El humanismo feminista de Sarmiento y Tagore
Guillermo Ricardo Gagliardi

Introducción.

El alma de DOMINGO FAUSTINO SARMIENTO (1811-1888) es la de un Renovador que sale por los senderos arduos  del territorio americano  a repartir ideas vitales. Utopista y pragmático conjuntamente, racionalista y optimista. Por su parte, la cosmovisión de RABINDRANATH TAGORE (1861-1941)  es también  la del Reformador: el mundo como cambio y movimiento, la alegría de la Acción Creadora, la Vida como Dación.

Acentúan sus biografías el perfeccionamiento de las fuerzas morales, el amor al esfuerzo, la entrega pasional a los grandes ideales realizables. La valoración suprema de la Belleza de los seres y las cosas, del Bien de la conducta humana y el magnífico Eros pedagógico, los aproxima. Sacralizadores de la Naturaleza, filósofos de la Esperanza.

El fauno sanjuanino.

En su escrito “Una sobrina de su tía[1] Sarmiento declara rendir fervoroso culto a su ideal “de la mujer como inteligencia más que como seducción de los sentidos”. Femineidad modélica que halla encarnada en Mary Mann, educadora maternal y protectora, Kate Doggett, maestra, sufragista y científica, entre otras. Enérgicas y activas. “Hombres femeninos” según señala en  un discurso, por su virtuosidad y gracia, digna seriedad y suficiencia profesional, espíritu de lucha y valor moral. Por el sentimiento de la responsabilidad y la abnegación el  dinamismo y la caridad. Son “la mujer futura del mundo”, las “nobles matronas”.[2]

Desde 1846 y hasta su muerte encuentra en la hija de don Dalmacio Vélez, Aurelia (1836-1924), un amor fidelísimo, una inteligencia afín. Para ella   son sus mejores prosas, sus dibujos más ingeniosos, las guindas más preciadas de su pico recio. Ella adhiere a su superioridad. “Cría, alienta y guía”. Mueve voluntades para su Presidencia. Lo transforma en “el Príncipe Charmant”. Sus cartas íntimas se endulzan y su estilo se hace canto sublime y finísimo. A ella dedica su “Diario  de viaje del Merrimac” (1868).[3] A su “Bella Durmiente” escribe instándola a pasar unos días en su feliz y último retiro, en Asunción del Paraguay. Con ella y por ella, “canta como un ruiseñor”. Vislumbra horas de felicidad en su trabajada vejez. Para recibirla colma de   plantas y flores  sus jardines. “Venga, juntemos nuestros desencantos para ver sonriendo pasar la vida, con su látigo cuando castiga, con sus laureles cuando premia”, expresa su estoicismo raigal. Advertimos una dulce consonancia espiritual entre don Domingo, en su última carta a Aurelia, de 1888, invitándola a compartir unos días de gozo en la primavera asunceña y Tagore con sus “Cantos del sol poniente” (Puravi).La epístola de aquél convence a su amada de que lo acompañe en su refugio paraguayo, embelleciéndolo con su presencia. Nos sugiere  semejante vibración de fino erotismo, como en “La última primavera” del maestro indio, datada en San Isidro en noviembre 1924: “Antes que acabe el día / concede mi deseo: / vayamos a juntar /flores de primavera / por última vez”. Como el poeta, S. siente “que llegó mi hora / y debo irme”. Por ello organiza la fiesta, arregla las flores y adornos. Para celebrar este último encuentro anhelado. “Con ansia vehemente / cuento uno por uno, / como un avaro sus tesoros / los pocos últimos días de primavera / que me quedan”. Sienten que “Aún no se ha puesto el sol. / Tenemos tiempo”. Es el último adiós, el más delicadamente sensitivo y cordial. “Venga, juntemos nuestros desencantos para ver sonriendo pasar la vida. Venga a la fiesta...”.[4] Se transforma en un galante versallesco. Teje un palacio encantado, música, títeres, fuegos y luces artificiales, para hechizar su amor.[5] Es un renacer en la ancianidad gloriosa y frecuentemente desengañada por la política casera. Testimonia el constante ánimo sarmientesco de esos años postreros. Positivo, alegremente natural. También  transparenta su temperamento fundamentalmente lírico y dionisiaco. Su  permanente tendencia moral “a contemplar que la vida puede ser mejor”, . Según “La Prensa Argentina” el 23 de setiembre de 1888, al retornar a nuestra patria los restos mortales del sanjuanino, son honrados con una de las ofrendas que más hubiera apreciado en su intimidad, un ramo de flores de  Aurelia. Ése será, en versos tagorianos “el último toque, el coronamiento / tu mensaje de despedida”. La inspiración de François Villón (¿1431-1480?)  en su “Ballade des dames du temps jadis”, fragmento que transcribe en su carta, retoza en el exaltado corazón del viejo maestro.[6] Coincide estilísticamente, con la conmovedora despedida del indio en su obra citada: “Cuando la noche se espese /en tinieblas / siéntate a tu ventana, / yo pasaré por el camino / en mi jornada de retorno / dejando todo tras de mí”. “Si te gusta / arrójame / las flores que te di / por la mañana “.

