Poesía en el cine |
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Dos de los grandes éxitos cinematográficos de los últimos tiempos, El lado oscuro del corazón y La sociedad de los poetas muertos, están, por decirlos poéticamente, bañados de poesía. El imán puede depender de la sencillez de su mensaje. Elvio Gandolfo sugiere que tal vez resulte útil buscar, en otras películas, ejemplos de un tratamiento menos simplista de relaciones con la poesía. ¿Qué es poesía ? Oliverio es poeta, y turro. Levanta minas con un verso de Girondo y de vez en cuanto de Benedetti y Gelman, al parecer menos eficaces en ese rubro. Paga asados en la costanera con poemas. Pero se prostituye: hace publicidad. Vaga por las pensiones, como Macedonio. Prostituto, se enamora de una prostituta. Que como es mujer, es más pura, más linda y más “voladora” que él. Además, como la Maga, es uruguaya. Pero el “polvo mágico” (como el del hada Campanilla en Peter Pan) se lo echan en Buenos Aires. El lado oscuro del corazón tiene una virtud técnica, profesional: demuestra que Girondo, muerto hace ya tanto, tiene una velocidad de lenguaje, imagen y encadenado que combina con el cine, con la imagen, mucho más que Benedetti o Gelman (al menos en lo que Subiela eligió). Fuera de eso, la película es un fabuloso, casi hipnotizante himno tautológico. La relación entre imagen y metáfora (o alegoría) es 1:1. Girondo quería una mujer que supiera volar. Oliverio (el de la película) la encuentra. ¿Cómo se expresa eso en imágenes? Hacen el amor, y vuelan. Los amantes, desde que el mundo es mundo y sobre todo desde que hay boleros, quisieran entregarle el corazón a la amada. ¿Cómo se expresa eso en imágenes? En el cabaret donde trabaja la prostituta volante Oliverio se saca literalmente el corazón del pecho (mientras se oye un bolero) y se lo envía sobre una bandejita. Ella baila con el corazón literal, de carnicería, de él en la mano. Después, cuando hacen el amor, ella lo muerde. Pero la tautología tiene su precio: no muerde un corazón, ni el corazón de Oliverio, ni mucho menos el corazón poético: muerde corazón, como podría morder cuadril o mondongo. Oliverio y Ana están separados por el Río de la Plata (o color de león, diría el poeta), y se extrañan. ¿Cómo se expresa eso en imágenes? Oliverio va a la orilla del río y mira hacia donde, más o menos, debe de estar Ana. Esta última, a su vez, va hasta la orilla del río y mira hacia donde (en Buenos Aires, en el sitio de la Costanera ya derruido por el cine nacional: el muelle de pescadores cercano a Aeroparque) debe de estar Oliverio. Si el “diálogo” se limitara a miradas o música, quedaría aún un resto de ambigüedad poética, metafórica (chiquito, es cierto). Subiela lo elimina: Oliverio habla a Ana, Ana habla a Oliverio, a través de las aguas procelosas. Hay cosas que pueden explicarse por la producción, desde luego: quien esto escribe asegura la alta improbabilidad de que en una noche de jolgorio en un cabaret del bajo montevideano algunos parroquianos se dediquen a leer Página 12. La presencia del personaje canadiense es bastante trastornante. Pero la gente pone el dinero, y algo y tiene que llevarse a cambio: hay mangos de Sokolowicz y mangos canadienses atrás de la fotografía aceitada y la luz sugerente. Las ideas que están detrás de las numerosas tautologías son bastante simples también: las mujeres nos hacen volar pero son putas y prefieren seguir en el oficio; la Muerte se viste de negro y quisiera Vivir y Amar pero no puede; y nunca hay que perder la esperanza de que una mujer haya realizado un trabajo de recreación de la obra de Girondo y busque hombres que sepan volar, no mujeres. Uno de los pocos momentos en que hay, digamos, cierta poesía, es cuando aparece Benedetti vestido de marino alemán y recita en ese idioma en serio, con convicción. La mina tendría que irse con él. (Para los malpensados que leyeron mi cuento-crítica sobre la obra de él en el Nº 5 de este Diario, necesito aclarar que no aplica aquí la menor ironía.) Si nos despegamos un momento de la película y de la poesía, debemos tener en cuenta un hecho fundamental: fue y sigue yendo (al menos mientras escribo) muchísima