La filosofía y el arte en el México Prehispánico o Precolombino Autora:
M. Sc. Sivia Noga Garza Peñuñuri Monterrey, Nuevo León. México |
Para
entender el arte prehispánico de nuestro país, se debe tener en cuenta
la abundancia de manifestaciones y estilos, fruto natural de diversos períodos,
y culturas diferentes, que para su goce y estudio, requieren de un orden
capaz de discernir etapas, interferencias y tangencias, progresiones y
depresiones creadoras, dentro del gran conjunto estético. Grandes
variantes del arte prehispánico, estructuras, colores y gracia expresiva,
abundan en las manifestaciones estéticas precolombinas. Los aztecas,
texcocanos, Cholutecas y los tlaxcaltecas de principios del siglo XVI,
estaban vinculados con la lengua náhuatl, por cuanto eran participes y
deudores de una misma cultura que creó Teotihuacán y Tula: la Tolteca. Teotihuacán, Tula y Xochicalco son ejemplos de un
desbordamiento impresionante artístico, toda el área maya, de Uaxactún
a Copán, de Uxmal a Kabah y de Tulúm a Bonampak; Cacaxtla culmina con la
excelencia. Es el esplendor barroco venciendo al horror vacui,
llenando de dinamismo las superficies
desnudas con vírgulas verbales e increíbles tocados de quetzal. Ahí, el
movimiento es el gran personaje, y su pareja inseparable, el fastuoso
color.
Más todo vuelve a la mesura cuando el invasor tolteca construye la
sobria majestad de Chichén-Itzá. Estas
culturas florecieron en tiempo y espacio entrelazados, lo cual permitió
intercambiar ideas, costumbres, ritos, indumentaria, avances artísticos
y técnicos, plasmándose en recintos, palacios y templos, desarrollando
una gran variedad de ideologías y técnicas. En la cultura y el arte de
los grandes centros del renacimiento náhuatl, como lo fueron Texcoco y
Tenochtitlán, abundan las manifestaciones arquitectónicas y artísticas,
las cuales proporcionan sólo algunas secciones de su ideología y
pensamiento. Los mismos conquistadores, rudos en su mayor parte, se
quedaron asombrados, como lo relatan Hernán Cortés y Bernal Díaz del
Castillo, al contemplar la maravillosa arquitectura de la ciudad de
Tenochtitlán, con su gran plaza y sus edificios de cantera; así como por
la rígida organización militar, social y religiosa de los aztecas. “Y
después que entramos en aquella ciudad de estapalapa de la manera de los
palacios donde nos aposentaron, de cuan grandes y bien labrados eran, de
cantería muy prima, y la madera de cedros y de otros buenos árboles
olorosos, con grandes patios y cuartos, cosas muy de ver y entoldados con
paramentos de algodón. Después de bien visto todo aquello, fuimos a la
huerta y jardín, que fue cosa muy admirable verlo y pasearlo, que no me
hartaba de mirar la diversidad de árboles y los olores que cada uno tenía,
y andenes llenos de rosas y flores, y muchos frutales y rosales de la
sierra, y un estanque de agua dulce, y otra cosa de ver: que podían
entrar en el vergel grandes canoas desde la laguna por una apertura que
tenían hecha, sin saltar en tierra, y todo muy escalado y licito, de
muchas maneras de piedras y pinturas en ellas que había aros que
ponderar, y de las aves de muchas diversidades y raleas que entraban en el
estanque.”[1] Pero
lo que escapó a sus miradas, fueron los aspectos menos exteriores de su
cultura, que solo fueron descubiertos por los primeros frailes misioneros,
principalmente: Olmos, Motolinía, Sahagún, Durán y Mendieta, quienes
llegaron a descubrir la obra maestra del genio indígena: su cronología.
Con ello descifraron sus mitos cosmológicos, base de su religiosidad y
del pensamiento náhuatl y pusieron por escrito los discursos y arengas clásicas,
los cantares de sus dioses, las antiguas sentencias, los dichos y refranes
aprendidos en las escuelas de Calmécac[2]
o en el Telpochcalli[3].
