Poesía y verdad. A propósito de la autobiografía de Goethe

Ensayo de Alejandro Garrigós Rojas *
Universidad de Guanajuato, México
Correo-e: regresoalestadodegracia@hotmail.com

Mi vida, una aventura única. No aventura por el esfuerzo

hecho para perfeccionar los elementos depositados por la naturaleza en mi alma,

sino por el realizado para adquirir lo que no había puesto.

                                                                           Goethe

Resumen: Se reúnen y glosan algunas aproximaciones que han hecho los principales expertos de la autobiografía de Goethe, con respecto de algunos aspectos nodales de la vida y obra del autor alemán. Se establece una aproximación a la autofiguración que hace Goethe de sí mismo a partir de la tensión entre los conceptos de ‘literatura' y ‘verdad', figurados ya en el título de su obra.

Palabras clave: literatura; crítica literaria; historia literaria; obra literaria representativa; escritor

Abstract: Some approaches made by the main experts on Goethe's autobiography are gathered and glossed with respect to some nodal aspects of the life and work of the German author. An approach to Goethe's self-figuration of himself is established based on the tension between the concepts of 'literature' and 'truth', already figured in the title of his work.

Keywords: literature; literary criticism; literary history; representative literary works; writers

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El presente trabajo tendrá como objetivo reunir y glosar algunas aproximaciones que han hecho algunos de los principales discutidores de la autobiografía de Goethe, con respecto de algunos aspectos nodales de la vida y obra del autor alemán. Si bien se reconoce la existencia de otros autores que han analizado tal autobiografía, nos hemos abocado a estos autores y no a otros ya que son los que más influencia han tenido en la visión que a lo largo de los años se configuró de Goethe en el imaginario literario, la cual, independientemente de estar en ocasiones un tanto superada, sigue pesando entre sus lectores, orientando su lectura. Creemos conveniente del mismo modo establecer una aproximación a la autofiguración que hace Goethe de sí mismo a partir de la tensión entre los conceptos de literatura y verdad, figurados ya en el título de su obra.

Poesía y verdad (2000) es el título que dio Johann Wolfgang von Goethe (1749-1832) a su autobiografía, publicada originalmente en 1811 y escrita cuando el autor entraba a su sexta década de vida, en 1809. La obra da inicio con una recreación de su difícil nacimiento y llega hasta el año 1775, cuando el escritor se pone al servicio de príncipe Carlos Augusto, en la ciudad de Weimar. Podemos encontrar en esta obra ideas acerca de la ciencia natural, la poesía, la pedagogía, la narrativa, la crítica, la diplomacia y la política que nos hacen entender por qué fue uno de los grandes hombres universales de la Historia, y puede comprenderse mejor su obra y pensamiento, íntimamente compenetrados. A este respecto, son notables las palabras que tuvo Napoleón para él cuando lo tuvo enfrente que, aunque sencillas, nos dan cuenta de la cima de espíritu que representaba el alemán: “He aquí un hombre” (Torres M., 2012: s/n).

Según consta en el prólogo que incluyó Goethe en su obra, Poesía y verdad fue motivada por la petición que le hizo un amigo en una carta al respecto de la edición de su obra poética completa en doce tomos. En dicha carta el amigo le pedía escribir una nueva obra sobre las circunstancias y el estado de ánimo que proporcionaron la materia para la poesía, “así como también los ejemplos que sobre usted influyeran, sin olvidar tampoco los principios teóricos a que usted se ajustara. Si consagrase usted sus desvelos en este sentido a un pequeño círculo, quizá resultase de ello algo que también pudiera ser ameno y provechoso para otro más amplio” (3)[1]. El escritor de la carta apela al afecto que le profesan quienes se interesarían en la redacción propuesta y al conocimiento y lucidez de conciencia que el autor habría ganado a esas alturas de su vida. Según cuenta Goethe en el mismo prólogo, ese deseo tan afectuosamente expresado despertó en él ánimo de realizarlo. Así que se aplicó a ordenar su poesía cronológicamente y se dio a la tarea de evocar los momentos y las circunstancias en que compuso los poemas. Pronto vio que hacían falta explicaciones pormenorizadas y datos precisos, así como llenar las lagunas entre lo ya conocido. Además, no había la reflexión acerca de cómo se aplicó a la ciencia y a otras artes y lo que en tales profesiones, en apariencia ajenas, llevó a cabo solo o acompañado, en privado o de manera pública. Todo esto quiso expresarlo formalmente para dar gusto a sus buenos amigos, del modo que estas consideraciones fueron llevando a Goethe cada vez más lejos; pues vinieron a resaltarse en su memoria muchas personas importantes que de cerca o lejos influyeron en él, y hasta los movimientos sociales y políticos que enmarcaron sus acciones. Esto no podía desatenderlo, siendo Goethe un hombre público, dedicado, además de a las letras, al derecho y la política; y teniendo la convicción de que

el principal deber de toda biografía parece ser el de representar a los hombres en las circunstancias de su época, e indicar en qué medida le fue adverso el conjunto y en qué medida le fuera favorable, qué idea le indujo a formarse del mundo de los hombres, y como, si era artista, poeta, escritor, acertó a proyectarlas hacia afuera (3).

