-I-
El boom literario
latinoamericano
Para el año de 1977 mi vida había pasado ya por dos grandes momentos que
fueron significativos para mi fase formativa como escritor y antropólogo
que soy ahora. Había pasado cinco años de mi adolescencia enclaustrado
en el seminario para sacerdotes diocesanos de la Curia Eclesiástica de
Guatemala en donde aprendí latín al grado de traducir textos al español
y de escribir otros en ese idioma, leyendo los textos literarios que
leíamos los estudiantes de bachillerato en los años sesenta.
Una vida seminarística que me sirvió para formar mi personalidad en el
sentido de la paciencia franciscana que creo que me caracteriza, pero
que en ese momento no me sirvió porque me fui de allí a los diecisiete
años harto de la vida monástica. Cinco años después me embarqué en un
viaje a lo desconocido, huyendo de la barbarie que se vivía en mi país,
a una ciudad del primer mundo en donde tuve ocasión de continuar mi
preparación autodidacta como lector ávido de literatura y filosofía.
Tenía yo veinticinco años cuando regresé a Guatemala convencido de que
ese otro donde me encontraba tampoco era para mí. Para entonces ya había
escrito autodidactamente varios cuentos que fueron publicados muchos
años después en un volumen que titulé El Último Katun.
Además ya había leído Cien Años de Soledad, La Ciudad y los Perros,
La
Casa Verde, La Muerte de Artemio Cruz y Rayuela, porque según mis
lecturas formaban parte del llamado Boom Literario Latinoamericano y
porque además, me había enterado por la revista ¡Siempre! de México, que
años antes se habían reunido en la ciudad de México los autores de estas
novelas con Carlos Fuentes, con el objeto mercantil de lanzar sus
novelas a un mercado de lectores generalizado que trascendiera las
fronteras de Latinoamérica. Aparecía la foto de los cuatro sentados a
una mesa donde planificaban el lanzamiento y, evidentemente, se suponía
en esos años que quien no hubiera leído esas novelas no estaba
actualizado de los nuevos rumbos de la literatura en América Latina. De
todas esas novelas la que más me gustaba era Cien Años de Soledad, luego
La Casa Verde, después La Muerte de Artemio Cruz y por último
Rayuela.
En mi caso yo ya andaba buscando mi estilo para escribir una novela y en
verdad, de todas ellas, aunque no la entendía del todo, la que
subconscientemente me marcó el camino fue Rayuela, no obstante nunca le
encontré el gusto, mucho menos la afición por volver a leerla y por lo
tanto en aquel entonces la deseché de mis lecturas preferidas.
Ahora, 38 años después, deduzco que aún no tenía la madurez necesaria
para asimilarla como una novela matriz para mis búsquedas existenciales
de realización en la creación literaria. Ahora, a sus cincuenta de
publicación, me he comprometido a volverla a leer pero será en otras
circunstancias.
El asunto es que no entendía yo todavía el aparataje circunstancial de
esa novela en un contexto parisién a la vez que argentino y el rico
anecdotario que tiene no era de mi plena comprensión. Yo ya estaba
tocado por las lecturas de las selvas y los pueblos latinoamericanos
desde lecturas como las de Asturias en Torotumbo, El Señor Presidente,
Hombres de Maíz, Rodríguez Macal en Guayacán, La Vorágine de
José Eustasio Rivera y Doña
Bárbara de Rómulo Gallegos, entre otros. Fue así como las novelas del
boom me llevaron a hurgar en más literatura de América Latina
encontrando verdaderas joyas literarias. Entonces hallé a Juan Rulfo en
Pedro Páramo, a Carpentier en Los Pasos Perdidos y así fui encontrando
una serie de escritores latinoamericanos de distintos tiempos, lo cual
me formó mi afición por lo concerniente a América Latina y sus
realidades sociales y literarias de todos los tiempos.
Es el caso entonces de desmitificar aquí que el boom literario
latinoamericano sea de una docena de escritores latinoamericanos.
Sostengo que en realidad el "boom" fue un hit comercial conformado y
planificado mercadológicamente por los cuatro escritores mencionados y
la editorial española Seix Barral que, cuando lo impulsan al mercado
libresco, provocaría en distintas latitudes de la sociedad occidental,
Europa, Estados Unidos e Iberoamérica, la necesidad de descubrir y leer
más escritores de Latinoamericanos por una simple regla de dominó por
cuanto es el momento histórico en que América Latina se descubre a sí
misma a través de sus escritores.
-II-
El post boom guatemalteco
Uno de los efectos del boom se protagonizó en Guatemala cuando a
mediados de los setenta, un grupo de escritores jóvenes, Marco Antonio
Flores, Mario Roberto Morales, Luis de Lion, Luis Eduardo Rivera y
Enrique Noriega, se reunía para comentar literatura en medio de los
fragores de la guerra que se libraba en las montañas y en las calles de
la ciudad de Guatemala. La literatura que se producía debía ser
comprometida con los pueblos oprimidos o pasaba a color indefinido. O se
seguía escribiendo con los esquemas tradicionales del costumbrismo
lineal y con tonos indigenistas e indigenistoides o se hacía más urbana
y en tonos urbanistoides.