En estas escuelas se les enseñaba el auto-control del propio yo, como
primer punto, a los estudiantes (momachtique). Fray
Bernardino de Sahagún, junto con los 12 primeros frailes, logró reunir
centenares de folios, información abundante de labios de indígenas en
lengua náhuatl, lo que sirvió para redactar su “Historia General de
las cosas de la Nueva España” (Códice florentino[4]).
El resultado de esto y muchos escritos más, conjuntamente con los
descubrimientos arqueológicos, muestran la arquitectura, el arte, la
pintura de códices[5],
la ciencia expresada en sus 2 calendarios, el de 260 días (tonalpohualli)
de consulta para los magos y los sacerdotes y el calendario anual (xiuhitl)
de 365 días, donde se describían los ciclos temporales, se guiaba la
actividad ritual para hacer frente a las fuerzas sobrenaturales, y se
describía su compleja religión, el derecho justo y severo que se ejercía,
el comercio organizado, la poderosa clase guerrera, el sistema educativo,
el conocimiento de la botánica con fines curativos, y en resumen, su
completa cultura. Su
literatura y su filosofía quedaron olvidadas por considerarse
“salvaje” ante la nueva civilización conquistadora. Sin embargo, la
existencia de genuinas obras literarias en lengua náhuatl es actualmente
un hecho comprobado, sobre todo gracias a los estudios del Dr. Ángel Ma.
Garibay K.[6],
quien dio a conocer algunos de los mejores y más representativos ejemplos
de esta literatura. La
educación consistía en la enseñanza de los cantares (cuícatl), y de
los cantos divinos (teucuícatl), que según nota el Códice Florentino[7],
estaban inscritos en los códices (amoxxotoca). Esto da a entender que los
estudiantes se adentraban en las doctrinas mítico-religiosas, las cuales
eran raíz y sustento de su cultura. Su
introspección se expresaba por el camino de la poesía: “flor y
canto”, por ser la expresión oculta y velada, que con el símbolo y la
metáfora lleva al hombre a sacar de sí mismo, lo que en forma misteriosa
y súbita ha alcanzado a percibir. Si bien es cierto la abundancia y
complejidad de la ideología mítico-religiosa, existe un aspecto que
muestra dentro de esta esfera, que existió en
los individuos precolombinos un pensamiento más complejo y
abstracto de la realidad. La
pregunta concerniente fue: “¿Hubo un saber filosófico entre los náhuatl?,
¿Hubo una cosmovisión mítico-religiosa, del tipo de inquietud humana,
fruto de la admiración y de la duda, que impulsa a preguntar e inquirir
racionalmente sobre el origen, el ser y el destino del mundo y del
hombre?”[8]
Esto se lo preguntó Miguel León Portilla, en su libro “La
Filosofía Náhuatl” (1983). Las
primeras dudas e inquietudes que agitaron el pensamiento náhuatl, se
conservan bajo la forma de “pequeños poemas”, dentro de la rica
Colección de Cantares Mexicanos, de la Biblioteca Nacional de México,
donde aparecen preguntas de sentido filosófico; dichos textos pertenecen
al periodo entre 1430 y 1519 d.C. y sostienen auténticos problemas
descubiertos por el pensamiento náhuatl antes de la conquista. El primero
describe una serie de preguntas, sobre el valor de lo que existe, en
relación al afán humano de encontrar satisfacción en las cosas que están
sobre la tierra:
“¿Qué
era lo que acaso tu mente hallaba?
¿Dónde
andaba tu corazón?
Por
esto das tu corazón a cada cosa,
Sin
rumbo lo llevas: vas destruyendo tu corazón.
Sobre
la tierra, ¿acaso puedes ir en pos de algo?.” [9]
Un
breve comentario de tres conceptos fundamentales expresados en este pequeño
poema, nos revelará la hondura de su pensamiento. El primero aparece en las dos líneas iniciales. Se pregunta en ellas qué es lo que la mente y el corazón pueden encontrar de verdaderamente valioso.
