Ricardo Sáenz Hayes y “El Jardín Interior”.- |
1. Motivación. Hay
que descubrir la hondura y delicadeza de un eximio hombre de letras
argentino, RICARDO SÁENZ HAYES (1888-1976). Mi primer conocimiento sobre
este distinguido intelectual ocurrió
a través de una información del catálogo de la Colección “Austral”
de Espasa-Calpe, la prestigiosa editorial hispánica.
En él, un libro, “De la amistad en la vida y en los libros”...
Luego, estudié sus investigaciones y escritos sobre “Juan María Gutiérrez”
y sobre “Juan Bautista Alberdi”, en la
“Historia de la literatura argentina” dirigida por R. A.
Arrieta (Peuser, 6 tomos, 1960). Después, “Miguel Cané y su tiempo”
(Kraft, 1955). El Prefacio de
esta obra me introdujo, justamente, en el mensaje crítico de otro
ensayista y crítico de fuste, Charles A. de Sainte-Beuve (1804-1869): “No
hay manera de profundizar una obra y de aquilatar la dimensión de sus
valores, sin el minucioso conocimiento de la psicología individual de su
autor”.
También
me enseñó que: “La pereza mental de que padecen los
panegiristas irracionales de algunos personajes históricos, los lleva a un fetichismo sin atisbos de liberación”.
“Cuán
apetecible, aunque irrealizable, la tarea de equilibrar los “Ante
el monumento y el altar me inclino a distinguir el hombre de carne y hueso, con la suma de sus virtudes y la resta de sus comprensibles y humanas deficiencias”.
Recuerda
esta última confesión de raíz sainte-beuveana a la apelación del
escritor florentino Giovanni
Papini (1881-1956) al
hombre concreto, “de dientes de lobo”, al carnívoro a veces
pensante, que reclama en su “Informe sobre los hombres”, que documenta
magistralmente en “L’uomo Carducci”, en “San Agustín” o
“Dante vivo”. “El
autor de “Miguel Cané y su tiempo” advierte apropiadamente en su
prólogo:
“No
por notorias y tangibles que puedan ser las afinidades recíprocas con lo
que frecuento de buen grado, por cortesía no me siento obligado a perder
la independencia –única fortuna de la que cuido avariciosamente- y
nunca jamás a entregarme como vasallo sin rescate de honra”. (obra
y ed. cit., “Propósito”,
p. 9-15).
2.-Los
libros. Espíritu
humanista, independiente e
intensamente original. Ocupa un sitio prominente en las Letras. Académico
singular, conferencista, ensayista, periodista internacional de suma
jerarquía. “Crítico creador” al estilo ilustre del autor de los
“Causeries du Lundi” (“Charlas del lunes”,
reunidos en varios volúmenes, 1851-1881, “Nuevos Lunes”
1863-1870 y “Primeros Lunes”, 1874-1875).
Exhibe
su propio sentir a través del análisis, muchas veces iconoclasta y
siempre exigente y personal, del pensamiento de los demás. (Léase “S.
Beuve, crítico creador de
valores”, incluido en su tomo colectáneo “Blas Pascal y otros
ensayos”, 1924). En
la sustanciosa labor crítica cumplida durante largos años por S. Hayes,
ilustra ejemplarmente, con prosa tersa
y densa de reflexiones, los preceptos del “Arte de Leer” ( “L’art
de lire”, 1912, trad. castellana, 1950)
del crítico Émile Faguet (1847-1916): “La
crítica no es otra cosa que un ejercicio continuo del espíritu, por
medio del cual lo hacemos
apto para comprender dónde está lo falso, lo débil, lo mediocre, lo
malo”. (ob.
y ed. cit., cap. VIII: “Los enemigos de la lectura”). Su
fin clarísimo, su autoeducación tan
selecta y
clásica, ha sido, lo anota: ”Hallar
en la soledad estudiosa, equilibrio y serenidad”. “Un
refugio, una torre de autoexamen para vivir
en paz conmigo mismo”. “Lo
que percibo con más nitidez es mi paisaje interior”. Evidente,
la torre del perigordano simboliza, resume, la clave de su vida
intelectual, la explica y justifica: “La única puerta de salvación está
en el Humanismo que clarifica y ensancha la mente”.