Para ello, afirma, el escritor debe conocerse muy bien a sí mismo y a su siglo, pues lo determina y forma en cuanto a su cultura y sus acciones. De tales consideraciones, tanteos, evocaciones y meditaciones nació Poesíay vedad, obra que oscila entre la historia y la literatura. Y donde asistimos a los momentos decisivos que formaran el espíritu y el temple de Goethe: la vida familiar y doméstica, los amigos de infancia, las primeras lecturas, la formación en casa, los estudios literarios, la vida en su ciudad, el primer enamoramiento, las primeras composiciones, los años de universidad, los viajes... toda una serie de acontecimientos vitales significativos, que configurarán no sólo su personalidad compleja, rica y brillante, sino su talante poético y su modo de pensar y asir la realidad. Goethe se recrea sobre todo en la reconstrucción de sus años de formación pues está consciente de que “la época más principal en la vida de un individuo es la de su desarrollo” (García de la Hoz, s/f: s/n), aspecto en el que coincide también con lo que Freud propondrá después acerca del valor de modelación de la personalidad que tienen la infancia y la adolescencia, en las que Goethe incide, a veces pormenorizadamente, en multitud de pasajes, y en los que se percibe cierto tono emocional, nostálgico, que está ausente en los textos autobiográficos posteriores de Goethe.

El pacto autobiográfico de Goethe

Goethe propone una autobiografía que, por momentos, principalmente cuando se refiere a sus aventuras de infancia y a su primer enamoramiento, dialoga con la llamada novela de formación. Y es que esos recuerdos, tan lejanos para el viejo Goethe, son escritos con una fineza de detalles, como si estuviesen pasando justo en el momento de la escritura. Dos de los recursos de esa escritura narrativa cuasi-novelesca son las descripciones paisajísticas y psicológicas muy matizadas, y los diálogos que por momentos son lo suficientemente dramáticos y sugerentes en torno a situaciones que parecerían banales, pero que en Goethe tienen un sentido poético relacionado con los asombros y el acontecer mismo de la vida cotidiana y la formación del carácter en el seno de la familia y la sociedad. En este sentido, la autobiografía de Goethe embona con la definición que de ella como género propone Philippe Lejeune, según la cual es un “relato retrospectivo en prosa que una persona real hace de su propia existencia, poniendo énfasis en su vida individual y, en particular, en la historia de su personalidad” (1994: 50). No obstante la literaturización de la memoria, Poesía y verdad sigue la pauta de ofrecer una visión real de la historia del escritor, intención sería que se ve corroborada por la investigación de otras fuentes históricas como documentos de la época, testimonios y cartas.

Es evidente en la autobiografía de Goethe, construida sobre una identidad entre las figuras del narrador, el protagonista y el autor, la remisión a un yo escritural que no corresponde exactamente con el sí mismo, sino con una autorrepresentación mítica (y en un mito personal son consustanciales las interpretaciones, los errores y las deformaciones (Lejeune, 1994: 81)) que abren un análisis para la discusión de la subjetividad como mito civilizatorio (Lejeune, 1994: 74); mito personal que podemos advertir en todo momento en la recreación de supuestas palabras dichas por Goethe durante su vida, cuya exactitud realmente es improbable. En este sentido, el Goethe representado en este caso es más bien una figuración lingüística que remite al carácter vampírico de la literatura autobiográfica que comenta Lejeune, en tanto no existe un sujeto fuera del lenguaje que se corresponda en estricto sentido con la voz que la narra (Lejeune, 1994: 74). La construcción autoficcional modela y modula la entidad mitológica que Goethe fábrica de sí mismo, aun cuando ésta tenga un sustrato de realidad. Así se modula también la imagen que el lector tiene del autor y determina las particularidades semánticas e identitarias relacionadas con su nombre en tanto éste es uno de los signos más determinantes de una persona (Lejeune, 1994: 74). Así, la autobiografía de Goethe nos aporta información exterior a su otra literatura poética y ficcional que completa y matiza su figura autorial; información que, siendo verosímil en una apuesta por la fidelidad del significado, y soportando la prueba de la historiografía literaria produce, como lo plantea Lejeune, no “el ‘efecto de la realidad' sino la imagen de lo real” (1994: 76).

Goethe dejó advertido que su autobiografía corresponde a un tratamiento literario de su historia, dotando lo real de una forma poética. Parecería que la autobiografía de un escritor debería ser una reconstrucción fiel de sus vivencias para poder tomarse por verdadera; pero la concepción de Goethe parece demostrar que la verdad resplandece de igual manera en una construcción poética, que un sustituto literaturizado de la historia vivida puede dar como resultado una verdad fiel al sentido último de la experiencia, aun si lo que se narra no corresponde estrictamente a lo que sucedió. Y es que, como Freud explicará más tarde en su texto Construcciones en el análisis (1937), cuando formulamos edificaciones e interpretaciones de lo vivido producimos algo que, no siendo demasiado lejano para el sujeto de un acto poético, produce una conmoción y un efecto en el conocimiento de sí mismo del individuo; construcción que afirma una verdad aunando el saber histórico y el poético en el arte de su exposición (García de la Hoz, s/f: 5).

En sus Diarios y anales (1833), Goethe reflexiona acerca de su necesidad de escribir su autobiografía asumiendo que sabía bien que debía proceder con cautela ya que parece cosa delicada eso de querer evocar recuerdos de una juventud ya hacía tiempo desaparecida. Pero finalmente quedó el propósito con la resolución de ser sincero conmigo mismo y con los demás y, aproximarme todo lo más posible a la verdad y siempre que la memoria quisiera ayudarnos (García de la Hoz, s/f: 7).