Dice
el texto: ¿Qué era lo que tu mente y corazón hallaban? Tu corazón:
moyollo. Como lo veremos más detenidamente, el complejo idiomático náhuatl
mix, moyollo (tu cara, tu corazón), significa "tu persona, tu
propio ser". Apareciendo aquí tan solo la segunda parte de dicho
modismo, obviamente se está aludiendo a la persona en su sentido dinámico,
en cuanto busca y desea. Como comprobación de esto puede añadirse que
yóllotl (corazón), es un derivado de la misma raíz que ollin
(movimiento), lo que deja entrever la más primitiva concepción náhuatl
de la vida: yoliliztli; y del corazón: yóllotl, como
movimiento, tendencia. Otra
idea de suma importancia surge también en la tercera y cuarta líneas del
poema: el hombre, es un ser sin reposo, da su corazón a cada cosa (timóyol
cecenmana) y andando sin rumbo (ahuicpa), perdiendo su corazón,
se pierde a sí mismo. Apremiante aparece así la pregunta de la línea
final: sobre la tierra, ¿acaso puedes ir en pos de algo? (In
tlatícpac can mach ti itlatiuh?), que traducida literalmente, plantea
el problema de la posibilidad de dar con algo capaz de satisfacer al corazón
(al ser todo) del hombre, aquí, "sobre la tierra" (in tlaltícpac).
Término que como veremos se contrapone con frecuencia al complejo idiomático
topan, mictlan, "lo (que está) sobre nosotros, en la región de
los muertos", es decir, el más allá. Tlaltícpac (lo sobre
la tierra) es por consiguiente lo que está aquí, lo que cambia, lo que
todos vemos. Lo manifiesto representa el verdadero sentido del problema
descubierto por la mente náhuatl acerca del valor de las cosas en el
mundo cambiante de tlaltícpac (sobre la tierra). Un
poco más abajo, en otros textos de la misma colección, ahondando aún más
en la pregunta sobre la urgencia de encontrar algo verdaderamente valioso
en tlaltícpac (sobre la tierra), se plantea abiertamente el
problema de la finalidad de la acción humana:
"¿A dónde
iremos?
Sólo
a nacer venimos.
Que
allá es nuestra casa:
Donde
es el lugar de los descamados[10]
Sufro:
nunca llegó a mi alegría, dicha.
¿Aquí
he venido sólo a obrar en vano?
No
es ésta la región donde se hacen las cosas.
Ciertamente
nada verdea aquí:
abre
sus flores la desdicha." [11] Como
lo muestran las líneas citadas, y otras semejantes que pudieran también
aducirse, los pensadores náhuatl se vieron impelidos a la búsqueda
racional ante la realidad estrujante del sufrimiento y la urgencia de
encontrar una explicación a su vida y a sus obras amenazadas de
exterminio por el anunciado fin del quinto Sol, que había de poner término
a todo lo existente.[12]
Y a la persuasión de que todas las cosas tendrán que perecer fatalmente
se sumaba una duda profunda sobre lo que pudiera haber más allá, que
hace plantearse cuestiones como éstas:
"¿Se
llevan las flores a la región de la muerte?
¿Estamos
allá muertos o vivimos aún?
¿Dónde
está el lugar de la luz pues se oculta el que da la vida?"[13]
Preguntas
que implican ya abiertamente una desconfianza respecto de los mitos sobre
el más allá. Quienes se las plantean no están satisfechos con las
respuestas dadas por el saber religioso. Por eso dudan y admiten que hay
un problema. Quieren ver con mayor claridad cuál es el destino de
nuestras vidas y consiguientemente, qué importancia tiene el afanarse en
el mundo. Porque, si sobre la tierra nada florece y verdea, a
excepción de la desdicha y si el más allá es un misterio, cabe entonces
una pregunta sobre la realidad de nuestra vida, en la que todo se asoma
por un momento a la existencia, para luego desgarrarse, hacerse pedazos y
marcharse para siempre. De la fusión de los elementos culturales toltecas
y chichimecas, rescatamos el pensamiento y la acción de Netzahualcóyotl
(Señor de Texcoco 1402-1472), que junto con otros tlamatinime,
desarrollaron reflexiones de hondo sentido espiritual.
