Gombrowiczidas 

Witold Gombrowicz y Jaroslaw Iwaszkiewicz
Juan Carlos Gómez

Mis cavilaciones actuales andan dando vueltas alrededor de la verdadera naturaleza de los escritores frente a los que hay que tomar precauciones especiales, no tanto por su condición de seres ambiciosos, irritables y absortos en su propia grandeza, sino por otra razón. En efecto, cuando el hombre desempeña actividades relacionadas con el arte de escribir se vuelve muy peligroso porque se le pone en la cabeza que algún editor lo tiene que publicar y que algunos lectores lo tienen que leer.

Por lo demás, son mansos, la gran mayoría de ellos no son hombres de acción y hasta pueden resultar simpáticos. Mis aventuras con los hombres de letras siguen en general un curso descendente, empiezan con un gran entusiasmo pero no resisten el paso del tiempo. Quien ha decidido ocupar una parte de su vida escribiendo debe empezar a tomar apuntes o a escribir un diario para alcanzar sus objetivos y no malograrse.

Jaroslaw Iwaszkiewicz, amigo de Gombrowicz, escritor y creador de la revista “Twórczosc”, después de una comida que había tenido con Paul Valery se lamentaba por no haber tomado notas: –¡Qué conversación inolvidable!–y escribió en su diario lo que habían comido, y ninguna otra cosa.

Años más tarde se lamentaba porque no se acordaba de nada de lo que habían hablado durante esas dos horas. Yo no anoté nada de lo que hablé con Gombrowicz en los cafés durante ocho años, pero no me quejo.

En Polonia pareciera que circulan con más facilidad que en la Argentina las cuestiones relacionadas con las tradiciones homoeróticas y homofóbicas, por lo menos así nos lo hacen parecer la Vaca y el Viejo Vate.

“Entendí que tienes un gran suceso en la esfera de 'Tworczosc'. Muy bien, pero no construyas demasiado sobre esto, porque 'Tworczosc' es una sociedad respetable pero bastante cerrada y apegada a las viejas tradiciones (después del reinado de Jaroslaw Iwaszkiewicz) homoeróticas.

Tengo miedo de que te tomen, casualmente, en tanto que amigo de Gombrowicz, como uno de ellos (...)”

El Viejo Vate, con una actitud caballeresca, recoge el guante que nos arroja la Vaca y acepta el duelo.

“Algunos gombrowiczólogos, en cantidad nada desdeñable, se han convertido en unos maestros en desparramar mierda. No saben lo que escriben, ni siquiera sospechan que escriben tan sólo contra sí mismos, dejando evidencia de su propia manera de pensar y de su desvergüenza moral (...)”

“Ningún bien puede tener influencia sobre ellos, no existe en ellos ninguna posibilidad de asimilar el bien, ellos no saben que en el mundo en que están sólo se puede ver mierda, ni que existe algo fuera de esa mierda, algo así pertenece a una esfera inalcanzable para ellos. La intensa relación espiritual de Gombrowicz con sus discípulos es uno de esos milagros de la existencia que puede ocurrir entre hombres, entre mujeres, entre mujeres y hombres. Puede ocurrir independientemente de las diferencias que existen entre generaciones, entre sexos y, en general, entre todo, solamente no puede ocurrir entre los maestros en desparramar mierda porque su personalidad y su mentalidad, achatadas como después de un planchado, no pueden captar ni ver algo parecido”

Juliusz Nowinski, Witold Gombrowicz y Jaroslaw Iwaszkiewicz

Tadeusz Breza, un buen amigo de Gombrowicz, lo asistió en asuntos diplomáticos y de mundología, pero también lo ayudó en cuestiones literarias. Como Gombrowicz andaba buscando un editor para sus cuentos, Tadeusz lo invitó entonces a un desayuno con Jaroslaw Iwaszkiewicz, uno de los miembros más célebres del grupo Skamander, y con Grydzewski, el redactor de Wiadomosci Literackie, una publicación que era el centro de la revolución cultural que llevaban adelante los Skamandritas, la que, junto a otras revoluciones de la postguerra, transformaba poco a poco los gustos y las costumbres polacos.

“Hoy me unen a Iwaszkiewicz relaciones amistosas, y es difícil olvidar que él fue el primer lector de “El casamiento”, y que su reacción entusiasta me dio ánimos cuando me encontraba casi hundido en aquel desierto argentino... eso es una cosa, y otra cosa es que aquel desayuno no resultó logrado”

Iwaszkiewicz sostenía en ese desayuno una conversación con Breza limitada al juego de palabras y a las bromas: –¿Qué son estos papelotes?; –Eso... nada... son míos. Eran los textos mecanografiados de los cuentos de Gombrowicz a los que Iwaszkiewicz trataba con aire vulgar y en forma desconsiderada. Este encuentro terminó por helarlo completamente y le quitó las ganas de acercarse a los Skamandritas.

Pasó el tiempo pero siempre mantuvo una distancia prudencial. Gombrowicz no se sentaba a la mesa de los Skamandritas en los café legendarios de Ziemianska, Ips y Zodiak, el actuaba casi únicamente en la planta baja de los cafés, mientras las plantas más altas prácticamente las ignoraba: –Oiga, dicen que es usted quien reina en el Ziemianska, y que no admite en su mesa a ninguno de nosotros.