“Don de Soledad, conquista de Libertad”, aspira el yo de don
Ricardo, identificándose con
la elevación de alma de Sócrates
y Agustín de Hipona, Pascal y Montaigne, Maquiavelo y Gracián, Kant y
Schopenhauer, Gide y Flaubert, Groussac y Alberdi... El hombre más libre
es el que mayor número de ídolos engañosos logra alejar de su espíritu.
Es el que consagra a la Conciencia y al Conocerse a sí mismo como el
Centro de toda verdad. Mi
ya un poco extenso amor a los libros, viejos y nuevos. Mi deslumbramiento
persistente ante la sola visión de una biblioteca bien nutrida, me ha
acercado a la obra de nuestro escritor, y ha acentuado mi bibliofilia, y
aun mi bibliomanía. Léase su “De la amistad...” ,2° ed., 1944. El
académico Carmelo M. Bonet en sus “Apuntaciones sobre el arte de
escribir” (cito por la 3°
ed., 1945) nos señala: “Los
grandes libros nos mejoran: llenan de luz nuestros diminutos aposentos
espirituales. La naturaleza de las lecturas influye sobre la calidad del
estilo”. Comprendía
S. Hayes esta pasión, desde lo más raigal de su personalidad, por ello
nota: “¡Qué agradable, halagadora y suave es la compañía de nuestros libros!. Ninguna otra en lo espiritual, es más reconfortante; silenciosa, sí, pero invariable, espléndida. La soledad se fecunda con los libros; las horas pasan armoniosas y profundas”. ”¿Qué
es una biblioteca sino un mundo a través del cual la mente ambiciosa se
pasea?”. (de
su libro referido “De la amistad...”, p. 157). 3.-
Pasión por Montaigne. Sus
diarios, tan serenos y tan apasionados también, por su conocimiento
literario y filosófico universal y su
dedicación plena a la
meditación y la crítica, consuenan
con sus continuas lecturas y estudio del filósofo renacentista Michel de
Montaigne (1533-1592), a quien ha
dedicado su obra más sólida. La
primera edición es de 1938, impresa en Toulouse (Francia) por la
prestigiosa Espasa de Madrid, luego
reeditada, ampliada por Kraft
en edición muy cuidada y espléndida (1946). Lee
al autor de los “Ensayos” desde su veinte años (aprox. 1913) y lo
cita o transcribe en muchos de sus escritos. Sincero, autobiográfico,
serio, nos lo cuenta en
“Cada día con su afán”, en
el que recorre sus días y lecturas desde 1920 a 1945, continuado en su
“Entre dudas y esperanzas” que recoge sus experiencias
hasta 1950: animados con diálogos sugerentes, breves reflexiones,
agudos retratos, pungentes observaciones humanas o históricas, preciosos
“medallones” literarios, interpretaciones psicológicas:
“Lo
que me interesa es el hombre que hay en Montaigne. Un hombre de carne y
hueso es el mío. “Me
veo y siento en Montaigne. Me reconozco en él. Sus dudas son las mías”. “Por
eso cuando hablo de él, hablo de mí”. (ob.
