Irrepetible el arco de su ceja desviste
lejanías que al viento le eran desconocidas,
perfiles donde el eco se estrena a otros sonidos,
esferas imprevistas, temblores que hasta entonces,
el dueño del susurro, el que como caricia, transmuta acantilados
como si dentro de ellos una mujer abriera su intimidad a perfume;
ése que como nadie sabe tejer a encanto
de vuelos y piruetas los ocasos,
las selvas
el que enseña a los pájaros
multitudes de ingrávidas formas para sus vuelos,
quiso deliberadamente reproducirla,
a ella,
la que constantemente se elabora a sí misma,
ella,
que no se puede repetir alegrías
porque sabe mutarse
a perenne misterio de su esplendor sin límites
y es que para los verbos
donde ella se demarca a libertad de espacios
no hay corazón que pueda sostenerla
en cadencia de milésima nota
entre el timo y la quinta espiral donde el cuerpo,
hace palabra el sueño
cimentando dinteles que no requieren pórticos
para sentir la vida enamoradamente
llamando los cristales de la frente
a su origen de tersos manantiales.
Cómo montar su júbilo a un siempre sin distancias,
ni dudas, ni memorias;
a un tan ahora y siempre
galopando a llanuras los puentes,
los abismos donde sus ojos se abren
como una gran conciencia sin contraposiciones.
Qué sinfonía puede marcar al propio viento la melodía que nace
con cada movimiento que tienen sus pestañas,
cómo decirle al viento que brisas o tormentas no son sus creaciones
que él es, tan solo parte de esa destreza implícita que nace en su cintura,
cómo explicarle al viento lo excéntrico a detalle,
si su cadera roza inesperadamente un colmenar
o acaso una hoja de sándalo,
que no hay un complemento capaz de autonombrarse
guardián del arco en gracia donde su piel gravita. |