El primer producto que surge ya en 1976 rompiendo esquemas de todo tipo
es Los Compañeros de Marco Antonio Flores. Uno y dos años después ganan
premio en Quetzaltenango El tiempo Principia en Xibalbá de Luis de Lión
y en Guatemala Los Demonios Salvajes de Mario Roberto Morales. En ese
entonces también se publicaba Después de las Bombas de Arturo Arias,
Hogar Dulce Hogar de Mario
Alberto Carrera y publicaban cuentos inauguratorios de un post boom
cuentístico Franz Galich y Dante Liano, quienes años después publicarían
novelas post boomianas.
En esos años me había comprometido en el movimiento revolucionario
urbano y nuestras lecturas debían llevar el componente revolucionario
que emanaba de las luchas guerrilleras que se libraban en América
Latina. De ahí que se desechaban escritores que parecían reaccionarios
por no tener en sus escritos ese componente, aunque la profundización en
las lecturas nos llevaba a algunos de ellos precisamente como a Borges y
al mismo Cortázar, de quien ya leía sus cuentos con deleite: Bestiario
y
los tomos de El último round, por ejemplo.
En 1978 entré a la universidad de San Carlos de Guatemala, para estudiar
Antropología y para mi fortuna mi catedrático de Filosofía todo ese año
fue Mario Roberto Morales con quien armamos esta amistad que hemos
cultivado y cosechado todos estos años. Entonces me leyó mis primeros
cuentos y sus comentarios me sirvieron para aprehender mi senda
personal.
Platicamos con mucha frecuencia de creación literaria y fue cuando leí
la novela que me inspiró realmente a crear mi primer escrito novelesco:
Entre Marx y una Mujer Desnuda de José Enrique Adoum. Para esa fecha
otro mentor que me leyó mis primeros trabajos fue Roberto Díaz Castillo
quien me aconsejó leer a Monterroso y a Cortázar obsequiándome un libro
de cada quien y también me dio a leer las publicaciones premiadas ese
año en Casa de Las Américas de Cuba en donde él había sido Jurado
Calificador. En consecuencia me sentí ya capacitado y empecé a escribir
lo que sería mi primera novela.
Cinco años después en 1984, ya desvinculado del movimiento
revolucionario por obra y gracia de Ríos Mont, el Grupo Rin 78 me
publicaba mi primera novela La Llama del Retorno que considero hija
directa de las novelas del post boom literario guatemalteco y en 1988
aparecería Velador de Noche Soñador de Día de Luis Eduardo Rivera,
empiezan a aparecer las novelas de Franz Galich y de Dante Liano, todas
con el mismo estigma. Estos tres últimos residiendo en el extranjero.
-III-
¿A qué podemos llamar post boom literario guatemalteco?
Primeramente debe reconocerse que este post boom obedece a una época
inmediata posterior a los años setenta que son los del Boom originario.
Diríamos los años setenta finales que fue cuando aparecieron las novelas
de Flores, Morales y De Lion. (Aunque a De Lion le hayamos publicado sus
amigos hasta en 1985, un año después de su desaparición). Luego pienso
que las novelas mencionadas corresponden a un esquema desarticulador de
las estructuras literarias antecedentes, en el sentido de multiplicar el
tiempo en tiempos distintos, a la base de anécdotas escritas en espacios
cortos pero que al final constituyen un todo cuyo hilo conductor se
descubre, o en el ejercicio de la lectura o al final o nunca, como en
Rayuela.
Se abandonan las largas descripciones espaciales, los retratos y las
historias se cuentan en una acción en la que le queda al lector
completar las imágenes inyectadas en la escritura.
Es decir que el o los mensajes están dispersos en espera de la captación
concreta que los lectores hagan, quienes finalmente hacen de la novela
su personal impresión y comprensión. Todo en un lenguaje múltiple entre
lo coloquial y lo erudito, con aliteraciones y frases inventadas o en
otros idiomas. Se ofrece así al lector un constructo novelístico
enriquecido en imágenes y contenidos que debe producir placer en su
primera lectura así como cierta reflexión sobre lo que se lee y se
cuenta. Y ahí van el o los mensajes. Por otro lado cada escritor del
post boom debía adquirir su personal estilo y temática y ninguno debía
parecerse a nadie más. Asunto este que se logró con preces.
Considero que las novelas guatemaltecas que no cumplieron estos
requisitos no forman parte del post boom aunque sean de reconocida
calidad escritural y literaria y publicadas en los mismos años, los años
ochenta, que por supuesto las hay, porque desde Marco Antonio Flores en
adelante, cada quien asumió su estilo propio y ninguno de todos nos
parecemos, al menos, estilísticamente hablando.
MUCHAS GRACIAS.
El boom literario latinoamericano y el post boom en Guatemala.
Participantes Mario Roberto Morales, Carlos René García Escobar, Virsa
Valenzuela
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