Es decir, en esta cita se advierte que Goethe tuvo que acudir necesariamente al arte poético para reconstruir sus vivencias, pero esto no implica que en algún momento haya mentido, sino que debió valerse de la verdad de la ficción siempre capaz de dar soporte a una trama histórica o subjetiva. Evidentemente Goethe debió asumir un compromiso mayor consigo mismo, con sus lectores, con su época y con la posteridad para confiar tanto en su memoria como en la capacidad de su arte literario, para que en todo momento prevaleciera la verdad en la reconstrucción literaria.

Freud ha demostrado con conceptos como “novela familiar” y “recuerdos encubridores” cómo los recuerdos conscientes de la primera infancia no son sino retoños de verdad a la que se han unido variedad de operaciones psíquicas como desplazamientos, condensaciones e inversiones (mecanismo propios también del sueño), y que son inevitables el olvido y la represión que el niño forzosamente necesita para edificar saludablemente su psique (García de la Hoz, s/f: 7). Antonio García de la Hoz llama la atención sobre cómo, de acuerdo al psicoanálisis, el planteamiento de Goethe de ser fiel a la verdad es científicamente ingenuo a priori, creyendo cabalmente en la veracidad de sus recuerdos como los neuróticos creen en sus racionalizaciones. Sin embargo, el poeta alemán pudo ser capaz, ante la imposibilidad de seguir fielmente su memoria, de entremezclar la verdad buscada con la poesía, que es otra forma de conocimiento.

Por otro lado, en algún momento Goethe se reprochó no haber escrito su autobiografía cuando su madre aún vivía, pues entonces habría tenido mayor seguridad en las escenas infantiles, gracias a la vigorosa memoria de su madre. Pero no se dio cuenta, como también señala García de la Hoz, que la memoria de su madre habría estado sujeta a los mismos procesos psíquicos, y por lo tanto a la deformación. Además, la madre parece ser la persona menos neutra y objetiva al momento de hablar de su hijo. Por lo que Goethe, para salvar estas limitaciones, termina asumiendo:

Tenía yo que describir el desarrollo de un chico que luego hubo de adquirir importancia, según se produjera en ciertas y determinadas condiciones, y hacerlo, no obstante, de un modo conforme en general al psicólogo y a sus puntos de vista. Habida cuenta de ello, denominé harto modestamente esa obra, realizada con la más escrupulosa lealtad, Poesía y verdad, íntimamente convencido de que así en lo presente como en el recuerdo, y todavía más en este último caso, moldea el espíritu el mundo exterior plásticamente de acuerdo con sus propias cualidades (García de la Hoz, s/f: 7).

Es decir, Goethe estuvo íntimamente convencido de que en su autobiografía hay un modelamiento de su espíritu o ánimo basado en sus propias experiencias, y de que, en la medida en que ese automodelamiento se acercase lo más posible a las cualidades de su espíritu, tendríamos una construcción correcta, verdadera. Entramos ya en el terreno de la poesía, por lo que los dos elementos del título de la obra, Poesía y verdad, pueden verse como los dos ámbitos que, en dialéctica, construyen en ambas partes la imagen y contenido de la obra, aunque no pueda determinarse cabalmente donde empiezan y terminan la historia y literatura, y cómo éstas se confunden. Respecto a dicho título, Goethe escribió en una carta:

Por lo que se refiere al título de esas confidencias de mi vida, motívase el hecho de experiencia de que siempre abriga el público alguna duda tocante a la veracidad de tales ensayos biográficos. Para obviar esta duda opté por una suerte de ficción... pues era mi intención más seria representar y expresar en todo lo posible lo fundamentalmente verdadero que se hubiese dado en mi vida, en cuanto a mí se me alcanzase. Más no siendo posible semejante cosa en edad ya avanzada sin dejar entremeterse el recuerdo posterior, y por ende, también a la fuerza de la imaginación, viniéndose en cierto modo pues, a echar mano del caudal poético, resultaba evidente que hemos de exponer y de resaltar antes los resultados que ahora del pasado tenemos, que no los pormenores aislados según en su tiempo ocurrieron. Todo esto, que al narrador y a la narración atañe, lo he comprendido aquí bajo el nombre de poesía, para poder servirme para mis fines de lo verdadero de que soy consciente (García de la Hoz, s/f: 8).

Lo importante no es la autenticidad de la construcción poética, sino lo que se hace con esa construcción. Pues la interacción de verdad y ficción es decisiva para configuración de una personalidad (García de la Hoz, s/f: 10). Y Goethe, que también es consciente de que se construye la vida a la vez que se habla o escribe sobre ella, deja muy claro:

Titulé el libro Poesía y verdad porque en él nos remontamos por encima del terreno de la realidad rastrera, a impulsos de tendencias superiores [.] Ningún suceso de nuestra vida tiene valor por ser verdadero, sino por lo que significa (García de la Hoz, s/f: 11).

Finalmente, “Lo importante es tener un alma que se apasione por la verdad y la capte dondequiera que al encuentre” (Johann Wolfgang von Goethe, en Curtius, 32010: 15), dejó escrito en una carta.

