Estampas cidianas de Sarmiento
Por Guillermo R. Gagliardi

1.- Perfil Mítico.

Salido de la Presidencia , DOMINGO FAUSTINO SARMIENTO (1811-1888) confiesa a su amigo Félix Frías (1816-1881): “Se han necesitado los puños de Hércules para tener el timón de nave tan inmanejable; (...) para hacer frente a las borrascas que se sucedían sin interrupción, y que habrían sobrado  para quebrantar el ánimo de diez esforzados luchadores”, “...mostrándoles esta simple y para mí (don Yo) antigua verdad, que sabía yo y podía lo que quería”.

 

En este texto construye  su perfil mítico  de dirigente tempestuoso de los destinos nacionales, utilizando imágenes del legendario héroe de gesta de los cantares medievales. Magnificación del esfuerzo personal y valoración sobrehumana de  voluntad de combate.

 

Afirma sus dotes de fundador de un gobierno sólido y republicano y acentúa su papel histórico de conquistador verdadero de la paz interior perdurable: “Con cinco años  de labor y de sinceridad en la práctica de las instituciones he conquistado, porque conquistado es la palabra, la estimación pública, el respeto de unos y aun el afecto de muchos”.

 

Subraya el relieve político y la fama, la simpatía, por su obra gubernativa. Siempre en la gesta cidiana, el cantar y los romances, se destaca junto con las capacidades tácticas y luchas estratégicas del protagonista, sus indiscutibles calidades de intensa humanidad, sus valores morales y estima social. “He salido sin embargo a la meta (...) estimado por todos, respetado de mis adversarios” (en “S.-Frías. Epistolario inédito”  UBA, 1997, p. 183).

 

Cuando rememora nuestra historia de la Independencia, S. aprecia que “nuestros ejércitos pululaban de Murats y de Cides campeadores, que tanto desastre y asombro causaron a la España” (en tomo 45 de sus Obras, “Vida de Aberastain-Vida de Dominguito”).

 

Sintetiza aquí su concepto  del héroe hispánico, analogizando su hacer liberador y grandiosidad y trascendencia política con la de las numerosas figuras militares americanas.

 

Grandeza de miras y acción. Como él mismo consiguió emular en su quehacer político, en el “diarismo”, la escuela común, el progreso del soberano en definitiva. Joachim Murat (1767-1815), el mariscal napoleónico, intrépido combatiente galo. Ejemplo de luchador en Austerlitz, Jena, etc., aparece en la evocación sarmientina en parangón  con Don Rodrigo Díaz de Vivar  (1043-1099), el desterrado  por Alfonso VI,  en mérito a  su valentía y fama. Héroes carlyleanos: modélicos, venerables pilares de la Historia.

 

El insigne hispanista Ramón Menéndez Pidal (1869-1968) valora la grandeza del burgalés, aun mayor al considerar los ataques e incomprensiones de  algunos otros estudiosos.

 

Nos acerca en estas apreciaciones al campo de la historiografía sarmientista, la franja demonizante, parecida en inexactitudes, traiciones y pequeñeces mentales: la invidencia de sus coetáneos y también de los nuestros.  “Desde su mundo superior ideal desciende para entrar con paso firme en el campo de la Historia, y afronta serenamente este riesgo, mayor que todos los peligros de la vida”, “el dejarse manosear por algunos eruditos modernos, más incomprensivos que los enemigos a quienes humilló” (aut. cit, en su “El Cid Campeador”, col. Austral-1000, ed. 1951, “Premisa” p. 17-18).

 

Ya había confesado  el sanjuanino a su hija Faustina: “Las maldiciones de los unos, las injurias de los otros, serán  mi recompensa”  (1867). También, “espero una buena muerte corporal, pues la que me vendrá en política es la que yo esperé...”. Sucede con éste como con el Señor de Vivar, que la repetitiva o miope hermenéutica a veces ignora aspectos  fascinantes de su persona y obra, más rica y genial que la que nos trasmite cierta erudición liliputiense o interesada (Conde, Dozy, cidòfobos/ Gálvez, Furlong, de Paoli, etc., sarmientófobos).

 

2.-La Invidencia Ibérica.

 

Por ello aclara el autor de “Poesía juglaresca”: “frecuentemente sucede que el carácter real del Cid es de mayor interés poético que el de la leyenda”. La posteridad derramó ingentes cantidades de tinta sobre tales próceres, “pero dejó sin  beneficiar muchos otros filones...”, facetas sorprendentes hoy “que la vida real nos ofrece en la forma nativa e impura con que las bellezas naturales se dan”.

 

La “invidencia” ibérica, el odio religioso, social y político, los ha afectado en la memoria histórica. Los “malos mestureros” de siempre, los  seudo-tradicionalistas, los corrosivos  defensores de intereses de capilla, ciegos “para las  dotes prodigiosas de su héroe, le desterró, le estorbó cuanto pudo, le quiso anular toda su obra”: los reyes de Aragón y los condes de Barcelona en un caso, Goyena, Alberdi, etc., en el otro. “Y esa invidencia, que tanto pesó sobre el Cid en vida, le atacó también en la fama póstuma...”  (ob. Cit., p. 20, 21).

