifor se enteró de que anti-Filifor lo estaba persiguiendo comenzó él también a perseguirlo, pero durante algún tiempo se persiguieron en vano pues el orgullo no les permitía admitir que eran perseguidos. El choque de ambos sabios se produjo por casualidad en el Hotel Bristol de Varsovia.
Se encontraron en el restaurante del hotel en el que estaban también presentes la profesora Filifor, Flora Gente de Mesina, y dos doctores que procedieron a tomar notas por escrito. Como un duelo preliminar de miradas no resultó favorable a ninguno de los dos contendientes, el profesor analítico le espetó al sintético la palabra ñoquis por considerarla esencialmente analítica, a lo que el sintesiólogo le respondió: –ñoqui.
Ñoquis era analítico pues resultaba de una combinación de harina, huevos y agua, mientras que ñoqui era sintético porque representaba la unidad del ñoqui supremo. La profesora Filifor muy entrada en carnes estaba sentada sin pronunciar palabra, de repente, el profesor anti-Filifor se planta ante ella murmurando en voz baja la palabra oreja, mientras estalla en una risa sarcástica.
Filifor le ordena a su esposa que se cubra las orejas con el sombrero. Anti-Filifor, entonces, murmura para sí: –los dos orificios de la nariz, desnudando con este procedimiento los dos orificios de la nariz de la profesora en forma analítica e impúdica. Filifor amenaza con llamar a la policía pues la balanza se estaba inclinando de manera pronunciada en favor del profesor de análisis que acentuó su celebración.
Anti-Filifor sigue murmurando: –los dedos de la mano, los cinco dedos de la mano. La robustez de la profesora le impedía ocultar el hecho de los cinco dedos de la mano, los dedos estaban allí. Cuando se disponía a ponerse los guantes anti-Filifor le hace un análisis de orina ambulatorio y exclama victorioso: –un poco de leucocitos y albúmina, y acto seguido se retira rápidamente con su amante.
El profesor Filifor con la ayuda de los dos doctores lleva a la profesora al hospital. La descomposición de la señora Filifor era incontenible y perdía aceleradamente toda su contextura. Gemía: –pierna, yo oreja, pierna, mi oreja, cabeza... despidiéndose de aquellas partes del cuerpo que se comportaban de manera autónoma, era una personalidad en estado de agonía.
Buscando intensamente medios para la salvación de su esposa Filifor pronunció inesperadamente la palabra bofetada, era una acción que le podía devolver el honor a la esposa y sintetizar los elementos dispersos. Sin embargo, la bofetada no llegó a su destino, anti-Filifor había previsto la maniobra y se había tatuado en las mejillas una viñeta con palomitas, la bofetada resultó ser algo así como un golpe dado contra el papel pintado.
Cuando los testigos le hacen ver al ofendido que no existe ofensa porque el analítico no tiene honor, Filifor les responde que no tomará en cuenta entonces la ofensa pero que su esposa se está muriendo, así que no tiene más remedio que proceder sobre la cortesana. Si anti-Filifor analiza a su esposa él va a sintetizar a su amante. Decide actuar directamente sobre Flora Gente.
La invita con una copa de Cinzano y de repente le espeta: –alma–, la mujer no le contesta; –yo; –¿usted?, son cinco zlotys; –unidad superior, igualdad en la unidad. Cuando le leyó dos cantos del Dante, le pidió dos zlotys. Y así siguió estimulándola con recursos sintéticos, pero cuando quiso estimular su dignidad le pidió cincuenta zlotys: –las extravagancias hay que pagarlas viejito.
Uno de los doctores le sugirió al profesor de la síntesis que quizá podría sintetizarla con el dinero, pero el dinero forma siempre una suma que nada tiene que ver con la unidad propiamente dicha. Filifor le da vueltas a la idea, no había caso, sólo el céntimo es indivisible, y un céntimo no puede impresionar a nadie. ¿Pero una suma inmensamente grande no la atolondraría?
El filósofo de la síntesis completamente seguro de lo que hacía los invitó al restaurante Alcázar donde realizaría el experimento decisivo. Filifor colocó un zloty sobre la mesa, nada. Recién después de haber colocado noventa y siete zlotys le aparecieron síntomas de extrañeza a Flora Gente, y a los ciento quince su mirada se empezó a sintetizar alrededor del dinero.
A los cien mil zlotys Filifor jadeaba, anti-Filifor empezaba a inquietarse y la cortesana alcanzaba cierta concentración. La suma iba dejando de ser suma y se convertía en algo inabarcable haciendo estallar el cerebro por su enormidad. Cuando el sacerdote de la ciencia de sintetizar desembolsó todo lo que tenía y selló el montón, Flora Gente se levantó y en medio del llanto y la risa dijo: –señores, yo.
Filifor profirió un grito de triunfo y anti-Filifor le pegó en la cara, un golpe que actuó como un rayo sintético arrancado de las entrañas analíticas. Los testigos se abocaron a preparar el duelo. Filifor no tenía ninguna duda, cualquiera fuera el que cayese muerto la síntesis saldría triunfadora porque la índole de la muerte es sintética, tendría una victoria más allá de la tumba.
Debido a su exaltación invitó a ambas señoras al duelo en carácter de simples espectadoras. Sin embargo, los doctores estaban inquietos, le temían a la simetría de la situación pues a cada movimiento de Filifor, que tenía la iniciativa, le correspondería un movimiento análogo de anti-Filifor. ¿Pero qué sucedería si anti-Filifor se apartara de esta simetría?
Filifor apuntó al corazón, tiró y no dio en el blanco. Y ya en este primer movimiento anti-Filifor se aparta del eje que unía a los contendientes y en vez de apuntar al corazón de Filifor apunta al dedo meñique de la profesora Filifor. El dedo meñique cayó cortado y los testigos profirieron un grito de admiración. Filifor, fascinado por el tiro del adversario apunta él también al dedo meñique de Flora Gente, que cae cortado.
El tiroteo continuó en forma incesante, a su turno cayeron, después de los dedos, las orejas, las narices, los dientes... Con el último tiro el maestro del análisis perfora la parte superior del pulmón derecho de la profesora Filifor, y con la réplica del maestro de la síntesis queda perforada la misma parte del pulmón de Flora Gente. Los testigos estallan y gritan con admiración, luego reinó el silencio.
Ambos troncos murieron, cayeron al suelo, y ambos tiradores se miraron. El análisis había vencido, pero de esta victoria no resultó nada, y si hubiera vencido la síntesis tampoco hubiera resultado nada. Los sabios abandonaron sus posiciones y tomaron distintos caminos ejercitando su puntería con piedras y escupitajos que arrojaban contra gorriones, árboles, gallinas, conejos, faroles, ventanas, sombreros, velas..., y así recorrieron el mundo.
Cuando alguien del mundo científico le recordaba a Filifor el pasado glorioso de aquellas luchas del espíritu contestaba con ensoñación que sí, que en el duelo se había disparado muy bien, y si alguno de los testigos le reprochaba que estaba hablando como un niño le respondía: “Todo está forrado de niñadas”
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