La filosofía y el arte en vísperas de la Revolución
Mexicana Autora:
M. Sc. Sivia Noga Garza Peñuñuri Monterrey, Nuevo León. México |
“El
último tercio del siglo XIX y la primera década del XX, se caracterizan
por la ausencia de la filosofía en el ambiente del pensamiento oficial de
México pues, suprimida la Universidad, la educación superior se había
enfocado pragmáticamente a formar hombres en las profesiones liberales.
De esta manera, se llegó a formar en este período, una generación de
científicos quienes fueron los hombres en los que principalmente se apoyó
el gobierno presidido por el general Porfirio Díaz. La formación
humanista del estudiantado de las escuelas superiores llegó a sus más
bajos niveles. Para suplir esa falla, surgieron en la capital de la República
y en otras ciudades, importantes academias dedicadas al cultivo y estudio
de las ciencias y las artes, así como reuniones, llamadas “Salones”,
a las cuales concurrían todos aquellos que tenían interés en cultivar,
aunque no fuera de manera sistemática, las ciencias y sobre todo las
artes líricas y plásticas.”[1] Desde
que nació el México independiente, han existido vínculos muy fuertes
entre arte, filosofía y política, llevándose hasta la cúspide en técnica
y desarrollo, el arte del grabado y la litografía que tanto ayudaron en
la conciencia social, para desarrollar la Revolución Mexicana. La cultura y el arte mexicano durante el siglo XX, estuvieron
indisolublemente ligados al movimiento armado de la Revolución Mexicana,
que provocó profundos cambios políticos al terminar la dictadura de
Porfirio Díaz, e hizo posible la transformación de la sociedad. Las
manifestaciones de este cambio se reflejaron
prácticamente en todos los aspectos de la vida social de nuestro
país, y de manera muy explícita en las expresiones artísticas y
culturales. Después de Posada, fue Gerardo Murillo[2]
quien dio un nuevo impulso a las actividades artísticas de la época. Había
sido estudiante de la Escuela Nacional de Bellas Artes y obtuvo una pensión
del gobierno de Porfirio Díaz para completar sus estudios en Europa,
donde sus intereses políticos lo acercaron al partido socialista
italiano. A su regreso, Gerardo Murillo adoptaría el seudónimo de Dr.
Atl, que en lengua náhuatl significa “agua”. Una
vez que obtuvo sus primeros contactos con las vanguardias artísticas y
culturales europeas, retornó al país para innovar la concepción plástica
nacional y desplazar el academicismo imperante en México desde principios
de siglo. Al volver al país, dijo Orozco: “Traía en las manos el arco
iris de los impresionistas y todas las audacias de la Escuela de Paris”.[3]
El Dr. Atl orientó sobre los
principios del muralismo, cargado con fuertes contenidos nacionalistas, a
jóvenes y brillantes pintores de esa época que se consagrarían como
grandes muralistas más tarde. Tal es el caso de Diego Rivera, David
Alfaro Siqueiros y José Clemente Orozco. “En
esas veladas de jóvenes aprendices de pintura apareció el primer brote
revolucionario en el campo de las artes de México. En las pasadas épocas
el mexicano había sido un pobre sirviente colonial, incapaz de crear nada
ni de pensar por sí mismo; todo tenía que venir ya hecho de las metrópolis
europeas, pues éramos una raza inferior y degenerada. Se nos permitía
pintar pero había de ser como pintaban en París y habían de ser los críticos
parisienses los que juzgaran y dieran su fallo definitivo”.[4] La aurora del siglo XX
revienta con los fusiles 30-30 de la Revolución y un nuevo imperialismo
nos invade por las fronteras del norte. Once años de lucha fratricida y más
de un millón de muertos fueron su saldo sangriento. Pero antes, una mañana
del verano de 1910, un grupo de jóvenes artistas independientes
encabezados por el Dr. Atl, exige a don Justo Sierra, ministro de
Instrucción Pública, que se les entreguen los muros del recién
construido Anfiteatro Nacional (ahora Bolívar) para iniciar el moderno
muralismo mexicano. Don Justo, después de la insalvable autorización de
Don Porfirio, se los concede. Los pintores se distribuyen los paños,
levantan los andamios, empiezan los trazos y, cuando van a comenzar a
pintar, estalla la Revolución.
[1]
Ibarguengoitia Chico, Antonio: Suma
Filosófica Mexicana. Edit. Porrúa, México, 1980. Pág. 137. [2]
Gerardo Murillo, Dr. ATL, (1875- 1964) Pintor, filosofo y volcanólogo
mexicano. En 1897 viaja a Europa y estudia Filosofía con Antonio Labríola
y derecho penal con Enrico Ferrí en la universidad Estatal de Roma,
Italia. En 1903, regresa a México, trae consigo un gran entusiasmo
por la pintura renacentista, el neoimpresionismo y el fauvismo. En
1910 organiza una exposición de artistas mexicanos, que representa al
gobierno mexicano sobre pintura española, esta exposición termina
con la iniciativa de Murillo de crear un Centro Artístico con el propósito
de pintar los muros públicos, idea que se vio interrumpida por el
estallido de la Revolución en noviembre de 1910. [3]
Dr. ATL – Tradición de la Cultura, Precursores del Nacionalismo
Cultural, La Importancia de las artes populares en México.
Forjadores de México, 1988, México, Pág. 9. [4] Beltrán, Alberto: Cincuenta años de artes plásticas de México. Seminario de Cultura Mexicana, José Clemente Orozco, Autobiografía. Antecedentes, México, 1992. |
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