gente a verla. ¿Por qué? Tal vez porque la película es una ametralladora de Respuestas, incluso aunque uno no tenga preguntas. Es al mundo de los afectos lo que son los films de Solanas al mundo de la ideología y las ideas de Nación, Latinoamericanidad, etc. Dice Subiela que la hizo para que se venda mucha poesía. Tal vez Girondo circule un poco más. Pero seguramente mucho menos que cuando Pr-ilutzky Fami consiguió que le leyeran algunos poemas los personajes de un teleteatro. ¿Y tú me lo preguntas? El australiano Peter Weir, filmando en Norteamérica, fue un poco más complejo. La sociedad de los poetas muertos no gira solo alrededor de la poesía. El tema viene envuelto en un relato (cosa que no ocurre con Subiela). Un profesor llega a un colegio fino de los años ’50, descalabra el modo común de enseñar, se maneja con los autores “locos” de la época (que aún podían ser nombres como Whitman), hace que los alumnos arranquen las páginas de un manual de literatura académico e imbécil y los invita a unirse con la naturaleza y expresar lo que sienten. Las ideas centrales no son mucho más complejas que las de El lado oscuro del corazón: que la entrega a los sentimientos puede hacer sufrir o perder la vida; que a las instituciones no le gustan nada los poetas o la poesía o los rituales; que la semilla de un profesor que se sale del marco convencional puede germinar aún cuando él se vaya; que la educación es una máquina de fabricar gente dócil para el trabajo físico o intelectual si no se la lubrica un poco con anarquía y locura. Son ideas simples, pero más verdaderas que las de Subiela, sobre todo si quien la ve está yendo a secundaria, todavía no entró a ningún taller literario o poético, ni integra ninguna revista o grupo. En gran parte fue el público que la fue a ver y que le sacó el jugo. Poesía, poesía eres tú La relación directa, temática entre cine y poesía es escasa, cuando uno lo piensa. Funciona mejor como tema la escritura de universos de ficción (como en Hammett, como en Barton Fink, como en Almuerzo desnudo). El bloqueo no suele ser un grave problema del poeta: a nadie le importa un rábano si produce o no produce. Si pienso en alguna película que pueda resultar más compleja y más útil para ente vagamente interesada en la poesía, que aunque haya terminado la secundaria no integre talleres poéticos ni revistas ni grupos, el título que me viene de inmediato a la mente es Identificación de una mujer de Antonioni, una película muy injustamente subestimada. Lo curioso es que el protagonista no es un poeta sino un director de cine (que por lo demás no lee, que yo recuerde, poesía). La genidalidad de la película reside en que nunca lo vemos en función de tal. No maneja cámaras, ni habla con guionistas, ni visita el estudio, ni se enfrenta con productores. Está pensando en empezar una película. O sea en otra cosa. Y eso no es para nada espectacular (como lo es en Ocho y medio de Fellini). Lo que el film describe a la perfección es el estado de creación, el momento en que el que va a crear queda suspendido entre el mundo y la obra, entre los afectos y el desapego. El espectador lo advierte por dos cosas: el desencaje del actor Tomas Milian, que no parece un director de cine ni en joda, y por el hecho de que el hombre cambia primero una mujer por otra, y al final se queda solo, con un niño (como un niño) ante el primer movimiento interno que lo llevará a la película, aunque sepa que en cuanto la termine flotará, como flota en el final de la película de Antonioni que describe ese proceso (tan parecido al núcleo de un poema, un relato o una obra musical) la pregunta: ¿y después? |
Originalmente en Diario de Poesía Año 6. Nº 24. Octubre de 1992
Link: https://ahira.com.ar/ejemplares/diario-de-poesia-n-24/
Gentileza de Archivo Histórico de Revistas Argentinas
Ahira. Archivo Histórico de Revistas Argentinas es un proyecto que agrupa a investigadores de letras, historia y ciencias de la comunicación,
que estudia la historia de las revistas argentinas en el siglo veinte
Ver, además:
Elvio E. Gandolfo en Letras Uruguay
Editor de Letras Uruguay: Carlos Echinope Arce
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