 

 Nunca les han faltado cuzcos mañosos que les ladren, y aun que les muerdan. Nuevamente me sugiere el valor de la vigorosa gesta sarmientina una observación epilogal de M. Pidal en su obra citada (p. 295), la clarividencia, pujanza y entereza proverbiales, su cualidad normativa y magisterio cívico. “El héroe lucha por realidades lejanas, rebeldes, en perenne reiteración de conflictos que él no deja resueltos para siempre, y debe ser medido únicamente por el valor energético de su esfuerzo y por el guionaje que ejerce sobre los que han de afrontar esos conflictos en su futuro reaparecer. Esa es la duración de su obra, la duración de su ejemplaridad”.

 

Son “personas enseñas”, sujetos reales del acontecer de sus respectivas naciones y a su vez, creaciones de la leyenda. Han aceptado, con evidente majestuosidad y audacia, todas las “responsabilidades y peligros” (con estos últimos conceptos  describe G. Papini a los “Hombres representativos”  en su “Espía del mundo”).

 

Estos versos del “Cantar”:

 

“Abraçan los escudos delant los coraçones, / abaxan las lanças abueltas con los pendones, / en clinavan las caras sobre los arzones, / baten los caballos con los espolones, / tembrar querie la tierra dond eran movedores” (Corpes-150, v. 3615-19)

 

son impresionantemente  metafóricos y  descriptivos de la violencia del combate  de vidas extraordinarias como las que  parangonamos.

 

Aquí Pero Bermúdez vence a Ferrant Gonçálvez en cruel y sangrienta movida. Sus vidas abundan de episodios salvajes y hasta primitivos, como las épocas que los vieron actuar, combatir hasta con saña y brutales acometidas (v., p. ej., el  poema recio y vibrante “Alma”,  de  Manuel Machado, sobre  el Cid).

 

Temerarios, ante caudillos letrados o analfabetos,  el sanjuanino puede exclamar como el hispano:

 

“...arranco las lides como plaze al Criador, / moros e cristianos de mí han grant pavor”  (Corpes-122, v. 2497-98, ed. Mz. Pidal).

 

En diversas circunstancias utiliza el lenguaje característico de la lid caballeresca, el vocablo castizo, guerreador, de los combates medievales. Así, vgr., Gobernador de su provincia, en carta a B. Mitre, l6-04-1863, al referirse a las contiendas verbales con José Mármol en el Congreso por la guerra contra el Chacho, usa figurativamente el término de la caballería “desarzonar” como indicación figurada de derrotar argumentalmente al adversario, haciéndole caer y desarmar la silla de montar, más precisamente el doble fuste de la misma:  “Por entonces yo tenía desarzonado a Mármol en los debates parlamentarios, y no era la primera vez que lo había hecho dar media vuelta...” (“S.-Mitre. Correspondencia”, 1911, pág. 186).

 

“Me ha costado conquistar a la punta de la espada el terreno que pisé”  le confiesa S. A su amigo José Posse (carta  del 10-12-1864). Siempre “cansado de luchar por tener aire para vivir”, tarea agónica la del hombre de ideas realizables, que combate por gobernar “y hacer efectivos los pensamientos que en treinta años he emitido”.

 

“Si me dejan le haré a la historia americana un hijo” (1867). Eco de este sarmientismo raigal fue M. de Unamuno  (1864-1936) quien en su  “Vida de Don Quijote y Sancho” (1905) expone también la pluma como lanza: “¡Poneos en marcha! (...) ¿Qué vamos a hacer en el camino  mientras marchamos?. ¿Qué?. ¡Luchar! Luchar”.

 

Consuena como una arenga militar, un grito de guerra espiritual, consigna de un combate por la cultura, un yo instalado como “duro y agresivo” pendón cidiano: “...y  ¡adelante!. ¿Adelante siempre!”, “nosotros no hemos nacido para elucubrar, sino para obrar” en  “esta guerra que busco cual sustento de mi vida...”. En esta significativa pugnatividad, pasión y coraje intiman, inmortales, Sarmiento, Unamuno y Don Rodrigo. ejercen y despliegan la virtud de la “fortitudo”, del esfuerzo efectivo y de la  inteligencia   activa    y pragmática.

 

“Aquella bestial seguridad que hacía toda la fuerza de mi carácter”  admite S.  a  Mitre en epístola del 19-10-1853.

Don Domingo rinde culto tenaz a la fama personal. La aspiración a la gloria pública es objetivo inclaudicable de su virtuosidad política. “protesto ante Dios que jamás he hecho el sacrificio de la fama, que un hombre de honor debe conservar con preferencia a su vida, a su fortuna”  escribe en su artículo “Protesta”, de la “Crónica”, 23-12-1849, Obras compl., t. 6.