“Efectivamente, no los admitía, era profeta y payaso, pero sólo entre seres iguales a mí, aún no del todo formados, sin pulir, inferiores..., a los otros, a los honorables, con quienes no me podía permitir una broma, una mofa, una provocación, a quienes no podía imponer mi estilo, prefería no tratarlos; me aburrían y sabía que yo también los aburría a ellos (...)”

“Los poetas de Skamander eran conscientes de cuál era el lugar que ocupaban sólo hasta cierto punto, conocían su lugar en el arte, pero no sabían cuál era el lugar que ocupaba el arte en la vida. Conocían su lugar en Polonia, pero ignoraban cuál era el lugar que ocupaba Polonia en el mundo, ninguno de ellos se elevó tan alto como para ver la situación de su propia casa”

 A Grydzewski, el redactor de Wiadomosci Literackie, nunca le perdonó aquel desayuno, lo consideraba un arrogante obtuso con tono de comandante que se daba aires en una revista masónica y liberal. Una tarde, Grydzewski lo llamó a su casa, Gombrowicz demoró en atender el teléfono: –¿Por qué hay que esperarlo tanto?; –Disculpe, he estado en el water– esto se lo dijo vocalizando lentamente cada palabra para que juntara rabia.

Gombrowicz finalmente venció la resistencia inicial que le había interpuesto Iwaszkiewicz, y lo convirtió en un admirador..

“Por mi parte, yo admiraba su talento, sobre todo después de haber leído ‘Ferdydurke’. Durante la guerra, esa novela se convirtió en la lectura favorita de mis hijas, las ferdydurkistas, que fundaron el Círculo de Auténtica Inteligencia y nombraron a Gombrowicz su presidente honorario (...)”

“Inventaron también una especie de culto con el ritual apropiado. Cuando después de la guerra, me nombraron director de Nowiny Literackie, le escribí a Gombrowicz en Buenos Aires, pidiéndole que colaborara. Me mandó ‘Carta a los ferdydurkistas’, publicada en el número seis de la revista. Me prometió también otros textos, pero no pasamos de ahí. Después me mandó ‘El casamiento’, pero no pude colocarlo en ningún sitio. Nadie lo quiso publicar”

Gombrowicz tenía confianza en el olfato literario de Iwaszkiewicz y le pedía consejos para ver cómo podía resolver la historia de terror que había introducido en esa novela policial que hoy conocemos con el nombre de “Los hechizados”, no sabía cómo terminarla..

Nunca autorizó la publicación de esta obra con su nombre y bajo la forma de libro, sólo hacia el final de su vida reconoció su autoría. El Príncipe Bastardo, refiriéndose a “Los hechizados”, se lamentaba de que Gombrowicz no hubiese releído esos folletines, él creía que en ese caso hubiera autorizado la publicación del libro con su nombre. “Los hechizados”, a su juicio, terminó por alcanzar la categoría de una buena mala novela. Una buena mala novela vale más que una mala buena novela, y los lectores que saben discernir prefieren una serie negra bien escrita a un mediocre premio Goncourt. Sin embargo, las reticencias de Gombrowicz respecto a “Los hechizados” se debieron a que carecía de la técnica que había elaborado en los cuentos, a que no hacía de la inmadurez la materia misma de la escritura, y a que no era un verdadero vehículo para transportar su contrabando subversivo.

Gombrowicz no le tenía confianza a esos folletines, le parecían una pequeña embarcación atada a una ballena que la llevaba a cualquier parte.
Jaroslaw Iwaszkiewicz, igual que el Príncipe Bastardo, estaba cautivado con esa novela. En fin, el autor no consideraba a “Los hechizados” como miembro de su familia artística, el Príncipe Bastardo consideraba que sí lo era, y fue él quien hizo publicar este folletín cuando Gombrowicz ya no podía protestar.

“Sí, todos los ingredientes de su obra están acá, todavía dispersos. Le bastará hacerlos jugar dentro de una mecánica sabia para llegar a construir esas ‘máquinas infernales’ que Sartre ha saludado en las grandes novelas posteriores”

Milan Kundera también escribió algunas palabras sobre “Los hechizados”, más cercanas a lo que pensaba Gombrowicz que las del Príncipe Bastardo y a las de Iwaszkiewicz.

 “Hablo con un amigo, un escritor francés; insisto en que lea a Gombrowizc. Cuando vuelvo a encontrármelo está molesto: –Te he hecho caso, pero, sinceramente, no entiendo tu entusiasmo; –¿Qué has leído de él?; –‘Los hechizados’; –¡Vaya! ¿Y por qué ‘Los hechizados’? ‘Los hechizados’ no salió como libro hasta después de la muerte de Gombrowicz. Se trata de una novela popular que en su juventud había publicado, con seudónimo, por entregas en un periódico polaco de antes de la guerra. Hacia el final de su vida se publicó, con el título de ‘Testamento’, una larga conversación con Dominique de Roux. Gombrowicz comenta en ella toda su obra. Toda. Libro tras libro. Ni una sola palabra sobre ‘Los hechizados’. –¡Tienes que leer ‘Ferdydurke’! ¡O ‘Pornografía’!, le digo. Me mira con melancolía: –Amigo mío, la vida se acorta ante mí. He agotado la dosis de tiempo que tenía guardada para tu autor”

ver La identificación de los apodos y de la actividad

Juan Carlos Gómez

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