"¿Acaso
de verdad se vive en la tierra?
No
para siempre en la tierra: sólo un poco aquí.
Aunque
sea jade se quiebra,
aunque
sea oro se rompe,
aunque
sea plumaje de quetzal se desgarra,
no
para siempre en la tierra: sólo un poco aquí?".[14] La
vida en tlaltícpac, (sobre la tierra), es transitoria. Al fin todo
habrá de desaparecer. Hasta las piedras y metales preciosos serán
destruidos. ¿No queda entonces algo que sea realmente firme o
verdadero en este mundo? Tal es la nueva pregunta que se hace el
pensador náhuatl, dirigiéndola en forma de diálogo a quien
tradicionalmente se cree que da la vida, a Ipalnemohua:
"¿Acaso
hablamos algo verdadero aquí, dador de la vida?
Sólo
soñamos, sólo nos levantamos del sueño.
Sólo
es un sueño...
Nadie
habla aquí de verdad." [15] Arraigada
persuasión que hace afirmar que la vida es un sueño, no ya sólo en los
cantares recogidos por Sahagún, sino también en las exhortaciones
morales de los Huehuetlatolli o charlas de los viejos. Negándose
todo cimiento y permanencia a lo que existe en tlaltícpac (sobre
la tierra), surge una de las interrogaciones más hondas y angustiosas: ¿hay
alguna esperanza de que el hombre pueda escaparse, por tener un ser más
verdadero, de la ficción de los sueños, del mundo de lo que se va
para siempre?
¿Acaso
son verdad los hombres?
Por
tanto ya no es verdad nuestro canto.
¿Qué
está por ventura en pie?
¿Qué
es lo que viene a salir bien?"[16] Para
la mejor comprensión de este texto diremos sólo que verdad, en náhuatl,
neltiliztli, es término derivado del mismo radical que tla-nél-huatl:
raíz, del que a su vez directamente se deriva: nelhuáyotl:
cimiento, fundamento. No es por tanto mera hipótesis el afirmar que
la silaba temática nel-
connota originalmente la idea de "fijación sólida, o enraizamiento
profundo". En relación con esto, puede pues decirse que etimológicamente
verdad, entre los náhuatl, era en su forma abstracta (neltiliztli)
la cualidad de estar firme, bien cimentado o enraizado. Así se comprenderá
mejor la pregunta del texto citado: ¿Acaso
son verdad los hombres?, que debe entenderse como: (¿acaso poseen los
hombres la cualidad de ser algo firme, bien enraizado? Y esto mismo puede
corroborarse con la interrogación que aparece dos líneas después, en la
que expresamente se pregunta, ¿qué está por ventura en pie?,
lo cual puesto en relación con las afirmaciones hechas sobre la
transitoriedad de las cosas, adquiere su más completo sentido. Se
puede concluir que la preocupación náhuatl al inquirir si algo "era
verdad" o "estaba en pie", se dirigía a querer saber si
había algo fijo, bien cimentado, que escapara al sólo un poco aquí,
a la vanidad de las cosas que están sobre la tierra (tlaltícpac),
que parecen un sueño. Toca al lector juzgar si esta cuestión náhuatl
del estar algo en pie, tiene o no relación con el problema filosófico
del pensamiento occidental de la subsistencia de los seres, que han
sido concebidos como "sostenidos por un principio trascendente"
(escolásticos), o apoyados en una realidad inmanente de la que son
manifestaciones (el idealismo objetivo de Platón, Hegel, etc.), o sin
apoyo alguno, "existiendo allí”, como quiere el existencialismo.
