Gombrowicz era un solitario orgulloso, enterrado vivo desde hacía veintitrés años en la Argentina, pero en medio de esa constelación de sillones del hotel experimentaba cierta admiración pequeño burguesa y deseaba ser admitido en esa sociedad a la cual él pertenecía. La elite de la literatura mundial cada año es más numerosa, la técnica de imitar la superioridad está muy avanzada.
La grandeza es, hasta cierto punto, una cuestión instrumental, un escritor inteligente de segunda clase sabe qué es lo que debe reformar de sí mismo para acceder a la primera. Debe ser más sensual que espiritual, debe ser indeterminado, natural y brutal... El verdadero genio comienza imitando la genialidad, y la genialidad imitada le penetra en la sangre y se convierte en su propia carne.
“Hubo una época en la vida de Europa en que se podía invitar a un desayuno a Nietzsche, Rimbaud, Dostoievski, Tolstoi, Ibsen, hombres sin parecido entre sí, como si procedieran de planetas distintos, pero ¿qué desayuno no saltaría en pedazos con semejante compañía? Hoy se podría organizar sin miedo un banquete general para toda la elite europea: se desarrollaría sin chirridos, sin chispas”
Los fotógrafos sacaban fotos y los periodistas hacían preguntas. El periodista sabía de antemano que tendría que hacer una papilla periodística con todas esas ideas de altos vuelos para que se pudiera publicar al día siguiente, y el entrevistado también sabía que su pensamiento acabaría convirtiéndose en un galimatías trivial en la cabeza del reportero. Entre intelectuales se sabe todo.
Pero, todo esto ¿para qué? Para un aguachirle con pensamientos densos que sólo será hojeado por los críticos y por los lectores. Al año siguiente, recién llegado a París, Gombrowicz pone a los franceses patas para arriba comparándolos con los perros de Pavlov. La idea del artificio se le asoció, en una de las entrevistas, con los perros de Pavlov, y desde ese momento la artificialidad de los parisinos se le transformó en un perro pretencioso que dejó oír su aullido en el silencio de la noche.
Es un reflejo condicionado de los franceses que, como a los perros de Pavlov, no es necesario mostrarles la carne para que segreguen saliva, basta con hacer sonar la trompeta. Los franceses caen en éxtasis si se les cita un poema de Cocteau o se les muestra un Cézanne, lo asocian con la belleza y, entonces, segregan saliva, es decir, se ponen a aplaudir.
En medio de este mundo mágico lleno de símbolos, Gombrowicz se aventura en París, un París en el que resultaba cada vez más difícil hablar. Estaba en una cena de escritores, eran todas cabezas de primera, y comienzan las maniobras de los reflejos condicionados: saludos, expresiones de cortesía, cumplidos, chistes y risas.
Gombrowicz, atormentado por esos reflejos de laboratorio, se atreve a enunciar una idea, como lo hacía con nosotros en el café Rex, entonces esos espíritus ilustres se empiezan a callar. La comida y el silencio llenan el resto de la reunión.
Unos días después Wiedlé lo tranquilizo: –Vea, Gombrowicz, en París ya no se habla, en el último banquete del jurado del Prix Goncourt se hablaba sólo de gastronomía, para no tener que hablar de arte.
Cuando le manifestó a Butor su alegría porque iban a estar juntos en Berlín y podrían discutir hasta el hartazgo de la nouveau roman français, el joven escritor estalló en una carcajada, una risa hermética, como la de una lata de sardinas en el medio del Sahara. Los parisinos se ocupan de su espíritu como los campesinos de las vacas, a las que sólo hay que limpiar, ordeñar e ir luego a vender la leche.
“París es un palacio, pero los parisinos me dan la sensación de ser sólo el servicio palaciego. En París, la ciudad de los perros que segregan saliva al son de la trompeta, tuve aventuras equívocas y perversas”
Después de una comida sabrosa y de buen vino en la cabeza, Gombrowicz vio el portal entornado de un palacio magnífico.
Cuando se estaba paseando por sus salas llenas de esculturas, plafones, escudos y dorados, se le presentó una persona menuda de aspecto modesto. Supuso que era el mayordomo y le pidió que le mostrara las salas, lo que el hombre hizo muy amablemente. Al marcharse Gombrowicz se llevó la mano al bolsillo: –Oh, no, soy el príncipe, aquí mi mujer la princesa, y mi hijo el marqués, y el conde, y el vizconde...
