El humanismo feminista de Sarmiento y Tagore |
Introducción. El alma de DOMINGO FAUSTINO SARMIENTO (1811-1888) es la de un Renovador que sale por los senderos arduos del territorio americano a repartir ideas vitales. Utopista y pragmático conjuntamente, racionalista y optimista. Por su parte, la cosmovisión de RABINDRANATH TAGORE (1861-1941) es también la del Reformador: el mundo como cambio y movimiento, la alegría de la Acción Creadora, la Vida como Dación. Acentúan
sus biografías el perfeccionamiento de las fuerzas morales, el amor al
esfuerzo, la entrega pasional a los grandes ideales realizables. La
valoración suprema de la Belleza de los seres y las cosas, del Bien de la
conducta humana y el magnífico Eros pedagógico, los aproxima.
Sacralizadores de la Naturaleza, filósofos de la Esperanza. El fauno sanjuanino. Desde 1846 y hasta su muerte
encuentra en la hija de don Dalmacio Vélez, Aurelia (1836-1924), un amor
fidelísimo, una inteligencia afín. Para ella
son sus mejores prosas, sus dibujos más ingeniosos, las guindas más
preciadas de su pico recio. Ella adhiere a su superioridad. “Cría,
alienta y guía”. Mueve voluntades para su Presidencia. Lo transforma en
“el Príncipe Charmant”. Sus cartas íntimas se endulzan y su estilo
se hace canto sublime y finísimo. A ella dedica su “Diario
de viaje del
Merrimac”
(1868).[3]
A su “Bella Durmiente” escribe instándola a pasar unos días en su
feliz y último retiro, en Asunción del Paraguay. Con ella y por ella,
“canta como un ruiseñor”. Vislumbra horas de felicidad en su
trabajada vejez. Para recibirla colma de
plantas y flores sus jardines. “Venga, juntemos nuestros desencantos para
ver sonriendo pasar la vida, con su látigo cuando castiga, con sus
laureles cuando premia”, expresa su estoicismo
raigal. Advertimos una dulce consonancia espiritual entre don Domingo, en
su última carta a Aurelia, de 1888, invitándola a compartir unos días
de gozo en la primavera asunceña y Tagore con sus “Cantos
del sol poniente”
(Puravi).La epístola de aquél convence a su amada de que lo acompañe en
su refugio paraguayo, embelleciéndolo con su presencia. Nos sugiere
semejante vibración de fino erotismo, como en “La
última primavera”
del maestro indio, datada en San Isidro en noviembre 1924: “Antes que
acabe el día / concede mi deseo: / vayamos a juntar /flores de primavera
/ por última vez”. Como el poeta, S. siente “que llegó mi hora / y
debo irme”. Por ello organiza la fiesta, arregla las flores y adornos.
Para celebrar este último encuentro anhelado. “Con ansia vehemente /
cuento uno por uno, / como un avaro sus tesoros / los pocos últimos días
de primavera / que me quedan”. Sienten que “Aún no se ha puesto el
sol. / Tenemos tiempo”. Es el último adiós, el más delicadamente
sensitivo y cordial. “Venga, juntemos nuestros desencantos para ver
sonriendo pasar la vida. Venga a la fiesta...”.[4]
Se transforma en un galante versallesco. Teje un palacio encantado,
música, títeres, fuegos y luces artificiales, para hechizar su amor.[5]
Es un renacer en la ancianidad gloriosa y frecuentemente desengañada por
la política casera. Testimonia el constante ánimo sarmientesco de esos años
postreros. Positivo, alegremente natural. También
transparenta su temperamento fundamentalmente lírico y dionisiaco.