Pero se ha constatado que preocupó a los náhuatl, ante la honda
experiencia de la fugacidad universal de las cosas, la idea de encontrar
una fundamentación del mundo y del hombre, como lo expresan sus
preguntas: "¿qué está por ventura en pie?, ¿acaso son verdad los
hombres?" Y para poder apreciar el desarrollo mental que significa el
preguntarse explícitamente acerca de la verdad de los seres
humanos, es necesario que recordemos que entre los griegos este mismo
problema —planteado así, racional y universalmente — solo surgió en la época de Sócrates y de los sofistas, es decir, en el
siglo V a.n.e., después de casi dos siglos de pensar filosófico en
Occidente. Se puede decir que había entre ellos no solo mitos y
aproximaciones, sino antes bien un pensamiento vigoroso capaz de
reflexionar sobre las cosas, preguntándose sobre su valor, su firmeza o
evanescencia (¿son acaso un sueño?), hasta llegar por fin a ver
racionalmente al hombre en sí mismo como problema. “Quien
logra obtener este influjo divino que hace descender sobre los hombres las
flores y los cantos, es el único que puede decir “lo verdadero en la
tierra”. Posee entonces el sabio un “corazón endiosado” (yoltéotl),
como expresamente se dice en un texto de los informantes de Sahagún, al
describir la personalidad del artista, y formular lo que hoy llamaríamos
una concepción estética náhuatl”.[17] En
relación con la enseñanza intelectual, don Diego Durán, escribió: “Tenían
ayos maestros prelados que les enseñaban y ejercitaban en todo género de
artes militares, eclesiásticas y mecánicas y de astrología por el
conocimiento de las estrellas, de todo lo cual tenían grandes y hermosos
libros de pinturas y caracteres de todas estas artes por donde las enseñaban.
Tenían también libros de su ley y doctrina a su modo por donde los enseñaban,
de donde, hasta que doctos y hábiles no los dejasen salir sino ya
hombres…”[18] El
tonalámatl[19] se enseñaba, lo cual
exigía un grado muy alto de abstracción racional, para los cálculos
matemáticos exigidos para las concepciones astronómicas, ya que el
manejo de sus sistemas cronológico-astronómicos, eran familiarizados con
la rigidez del pensamiento matemático.
Por otro lado, el Códice Florentino señala la enseñanza de la
historia contenida en sus Xiuhámatl[20], en los que se anotaban
la fecha, el hecho y las circunstancias de él, a base de pinturas y
signos numéricos. Esta
era la forma en los que los tlamatinime cumplían su misión de “hacer
sabios los rostros ajenos”, lo cual daba como resultado que su
inflexible rigidez, o su dureza, iba precisamente dirigida a fomentar el
aspecto dinámico de la personalidad: el corazón, pues se trataba de
perfeccionar la personalidad de los discípulos en sus dos aspectos
fundamentales: dando sabiduría a los rostros y firmeza a los corazones.
Esto no es mera suposición, lo confirman los textos náhuatl de auténtico
valor histórico. Por ejemplo: el “Omácic Oquichtli” dice: “El
hombre maduro: un corazón firme como la piedra, un rostro sabio, dueño
de una cara, un corazón, hábil y comprensivo”.[21] Del
Códice Matritense de la Real Academia, se destaca la descripción del
sabio o tlamatini, en los textos originales náhuatl, que se lee en líneas: 1.- “El
sabio: una luz, una tea, una gruesa tea que no ahúma. 2.- Un
espejo horadado, un espejo agujerado por ambos lados. 3.- Suya
es la tinta negra y roja, de él son los códices, de él son los códices. 4.-
Él mismo es escritura y sabiduría. 5.- Es
camino, guía veraz para todos 6.- Conduce
a las personas y a las cosas, es guía en los negocios humanos. 7.- El
sabio verdadero es cuidadoso (como un médico) y guarda la tradición. 8.- Suya
es la sabiduría trasmitida, él es quien la enseña, sigue la verdad. 9.- Maestro
de la verdad, no deja de amonestar. 10.- Hace sabios
los rostros ajenos, hace a los otros tomar una cara (una personalidad),
los hace desarrollarla. 11.- Les abre los oídos,
los ilumina. 12.- Es maestro de
guías, les da su camino. 13.- De él uno
depende. 14.- Pone un espejo
delante de los otros, los hace cuerdos, cuidadosos; hace que en ellos
aparezca una cara (una personalidad). 15.- Se fija en las
cosas, regula su camino, dispone y ordena. 16.- Aplica su luz
sobre el mundo. 17.- Conoce lo (que
