Gombrowiczidas |
Witold
Gombrowicz y George Berkeley |
Una noche, en la Fragata, el Alemán y Gombrowicz discutían acerca de si la reducción eidética de Husserl era la condición que hacía posible la reducción trascendental, es decir, la fenomenológica. De repente, Gombrowicz nos propone que miremos la puerta y que tratemos de presentir lo que ocurrirá en el instante siguiente, que de esta manera nos convertiríamos en el ente que transforma lo desconocido en conocido: –¿Eh, Gombrowicz, qué tiene que ver esto con la reducción eidética?; –No, nada, es una idea de Berkeley. |
George Berkeley |
Witold Gombrowicz |
Después
de aquella noche en muchas otras ocasiones nos propuso que entráramos en
este trance metafísico temporal, un trance que está muy relacionado con
sus concepciones del tiempo y del yo. “Existo yo y lo que yo percibo, pero más allá de lo que yo percibo no existe nada de nada” Visiblemente,
hay aquí un terrible juego de palabras, porque la mente humana espontánea
y naturalmente es realista, es decir, pone primero la existencia en sí y
por sí de las cosas, y luego su percepción por nosotros. Pero Berkeley
afirma sin embargo que la tesis natural es la suya, porque ser es
precisamente ser tocado con las manos, ser visto con los ojos y ser oído
con los oídos. “Me agiganto, ¿hasta qué límite? (...) ¿Podré morir como los demás?, ¿y cuál será después mi suerte?” Esta
función de agrandamiento del yo no le puede ser indiferente a la
naturaleza, así que supone que su suerte después de la muerte deberá
ser distinta a la de los otros. La importancia que le da a su yo en el
“Diario” es continua y no tiene altibajos, su yo no podía crecer ni
siquiera un milímetro más por la forma que le da a este género
literario desde la primera página: lunes. Yo; martes. Yo; miércoles. Yo;
jueves. Yo. “La elección que haré está vinculada con el lugar que ocupo en el mapa literario mundial. Estoy en el punto donde se desencadena la lucha por defender el Yo, donde ese Yo tiende a afirmarse y a intensificarse, en busca de la Inmortalidad” Milosz
dice que Gombrowicz se consideraba tan gran escritor que los demás no podían
llegarle ni a la suela de sus zapatos. Si el mundo existe como yo lo
percibo o como una realidad anterior a la división entre sujeto y objeto,
no son asuntos que le hayan quitado el sueño a Gombrowicz, pero sí se lo
quitó la consecuencia que se desprende de ellos: el carácter originario
de su yo.
Una crítica frecuente que suele hacérsele a Gombrowicz es la importancia que le ha dado a su yo en los diarios, pues el yo de Gombrowicz y Gombrowicz son una y la misma cosa aunque a veces no lo parezca. En
los diarios su egotismo se vuelve consciente, metódico, disciplinado,
altamente desarrollado y distante, es decir, objetivo. En esta cuestión
del ego, yo me pongo del lado de Gombrowicz y de Berkeley, sólo podemos
ver el mundo con nuestros propios ojos y pensar con nuestra propia razón,
siendo ésta una condición que no pueden sortear ni los grandes ni los
pequeños. “Precisamente
bajo el signo de una constelación erótico sensual de este tipo, sombría
y lúgubre, desperté el martes a las cinco de la mañana. Por uno de esos
fenómenos de resurgimiento que deberían estarles prohibidos a la
naturaleza, acababa de ver una cosa totalmente perdida para mí, mi
juventud y mi primera bienamada, allá en la roca, junto al molino, al
borde del río”
O tener un hijo y vivir por y en él una vida plena repitiendo el canto eterno de la juventud, de la felicidad y de la belleza. O sacrificar la vida por un ideal para adquirir una segunda belleza y convertirse de nuevo en objeto de nostalgia. Sabía
que no tenía ningún atractivo para nadie, era un empleado aburrido para
él y para los demás, sus debilidades espirituales eran cada vez más
nítidas a medida que se le instalaba la rigidez de la edad madura y
empezaba a sentirse mal con sus defectos. Como
era de madrugada pensó que a esa hora la única que podía llamarlo era
la patria, como ya los había llamado a los tres bardos profetas de
Polonia. La silueta del espectro era, sin embargo, la de un ser humano,
aunque no de la figura de su bienamada sino de un hombre, debía ser
entonces la humanidad que lo estaba llamando para el sacrificio de su
vida. Pero, no, no era una abstracción, era un hombre concreto que vestía
saco azul marino. El espectro no estaba en pose, se miraba los zapatos, se pellizcaba maquinalmente la manga del saco y parecía avergonzado. Tenía
un grano en la mejilla izquierda y, al sentirse mirado, se avergonzó aún
más. Estaba lleno de defectos físicos y espirituales, el espectro se
dejaba examinar, se acurrucaba e intentaba escapar de la mirada indiscreta
del protagonista. Al rato el protagonista se cansó de mirarlo y cayó de
rodillas frente al ectoplasma, ocultó el rostro y produjo tal cantidad de
vergüenza que se quedó sin aliento, entonces el espectro lo miró. Esos signos que habían sido fuente de vergüenza y de indecencia se convirtieron en una mirada brillante, algo tan absoluto como las barbas de Dios Padre. Y
esos defectos que para alguien de afuera sólo podían despertar compasión
ahora miraban con la fuerza y la soberanía de la vida, más aún, eran la
vida misma, una vida que el protagonista había buscado en todas partes
salvo dentro de sí mismo. Por fin la calma, ya no era necesario sentir
miedo ni vergüenza, podía existir como él mismo. El amor y la nostalgia
mezclados con el temor lo hicieron volar como una pluma. Su cabeza hervía, se aparecía ante sí mismo con el aspecto de un egocéntrico y de un narciso sucio, sintió que la juventud se burlaba de él y lo despreciaba como a un miserable egoísta y que las alumnas del liceo no verían nunca en él ningún atractivo sexual. Entonces
escupió en el rostro del espectro, el espectro lanzó un gemido y
desapareció. El protagonista se quedó con la sensación de un vacío
profundo, sin otra perspectiva que la de una existencia miserable y vana
con la muerte inevitable al final del camino. “No, no –murmuré encogido y trémulo–, no quiero ser yo mismo. Prefiero ser un empleado subalterno del Ministerio de Relaciones Exteriores, prefiero servir para algo, servir para algo o para alguien, inmediatamente, sin tardanza, hay que tratar de servir, buscar con qué abrigarse porque hace frío y es indecente estar desnudo. Es necesario, hay que servir” |
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Juan Carlos Gómez
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