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Elías Metcalf, un pintor norteamericano en Cuba |
El pintor norteamericano Eliab Metcalf, nació en Franklin, Massachussets en el año 1785. Poco se conoce de su vida, aunque su genealogía y descendencia han sido bien establecidas por los investigadores. Era hijo del granjero James Metcalf y de Abigail Harding. Siguió el oficio de su padre hasta que quedó inhabilitado por una severa enfermedad que limitó sus movimientos. El artista Chester Harding era pariente de su madre, circunstancia que debió contribuir a perfilar su futura profesión.
Metcalf se destacó sobre todo como retratista, aunque las fuentes señalan que también trabajó como pintor de la Naturaleza Muerta, miniaturista y pintor de siluetas. Los especialistas han señalado que, en general, su pintura posee la dureza, la linealidad y un fuerte espíritu ingenuo, a pesar de que adquirió un mayor profesionalismo a partir de 1820. Lo que realmente contribuyó a insertarlo en el mundo artístico de América es su periplo por el Caribe y la obra que realizó en algunos de sus países, entre ellos Cuba. |
Se sabe que su salud no era fuerte, por lo que pasaba largas temporadas fuera de su país. En su ciudad natal estuvo en varias clínicas tratando de superar sus constantes achaques. En aquella época, una de las prescripciones más usuales era la de realizar viajes a otros territorios, de clima distinto. Es así que, entre 1807 y 1808, visitó la isla de Guadalupe, invitado por un amigo, y en 1810, lo encontramos en el norte, en Halifax, Canadá. En 1819, golpeado nuevamente por sus dolencias, se dirigió a Nueva Orleáns y durante los siguientes años dividió su tiempo entre esta ciudad y la de Nueva York.
En 1824 arribó a Cuba. Se estableció en La Habana por el resto de sus días, hasta que falleció, víctima del cólera, en 1834.
Aunque intentó seguir la carrera de su padre y luego emprendió operaciones comerciales en las Antillas, él comprendió que la pintura, una labor más pausada y menos exigente, podía ser un paliativo para sus problemas. Sus años de formación como artista transcurrieron bajo la guía de maestros como John Rubens Smith y Samuel Lovett Waldo. También se vinculó con William Jewett. Todos estos pintores presentan claramente en sus obras la influencia de la pintura de retrato inglesa, cuya época de oro corresponde al siglo XVIII, pero cuyo impacto en América, y especialmente en los Estados Unidos, se dejó sentir por lo menos hasta mediados del siglo XIX. Incluso, John Rubens Smith era inglés, y emigró a Estados Unidos a inicios del siglo XIX, estableciendo su estudio en Nueva York.
Por esa misma fecha, no existía en Cuba una notable tradición pictórica académica. En 1818, se había fundado la Academia de Bellas Artes de San Alejandro, pero su influjo en la sociedad no podía ser fuerte, toda vez que la institución no contaba con recursos humanos y materiales suficientes. De hecho, las clases se limitaban, en un inicio, a la enseñanza del dibujo, porque se carecía de materiales para impartir otras disciplinas artísticas, incluida la pintura. |
No es raro, luego entonces, que se contara con el oficio de pintores extranjeros, de tránsito o residentes en la isla, para atender la demanda de los clientes, muchos de ellos enriquecidos con los variados negocios de la factoría. Pos supuesto, satisfacer los gustos europeos de la aristocracia insular, exigía el dominio de las características del neoclásico: linealidad, rigidez, austeridad en el colorido y un dibujo preciso. Cuando Metcalf llega a La Habana ya su etapa de formación, un tanto más ingenua, estaba superada. No tardó en ser rápidamente solicitado por las familias pudientes para hacer retratos. Algunas fuentes señalan que arribó a Cuba acompañado por el pintor norteamericano John Vanderlyn, famoso por estar relacionado a importantes personalidades de la vida pública estadounidense, como Aaron Burr, a quienes les realizó numerosos retratos. Vanderlyn fue el primer pintor norteamericano que estudió en París y no en Londres, por lo que el tipo de arte neoclásico francés alcanzó visos de ejemplaridad mucho más acentuados que en el resto de sus coterráneos.
Sin embargo, ignoramos hasta qué punto esa compañía, de haberse producido, pudo facilitar la aceptación de Metcalf en la sociedad cubana. De acuerdo con el pintor e investigador cubano Antonio Rodríguez Morey, Eliab Metcalf quedó prendado de nuestra naturaleza y nuestro paisaje. Al parecer, instaló su estudio en la calle de |
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Peña Pobre número uno, haciéndose anunciar como pintor retratista en los peródicos, pero pasaba la mayor parte de su tiempo en Matanzas. Allí estableció una estrecha amistad con el potentado Don Manuel Ximeno, hombre amante de las bellas artes, coleccionista de cuadros y personalidad sobresaliente de la región.
De acuerdo con el pintor e investigador cubano Antonio Rodríguez Morey, Eliab Metcalf quedó prendado de nuestra naturaleza y nuestro paisaje. Al parecer, instaló su estudio en la calle de Peña Pobre número uno, haciéndose anunciar como pintor retratista en los peródicos, pero pasaba la mayor parte de su tiempo en Matanzas. Allí estableció una estrecha amistad con el potentado Don Manuel Ximeno, hombre amante de las bellas artes, coleccionista de cuadros y personalidad sobresaliente de la región.
En el momento en que Rodríguez Morey escribe sobre Metcalf, aún había suficiente evidencia del trabajo del pintor norteño en la isla, como son los retratos de la propia familia Ximeno, así como el del obispo José Díaz de Espada y Landa, que se encontraba en el Museo Dioseciano de la Habana y clasificado como una de sus mejores obras.
También señala Morey que algunas de esas obras se incluyeron en la muestra “Trescientos años de arte en Cuba”, organizada en la Universidad de La Habana en 1940 y considerada una de las más grandes exhibiciones sobre el tema.
Actualmente en el Museo Nacional de Bellas Artes pueden apreciarse cuatro pinturas de Metcalf, el retrato de Teresa Garro y Risel, Condesa de Fernandina, el de la Marquesa de la Real Proclamación (1829), el del pintor francés Juan Bautista Vermay (1833), fundador de la Academia de San Alejandro, y el del militar Felipe Fernández Romero Núñez de Villavicencio (1832). La labor de identificación de este último personaje corrió a cargo de la doctora Olga López Núñez y lo facilitó la presencia de las iniciales que aparecen en la hebilla de su cinto (monograma F.R.), las que se repiten en la carta que sostiene en la mano. A esta última se añadieron las letras A y H, interpretadas como De su Admirador y Hermano o De su Amigo y Hermano.
El pintor se había casado en septiembre de 1814 con Nancy Benton, en Nueva York, matrimonio con el que tuvo cuatro hijos: Julia, James Whiting, John Trumbull y William Henry. En cuanto a su muerte, se ha dicho que ocurrió en Nueva York. En realidad, logró sobreponerse a la enfermedad, realizó una corta visita a esta ciudad para ver a su familia y retornó a La Habana donde finalmente falleció en enero de 1834. Después de agravarse la enfermedad jamás volvió a pintar.
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Ingresado en Letras Uruguay el 6 de junio de 2013
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