está) sobre nosotros (y), la región de los muertos. 18.- Es hombre
serio. 19.- Cualquiera es
confortado por él, es corregido, es enseñado. 20.- Gracias a él
la gente humaniza su querer y recibe una estricta enseñanza. 21.- Conforta el
corazón, conforta a la gente, ayuda, remedia, a todos cura.”[22] Su
valiosa comprobación se encuentra en el prólogo de Ixtlixóchitl en su
“Historia de la Nación Chichimeca”, donde resume su información
acerca de diversas especies de sabios que había en Texcoco. Después de
referirse a quienes ponían “por su orden las cosas acaecidas en cada año”,
a los que “tenían a su cargo las genealogías”, a los que “tenían
cuidado de las pinturas, de los términos, límites y mojoneras de las
ciudades…y de los repartimientos de tierras”, y tras de mencionar a
los conocedores de las leyes y a sus diversos sacerdotes, dice: “Y
finalmente, los filósofos y sabios que tenían entre ellos, estaba a su
cargo pintar todas las ciencias que sabían y alcanzaban y enseñar de
memoria todos los cantos que conservaban sus ciencias e historias; todo lo
cual mudó el tiempo con la caída de Reyes y Señores y con los trabajos
y persecuciones de sus descendientes…”[23] La pintura fue el medio por el cual los
tlamatinime
y los artistas (toltécatl) dieron continuidad a la cultura y preservación
a sus tradiciones. Los artistas de la tinta negra y roja, eran los sabios,
que “sabían dialogar con su propio corazón”. Los informantes indígenas
de Sahagún dan una versión del origen histórico de sus creaciones artísticas;
por lo menos de lo que pensaban los indios viejos de principios del siglo
XVI, de donde nació el Toltecáyotl (conjunto de artes) y los ideales de
los toltecas. “Los
toltecas eran gente experimentada, todas sus obras eran buenas, todas
rectas, todas bien hechas, todas admirables…. Pintores, escultores y
labradores de piedras, artistas de la pluma, alfareros, hilanderos,
tejedores, profundamente experimentados en todo, descubrieron, se hicieron
capaces…”[24] “Toltécatl:
el artista, discípulo, abundante, múltiple, inquieto. El verdadero
artista: capaz, se adiestra, es hábil; dialoga con su corazón, encuentra
las cosas en su mente. El verdadero artista todo lo saca de su corazón;
obra con deleite, hace las cosas con calma, con tiento, obra como tolteca,
compone cosas, las hace atildadas, hace que se ajusten.”[25] “Al
confirmar la experiencia, al hacerla perceptible, la conciencia humana se
enriquece y desarrolla. La obra de arte establece y funda en sus formas el
ser y la esencia de las cosas, saca a la luz, lo que después serán las
ideas y los conceptos rectores del pensamiento, de la religión y, tal vez
de las estructuras sociales y políticas. Tales formas significativas y
simbólicas, se irán renovando conforme la experiencia humana va
cambiando; en la obra de arte han quedado establecidas diferentes
modalidades de la existencia y así el hombre prehispánico que experimentó
la naturaleza, lo animal, lo cósmico, lo trascendental, lo real y lo
humano, plasmó esas vivencias en distintas formas a lo largo de más de
tres milenios. En resumen la obra de arte hace visible y representa
perceptiblemente por medio de formas significativas la experiencia humana
y enriquece y amplía la conciencia del hombre.” [26] La
plástica monumental nace en el México antiguo en el momento en que
empieza a desarrollarse un sistema teogónico y un culto sometido a las
normas por un clero organizado. “La obra de arte
resultaba plenamente constituida, sea en un conjunto urbano, como en Monte
Albán, o en una sola pirámide, como en el Templo del Sol de Palenque, o
en una escultura, como la cabeza colosal numero 4 de San Lorenzo, o en una
gran Coatlicue mexica, o en una pintura mural como la de Cacaxtla, o en
una vasija ritual mixteca. En todos esos casos y en muchos más, las
distintas creaciones cumplían su función en cuanto a la trasmisión
efectiva, a través del lenguaje propio, de contenidos y de significados
que consolidarían el grupo, reavivarían el sentido de solidaridad y
fundamentarían las ideas rectoras del pensamiento y de la religión.”[27] Notas: [1]
Díaz del Castillo, Bernal: Historia verdadera de
la conquista de la Nueva España. Tomo 1. Edit. Porrúa. México, 1968. Pág.
