M. G. divaga sobre un trastorno

poema de Alberto Girri

De En la letra, ambigua selva, 1972

No es cierto que los octogenarios,

pobladores de zonas

crepusculares donde filosofías

y parodias se confunden,
                                carecen de futuro,

ni que al privárseles de futuro

son feroces, desacreditadas

las pasiones, preocupaciones,

latiendo dentro de ellos

puramente la noción de comida.

Tampoco,
que les está vedado subsistir

quebrando todas las previsiones,

              y la clave

radicaría en impedirles que se hastíen

y separen de sí mismos,
              y en que sus cuerpos

bautizados, paganos bautizados,

rígidos y absortos en sillas, ventanas,

no renuncien a querer guardarse

afinados como violines.

Lo irreparable, sí,
es que la falla que en verdad
los derrumba acosa caprichosamente,
por sorpresa, ajena
a la visible, inmediata decrepitud,
un día cuando verifican
que Eros también desertó
de su sueño, de las comidas,
y sus labios se entorpecen, desganados
para engullir caldos y papillas,
y de lo que la avidez absorbía con los ojos
irán quedando penumbras,
fárragos de células desconectadas.

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