Gombrowiczidas |
Witold
Gombrowicz, Charles de Gaulle y Daniel Cohn-Bendit |
“Lo único que me asusta es que el General de Gaulle se halla ya en posesión de ‘Cosmos’ y del ‘Diario’, mis modestos libros” Enrique de Navarra llegó a ser Enrique IV de Francia pero como era calvinista antes tuvo que vencer la oposición beligerante de los católicos. El rey pronunció entonces unas palabras para seducir a los católicos que se volvieron famosas: “París bien vale una misa” De la misma manera que Enrique IV y que Rastignac, el personaje de Balzac, Gombrowicz también quería conquistar a París.. “Si voy allí, es en efecto para conquistar (...) en París tendré que ser enemigo de París” La
primera educación que tuvo Gombrowicz se la proporcionaron la madre y las
institutrices francesas, y es posiblemente entonces cuando se le empieza a
formar su doppelgänger francés, un ectoplasma en el que, como en el
“Retrato de Dorian Gray”, va colocando el paso del tiempo, la pérdida
de la juventud y la aparición de la vejez. Emprendió
su primera peregrinación a Francia como un estudiante sin mundo,
provinciano y, no obstante, profundamente ligado a Europa. En París
caminaba por las calles, no visitaba nada y no tenía curiosidad por nada,
sin embrago, su indiferencia no era más que una apariencia que ocultaba
en el fondo una guerra implacable. Como polaco, como representante de una
cultura más débil, tenía que defender su soberanía, no podía permitir
que París se le impusiera. “¿Le gusta París?; –Así, así. A decir verdad no he visitado nada; –¿Por qué?; –No me gusta levantar la cabeza delante de los edificios y, en general, las visitas turísticas me aburren y deprimen; –¿Así que París no ha tenido la suerte de caerle en gracia?; –Bueno... más o menos... no mucho; –Pero, cómo, ¿no le gustan las perspectivas de la Place de la Concorde?; –Cómo no, siento respeto por todo ese Gótico y por el Renacimiento. Lástima que la población no esté a la altura... Para ser sincero los parisinos son más bien feos y carecen de encanto...” |
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Charles de Gaulle |
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Daniel Cohn-Bendit |
Mucho tiempo después, en su segunda entrada a París, se ocupó de buscar en sus calles la fealdad de los parisinos, un poco para darle una prueba de amor a la Argentina que había abandonado, y otro poco para importunar a París. La belleza que se adquiere en la madurez es incompleta pues está mancillada por la falta de juventud, por eso la belleza joven es una belleza desnuda, la única belleza que no necesita avergonzarse. Empezó
a combatir a París declarándose amante de la Argentina, el amor lo hacía
sentir joven. Su diatriba contra París lo llevaba de la mano hacia una
juventud desnuda, sin embargo, Gombrowicz era una persona mayor y, además,
escritor, y como escritor hacía lo que podía por parecer más maduro que
los escritores franceses, para que no lo sorprendieran en ninguna
ingenuidad. Los franceses caen en éxtasis si se le cita un poema de Cocteau o se les muestra un Cézanne, lo asocian con la belleza y, entonces, segregan saliva como los perros de Pavlov, es decir, se ponen a aplaudir. En medio de este mundo mágico lleno de símbolos, Gombrowicz se aventura en París, un París en el que resultaba cada vez más difícil hablar. “A
partir del momento que el hombre pierde el adolescente que lleva dentro,
¿de dónde sacará algo de levedad, dónde encontrará la fuerza que
pueda frenar su creciente pesantez?”
A
Gombrowicz lo agobiaban tanto el exceso de refinamiento de París como el
exceso de brutalidad de Polonia, en medio de estos dos polos opuestos
empezó a desarrollar su actividad contra la forma Gombrowicz
pensaba que las revoluciones eran desencadenamientos sociales
transformadores que realizaba el pueblo y que por eso llegaban a ser
fuertes y espontáneos. Después de las primeras convulsiones venían los
razonamientos y los discursos con una avalancha de fórmulas
prefabricadas, y este segundo momento de la revolución falsificaba su
autenticidad y debilitaba la energía del movimiento original. Gombrowicz
está seguro de que los jóvenes franceses eran víctimas de una deformación
parecida a la que experimentaban los dos estudiantes polacos que entablan
un duelo de muecas en uno de los capítulos de “Ferdydurke”. La juventud se comporta en forma salvajemente espontánea y es inferior al adulto en todo aquello que tenga un valor social. Débil e indolente frente al maduro es superior en un solo aspecto: en el de la propia juventud que es un valor en sí mismo, un valor cruel que destruye a los otros valores. Sin
embargo, la juventud no quiere perdurar, quiere deshacerse de su falta de
madurez lo más pronto que le sea posible, pero esta falta de madurez es,
justamente, lo que fascina a los maduros. El
hombre maduro de hoy siente que su etilo ha envejecido, desarmado frente
al inmaduro como está le encarga a los especialistas que busquen en los
movimientos de la juventud la mayor cantidad de problemas profundos para
que los intelectuales puedan filosofar. Los adultos de la Francia de de
Gaulle se comportaron como sanguijuelas y le chuparon la sangre a los
estudiantes de los acontecimientos de mayo. El problema que tiene el joven para situarse correctamente en la relación con el adulto es relativamente fácil de resolver, sólo necesita que el adulto le enseñe a ser maduro porque eso es, precisamente, lo que quiere ser. Para
el adulto las cosas son bastante más complicadas porque quiere ser maduro
pero también quiere ser inmaduro. Tiene sed de ligereza, de ausencia de
responsabilidad y también de tontería. El joven no busca el poder que
tiene el adulto, sabe que todavía es tonto, y si no lo sabe es más tonto
todavía. “En
realidad, si quiere que le diga la verdad, nuestra Revolución se sublevó
contra el matrimonio De Gaulle, eso fue todo”
“No
resulta sorprendente, pues, que la acción de los jóvenes en cuanto
programa político, social o ideológico, sea de tan mala calidad (...)” |
ver La identificación de los apodos y de la actividad |
Juan Carlos Gómez
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