 

El valor de la honra se ubica en la cúspide de su peculiar axiología, por sobre las cualidades vitales y crematísticas. Por ello, en toda ocasión, sale como un guerrero digno y seguro a defender “su nombre”, “su gloria”, “su predicamento” entre las gentes americanas. El honor, cual lábaro bélico, siempre enhiesto. “La patria misma no puede exigir tal sacrificio, porque la patria no puede ser defendida con la deshonra”. Desde  sus juveniles páginas chilenas, alaba las virtudes hispánicas. Hasta sus últimos escritos de la vejez, reivindica el heroísmo de la nacionalidad ibérica, la conciencia castellana de la honra, los valores de la nobleza de miras y el sentido común.

 

“La sobriedad española en las masas es proverbial, como la  hidalguía en las clases elevadas”. Contra todos los prejuicios del anti sarmientismo, contra los propios excesos verbales, reconoce y reafirma las dotes arquetípicas de la españolidad y propone, constante el fervor, el rescate de esa tradición. Valoriza la nobleza democrática, según él  la llama, es decir, la del talento y el patriotismo.

 

Y justifica la sed de la Gloria como medio de trascender en la memoria colectiva, a través de las obras. Como del Cid asevera Mz. Pidal, “afirma la nobleza de las obras superior a la nobleza de la sangre”  y se ha constituido para su posteridad en el “héroe que encarna las más altas cualidades humanas, aunque vivió envuelto en el turbión bélico de una de las épocas más calamitosas”..

 

En  el tomo 46 de sus Obras, “Páginas literarias”, se halla su  escrito “La verdadera gloria”. Allí califica a esta aspiración humana eterna como “la más útil pasión humana. Es el ideal  del Conquistador, del dominador de naciones, que vive a través de los siglos “en despecho de la Muerte”. Afrentado en Corpes por los  traidores Infantes de Carrión (“deportar se quieren con ellas a todo su sabor” v. 2711),  vengados por Bermúdez y Antolinez,   malquistado con el Rey, su injusto destierro,  uno. Los ácidos ataques juveniles en Chile, las ofensas seniles en el Congreso, los indignos ataques de los ultramontanos del 80  en el argentino. “Arte durísimo de practicar”, ellos lo supieron, imponen privaciones, “martirios sublimes”.

 

El buen ejemplo en el uso del poder, los útiles servicios a la causa patria, tienen la recompensa de la supervivencia en la memoria colectiva, “el perfume de sus virtudes”, “la Ondra” de “el que en buen ora nació” sobrevuela los tiempos. Ambos Campeadores cantan a la Gloria, a la razón de las hazañas. “El humanismo del orgullo” según lo llamó   Ramiro de Maeztu.

 

En la obra de Guillén de Castro (1569-1631), “Las mocedades del Cid”, Rodrigo Arias al morir reclama: “¡Muera yo, viva mi fama!” . Y Minaya-Alvar Fáñez en el  “Cantar”: “D’aqueste acorro fablará toda España...”. Sarmiento, por su parte, intenta definir a la gloria y reiteradamente declara sentir en su vejez el frío del bronce que se le insinúa en las entrañas.

 

3.-Ser Sarmiento.

 

El nombre, ser Sarmiento, pervivir en la memoria de los hombres, en la extensión geográfica y temporal. Ese soberano ensueño de la inmortalidad  para  las futuras generaciones de su nación, es la “ratio” sarmientina por antonomasia, madre de la grandeza que  inspira sus acciones políticas.

 

Su brazo  robusto de conquistador, lanza y bandera, está armado de esa noble ambición. “Sólo la voluntad de sobrevivir nos lleva a la acción heroica” reflexiona Unamuno (en su escrito “Sueño y acción”, 1902, en tomo 5 de sus Obras, ed. A. Aguado).

 

El escritor galo radicado en Argentina desde  1866, Paul Groussac (1848-1929), en su discurso fúnebre ante los restos de S., señaló especialmente la virtud y la médula cidiana de su persona y su influencia. Alma magna y fiereza en la defensa de los fueros personales y de la colectividad. 

 

El país industrializado y mercantil del 80 se une para rendir culto al patriota muerto.  “La gran metrópoli comercial no existe hoy sino para la apoteosis de un apóstol de la idea: se agrupa toda entera alrededor del féretro de un hombre pobre, de un maestro de escuela, de un escritor” (en tomo 22 de las Obras comp.. de D.F.S. y en “S. Inhumación de sus restos, 21-9-88” ed. de 1989).

 

Esa comunión nacional en el homenaje a un prodigioso educador y gobernante y sobre todo a un gran idealista, “muestra al sol de la verdad el alma desnuda de un gran pueblo”: los valores más imperecederos, los de la nobleza  moral y el espiritualismo. Es el triunfo  final de Don Domingo. “Y así  puede decirse que después de muerto ha ganado su más bella victoria este nuevo Campeador”.

 

S. en la elocuente imagen de Groussac como eco de las hazañas fantásticas  cantadas por el Romancero cidiano. En el  epílogo de su valiosa composición oratoria, el autor de “El viaje intelectual” aduna su espíritu valeroso y trascendental, al del Señor de Vivar. Espíritu de milicia y energía de guerrero, son las netas cualidades que  emparientan el linaje sarmientino al cidiano.