Finalmente, de acuerdo con la teoría freudiana, las construcciones psíquicas de todo individuo responden a una lógica y aspiran a una verdad. Y una firme convicción en estas construcciones tiene el mismo efecto en la realidad, que es el de estructurar y dar sentido a la experiencia de sí y del mundo.

Años de formación de Goethe

Los recuerdos de infancia y temprana juventud de Goethe dan cuenta del desarrollo de un genio, y han causado el interés de innumerables hombres de letras, como por ejemplo, en nuestro medio, de Alfonso Reyes, que dedicó varios trabajos a comentar y la vida y obra del gran alemán[2], textos que pueden calificarse de ejemplares (Mendi-richaga, 2011: 35). Son páginas, las de Goethe, que brillan por un estilo claro y agudo, que alumbran el recuerdo y lo dotan de trascendencia para explicar su propia vida.

Goethe nace en 1749, siendo el primogénito. El parto en el que viene al mundo es complicado y se le creyó muerto; tras largos esfuerzos se le logra reanimar y mantener a salvo tras tres días de lucha. Tuvo cinco hermanos, los cuales murieron temprano, quedando sólo a su lado, como un apego muy grande en sus tempranos años, Cornelia. Los primeros años de Goethe son agitados, tiene constantes pesadillas y un carácter que expresaba “la extraña sensibilidad de aquel ser traído a la existencia como a pesar suyo”, a decir de Reyes (1993: 27).

Goethe recibe las primeras letras en su casa, gracias un ardor pedagógico de su padre casi rayano en la manía. Su padre, amante de las ciencias y las artes y viajero, quien influiría enormemente en la personalidad de Goethe, puso también al servicio del niño tutores que le enseñarían lenguas y artes. “Padre solícito y animado de los mejores propósitos, como conocía su tierno corazón, se revestía exteriormente de una férrea severidad; y desempeñaba el papel con el rigor más extremo, para dar la mejor educación a su prole, y para mejor edificar, ordenar y sostener su casa” (Reyes, 1993: 21), evoca Goethe. La educación que le prodiga su padre es caracterizada como culta y ambiciosa e incluía además conocimiento de la Biblia, música, dibujo, versificación, historia, geografía y derecho. El genio alemán confiesa que, si debió a su madre el gozo de la vida, a su padre deberá la seriedad en la conducta, rasgo que se abría de acentuar en el joven a medida que crece. De niño asiste al teatro donde contempla representaciones de Racine, Moliere y Corneille. Y comienza a escribir también en su infancia con modelos latinos y clásicos para solazarse a sí mismo y divertir a sus amigos: el primer poema lo escribe a los ocho años, dedicado a su abuelo con motivo de la Navidad. En Poesía y verdad, Goethe trascribe íntegramente “El nuevo París”, uno de los cuentos que escribió precozmente y nos describe qué honda impresión causó en la imaginación de sus camaradas, quienes creían en la realidad de la narración.

Era una inmensa alegría para mis amiguitos oírme contar cuentos, sobre todo cuando yo hablaba en primera persona. Les encantaba que a mí, su camarada, me hubieran sucedido cosas tan extraordinarias, sin preguntarse cómo, cuándo y dónde habían podido acon-tecerme semejantes aventuras, aunque eran testigos diarios del empleo de mis horas y conocían todas mis idas y venidas. Si se examinan de cerca estas inclinaciones, fácilmente se descubre aquí la presunción del poeta, que se deja decir con la mayor autoridad las cosas más inverosímiles, y exige que los demás acepten cuanto él ha inventado, sólo porque, en cierto sentido, le ha parecido verdadero (Reyes, 1993:30).

Goethe es un chico solemne y altivo, de cierta disposición orgullosa. Reyes refiere cómo su madre se burlaba de su andar grave, diferente de los demás niños, y el chico le respondía que ese era solo el comienzo: “Más adelante me distinguiré por otras cosas”, “Yo no puedo contentarme con lo que los demás se contentan” (Reyes, 1994: 30), decía, como si supiera el gran destino que habría de vivir.

Cuando Goethe acude a la escuela se abre un nuevo mundo para él, el de los paseos por la ciudad y los pintorescos alrededores. Goethe se destaca por su intelectualidad respecto a sus demás compañeros, a los que considera testarudos. Sus composiciones siguen siendo brillantes, y destaca por su memoria excelente sobre todo en el aprendizaje de los idiomas: italiano, hebrero, francés, latín y griego; y en la recitación de poesía. Su padre habla tempranamente de enviarlo a estudiar la universidad de Leipzig. Goethe escribe algunas lecciones y diálogos para enseñarlos a su hermanito menor cuando éste tenga la edad suficiente, quien sin embargo muere; dichas composiciones en latín y en alemán consisten principalmente en charlas familiares, anécdotas y reflexiones morales, algunas de las cuales se conservan. El joven Goethe devora toda la literatura que tiene a su alcance, encontrando encanto sobre todo en las historias bíblicas y las de Las mil y una noches, reelaborando lo adquirido de la lectura en sus cuadernos: “Así surgieron abundantes pequeñas obras teatrales, poesías y fragmentos épicos, esbozados con rapidez y que tratan con sorprendente habilidad formas y temas usuales” (Safranski 2015: 37). Ante su fama de versificador, una camarilla de chiquillos le hace escribir una carta de amor en verso y lo enredan en una situación de falsificaciones de la que Goethe es cómplice sin saberlo, pero a partir de la cual conoce a una hermosa joven llamada Gretchen de la cual se enamora. El capítulo quinto de Poesía y verdad versa sobre esas mistificaciones en las que cayó y su aventura sentimental con la joven. Sin embargo, la joven sólo puede ver a Goethe como a un hermano menor; decepcionado, éste enferma, ante lo que un profesor particular le recomienda la lectura de la filosofía.