Pensaba cómo huir de este mundo artificioso mirando las estatuas de París, y de pronto vio al Acteón de mármol que huía de sus propios perros después de haber visto a Diana desnuda.
“¡Qué horror! El pecado mortal de ese joven temerario, huyendo y a punto de ser devorado, no se movía en absoluto (...)”
“Y seguirá siempre así, por toda la eternidad, como un arroyo fijado por el hielo. Y frente al pecado inmovilizado por la muerte, oí el aullido de Pavlov alejándose hasta los límites de París...¡Y los aullidos sordos de Pavlov siguieron oyéndose en la noche inmóvil!”
Los franceses se habían vuelto artificiales y ya no hablaban, Gombrowicz conocía este tipo de silencio
“Cena con Genviève Serreau y Maurice Nadeau (...) Yo hablo, ellos escuchan. Hum..., eso no me gusta... Cuando viajaba de Buenos Aires a las provincias, a Santiago del Estero, yo callaba, y eran ellos, los escritores de allí, quienes hablaban... Siempre habla quien quiere hacerse ver, el provinciano”
Hacia el final de la vida de Gombrowiczse produjeron acontecimientos en Francia que repercutieron en el mudo entero.
“Nadie previó la revolución de los estudiantes, es cierto. Nadie entre los políticos, los sociólogos, ni uno solo de los especialistas, tan numerosos en la actualidad, del mundo estudiantil (...)”
“Existe, sin embargo, una obra literaria que desde hace treinta años anuncia dicha revolución: la obra de Gombrowicz (…) la ruina del castillo de los príncipes Himalay, la degeneración de la revolución ideológica de Hufnagel, y la resurrección final de la juventud en “Opereta” parecen realmente una ilustración poética de los acontecimientos de mayo”
La Unión de Escritores de Francia presidida por Michel Butor sesionó públicamente, calificó a Gombrowicz de reaccionario y lo condenó, y esto a raíz de lo que había declarado y escrito sobre las protestas de los estudiantes de Nanterre. Estas protestas dieron comienzo a un movimiento de características revolucionarias que se propagó como reguero de pólvora por toda Francia y electrizó la conciencia del mundo entero con el nombre que se le dio: los acontecimientos de mayo.
Gombrowicz pensaba que las revoluciones eran desencadenamientos sociales transformadores que realizaba el pueblo y que por eso llegaban a ser fuertes y espontáneos. Después de las primeras convulsiones venían los razonamientos y los discursos con una avalancha de fórmulas prefabricadas, y este segundo momento de la revolución falsificaba su autenticidad y debilitaba la energía del movimiento original.
La juventud se comporta en forma salvajemente espontánea y es inferior al adulto en todo aquello que tenga un valor social. Débil e indolente frente al maduro es superior en un solo aspecto: en el de la propia juventud que es un valor en sí mismo, un valor cruel que destruye a los otros valores. Sin embargo, la juventud no quiere perdurar, quiere deshacerse de su falta de madurez lo más pronto que le sea posible, pero esta falta de madurez es, justamente, lo que fascina a los maduros.
“¿Cómo puede condenarme Michel Butor con su Unión de Escritores?... Mi problema capital en la literatura es el de la forma, es decir, dicho de una manera un poco superficial y general me pregunto cómo puede expresarse un hombre de la forma más natural posible y ser al misma tiempo auténtico (...)”
“Como el hombre está deformado por su cultura primero y luego por los demás, por las miradas de los demás en el sentido sartriano, no puede ser nunca verdaderamente auténtico. Por lo tanto creo que hay sólo una solución, ser plenamente consciente de nuestra inautentidad. Todo lo que decimos y lo que hacemos nos traiciona para siempre. Todo ese movimiento de la juventud era, en mi opinión, muy natural por todo lo que tenía de explosión espontánea y de reacción, tal vez un poco primitiva pero auténtica, la más auténtica. Pero en su nivel intelectual y de razonamiento fue un movimiento artificial, amanerado y de muy bajo nivel, y eso tiene mucha importancia porque si la juventud adopta un tono amanerado, artificial y de revolucionario profeta, con ello falsificará sus relaciones con los adultos durante mucho tiempo, durante años enteros. Y, evidentemente, será una catástrofe...” |