"La caída", un ejercicio de revelación paulatina por Daniela García Juárez
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Después de ver "Mysterious Skin" (Gregg Araki, 2004) supe que el rastro de amargura en mi boca respondía a algo oscuro en el fondo de sus imágenes. Las ganas de vomitar se restringían por la sequedad en mi lengua, el cansancio se adueñaba de mi cuerpo hasta dejarme agotada. Emociones que me unían a la película, diluyendo la separación entre la pantalla y mis dedos que tronaban nerviosos ante los horrores desdoblándose en cada plano. "Mysterious Skin" tenía algo que nos amalgamaba, a mi subjetividad y las que habitaban detrás de la pantalla. La película explora las consecuencias psicológicas del abuso sexual en la infancia a través de dos personajes adultos que manifiestan conductas peculiares en su forma de relacionarse en el presente, e imaginan mundos de ciencia ficción como defensa ante posibilidades oscuras en la memoria. Araki organiza la información disponible sobre estos sucesos a través de un montaje dosificado, otorgando al espectador trazos de imágenes ambiguas, caleidoscópicas, aludiendo a la nubosidad emotiva que atraviesan los protagonistas. Las imágenes, como la mente de los personajes, fluctúan entre la realidad y la imaginación, entre el sueño y el recuerdo, la duda y la certeza. Araki resuelve el misterio para el público al mismo tiempo que sus protagonistas lo procesan, convirtiendo la película en una radiografía fílmica del trauma, dibujándolo como un mosaico de tiempo y memoria, situado en el terreno de lo inconsciente: disperso, caótico y contradictorio, inaccesible para la comprensión pública desde el mundo exterior de sus personajes. Fuera de la pantalla, donde la comunicación entre las personas es esencialmente vocal, el esfuerzo por acceder al mundo ajeno se ve limitado por barreras que toman distintas formas. La empatía es truncada por la subjetividad y el apego a la misma. Los procesos de cognición que parten de adentro hacia afuera, y nos ponen como centro y punto de partida en la interpretación del mundo, dificultan la comprensión de fenómenos particulares en la diversidad de procesos mentales y emotivos de los demás. Ahí entra el cine, manifestación artística con la cualidad de hablar en su propio lenguaje, uno que al ser adaptado, en lugar de solo traducido, abre caminos y rompe paradigmas. Permite expandir la mirada y moverla a una empatía integral, que nos acerque tanto a la piel ajena como a la propia. La vivencia sensorial del cine traduce lo incomprensible desde otras formas de comunicación. En el cine, el ojo es un órgano táctil, las películas nos atraviesan. Similar a "Mysterious Skin", esta cualidad es reconocida y aprovechada en "La Caída" (2022) el más reciente largometraje de la directora argentina Lucía Puenzo, escrita en colaboración con la actriz Karla Souza. La película recrea un proceso real de denuncia por abuso sexual en el ámbito deportivo, explorando los estragos psicológicos de las víctimas desde dos perspectivas temporales, el presente y el futuro. En un ejercicio de revelación paulatina, las imágenes entrelazan al espectador y a la protagonista en su entendimiento de la trama y sus implicaciones, dando a conocer la información al mismo tiempo que es asimilada dentro de la diégesis, permitiendo una conexión con los fenómenos expuestos –el abuso sexual, las relaciones de poder, grooming– desde la empatía piel a piel. La película se centra en Mariel (Karla Souza), una veterana clavadista de élite a punto de competir en sus últimos Juegos Olímpicos, cuyo mundo es sacudido al enterarse, tan solo unas semanas antes de la competencia, que su entrenador Braulio (Hernán Mendoza) ha sido acusado de abuso sexual. Sostenido por su prestigio, Braulio cuenta con el respaldo absoluto de la asociación del deporte, así como de familia y amigos que lo defienden ciegamente. La víctima en cuestión, una menor recientemente añadida al equipo, lo niega todo, dejando a su madre con un testimonio vacío y a Mariel con una vieja herida abierta. Tras la noticia, los mundos físico y psicológico de Mariel comienzan a desmoronarse de a poco. Aunque ella afirma, sin rastros de mentira, nunca haber vivido abuso alguno por parte de Braulio, algo en su entorno no cuadra con su versión de los hechos. Las banderas rojas son inmediatas en su historial: relaciones sexuales impulsivas, infecciones vaginales recurrentes, dificultad para ver videos de su infancia, tendencias perfeccionistas y auto-lesivas… Indican una disonancia entre lo que ella cree saber de sí misma y lo que los hechos apuntan. La verdad reside en un lugar liminal, inconsciente, al que ni Mariel ni el espectador pueden acceder, siendo ambos detenidos de cerrar el caso por completo. Las subjetividades se amalgaman. El camino para resolver el misterio