260-261. [2]
Calmécac:
escuela de tipo superior en donde se educaban los nobles y los futuros
sacerdotes. Voz compuesta de calli: casa y mécatl: cordón,
literalmente significa “en la hilera de casas”. Connota, pues, una
imagen de la forma como eran alineadas las habitaciones en estos a
modo de monasterios, donde se enseñaban y trasmitían los aspectos más
elevados de la cultura náhuatl. [3]
Telpochcalli:
casa de jóvenes [4]
Historia general de las cosas de la Nueva España
es el título de una obra escrita por el religioso franciscano
español Bernardino
de Sahagún, a principios del
siglo XVI, poco después de la Conquista
de México por parte de los españoles.
Para realizar el libro, Sahagún recurrió a la indagación directa
entre los nativos mexicanos, concentrándose en la región central de México.]
Para su Historia general..., Bernardino de Sahagún
se basó en los informantes de los estudiantes indígenas del Colegio
de Santa Cruz de Tlatelolco —ubicado en la
actual ciudad
de México—. Todos los
informantes de Sahagún habían pertenecido a la élite mexica.
[5]
Existen varios códices, donde se escribe a base de símbolos la
historia. los códices Nutall: es una galería de historias de los
gobernantes mixtecos. El códice Bodley, se narran los hechos
transcurridos entre el año 692 y cerca de 1521. El códice Borgia,
uno de los más completos manuscritos rituales del México antiguo,
donde se describe la visión mesoamericana del cosmos y su dinámica.
El códice Laud, de contenido ritual y astrológico. Códice Borbónico,
se percibe la influencia colonial en cuya obra y contenido se refiere
exclusivamente a la religión prehispánica. Códice Mendocino, se
realizo para informar al rey sobre los diferentes aspectos de la
historia y la cultura de los indios de la Nueva España. Códice
Telleriano Remesis, se elaboro en base a documentos antiguos, algunos
de contenido calendárico y
ritual y otros de carácter histórico. Códice Azcatitlan, relato
histórico del pueblo mexica, hasta los tiempos coloniales. Códice
florentino, es la obra monumental de fray Bernardino de Sahagún,
donde sus informantes están presentes buena parte de las tendencias y
recursos de los pintores indígenas del siglo XVI. [6]
Ángel María Garibay Kintana (1892-1967) Sacerdote católico, filólogo
e historiador mexicano, se distinguió especialmente por sus trabajos
relativos a las culturas prehispánicas. Es considerado uno de los más
notables eruditos sobre la lengua y la literatura náhuatl. [7]
Códice florentino, es la obra monumental de fray Bernardino de Sahagún,
donde sus informantes están presentes en buena parte de las
tendencias y recursos de los pintores indígenas del siglo XVI. [8]
León-Portilla,
Miguel: La Filosofía Náhuatl,
Estudiada en sus Fuentes, UNAM, México, 1983. Pág. 4. [9]
Colección de Cantares Mexicanos. Original en la Biblioteca Nacional
de México. León-Portilla, Miguel: La
Filosofía Náhuatl, Estudiada en sus Fuentes. UNAM, México,
1983. Pág. 57. [10]
León-Portilla, Miguel: La Filosofía Náhuatl, Estudiada en sus Fuentes. UNAM, México,
1983. Pág. 59. El lugar de los descarnados: Ximoayan, representa su
forma de concebir el más allá. [11]
Ibídem Pág. 59. [12]
Ibídem Pág. 59. Mito cosmogónico de los soles, pues tras la
destrucción de los soles anteriores (tigre, viento, fuego y agua), el
sol actual de movimiento (Ollintonatiuh), que “como andan diciendo
los viejos, en él
habrá movimientos de tierra, hambre y con esto pereceremos”. [13]
Ibídem Pág. 59. [14]
León-Portilla, Miguel: La
Filosofía Náhuatl, Estudiada en sus Fuentes. UNAM, México,
1983. Pág. 60. Este texto es atribuido por el compilador al rey
Nezahualcóyotl (1402-1472) [15]
Ibídem
Pág. 60. [16]
León-Portilla,
Miguel: La Filosofía Náhuatl,
Estudiada en sus Fuentes. UNAM, México, 1983. Pág. 61. [17]