 

Su obra educacional tiene carácter de epopeya, considerando su tiempo y situación nacional. “Inauguraba una escuela como si fuera un baluarte”. Las creaciones sarmientinas adquirían la autoridad y fuerza de una proclama del Héroe español. “Su discurso inaugural de nuestra escuela modelo parece la proclama de un general, antes de la batalla”. Uno y otro exponían “férrea voluntad” “que pulveriza los obstáculos”. Ambas figuras  exigen urgentemente continuación y actualización. No han  muerto.  Trasmiten aún su genio y fuerza espiritual.

 

La realidad posee categoría de acción para ambos. La dimensión lidiadora es la más acentuada. Y la autoridad personal. Y el grito cidiano “¡A cabalgar!”  resuena en la república sudamericana como el imperativo sarmientino, dinamizante, de progreso, constitución de una nación. Es el “¡adelante, siempre adelante!”, trompetazo vital proferido desde su activo constructivismo político.

 

El yo expansivo del Cid, realista, extiende sus conquistas entre diversas dificultades (“todos estos duelos”), hasta la toma de Valencia. Así también el cuyano, extiende su magisterio sembrando y fructificando su fe en bibliotecas y escuelas populares, apostolado y martirologio cívicos. En el siglo XII Don Rodrigo sienta las bases de este tipo de fuerza viril que se impone con sus virtudes de combate.

 

Lo ha observado agudamente el poeta y crítico Pedro Salinas en su “La realidad y  el poeta” (1937-39): “¿No es nuestro héroe castellano, hombre y héroe por excelencia, el primer self-made man de nuestra historia y nuestra literatura?” (op. cit., en sus “Ensayos completos” ed. Taurus, tomo 1). Sarmiento, émulo de su entrañable Benjamín Franklin  (1706-1790),  es la cristalización argentina de estos hombres.

 

Producto de sus propios hechos, que se impone a la barbarie en nombre de las ideas de Civilización. Así el hispano derrota a “sus enemigos malos” (como el rey Alfonso, o el infiel moro), invocando su soberana creencia cristiana y el nombre de su señor terrenal. Las gestas del desterrado de Vivar y  del prócer huarpe, ostentan con excepcionalidad esa dureza de “peña muy fuort”  que define a los conductores aguerridos y representativos de una raza. 

 

“Ustedes que viven en las agitaciones del foro, de la tribuna, de la prensa, del campo de batalla, viven, que eso es vivir”  escribe S. a Mitre desde Santiago de Chile (19-10-1853, “Corresp.”, cit., 1911, pág. 35).

 

 He ahí su concepto de vida, expresado desde su retiro conyugal en Yungay. Ambas vidas, ambas gestas (ethos bélico y humanismo cristiano), conllevan ese doble carácter de Cruzada cristiana, de trascendencia, religiosidad, y de aprestos para guerrear, presentar armas, lidiar por las ideas.

 

El apotegma bíblico reza que “Por la Fe (:::) fueron hechos fuertes en las batallas” (Hebreos, II, 34). Domingo menciona con hondura de sentimiento y evidente misticismo, en repetidas veces, las “tribulaciones  de mi apostolado”, la “Santa Causa de la educación común”. Abunda, con gusto, en comparaciones Escriturarias.

 

 Alude a la labor suprema de enseñanza de Jesús en Galilea o de San Pablo a través de sus peregrinaciones y epístolas ardientes. La derrota del infiel que se propone magnamente el héroe  épico  castellano, en la Fides sarmientina se transforma en aniquilación despiadada de la Barbarie, en continua guerra contra el mal de la Ignorancia, del sistema colonial y la gauchocracia.

 

El Buen Mensaje, el Evangelio de conversión que propaga con sacra unción, es el de la Instrucción  de los más, como base de la prosperidad republicana: la vara de Aarón que hará brotar ese “magnífico Edén”.

 

Liturgiza sus actos de funcionario público y “martiriza” su imagen de Político-Maestro (“no deseé mejor que dejar por herencia millares en mejores condiciones intelectuales, tranquilizado nuestro país, aseguradas sus instituciones (...), para que todos participen del festín de vida, de que yo gocé a hurtadillas”).

 

Los guía sus normas absolutas de justicia, derecho y progreso. “Yo me apresto, General, para entrar en campaña” le escribe S. al Gral. José Santos Ramírez (1848, en  “Campaña en el Ejército Grande”, tomo 14 de sus Obras). Actitud constante, de milicia vital, “por la palabra, por la prensa, por el estudio de las necesidades de nuestros pueblos”, “por el ejemplo y la persuasión”, “por los principios y las ideas difundidas por la enseñanza”.

 

Milicia “infatigable, de todos los instantes, mientras una gota de sangre bulla en mis venas,  mientras un sentimiento moral viva sin relajarse en mi conciencia, mientras la libertad de pensar y de emitir el pensamiento exista en algún punto de la tierra”.

