Todos los gestos traen la vez primera
el perenne capítulo, lo que vive sin fin;
el gesto único de trazar con la yema de mi dedo
un punto a la derecha en tu cabeza,
sentirlo abiertamente, irlo enmarcando
a través de tu piel, hilo de sangre irrevocable,
río interno bordeando la partitura de tu pie
y regresando izquierda en su derecho, como un pájaro,
a buscar en tu sien su propio centro,
su efervescente nicho.
Cómo puedo besarte,
con qué beso será posible hablarte
la no fragmentación de esta manera,
donde cruzo tu espacio,
a un quererte en las formas o la gente que pasan junto a mí
sin más destino que regalarme generosamente tus nombres
en invencible arquitectura de un sonido que viene
a su lugar de fiesta
y se adueña de todo cuanto tengo,
soltando mis deseos como una enredadera entre tus pechos.
Cuál sello,
qué palabra me daría en hospedaje el cerco de tu tímpano,
la intensa resonancia de sus ecos,
por transitar en esos laberintos
la repentina fiebre de los verbos
cuando tu rostro se detiene al diálogo sin voz,
y entre mis manos derrama o redefine la hermosura,
para dejarme mundos, cosas vivas, apariencias,
carruseles de ganas, pomas ,granadas, caracoles, nubes,
pequeños sicomoros, algas marinas a explosión de novas,
o luciérnagas,
copulando la yerba a todo vértigo. |