“Para el joven Goethe el conocimiento se confunde casi con la inspiración” (Safranski, 2015:40), nos dice Reyes sobre el Goethe adolescente y de primera juventud que milita en el movimiento Sturm und Drang y recibe influencias de los pensadores pandinamistas, teósofos, magos y alquimistas del Renacimiento. Acerca de las exploraciones en estas ciencias ocultas da cuenta en su autobiografía, lo que ha sido puesto en duda por algunos escritores preguntándose si no habrá exagerado la importancia de sus estudios de magia en su afán de mostrar que había explorado los misterios que conoce su personaje Fausto. De cualquier modo, otros testimonios contemporáneos y correspondencia parecen corroborar la autenticidad de sus declaraciones. A partir de estas indagaciones y tras su lectura de Paracelso, instala en su buhardilla un laboratorio de alquimia y se dedica a la experimentación.

La juventud de Goethe es tempestuosa en el interior.

De aquí que aparezca sometido a tremendas oscilaciones entre la más embriagadora exaltación y la más angustiosa desesperanza.[...] Para el Goethe juvenil, la emoción amorosa, como la emoción estética o la religiosa, poseen un valor en sí, una belleza propia que no depende de las consecuencias prácticas que traigan consigo, un valor que la época sentimental reconoce y reverencia aun en aquellos a quienes la pasión empuja a los actos más reprobables (Safranski, 2015: 45).

Esto le hace poseer el don prometeico de la creación artística. Tal exaltación de su pasión hace que Goethe, ya en la universidad, a la cual entra a los dieciséis años, encuentre siempre disgusto por la ciencia racionalista.

Goethe y Freud: psicoanálisis de un episodio de infancia

Entre los comentaristas de la obra de Goethe llama la atención Freud, por ser otro de los grandes genios occidentales. En su artículo “Un recuerdo infantil de Goethe en Poesía y verdad" (s/f: s/n), el analista vienés hace una interpretación de un extraño episodio en la primera infancia de Goethe, del cual éste parece haber guardado un vívido recuerdo, y que Freud ha podido fechar hacia antes de los cuatro años del alemán. Transcribiremos la glosa que de este episodio hace Reyes:

Wolfgang juega en aquella sala baja, abierta a la calle. Juega y se cansa de jugar con una vajilla diminuta recién comprada en la última feria. No sabiendo al fin qué hacer con aquel juguete inadecuado, comienza a arrojar a la calle un plato tras otro, una y otra taza. Aquello era mucho más divertido. Unos vecinos, los tres hijos del difunto alcalde Ochsenstein, lo aplauden y lo animan a seguir con aquel destrozo. Wolfgang, que ha acabado con su vajilla y está muy ufano de su éxito, va a la cocina, acarrea toda la vajilla del servicio y la lanza toda a media calle. Cuando la familia se dio cuenta, ya sólo era tiempo de recoger los rotos cacharros. No nos cabe la menor duda de que un psicoanalista es capaz de deducir trascendentales efectos de esta inconsciente travesura (1993: 21).

Efectivamente, el fundador del psicoanálisis llama la atención respecto a que no es indiferente ni insignificante que dicha escena se haya sustraído al olvido general de la infancia, y expresa: “Una travesura, con daño del menaje casero, realizada bajo la influencia de otros, no es, desde luego, una viñeta adecuada a todo lo que Goethe puede relatarnos de su vida, tan rica en acontecimientos” (Freud, s/f: 3). Freud explica que el acto de arrojar los cacharros por la ventana constituyó un acto simbólico, o mejor dicho mágico, mediante el cual el niño Goethe manifestó vigorosamente su deseo de suprimir a su hermano menor que había perturbado como un intruso la vida familiar demandando el afecto de su madre que el futuro poeta quería sólo para sí. El niño Goethe sabe que está haciendo algo malo, pero esta conciencia no le impide seguirlo haciendo: aspira a satisfacer un resentimiento contra sus padres y mostrar su enojo. Tal arro-jamiento “‘fuera de casa' parece constituir parte importantísima del acto mágico y provenir del sentido oculto del mismo”: desea egoísta y fuertemente que el mismo niño que le ha arrebatado la atención parental sea arrojado fuera de casa, y lo expresa en un acto de egocentrismo dramático (Freud, s/f: 5). Tal sería la razón por la que, como el mismo Freud hace notar, sus padres se mostraran extrañados porque el niño Goethe pareció responder con indiferencia a la muerte de su hermanito.

Freud apoya su interpretación en su propia experiencia clínica donde actos análogos indican, en su opinión, más claramente el significado celoso y mágico del acto expulsor y destructor; asimismo Freud señala que otros clínicos indican casos similares que confirman la existencia del mismo cuadro entre los niños (Freud, s/f: 6-7). “La irritación del niño ante la aparición, esperada o acaecida, de un competidor se manifiesta en el acto de arrojar objetos por la ventana, así como en otros actos de ‘maldad' o de manía destructora” (Freud, s/f: 7). Del mismo modo, se apoya en las propias palabras de Goethe, que en Poesía y verdad, exclama “He sido un hombre de suerte; el Destino me conservó la vida, aunque vine al mundo como muerto. En cambio, suprimió a mis hermanos para que no tuviera yo que compartir con ellos el cariño de mi madre” (Freud, s/f: 8), lo que para el vienés es una confirmación irreprochable[3].