 

Invoca “los esfuerzos perseverantes de una vida entera sin tacha, consagrada a los intereses de la Civilización, del engrandecimiento y prosperidad de la América”. La pluma del argentino hiere y derrota al adversario, como la Colada y la Tizona del castellano. Contundente e inmisericorde con el infiel, con el inmoral, con el enemigo ideológico, el caudillo revoltoso y el figurón hipócrita..

 

Léase la luminosa escena de la entrega de las espadas, en el Cantar de  Corpes, 137, v. 3175-3201:

 

“sacan las espadas e relumbra toda la cort;...” (gánelas) “de buen señor”, con ellas “ganaredes grand prez e grand valor”.

 

S. nos revela su íntima cualidad cidiana, p. ejemplo, cuando,  él mismo un Tigre  de la Escuela y el Libro, admira a Facundo Quiroga por su sentido de pelea y su grito  guerrero. El “Doctor Montonero” se magnetiza formidablemente con la axiología de estos caudillos. El libro de 1845 se convierte “gradualmente en secreta apología, entusiasmando cada vez más a su autor y a nosotros”  aprecia con justeza José E. Clemente en su “Guía de lecturas informales”  1988, p. 100).

 

4.- El honor, la honra.

 

En un artículo del 26-01-1886,  incluido en el tomo 8 de sus Obras, alude S. negativamente al nombre del caballo cidiano, como connotación de procedimientos torpes y lentos en su acepción popular.

 

En la prensa ante los enjuagues políticos en el Congreso en tiempos de J. A. Roca y M. Juárez Celman: “...El Censor, que si bien por el vuelo no ha seguido a Pegaso, menos quiere correr parejas con Babieca...”. “El Censor” fue la postrer iniciativa grande del viejo maestro. Hornalla de ideas y resumen de la opinión indignada por los desmanes  gubernamentales de la época,  La postrer batalla cidiana, la última empresa ética sarmientina.

 

Yergue su Tizona admonitoria contra “la intención torcida de la política”, “el espíritu disolvente de la demagogia y anarquía”, el despotismo de los arcaicos mandones del interior, para conservar el puesto, a despecho de los pueblos oprimidos.

 

“Los males extremos que por desgracia no faltan en la República, es preciso sofocarlos y cortarlos de raíz”. En contrario a esa versión popular despectiva del  jumento referido, el mismo fue adjetivado “el corredor”. En el “Cantar”, admira  su correr recio, según le manda  el Rey al salir de Toledo (versos 3508-21). “Atal caballo”, “otro tal non ha  oy”. Es considerado prenda de honor, de igual nivel de valor para el rey que el propio accionar y móviles del Campeador, que torna a Valencia “la mayor”.  “Ca por vos e por el cavallo ondrados somo´ nos”.

 

El Cid recupera el honor y la honra de sus hijas, antes “majadas e desnudas a grande desonor” (v. 2944) , a las que casa con los Infantes de Navarra y Aragón. Así, en los majestuosos versos 1573 y ss. (“Las Bodas”, ed. de R. Mz. Pidal, vol. III):

 

“Mandó mi Çid(...) / e aduxiéssenle a Bavieca, poco avié quel ganara / d´aquel rey de Sevilla e de la sue arrancada, / aun non sabié mio Çid, el que en buen ora çinxo espada, / si serié corredor o ssi abrié buena parada,...”..

 

“Ensiéllanle a Bavieca, cuberturas le echavan, / mio Çid salió sobrél, e armas de fuste tomava. / Por nombre el caballo Bavieca cabalga”, “quando obo corrido todos se maravillavan,...”.                                                                                  

 

Capacidad sarmientina de lucha a lo Zonda, “mi trompa de elefante” la distingue en carta a Mitre. Equipárase en agresividad y resultados a la del Campidoctor.

 

Así por ejemplo, cuando éste ataca y aniquila al visir: “diól tal espadada con el so diestro braçco”. Los epítetos  de S. contra Alberdi, la barbarie rosista, etc. son tan demoledores y vencedores como la legendaria espada que derrotó “al comde don Remont”, “hi gañó a Colada”, “Y venció esta batalla por o ondró su barba”  (v. 1011).

 

También  S. en 1845 (“Facundo”)  definió su activismo político: “con decisión, sin términos medios, sin contemporización con los obstáculos”, para “componer la obra más grande, levantar una vara más alta sobre el nivel del mar este continente sudamericano” (carta a Mitre, 1852).

 

Estos actos de ambos ante la batalla, de armas o de ideas en cada caso, trascienden evidente sobrehumanidad. Así el rostro fiero y mítico en el enfrentamiento al león en Valencia (v. 2290, 3365): “el león cuando lo vió, assí envergonçó, /ante Mio Cid la cabeça premió e el rostro fincó”.