Su permanente tendencia moral
“a contemplar que la vida puede ser mejor”, . Según “La Prensa
Argentina” el 23 de setiembre de 1888, al retornar a nuestra patria los
restos mortales del sanjuanino, son honrados con una de las ofrendas que más
hubiera apreciado en su intimidad, un ramo de flores de
Aurelia. Ése será, en versos tagorianos “el último toque, el
coronamiento / tu mensaje de despedida”. La inspiración de François
Villón (¿1431-1480?) en su
“Ballade des dames du temps jadis”, fragmento que transcribe en su
carta, retoza en el exaltado corazón del viejo maestro.[6]
Coincide estilísticamente, con la conmovedora despedida del indio en su
obra citada: “Cuando la noche se espese /en tinieblas / siéntate a tu
ventana, / yo pasaré por el camino / en mi jornada de retorno / dejando
todo tras de mí”. “Si te gusta / arrójame / las flores que te di /
por la mañana “. El paradisíaco retiro de nuestro Dios fluvial, “una felicidad compuesta de pequeños goces”, la nueva juventud del Sísifo andino, obedeció a motivos muy hondos de su alma magna: el rencuentro con Aurelia y con la tierra donde cayó su Dominguito malogrado. Este es el otro Sarmiento, al que pocos conocen. El alegre, el artista, el contemplativo. No el cejijunto dómine de la estatua, impopular e incomprendido. El que alaba la música y el bullicio, los cascabeles de la animación. En quien su temple agresivo y violento se dulcifica y ofrece otra faceta, diamantina, tagoriana. Genio proteico. Siente, como el vate indio, “Todo lo duro y agrio de mi vida se me derrite en no sé qué dulce melodía, y mi adoración tiende sus alas, alegre como un pájaro que va pasando la mar”.[7] La alada presencia femenil es una luz cuya “música ilumina el mundo, su aliento va de cielo a cielo, su raudal santo vence todos los pedregales”. [8] Concepto oriental de la
Mujer. Comparamos
este amor sarmientino, apasionante, oculto por
convenciones
sociales y hondamente sentido, con el de Victoria Ocampo (1890-1979) hacia
el Gran Centinela de la India. Como acceso a una vía de maduración
personal, de apertura perceptiva a una guía espiritual. Fluctuando
entre la timidez admirativa y el fino asedio, Victoria lo aloja en San
Isidro (1924) y finalmente lo ve en París (1939). Se escriben bellas
cartas. Él compone los poemas de “Puravi” en bengalí y sus
dibujos entre líneas, hermosas obras que fascinan a la autora de
“Testimonios”. Observa Tagore en “Recuerdos de mi vida” que “el
amor femenino perfecto reside en un respeto sin límites, pues, siempre
que ninguna causa exterior viene a contrariar su desarrollo, el amor de la
mujer, por su naturaleza, culmina en adoración”. Aurelia
y Victoria. Almas elevadas en espíritu y sensibilidad, ante la grandeza
del Genio. Son las “mujeres de Occidente” que Tagore elogia por su
“amor tangible, genuino y positivo”. “Su amor es una clase de amor
que eleva, que enaltece”. En el concepto occidental y moderno de la
Mujer, ésta es activa e independiente. En su “La mujer y la Civilización”
(ver nota
3),
Sarmiento refiere acertadamente que la mujer en la India no es un objeto
del salvajismo o rusticidad de la sociedad, sino un ser visto como
naturaleza y sensualidad, como seductor goce, felicidad estética, pero no
todavía como una Persona, en estado relacional y estructuralmente autónoma.
Precisamente, el poeta alaba el amor como emoción y como acción noble, síntesis
de la concepción femenina oriental y occidental. Aurelia y Victoria
perfilan meridianamente “las
Santas Mujeres” sarmientinas, “las mujeres de Occidente” tagorianas.
Ejemplos de fervor emocional e intelectualidad goethianas. Santifican a la mujer. Sarmiento reconoce con imágenes bellísimas que ellas son las que “me cobijaron bajo el ala de madres, o me ayudaron a vivir en los largos años de prueba”, que han “montado guardia contra la calumnia y el olvido; abriendo blandamente puertas para que pase en mi carrera”. |
Referencias: [1]
1885,
Obras Completas, edit. Luz del Día, Bs. As., 1948-1953, tomo 46. [2]
4
de julio de 1876, ibídem, tomo 22. [3]
Discurso
“La caridad”, ib., t. 21. También “La mujer y la civilización”
(1841, ib., t. 12), “De la educación de la mujer” (ib., t. 11 y
20), “La emancipación de la mujer” (1878, ib., t. 28), “Mujeres
intelectuales en Ambas Américas” (ib., t. 29), “Las Santas
Mujeres” (ib., t. 49). [4]
Cartas
publicadas en “La Quincena”, 1894=1895, tomo II. [5]
Antonio
Pagés Larraya, “El adiós de Sarmiento”, Boletín Academia
Argentina de Letras, 1991, nos. 221=224. [6]
Porfirio
Fariña Núñez, “Los amores de S.”, Bs. As., 1935,
capítulos 5,
9, 12. [7]
R.
Tagore, “Ofrenda lírica”, poema 2. [8]
ídem,
poema 3, traducción de Juan Ramón Jiménez y Zenobia Camprubí. |
Guillermo
Gagliardi
Gentileza del blog "Sarmientísimo"
http://blogcindario.miarroba.com/info/95993-sarmientisimo/
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