Gombrowiczidas

Witold Gombrowicz, Charles Chaplin y Jacques Tati
Juan Carlos Gómez

“Precisamente en la casa de los Berni conocí a Cecilia Debenedetti en su casa de avenida Alvear donde hacía reuniones con un grupo de personas bohemias. Cecilia vivía dentro de una especie de halo brumoso: conmovida, embriagada, espantada por la vida, se despertaba de un sueño para sumirse en otro sueño aún más fantástico, luchando a la manera de Charles Chaplin con la substancia misma de la existencia... no, era incapaz de soportar el hecho de existir, se trataba de una mujer de cualidades eminentes y excepcionales, un alma muy noble de aristócrata”

Si no conté mal, ésta es la única mención a Chaplin que hace Gombrowicz en las páginas de sus diarios, sin embargo, también él se la pasaba luchando con la substancia misma de la existencia.

Charles Chaplin

Jacques Tati

Chaplin responde a las humillaciones con la provocación para mostrarle al provocador que es más ligero, más fuerte y más inteligente que él, algo que también hacía Gombrowicz.

“Debo precisar aquí, que según mis juicios de aquella época, lo que se llama falta de tacto era, en el arte, un factor altamente creativo, consideraba que un artista que temía cometer una incorrección, producir un disgusto, no valía gran cosa, y que no debían someterse a las formas mundanas quienes creaban la forma. Así pues, me daba perfecta cuenta de que lo que escribía era inconveniente y que por esta razón lo había escrito”

De la lectura irreflexiva de este párrafo, como las que hacía Don Quijote de las novelas de caballería, saqué una conclusión apresurada.

Si me ocupaba de disgustar a los demás y no me sometía a las reglas de las buenos modales, siguiendo el ejemplo de lo que hacía mi maestro, me pondría en camino del mundo de los hombres de letras.

Algunas dificultades que me han aparecido con los lectores y, muy especialmente, con los editores, me han hecho pensar que no siempre alcanzamos nuestros propósitos por decir cosas inconvenientes, y que no siempre los maestros tienen razón.

A pesar de que Gombrowicz se había convertido en un maestro en el arte de producir conflictos y de caer en desgracia, también tenía otros proyectos. Poco tiempo después de haber terminado “Pornografía” le pareció que esta obra podía ser un intento de renovación del erotismo polaco.

Era un erotismo que se correspondía mejor con el destino y la historia de la Polonia de los últimos años hecha de violencia y esclavitud, una historia que descendía hacia el oscuro extremismo de la conciencia y del cuerpo.

La idea de que “Pornografía” podía ser el moderno poema erótico de Polonia no se le apareció mientras la escribía, era una idea extraña, por otra parte completamente ajena a su naturaleza pues Gombrowicz no escribía para la nación ni con la nación ni desde la nación, escribía consigo mismo y desde su propio interior.

“Pero, ¿no será que mis enredos se mezclan en secreto con los enredos de la nación? Yo, americano, yo, argentino, caminado por la Orilla del Océano Atlántico. Todavía soy polaco..., sí..., pero ya solamente por mi juventud, por la infancia, por esas fuerzas terribles que en aquel entonces me estaban formando, grávidas ya de todo lo que el futuro iba a traer... Tal vez esté ligado a Polonia más de lo que me parece”

Quería ser joven y bello para agradar, pero también quería crear un modelo para el desarrollo artístico de estas cuestiones nacionales.. Quería seducir con lo que fuera, con el espíritu, con las cosas, con el Nobel o con un Mercedes Benz.

Si bien la vida modesta que llevó en la Argentina lo tenía maniatado respecto a la vestimenta, nos daba lecciones sobre los buenos modales y la elegancia. 

“En Buenos Aires, durante la guerra, aprendí a tomar distancia de esa manía de la ropa linda”

No obstante a esta restricción que nos hace sobre la ropa linda, cuando se fue de la Argentina cambió de opinión, se vestía en las mejores tiendas de Niza, y tenía varios sacos para cada variante de temperatura. 

El sombrero, las pipas, los zapatos, un impermeable sucio y los tobillos eran las columnas que sostenían el arte de agradar en lo que concierne a la elegancia. Pero sus deseos de seducir iban más allá de los de un Don Juan o un escritor, estaba convencido de que el que desea agradar a los demás alcanza con más facilidad a la humanidad que el que sólo desea serle útil. 