El paradisíaco retiro de nuestro Dios fluvial, “una felicidad compuesta de pequeños goces”,  la nueva juventud del Sísifo andino,  obedeció a motivos muy hondos de su alma magna: el rencuentro con  Aurelia y con la tierra donde  cayó su Dominguito malogrado.

Este es el otro Sarmiento, al que pocos conocen. El alegre, el artista, el contemplativo. No el cejijunto dómine de la estatua, impopular e incomprendido. El que alaba la música y el bullicio, los cascabeles de la animación. En quien su temple agresivo y violento se  dulcifica y ofrece otra faceta, diamantina, tagoriana. Genio proteico. Siente, como el vate indio, “Todo lo duro y agrio de mi vida se me derrite en no sé qué dulce melodía, y mi adoración tiende sus alas, alegre como un pájaro que va pasando la mar”.[7] La  alada presencia femenil es una luz cuya “música ilumina el mundo, su aliento va de cielo a cielo, su raudal santo vence todos los pedregales”. [8]

Concepto oriental de la Mujer.

Comparamos este amor sarmientino, apasionante, oculto por convenciones sociales y hondamente sentido, con el de Victoria Ocampo (1890-1979) hacia el Gran Centinela de la India. Como acceso a una vía de maduración personal, de apertura perceptiva a una guía espiritual.

Fluctuando entre la timidez admirativa y el fino asedio, Victoria lo aloja en San Isidro (1924) y finalmente lo ve en París (1939). Se escriben bellas cartas. Él compone los poemas de “Puravi” en bengalí  y sus dibujos entre líneas, hermosas obras que fascinan a la autora de “Testimonios”. Observa Tagore en “Recuerdos de mi vida” que “el amor femenino perfecto reside en un respeto sin límites, pues, siempre que ninguna causa exterior viene a contrariar su desarrollo, el amor de la mujer, por su naturaleza, culmina en adoración”.

Aurelia y Victoria. Almas elevadas en espíritu y sensibilidad, ante la grandeza del Genio. Son las “mujeres de Occidente” que Tagore elogia por su “amor tangible, genuino y positivo”. “Su amor es una clase de amor que eleva, que enaltece”. En el concepto occidental y moderno de la Mujer, ésta es activa e independiente. En su “La mujer y la Civilización” (ver nota 3), Sarmiento refiere acertadamente que la mujer en la India no es un objeto del salvajismo o rusticidad de la sociedad, sino un ser visto como naturaleza y sensualidad, como seductor goce, felicidad estética, pero no todavía como una Persona, en estado relacional y estructuralmente autónoma. Precisamente, el poeta alaba el amor como emoción y como acción noble, síntesis de la concepción femenina oriental y occidental. Aurelia y Victoria perfilan meridianamente  “las Santas Mujeres” sarmientinas, “las mujeres de Occidente” tagorianas.

Ejemplos de fervor emocional e intelectualidad goethianas. Santifican a la mujer. Sarmiento reconoce con imágenes bellísimas que ellas son las que “me cobijaron bajo el ala de madres, o me ayudaron a vivir en los largos años de prueba”, que han “montado guardia contra la calumnia y el olvido; abriendo blandamente puertas para que pase en mi carrera”.

Referencias:

[1] 1885, Obras Completas, edit. Luz del Día, Bs. As., 1948-1953, tomo 46.

[2] 4 de julio de 1876, ibídem, tomo 22.

[3] Discurso “La caridad”, ib., t. 21. También “La mujer y la civilización” (1841, ib., t. 12), “De la educación de la mujer” (ib., t. 11 y 20), “La emancipación de la mujer” (1878, ib., t. 28), “Mujeres intelectuales en Ambas Américas” (ib., t. 29), “Las Santas Mujeres” (ib., t. 49).

[4] Cartas publicadas en “La Quincena”, 1894=1895, tomo II.

[5] Antonio Pagés Larraya, “El adiós de Sarmiento”, Boletín Academia Argentina de Letras, 1991, nos. 221=224.

[6] Porfirio Fariña Núñez, “Los amores de S.”, Bs. As., 1935, capítulos 5, 9, 12.

[7] R. Tagore, “Ofrenda lírica”, poema 2.

[8] ídem, poema 3, traducción de Juan Ramón Jiménez y Zenobia Camprubí.

Guillermo Gagliardi
Gentileza del blog "Sarmientísimo"
http://blogcindario.miarroba.com/info/95993-sarmientisimo/ 

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