 

El Señor burgalés aniquila moros y malos cristianos valiéndose de  la destreza y violencia épico- mítica con la que, por su parte,  el sanjuanino persigue caudillos de facón o desenmascara montoneros de latín y chambergo. En “el bravo oleaje que hierve” en sus almas,  “arrolla(n) todos los obstáculos  y la sangre chorrea por el codo ayuso” (según precisa Américo Castro en su   “Poesía y realidad en el C. Del Cid”, incluido en su “Hacia Cervantes”, 1957).              

 

Pero el aguerrido periodista político es un ser maravillosamente jánico. Su otro rostro, complementario y no excluyente del que considera “guerra santa” su “cruzada” por la escuela pública,  es el que canta a “los poetas del corazón”, su familia tutelar (su madre Da. Paula, sus hermanas, su hija, Dominguito), sus “Santas Mujeres” (la Mann, la Manso...), el que lanza como bandera de toda su prédica y obra el bíblico “Sinite párvulos venire ad me”, el gustador de la poesía popular.

 

Así como por otro lado, el cristiano fundador de la Iglesia  valenciana de Santa María   se enternece ante el encuentro con sus hijas: “besándolas a amas, tornós a sonrisar: ¿venides mis fijas?...”, o con honor señorial libera al valiente Conde de Barcelona, o quiebra su ímpetu avasallador humanizándose ante la voz angelical de la niña  de Burgos, de nueve años, que le recuerda la orden  real de no socorrerlo y cerrarse las puertas.

 

De grandeza estoica, suelen descubrir las sutiles telas de su corazón de gigantes. Devotos del sentimiento y la alegría espiritual (“alegrósle tod el cuerpo, sonrisós de coraçón”). Optimistas por esencia.

 

Memoramos el episodio en que el Cid se despide, desterrado de Vivar, entra en Burgos y expresa interjectivamente a Álvar Fáñez de Minaya, su sobrino, “una fardida lança”,  en postura erguida, segura y orgullosa de su acción futura, “el mio diestro braço”:

 

“¡albricia, Álvar Fáñez-ca echados somos de tierra! / mas a grand ondra tornaremos a Castiella” (Cantar, I, v. 15).

 

Sufre el  destierro “commo omnes exidos – de tierra estraña” (Cantar, II, v. 1125). Y Minaya evoca a su Señor y pariente con epítetos heroicos: “Campeador contado”, “Roy Díaz-el lidiador contado” (v. 493, 502): afamado, famoso. “Señor ondrado” (III, v. 2295)., “aquís ondró Mio Çid – e quanto con elle están” (v. 2428)  pues allí vence al rey de Marruecos y gana la espada Tizona, así como cuando  reduce  a don Ramón Berenguer, gana la Colada.

 

El Rey le pedirá a las hijas del Cid para casarlas, para honra  del padre: “semejam el casamiento ondrado e con grant pro” (v. 2077). Éste  confirma su  empinado  sentimiento de orgullo a las niñas y a doña Ximena, su esposa: “deste vuestro casamiento creçremos en onor” (v. 2198).

 

Luego celebrará dicha boda y las supuestas hazañas de sus yernos en el campo de batalla, en la lid contra el rey Búcar: “commo son ondrados e aver nos han grant pro” (v. 2474-81). El corazón  soberbio  y  selvático de Sarmiento, su “areté”, reconoce  legítimo e hispánico  antecedente en este “deseoso de lides” “que a sabor de cabalgar”.

 

5.-Literatura y Heroísmo

 

Mencionamos que valora  el  autor de “Argirópolis”, y de manera privilegiada, a la poesía tradicional, la leyenda popular. Cuando se refiere  a su admiración por los héroes de las gestas nacionales.

 

Esta literatura popular embellece los caracteres intemporales de esos grandes personajes, de estirpe plutarquiana, clásica: “un principe, un rey, un héroe de su raza, (...) el noble tipo de la civilización helénica, traducido a todas las lenguas bárbaras, adaptado a todas las razas, a todos los tiempos” (“El camino de la deheza de Santiago a Mendoza en derechura”,  publicado en el diario “Sud América” 1-3-1851, en Obras Completas, t. 6).

 

El Caballero de Vivar es hijo de esa tradición histórica milenaria  de la que se siente fascinado Sarmiento, heredero de esa nobleza moral. Y capta sinfrónicamente la altura ética e histórica del héroe épico, su influjo formidable en la forja de los pueblos y a su vez la obra de las mayorías en la escultura y memoria de esos tipos humanos superiores. “Es el pueblo el más grande de los poetas, la tradición es para el historiador escrita en caracteres indelebles en las hablillas populares, trasmitida de padres a hijos, embellecida, exagerada con prodigios y hechos fabulosos”. “La historia de mil años atrás está siempre viva y como de presente a los ojos del pueblo”.   Muestra delectación y aguda sensibilidad en señalar los temas y estilo de esta literatura tradicional como así también fina percepción y seguro juicio de filólogo, anticipándose a las investigaciones de Menéndez Pidal y su escuela, sobre  las  artes  de juglaría y el vasto y rico romancero hispánico. En 1849 el bibliógrafo español Agustín Durán (1793-1862) había publicado en la Biblioteca de Rivadeneira, conocida por el sanjuanino, el “Romancero General” (Colección  de Romances antiguos), editados por primera vez en 1828.

