Gombrowiczidas |
Witold
Gombrowicz, Niels Bohr y Werner Heisenberg |
Gombrowicz pensaba que uno es joven hasta los veinticuatro años, pues bien, el fue joven entonces hasta el año 1928, un momento de la historia en el que ya habían fermentado todas las revoluciones del pensamiento que tuvieron lugar en los cien años que van entre la mitad del siglo diecinueve y la mitad del veinte, y aunque Gombrowicz no era científico ni filósofo quedó muy afectado por todo esto. Desde la época de la antigua Grecia los hombres se han propuesto saber de qué cosas está hecho el mundo y siguiendo el camino del análisis, primero descubrieron las moléculas y los elementos y después los átomos, abocados a la tarea de buscar partículas elementales, es decir, aquellas que no estaban compuestas de otras más pequeñas. Cuando finalmente los científicos llegaron a los protones y a los electrones Sir Arthur Eddington se atrevió a contar el número de partículas elementales que tenía el universo. |
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Werner Heisenberg |
Niels Bohr |
Bombardear átomos para que aparezcan esos elementos más pequeños que ya no se pueden dividir no es una tarea sencilla, pero los aceleradores de partículas con los que los cascotean son cada vez más poderosos y el más imponente de todos es la máquina de Dios con la que los físicos se proponen dividir los protones y los electrones en partículas más estables que los quarks y los hadrones para conocer entre otras cosas el origen que ha tenido el universo. Cuando
el hombre mete la nariz en asuntos reservados a los dioses suele tener
contratiempos: la caja de Pandora en la antigüedad, el Henryk de “El
casamiento” cuando intenta reemplazar con su persona al padre y a Dios,
y más recientemente la máquina de Dios. Pero
cuando Planck sienta el principio de que la materia no puede emitir
radiación más que por cantidades finitas, por granos, por cuantos,
y Heisenberg nos muestra que sólo podemos conocer la probabilidad de
existencia y no la existencia misma de una partícula, la naturaleza
empieza a saltar. También
queda sobrecogido con el principio de indeterminación de Heinsenberg tan
ligado al azar y a la probabilidad, y aunque Einstein tenía reparos que
hacerle a este principio pues según su juicio Dios no juega a los dados,
esta concepción sigue siendo fundamental en la física moderna. Esta
doble naturaleza del comportamiento le presenta a Gombrowicz un problema
parecido al que había resuelto Bohr con su noción de complementariedad
para el caso de los protones y de los electrones. Las partículas atómicas
hay que describirlas, ora con la imagen corpuscular, ora con la imagen
ondulatoria, y esto debe hacerse así porque estas dos imágenes
contradictorias son concurrentes. Esta
concepción contradictoria y complementaria de los fenómenos físicos está
presente en el espíritu de la época, la época de la juventud de
Gombrowicz, un espíritu que Gombrowicz expresa a su modo cuando se extraña
de estar tan definido y tan indefinido al mismo tiempo. La
característica más sobresaliente de esta obra es la manera en que
cambian las conductas de los personajes, no por procesos psíquicos, sino
por mutaciones formales. El comportamiento de los protagonistas pasa de la
mujerzuela a la virgen, del tabernero al rey, del borracho al sobrio, de
la tragedia a la alegría, de lo laico a lo sagrado, del hombre a Dios, y
viceversa. Son pares complementarios en los que la sabiduría va de la
mano de la estupidez. Estos pares complementarios tienen una semejanza
formal con las ideas de Niels Bohr. El
principio de complementariedad de Niels Bohr tiene un estructura
asimilable a “El casamiento” mientras que el principio de
incertidumbre de Werner Heisenberg tiene una estructura asimilable a
“Crimen premeditado”. En “Crimen premeditado” un juez de instrucción llega a una casa de campo para resolver un problema patrimonial, pero inesperadamente se encuentra con la noticia de que el dueño de casa había muerto. El
funcionario judicial echó mano a toda su agudeza y empezó a establecer
la cadena de hechos, a construir silogismos, a seguir los hilos y a buscar
pruebas. A juzgar por las evidencias el hombre había muerto de muerte
natural, sin embargo, se acercó al lecho y tocó el cuello del cadáver
con un dedo. En la mesa el juez se mandó una larga perorata sobre la naturaleza del crimen, el crimen real lo comete siempre el espíritu, los detalles son las formalidades médicas y judiciales, los detalles son externos. De pronto, la viuda, pálida como la muerte, arrojó su servilleta y, con las manos más temblorosas que de costumbre, se levantó de la mesa exclamando que era un malvado. Cuando
el juez finalmente se atrevió a preguntar quién había asesinado a
Ignacio, su hijo Antonio se quebró y le respondió que había sido él,
que lo había hecho maquinalmente, que en un minuto lo había
estrangulado, había regresado a su cuarto y se había dormido. Luego de una hora el juez salió del escondite, las sábanas que cubrían el cadáver estaban revueltas, el cuerpo yacía ahora en diagonal y en el cuello aparecían, nítidas, las impresiones de diez dedos. Las formalidades del caso se habían cumplido ex post facto. “Aunque los peritos no estuvieron del todo satisfechos con aquellas huellas dactilares (alegaban que había algo que no era del todo normal), fueron consideradas al fin, junto a la plena confesión del asesino, como una base legal suficiente” |
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Juan Carlos Gómez
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