“A parte del hecho de que diera vueltas en torno a su órbita solitaria, Gombrowicz era capaz, en el momento de sus apariciones, de dar pruebas de un talento único para desagradar. Hubiera podido escribir un libro sobre el arte de caer en desgracia. No hacía como algunos aristócratas que se muestran groseros durante dos minutos para liberarse para siempre de una persona molesta, sino que a veces se entusiasmaba con sus maniobras de autodefensa y era capaz de alienarse a personas que podrían admirarle y ayudarle. Ese demonio nunca lo abandonó”

La mayéutica de Sócrates era armoniosa, la de Gombrowicz no lo era. Una tarde armó un escándalo con sus provocaciones en la casa que González Lanuza tenía en Piriápolis, quedó él mismo tan alterado que ya a solas, cuando estaba cenado en el restaurante, no podía sujetar los cubiertos de los nervios que tenía. Puede ser que en la naturaleza de las provocaciones de Gombrowicz esté presente el conflicto sartreano de la lucha de las trascendencias en la que cada uno trata de exceder al otro con la suya. 

“El Gran Dictador” es una película de Chaplin en la que Hitler y Mussolini, sentados en los sillones de una peluquería, levantan sus asientos con una palanca buscando ambos elevarse sobre el nivel del otro y sobrepasarlo, un símbolo de la lucha entre dos trascendencias. 

Al ser vistos por otra persona, somos esclavos, mirando a la otra persona somos amos, este imprevisible reverso de la realidad es la parte del diablo. Sería vano el esfuerzo del hombre para escapar a este dilema, la esencia de las relaciones humanas no es la de ser-con, sino el conflicto, y es por esto que el respeto por la libertad de los otros es una palabra hueca.

La alegoría de “El Gran Dictador” es perfecta, el alemán trata de conseguir un nivel que lo haga más grande que el italiano, y viceversa. Intentan convertirse en amos y exceder al otro con su trascendencia, que es lo que también quiere Gombrowicz. Pero Gombrowicz no levanta su sillón en la peluquería para conseguir este propósito, baja el que está al lado suyo. 

Su especialidad fue la de empequeñecer lo que parecía grande combatiendo el disimulo y el embuste. Pasó por las armas a todas las autoridades, desde la de Dios hasta la de la historia, y con este trabajo de desmitificación rebajó a las personas y al resultado de sus actividades, especialmente en el terreno del pensamiento.

Si se quitan del medio algunas de sus últimas películas el parecido que Gombrowicz tiene con Charles Chaplin es enorme, pero es más grande aún el que tiene con Jacques Tati, cosa que descubrimos al mismo tiempo, como lo habían hecho Newton y Leibniz con el cálculo infinitesimal, el Asno y yo.

La primera vez que vi a Gombrowicz me pareció un personaje inglés por el aspecto y por la pipa. 

Poco tiempo después se me empezó a parecer a Jacques Tati, y cuando lo conocí un poco más todavía, leí “Ferdydurke”. Gombrowicz fue el primer hombre de letras al que conocí personalmente; de este encuentro y de la lectura de “Ferdydurke” saqué la conclusión de que no existía ninguna diferencia entre el escritor y sus escritos. 

Cuando conocí a otros escritores me di cuenta de que este canon no era aplicable en forma uniforme, funcionaba más o menos bien con el Pterodáctilo, pero no funcionaba para nada con el Pato Criollo.

La capacidad histriónica que Gombrowicz mostró cuando llegó a Tandil lo ayudó a cautivar a los jóvenes de los que se hizo amigo, una amistad que puso al descubierto algunas cuestiones desconcertantes.

“Desconcertaba mucho a los adultos, era un tipo que vestía un arrugado traje de poplin y una gorra que llevaba en el bolsillo, casi podría decirse que se parecía a Jacques Tati. Era cómico, pero al mismo tiempo tenía como una especie de dignidad aristocrática, un orgullo. Creo que había asimilado en sus gestos mucho del cine mudo. Un día le pidió prestada la bicicleta a uno de los muchachos y se puso a andar, logró andar cada vez a menor velocidad hasta dejarla casi detenida y como el piso era de arena iba dibujando cuadrados en vez de círculos con una lentitud cercana a la inmovilidad. Era un perfecto corto de cine mudo y nosotros llorábamos de la risa (...)” 

“Su partida de Tandil fue también payasesca. Recuerdo que mientras lo saludábamos en el andén él estaba parado majestuosamente en el estribo del tren con su traje, su paraguas y su pipa. Parecía un conde. Tan rara era su imagen, que provocó una situación también rara: se le acercó un hombre que estaba caminando por el andén y sorpresivamente le preguntó: –¿Y usted, qué es?–, y se fue”

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Juan Carlos Gómez

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