 

En ese mismo 1849 George Ticknor (1791-1871) a quien  Sarmiento trató en Estados Unidos en 1865, publica su “Historia de la literatura española” en Boston (traducida en 1851 por Pascual de Gayangos y E. De Vedia). En su adolescencia el joven cuyano había leído, según sus “Recuerdos de Provincia” (1850, cap. “Mi educación”) al Padre José F. Masdeu (1744-1817) y su densa “Historia crítica de España y la cultura española”.

Y desde 1817 hasta 1858 se conocieron los numerosos estudios críticos y lingüísticos  de Andrés Bello (1781-1865), con quien Don Domingo contendió en Chile y admiró por su saber y sólido magisterio. El escritor venezolano editó finalmente el   “Poema del Cid”, publicado íntegro en 1881 en el tomo II de sus obras completas (primeramente había sido dado a la luz de la imprenta  por Don Tomás A. Sánchez en 1779).

La época de la Unidad y Organización nacional en que lidió el sanjuanino ofrece particulares semejanzas con la de la gesta cidiana. Aquél retrata los tiempos medievales, p.ej., en su artículo de “El Mercurio” chileno (22-6-1841, en t. 9 de sus Obras) Tiempos de persecución de la gloria, de germinación de la nacionalidad, proyecto y acción osada contra el caos histórico.

 

Se transformaron también en motivos e ideales básicos de la épica sarmientina. “...la sociedad se agitaba en diversos sentidos, elementos extraños combatían entre sí”. Su  “duro noviciado”  de hombre público, su sacerdocio cívico, los equiparamos a esta evocación medieval. “...la organización futura empezaba a  bosquejarse, pero estaban sus bases en el caos, desenvolviéndose y combinándose”.

 

Eran necesarios energía y talentos membrudos, de adalides de “brazo fuerte y corazón apasionado”. A la etapa histórica del héroe de la caballería le sucede ésta, la sarmientina, del Ciudadano y la República. Ambas intentan derrotar en su terreno a la Barbarie. Antes, la gloria militar, la Conquista, la Reconquista, el vasallaje noble, la guarda de la honra. Ahora, “una nueva aristocracia”, una nueva empresa caballeresca, “época de discusión y combates del espíritu”, que también “tiene en todas partes sus príncipes, sus grandes y su caterva de gentiles homes”..

 

Tanto un Campeador como el otro, profesaron, en elevación y grandeza, la idea de la unidad de la nación y su destino. Matías E. Suárez en su “Defensa de la Argentinidad” (1978) nos confirma  que esta “idea de la unidad es una idea superior, hija de la civilización latina”. La “empanada nacional” sarmientina se concreta en su lema bélico “Porteño en las provincias, provinciano en Buenos Aires, Argentino en todas partes”. “tal fue mi divisa de guerra, cuando guerreábamos”. Clave de su batalla, “de las duras pruebas que me aguardaban”. Combate con altura de miras  “el provincialismo”  y la mente de aldea que nacen “de la pequeñez del teatro y de su atraso mismo”- “Busquemos principios y doctrina aceptadas por todos, si cada uno no quiere inventar una federación de su amaño” (Obras compl.., t. 14, ed. Luz del Día, p. 314).

 

Categoriza esta tarea como militar fundamentalmente y la desarrolla  enfáticamente en su extensa obra ejecutiva, legislativa y pedagógica. Consagra su esfuerzo de estadista a “acelerar” y a  concienciar a las mayorías ciudadanas  sobre “la cuestión  nacional”: “Grandes ventajas comerciales traería la unión, acaso la azúcar se vendería más barata, o el comercio prosperaría más, pero la expectativa de estas ventajes no será bastante para conmover al vulgo a obrar, a agitarse para acelerar la época” (1855, Obras compl.., t. 16,  ed. Luz del Día, p. 289).

 

Pelea  contra la peor de las  dificultades,  la indiferencia popular en asuntos políticos y educativos. Pluma y acción, cual espada, han de estar altamente subordinados a “los intereses más sagrados de nuestra patria”.  Clama  lúcidamente que “necesitamos curarnos, a fuerza de desengaños, de nuestros hábitos de unitarios los unos, de déspotas absolutos los otros”.  “El caudillo, señor de grandes de voluntad y abnegación”, “el cabdiello (...), su paradigma se ensalza en el Cantar del Mío Cid”  observa Ezequiel Martínez Estrada (1895-1964), quizás  el  más agudo intérprete sarmientista (en su “¿Qué es esto?” ed. de 1956, p. 143). Epítome de arrogancia e imperiosidad.

 

Así lo estudió el autor de “Facundo”  destacando “la organización privilegiada de los hombres nacidos para mandar”. Los héroes desafiantes y frontales (vgr. “Romancero del Cid” XXVII). También de espíritu tierno y honda humanidad. Pascalianos en anteponer “las telas del corazón” (v. 2578 p. ej., en el “Cantar”).