cit., p. 157-158). Siempre
refiérese amorosamente al escritor
galo cuando habla de Shakespeare, Bacon, Cané, Pascal, Maquiavelo...,
pues considera sabiamente que: “El
culto de los muertos ilustres es una manifestación, la más digna , la más
pura, de la justicia humana”. “La
vida tiene un valor docente inestimable, mas ello no quiere decir que todo
puede aprenderse empíricamente. En las bibliotecas hay un mundo infinito
y mudable y a ellas hay que ir a buscar lo que no se aprende en el
comercio de los hombres”. (de
su “De Stendhal a Gourmont”, BABEL, 1923, p. 194-195 y 205). Aprende
en Montaigne (“mi libertador moral”, “mi escudo y mi armadura”),
aprendemos nosotros, que la Libertad es Conquista, redescubrimiento y
magisterio interior. Y que el hombre más libre es el que mayor número de
ídolos engañosos logra destruir y alejar del espíritu. 4.-
Otros libros, otras lecturas. En
su juventud ansió ser novelista: “El Apóstol” (1910), “novelón
naturalista y socialista”, “El viaje de Anacarsis”, cuentos,
“Almas de crepúsculo” (con prólogo de Manuel Ugarte, Garnier, Paris,
1909). Alma
ecuménica, individualista irreductible, escéptico, soledoso en su vida
particular. “Soy
americano por el nacimiento, español por la lengua, inglés por mi
apellido materno, francés por Montaigne, europeo por la cultura,
internacional por la curiosidad que me inspiran todos los pueblos”. Viajero
incansable, reposado, atento. Relativista e introvertido. Gustaba de la
lectura serena, intensa y hogareña, “en
las plácidas horas que discurren en la propia casa, grande o pequeña,
pero llena de ventura, y sin apremios a la luz de la lámpara familiar y
en rededor de la lumbre crepitante y amorosa”. Aprendió,
no sin esfuerzos y reflexiones continuas, que “la realidad percibida no es la realidad total”,
y
que la Historia de la Humanidad: “es
una serie indefinida de avances y retrocesos de la libertad, de avances y
retrocesos de la opresión organizada, de avances y retrocesos de la
dignidad humana”. En 1947 escribe un libro “con calor y dolor”: “Reminiscencias. Pláticas con Anita” editado por Kraft), su esposa, Ana Lamarque Jáuregui, muerta en San Sebastián en 1945. Ella lo sostuvo y fue su inspiradora en horas de dudas quemantes y otras vacilaciones existenciales. Evocaciones
familiares, recuerdos sentidos, en armonía con temas de valor eterno, los
libros, la vida y la muerte, el destino, la amistada apreciada, la emoción
religiosa. Se define como “hombre de paisaje interior”. Un intelectual de vida recatada y alma apasionada, “hombre de libros”. “El cielo, la tierra y el mar los llevo dentro de mí”. Este
libro clave en su vida, junto el dedicado
a Montaigne,
nos cautiva, por la
hondura del sentimiento y de la meditación. Y
nos ofrece su concepto montaigneano del ser humano: “somos
imperfectos, inconstantes y ligeros. Lo único que terminamos bien
y a tiempo es la vida”. Y
enuncia su propósito
vital: “Hacerle
frente a la Muerte con un soliloquio que busca el modo de volver a vivir
las horas que Anita embelleció”. Escribe
significativamente en el segundo tomo de su Diario: “Soy
pesimista por naturaleza. ¿Se puede ser otra cosa en un mundo absurdo por
donde se lo mire?. Avidez, mala fe, discordia, en todo tiempo y
lugar...”. “Tengo
abuelos –continúa, confesional y deliciosamente
en su narración autobiográfíca-
que amaron la sombra de la misma casa donde nacieron y fenecieron.
El recato de la existencia sin desmesurada ostentación y el espíritu
llano y exento de ambiciones sinuosas, fue en ellos atributo
preclaro”. Miles
de artículos periodísticos, charlas y discursos integran su obra
literaria. Algunos, agavillados en volúmenes, hoy inhallables, todos
valiosos y recuperables, además de los ya mencionados: “Las ideas
actuales” (Sempere, Valencia, 1910), “El arte argentino” (1913),
“Elogio de Alberdi” (1918), “La fuerza injusta” (1918), “De Stendhal a Gourmont” (BABEL, 1923), “Blas Pascal y otros
ensayos” (J. Samet, 1924), “La
polémica de Alberdi con Sarmiento y otros ensayos” (Gleizer, 1926),
“España. Meditaciones y andanzas” (Gleizer, 1927), “Los amigos
dilectos” (ídem), “Perfiles y caracteres”, “Antiguos y
modernos”, “Ramón J. Cárcano en las letras, el gobierno y la
diplomacia” (Academia Arg. de Letras, 1960),“Ensayos y semblanzas”
(Academia Argentina de Letras, 1970). Esfuérzate
por elevarte desde el Espíritu configura el mensaje final de Ricardo Sáenz
Hayes. Maestro de la Lengua y el pensamiento argentino, para él, llevar el alma limpia de falsas pasiones es la llave que ha de iluminar nuestro “paisaje interior”. Todo ello moral y literatura, psicología y política, lo aprendí, frecuentando con asombro primero, y amor siempre, a Sáenz Hayes y su calificada literatura. |
Guillermo
Gagliardi
Gentileza del blog "Sarmientísimo"
http://blogcindario.miarroba.com/info/95993-sarmientisimo/
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