Freud concluye que precisamente en este fuerte lazo de amor con su madre se explica la personalidad exitosa y la confianza en sí mismo de Goethe, pues “cuando alguien ha sido el favorito indiscutible de su madre, conserva a través de toda la vida aquella seguridad conquistadora, aquella confianza en el éxito que muchas veces basta eliminar para lograrlo. Y así, Goethe hubiera podido encabezar su biografía con una observación como ésta: ‘Toda mi fuerza tiene su raíz en mi relación con mi madre'” (Safranski, 2015: 35). Una prueba de cómo las notas biográficas suministran datos de interés psicológico para la ciencia moderna que explican, presuntamente, mejor la conducta de los hombres singulares, quizá mejor de lo que ellos mismos podrían explicarla con sus propias palabras.

Goethe y el ideal del suicidio romántico

Es interesante también, a propósito de la tremenda recepción de la célebre novela Las cuitas del joven Werther (1774), que propició que gran cantidad de émulos del protagonista de la novela no sólo imitaran la vestimenta y modos del protagonista, sino que se suicidaran también, leer en Poesía y verdad el pensamiento de Goethe respecto a este fenómeno a la idea del suicidio, cara a la sensibilidad epocal. Respecto a la insatisfacción de la juventud y su ideal de muerte registra:

atormentados con pasiones insatisfechas, sin que de fuera recibiésemos fuertes impulsos de acción, con la única perspectiva de acomodarnos a una vida burguesa, lenta y sin espíritu, disgustados y desconcertados, nos aveníamos con el pensamiento de poder abandonar a nuestro arbitrio la vida cuando ya no nos satisficiese, lo que servía de débil recurso contra las lúgubres visiones y el hastío de la vida diaria. Esta disposición de ánimo era corriente, y si el Werther produjo tal efecto fue precisamente por encontrar eco en todas partes y porque expresaba de un modo declarado e inteligible este afán interno (Johann Wolfgang von Goethe, en Guerrero Valenzuela, s/f: 183).

Para a continuación apuntalar hacia el fenómeno del suicidio, desde una perspectiva estética. Según Goethe, el suicidio suscita el interés de todos por mucho que se le haya discutido, por lo que cada época suscita un nuevo tratamiento de él. Y contrario a Montesquieu que se atribuye a sus héroes y grandes hombres la capacidad de matarse a su arbitrio, él alude a “aquellos que propiamente por inactividad, en las circunstancias más pacíficas del mundo, se hastían de la vida por imponerse a sí mismos demasiadas exigencias”, “como yo mismo me encontré en tal situación y sé mejor que nadie lo que me hizo sufrir y el esfuerzo que me costó libertarme de tal pesadilla” (en Guerrero Valenzuela, s/f: 183). Así habla de los jóvenes que en la Europa de la época no soportarían la opresión de las creencias y prejuicios, que, ante la llegada de un futuro predestinado que esperaba llevarlos a la mediocridad, preferían abstenerse de vivir. Goethe alude así, poniéndose a sí mismo como alguien que hubo tenido tal idea, sutil e indirectamente a una concepción acaso válida, o al menos lo suficientemente humana por compasiva, del suicidio como liberación de una existencia frustrante. Además, en ningún momento de su texto cuestiona o habla mal de tal noción.

Si bien Goethe en ningún momento de su texto tampoco justifica el suicidio expresamente ni hace una apología de él, lo trata como un asunto interesante de acuerdo una sensibilidad que, como la suya, es propia de un periodo romántico cuyas ideas de expansión del sentimiento y de la libertad entroncan en muchos casos con el hastío y el abatimiento que llevan a deplorar la propia vida e infamarla, idea encarnada en su antihéroe Werther que tanto asustó a sus contemporáneos, y que propone que la dificultad de ser puede arrastrar a formas de renuncia tan radicales como la muerte por mano propia. Werther: ese personaje prototípico cuyo drama del mismo modo expresa que “Sólo con la voluntad de amor se descubrirán los posibles aspectos amables de la vida, sin aquélla topamos mayormente con lo repulsivo y atormentador [por lo que] La tragedia de estos jóvenes nos recuerda que hay que aprovechar la voluntad de amor, para encontrarnos a nosotros mismos y hechizar el mundo a nuestro alrededor” (Johann Wolfgang von Goethe, en Guerrero Valenzuela, s/f: 185).