León-Portilla, Miguel: La
Filosofía Náhuatl, Estudiada en sus Fuentes. UNAM, México,
1983. Pág.
145. [18]
León-Portilla,
Miguel: La Filosofía Náhuatl,
Estudiada en sus Fuentes. UNAM, México, 1983. Pág. 227. [19]
Tonalmatl.
Significa "papel de los días". Consignaba un lapso de 260 días,
dividido en 20 partes de 13 días cada una, llamadas trecenas. Eran
libros de guía para los sacerdotes. Se les llamaba también Cemilhuitlapohualiztli, "cuenta
de fiestas o de días rituales".
Por lo regular, cada semana era plasmada en dos páginas. Un gran
dibujo policromado representaba la divinidad que regía la semana y
otras muchas figuras representaban dioses secundarios y objetos
relacionados con su culto, tales como espinas, incensarios, altares y
objetos semejantes. El resto del espacio se dividía en rectángulos,
en los que se pintaban los 13 nombres y números de los días, es
decir, la trecena. También se pintaban las deidades asociadas con el
dios regente y hasta sus nahuales, en forma de pájaro u otro animal
que los dioses podían asumir. [20]
xiuhámatl
(literalmente “libro de los años”) Tipo de crónica que
registraba los acontecimientos año tras año. Se enumeran en ella
nada menos que los 188 años que transcurrieron desde que los aztecas
abandonaron una lejana isla, obedeciendo al llamado de su dios Huitzilopochtli,
e iniciaron una larga migración junto con otros ocho pueblos o
etnias. Este códice es de gran ayuda para aprender el cómputo de los
años, explicar el calendario prehispánico y el registro del ciclo de
52 años. [21]
León-Portilla,
Miguel: La Filosofía Náhuatl,
Estudiada en sus Fuentes, UNAM, México, 1983. Pág. 229. Textos
de los informantes de Sahagún. Ed. facs de Paso y Troncoso, vol. VI,
fol. 215; AP I, 64. [22]
León-Portilla,
Miguel: La Filosofía Náhuatl,
Estudiada en sus Fuentes. UNAM, México, 1983. Pág. 65. (Códice
Matritense de la Real Academia) [23]
León-Portilla,
Miguel: La Filosofía Náhuatl,
Estudiada en sus Fuentes. UNAM, México, 1983. Pag.72. Ixtlixóchitl, Fernando Alva, Obras Históricas, t II,
Pág. 18. [24]
León-Portilla, Miguel: La Filosofía Náhuatl, Estudiada en sus Fuentes. UNAM, México,
1983. Pág. 260-261. Textos
de los informantes de Sahagún, ed. Facs de Paso y Troncoso, fol.172
v. a 176 r. [25]
León-Portilla, Miguel: La
Filosofía Náhuatl, Estudiada en sus Fuentes, UNAM, México,
1983. Pág. 261. [26]
De la Fuente,
Beatriz: Historia del Arte Mexicano. SEP, INBA, Salvat Mexicana
de Ediciones, Consejo Nacional de Fomento Educativo, México, 1982, Pág.
12. [27] De la Fuente, Beatriz: Historia del Arte Mexicano. SEP, INBA, Salvat Mexicana de Ediciones, Consejo Nacional de Fomento Educativo, México, 1982, Pág. 14. |
Sivia Noga Garza Peñuñuri
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