no es entonces un proceso intelectual de construcción de significados, ni dentro de la diégesis ni fuera de ella. En su lugar, se opta por una conexión visceral con las imágenes y el montaje: en la trama, Mariel enfrenta detonantes que activan su memoria perdida, fuera de ella, el espectador también habita en ese lugar liminal hasta que la verdad se impone inescapable. Para Mariel, anclarse a su sabiduría sensorial será el camino a la liberación del laberinto erigido sobre la invalidación, la manipulación y el grooming por parte de su entrenador y del mundo social que le ha dado la espalda a las víctimas, aunque fueran niñas. La película se vuelve una representación radiográfica del mundo interno de una sobreviviente, mostrando la parte invisible y abstracta, aquella que no se puede responder con el lenguaje de la palabra, aquella que tiene que ser vivida para comprender su contradicción esencial: contar con la verdad pero no saber nombrarla, y sin embargo, no poder escapar de su oscuridad en ningún momento de la vida. La anulación del ser –específicamente del ser en cuerpo de mujer– tras un episodio de violencia sexual, alimenta un estado de desconfianza sobre la verdad que reside en el interior de una misma. La memoria se convierte en un territorio engañoso, la vida, un holograma mal proyectado, y los mecanismos de defensa por el trauma, fenómenos tan ambiguos que resultan inexplicables sin la realidad material como aliada. El público no comprende aquello que no ve con sus propios ojos. Y lo invisible en las contradicciones internas durante el proceso de denuncia que son, en realidad, heridas de guerra. “A veces nos cuestionan ¿pero por qué no denunciaste antes? ¿Por qué no dijiste nada hasta ahora? Pues la idea con esta película es mostrar un poco de todo lo que hay antes de que una pueda admitir que sufrió un abuso. Un poco de todo lo que no se ve antes de llegar a la denuncia.”. La actriz Karla Souza dijo estas palabras posterior al estreno de "La caída" en Morelia. Tras escucharla, no puedo evitar pensar en el Cine-Ojo de Vertov. La teoría que describe al cine con la cualidad omnipresente de la integración: mientras los sentidos se limitan a la captación de una experiencia a la vez, en una sola locación y a través de un único punto de vista a cada momento, el cine nos teletransporta a distintos fragmentos de vida en una unidad compacta gracias al montaje. Así se consigue lo imposible: vivir mil vidas dentro de una sola, indagar en cosas más allá de los límites de nuestro territorio físico y corporal. Conocer la empatía gracias a la adaptación del lenguaje de las imágenes. Películas como "La Caída" son epítomes de la empatía conducida por la sensibilidad de la relación del espectador con la imagen en movimiento. En esta película, el público podrá adentrarse a la piel del personaje mas allá de la capa exterior, acercándose y entendiendo la naturaleza contradictoria en la mente de una víctima de abuso: la defensa que no pudo suceder, las palabras imposibles de levantar, el temblor en la voz al tratar de explicar algo cuyo nombre limita la dimensión del horror que contiene. La laguna mental que se desearía dejar siempre en el vacío de la memoria, pero se tiene que sacar, una y otra vez, con el afán de brindar luz y justicia a una misma y a las que sigan. Ahora bien, ¿cómo diferenciar una película creada por mujeres sobre historias que nos atraviesan? La respuesta es, porque entienden. Simplemente eso. Y tejen cinematográficamente desde ese entendimiento, que se siente y se sabe. No se necesita imitar el código del lenguaje cinematográfico hegemónico, solo hay que mirar hacia dentro, hacia la propia historia, y el código se re-significa. Se reinventa el cine a través de los ojos que lo miran y las manos que lo plasman. "La Caída" demuestra que, gracias al cine, es posible mirar a cabeza ajena. Que hay puentes insospechados en las posibilidades del montaje. Y que en medio de la desesperanza colectiva ante la polarización mediática, sí se busca comprensión, hay que regresar al arte. (Fuente: Girlsatfilmscom )
Ficha técnica
País: México - Argentina - Estados Unidos Fuente para la Ficha técnica |
La Caída - Detrás de cámaras, Parte I | Prime Video |
Karla Souza y parte del equipo de
#LaCaída
nos cuentan un poco de todo lo que hubo detrás para crear esta historia.
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por Daniela García Juárez
Tomado del Portal del cine y el audiovisual latinoamericano y caribeño de la Fundación del Nuevo Cine Latinoamericano
Link del texto: http://cinelatinoamericano.org/texto.aspx?cod=30399
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Ver, además:
La escritura errante de Lucía Puenzo: un más allá de la zona de confort, ensayo de María José Punte (Argentina) c/videos
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