Goethe, genio. palabras finales

Goethe no fue solo un gran poeta; fue también un sabio en el sentido moral, un ejemplo de humanidad superior, solicitado entre dos fuerzas: la religiosidad y la razón. “Sentido de belleza, sentimiento de la dignidad personal, imaginación poética, gusto por la enseñanza, instinto religioso y capacidad de observación propia y del mundo que lo rodeaba se mantuvieron y afinaron a lo largo de su existencia” (Mendirichaga, 2011: 35). Cautivan al lector de su autobiografía su visión del amor como sentimiento motor de la vida, un desprendimiento de la materialidad para favorecer lo espiritual, una concepción de lo estético como exigencia, y una voluntad indomable para dedicarse al camino del arte. Goethe: un hombre dignificado por el trabajo constante y fecundo; pues que él tenía la firme convicción de que “El peso de los trabajos es excelente para el alma. [...] Nada más miserable que un hombre sin trabajo y sin preocupaciones” (Torres M. , s/f: 4). Un alma completa que respondía a grandes preocupaciones: el amor, la sociedad, la filosofía, la emoción, la frecuentación de los grandes hombres de la época, el estudio, la política, la educación, los viajes; asuntos que ocuparon su inteligencia y lo movieron hacia a la acción, ya que el alemán detestaba todo aquello que sólo lo instruyera y no aumentara su actividad o la vivificara dignamente (Donoso, 1993: 8). Asuntos de la realidad de los que tomó el material para hacer poesía, convencido de que en la misma realidad estaba el germen de la creación:

¡Que no se me diga que la realidad carece de interés poético, porque precisamente en ello se revela el verdadero poeta: en que tiene inspiración suficiente para descubrir en cualquier objeto común un aspecto interesante! La realidad ha de dar el motivo, el punto de referencia, el verdadero núcleo. Convertirlo en un objeto lleno de belleza y de vida, es cosa del artista... (Torres M., 2012: 4).

Hombre que, aunque de fuerte interioridad, supo mantenerse impasible “hasta el punto de saber siempre llorar hacia adentro, sustrayendo cuanto toca al ser íntimo a la expectación exterior” (Donoso, 1993: 9). Dueño siempre de una curiosidad insatisfecha, que le inducía a interesarse por todos los aspectos de la vida, a sentirlo y comprenderlo todo, a escudriñar aquello lo que tuviese a su alcance, hasta convertir en literatura cuanto podía penetrar con su agudeza de mente y su intuición formidable. De manera que su concepción de las cosas no provenía de una mecánica especulación, sino de un virtuosísimo dinámico. Personalidad rica y múltiple, supo sacar provecho de los mejores descubrimientos del clasicismo y del romanticismo en su poesía, “expresión perfecta de un exquisito estado de ánimo, en el cual concurren el sentimiento y la cultura. Cultura en toda su latitud y profundidad, la más completa y la más honda” (Donoso, 1993: 16). Ser libre pero prudente en los dominios del arte y la ciencia, acatando los dones de la gracia, el equilibro y la armonía, para versificar todo lo que vivía y construir en sus novelas símbolos vivientes que concuerdan con la evolución de sus ideas. Y que supo reconocer en la vida enlaces muy discretos considerando un vínculo íntimo entre los seres y sus trasformaciones, intuyendo antes que el evolucionismo que “todos los productos de la naturaleza están íntimamente ligados” (Donoso, 1993: 24) merced a la constancia de ciertos principios uniformes. Y que no obstante a pesar de la grandeza de su espíritu, deja entrever, lo que Armando Donoso caracteriza como un cierto egoísmo supremo (1993: 30).

Hay, así, cierto carácter demoniaco en su vida, algo como una fuerza a la vez natural y divina que se manifiesta en él en forma contradictorias, por lo que no cabe en alguna idea predeterminada. Algo que, de acuerdo con Reyes,

No es divino, angélico, diabólico ni humano. Todo lo penetra, encierra en sí el tiempo y el espacio; y, con notorio desprecio para lo posible, sólo se complace en lo imposible, por donde caemos de nuevo en la sed fáustica. Es amoral e imperioso, Se deja sentir claramente en las fuertes personalidades. Es el elemento creador, y hace el bien y el mal de un solo impulso (1993: 338).

Reyes opina que esta fuerza en Goethe es también “una fuerza propicia, un azar”, así como una “bisagra poética del discurso” (1993: 339) cuando el mismo Goethe se refiere a ella para hablar de la cualidad mágica, en sí misma y en el exterior, de los acontecimientos y la vida que superan la razón. Indudablemente el carácter demoníaco se presenta más visiblemente en los genios como Goethe. Y Poesía y verdad es indudablemente capaz de alúmbranos cómo el genio es una fuerza creadora de arte, del carácter per-sonalísimo mismo y de una porción especial del mundo.

Goethe evoca en sus últimos años el recuerdo feliz de los años mozos, de los primeros amigos y del primer amor. En una dedicatoria que escribió en un ejemplar de su excelsa novela Fausto en el año 1797, se exhibe nostálgico y se lamenta al recordar “el laberinto humano” en el que su dicha se perdió “para siempre” (Johann Wolfgang von Goethe, en Sapetti, 2015: 33). Cansado, desea y convoca ya la muerte:

Un deseo ardiente que hace tiempo no sentía me impulsa a ese dulce y reposado mundo en donde viven los espíritus. Flota mi canto como el son misterioso de un arpa eólica herida por el viento. Un recio escalofrío me sacude; corre mi llanto desahogando el pecho, se esfuma el presente y en cambio toma cuerpo y realidad lo que pasó (Johann Wolfgang von Goethe, en Sapetti, 2015: 33).

Su muerte tiene la belleza de una escena dramática. El 22 de marzo de 1832, en el día de su muerte, Goethe no se amilana, sino que permanece con una firmeza estoica, según cuentan los relatos. En sus reflexiones finales ya había reconocido lo que de otros grandes hombres había en su escritura, afirmando que su obra “es la de un ser colectivo que lleva por nombre Goethe,” (Reyes, 1993: 417) y también reconocido que su vida fue la de una constate tensión: “He sido un hombre, lo cual quiere decir que he sido un luchador” (Donoso, 1993: 40). Sus últimas palabras, pidiendo que se abriera la ventana frente a la cual estaba postrado, moribundo, para que entrara más el sol de mediodía, son distintivas y muy elocuentes: ¡Luz!, ¡más luz! (Donoso, 1993: 41). Dado que Goethe identificaba a la luz con la divinidad, son palabras enfáticas que dan cuenta de la relación de veneración que tenía el genio alemán por el espíritu. No obstante la decidida belleza de este final, no podemos obviar que en la actualidad se duda de su veracidad e incluso se habla de que se trata de un recurso ad hoc para magnificar el final del genio.

Podemos concluir que la autobiografía de Goethe es un caso paradigmático de cómo un genio auténtico es capaz de hablar de sí mismo, ya no desde la falacia de la memoria, sino desde lo que acaso devenga un recurso superior: la poesía entendida como un método de acercamiento a lo real, capaz de impresionar más sensiblemente que la vida misma.

Referencias

Donoso, Armando (1993), Goethe. Poesía y realidad, Santiago de Chile, Universidad de Chile.

Freud, Sigmund (s/f), “Un recuerdo infantil de Goethe en Poesía y verdad”,

disponible en: http://caece.opac.com.ar/gsdl/collect/apuntes/index/assoc/HASHaa4d.dir/doc.pdf
 

García de la Hoz, Antonio (s/f), “Construcciones en psicoanálisis: ¿verdad o poesía?”,

disponible en: http://perso.wanadoo.es/quipuinstituto/quipu_instituto/curriculums/pdf/Construcciones....PDF

Guerrero Valenzuela, Claudio (s/f), “Juventud romántica persiguiendo la plenitud”, en Antropología de la educación y pedagogía de la juventud: procesos de enculturación, disponible en: http://www.injuve.es/sites/default/files/7%20-%20juventud%20romantica.pdf

Goethe, Johann Wolfgang von (2000), De mi vida. Poesía y ver-dad, México, Porrúa.

Mendirichaga, José Roberto (2011), “Alfonso Reyes, estudioso de la obra de Goethe”, Armas y Letras, núm. 81, pp. 33-39, disponible en:  http://www.armasyletras.uanl.mx/numeros/81/8_alfonsoreyes.pdf

Lejeune, Philippe (1994), El pacto autobiográfico y otros estudios, Madrid, Megazul-Endymion.

Reyes, Alfonso (1993), Obras completas, tomo XVI, México, FCE.

Sapetti, Adrián (2015), Los artistas y la depresión, Disponible en: file https://www.gador.com.ar/wp-content/uploads/2015/04/sapetti_01.pdf

Safranski, Rüdiger (2015), Goethe, Madrid, Tusquets.

Torres M., Francisco (2012), “Goethe: ‘Mi vida, una aventura única’”, Disponible en: https://cedetrabajo.org/wp-content/uploads/2012/08/31-2.pdf 

* Alejandro Garrigós Rojas. Poeta y periodista cultural mexicano. Maestro en Literatura Hispanoamericana por la Universidad de Guanajuato (UG), México. Autor de casi una decena de poemarios. Obra suya forma parte de una antología colectiva. Ha colaborado en gran cantidad de medios impresos y electrónicos de México y otros países hispanos. Ha sido beneficiario del Programa de Estímulo a la Creación y al Desarrollo Artístico PECDA 2013.

Notas:

[1] Todas las citas pertenecientes a Poesía y verdad corresponden a Goethe (2000), por lo cual solo se anota el número de página-

[2] Los textos: Vida de Goethe, Rumbo a Goethe, Trayectoria de Goethe y Escolios goethanos, se encuentran reunidos en el tomo XVI de sus Obras completas, publicadas por el Fondo de Cultura Económica.

[3] Es interesante anotar cómo uno de sus más importantes biógrafos, Safranski Rüdiger, interpreta la misma escena de los platos rotos a propósito del significado público que tendrá la vida de Goethe: “La pequeña historia de la de la porcelana rota se propone mostrar en un ejemplo adónde puede conducir esta bella libertad. Quizás el protagonista principal sean los vecinos: el público, en atención al cual el pequeño arroja la vajilla a la calle. Más tarde Goethe advertirá una y otra vez frente a la tentación de dejarse desconcertar y determinar por intereses del público. Lo público nos hace libres y nos estimula, pero también nos somete a coacciones. Desde este trasfondo la anécdota comentada puede entenderse también como una escena originaria para un tema de la vida de Goethe: la ambivalencia de lo público, que nos resulta necesario pero del que hemos de protegernos” (2015: 35).

 

Ensayo de Alejandro Garrigós Rojas
Universidad de Guanajuato, México
Correo-e: regresoalestadodegracia@hotmail.com
 

Publicado, originalmente, en: La Colmena, Núm. 120: Octubre-Diciembre (2023) ISSN 2448-6302

La Colmena, revista de la Universidad Autónoma del Estado de México - Instituto Literario

Link del texto: https://lacolmena.uaemex.mx/article/view/19757 / https://doi.org/10.36677/lacolmena.v0i0.19757

 

Editor de Letras Uruguay: Carlos Echinope Arce   

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