El Cid, como el maestro de San Francisco del Monte siempre pelearon, como  precisamente destaca Fernando Demaría Madero en  la hermosa conferencia “Personalidades monárquicas”  (ed. Jockey Club, p. 17) “como cumpliendo un destino personal”, siempre preparados “para encontrarse con un león fuera de su jaula”. “Hijodalgos  e hijos de sus obras” a la par, “excomulgado y santo” según manifestó Joaquín Costa (1846-1910), otra alma afín.

 

Representan la flamígera conciencia de nuestro destino, encarnan la brújula de la Nación. Son guías  de conducta: “podemos servirnos de él  (del Cid dice, como de S. agregamos) como de un criterio positivo, como de una regla práctica, y aprender de sus labios la ley de nuestro pasado y, consiguientemente, la norma de conducta que debemos observar en el presente”. (juicio valioso de  su “La política del Cid”,  recogido en “Ideario” 2da. ed., recop. de J. G. Mercadal, 1932, p. 49-59). Señala  el dogma del Legalismo gubernativo y el sentido de la moral y el derecho privado y público en la herencia cidiana, de los que es epígono criollo nuestro Domingo.

 

6.- Vida, vidas

 

Por el lado de su madre se emparienta Sarmiento, entre otros, con uno de los reyes de Taifas, Ben Razin, “aliado” del Cid. Con lo cual acentúa su linaje de autoridad y prestigio histórico.. Enfatiza de manera  persistente la nobleza del mando, la categoría elevada de Guerreros y Fundadores de Ciudades, estirpe de hidalgos indianos.

 

Se caracteriza  el temperamento sarmientino por esa asunción ególatra, de pasión de protagonismo, de inclinación por el autoritarismo y la titánica ejecutividad. En su “Recuerdos de Provincia” afirma descender de conquistadores y capitanes hispanos,  del cacique Rodrigo de Quiroga, de Angaco y del fundador Eugenio de Mallea. (Léase p. ej. “A mi progenie me sucedo yo” de Carlos Albarracín Sarmiento, en  el “Homenaje a A. Barbagelata” 1994, t. 2). 

 

No obstante los oros de su genealogía que luce en  su escrito de 1850, es un Cruzado solitario en su Santa Guerra por el Alfabeto. Pero en  esencia, y como apreció Azorín en su “La cabeza de Castilla” (1950) ambos, S. y Rodrigo,  no tenían “más que su pecho y su espada: su confianza en sí mismo y su esfuerzo personal”. “Soy solo contra muchos” declara justamente el argentino. “Había luchado y trabajado mucho”, sufrido “desaires y pretericiones”. “Era su carácter el de un niño” pero la  entereza se impone.  (Obras Completas de Azorín, t. 9).

 

Coincidentemente, en su monumental e inolvidable “La España del Cid” (1929, 1947, 2 ts.) Menéndez Pidal observó que “El Campeador parece un insensato, cuanto él, un hombre solo, no apoyado en ninguna organización nacional”, pretende construir, como Don Domingo, en incesante brega y cabalgando para conquistar, la organización de una comunidad.  El incentivo cidiano “¡A cabalgar!” posee su prestigioso eco argentino en el sarmientino “escribir para regenerar, para actuar, para reformar”.

 

 Cabalgar, verbo imperativo de hacer, de la acción total en su más intenso despliegue energético. En esta  sustancial dirección Manuel Machado (1874-1947) transita su  poema “El Cid cabalga”.  Ello significa nada menos la declaración del sanjuanino de “escribir como medio y arma de combate” porque “es preciso haber ceñido la espada del guerrero”. “Soldado por la pluma o por la espada, combato para poder escribir”, “que combatir es realizar el pensamiento”.

 

Ideal con prosapia medieval: es preciso “conservar toda  su vida el cilicio del monje” en el arte y oficio del “diarismo”. “La prensa es una virtud que se exhala en palabras” afirma en su bello artículo “La prensa argentina”, publicado en “El Nacional” enero de 1882, e incluido en sus “Páginas literarias” (tomo 46 de sus obras completas).  Es para Sarmiento, una misión, una actitud ética, definida por la condición de la honra, tan cara al mundo cidiano. “¡Es preciso ser honrado el que habla!” y “las demás dotes le vienen por añadidura, si tiene dilatable el corazón”.

 

“De manera que para escribir con éxito para el pueblo argentino, es preciso ser tenido por patriota honrado”. Con el único objeto, declara, de defender con armas las “ideas sanas y realizables”. Por ello Miguel Cané (1851-1905) aseveró , perspicaz, que “nunca una pluma se ha parecido más a una espada” (discurso ante la inauguración de la estatua de S. en Palermo, 25-05-1900, recogido en las Obras Completas de S., tomo 35). “¡Pero –continúa éste brillantemente- el arma admirable, al herir, iluminaba!”. En “frase acerada y rápida” S. polemista, orador y pendolista fogoso,  “va a herir al adversario” para señalar “una preocupación, un error” y fundar el Bien, la Luz. 

 

Dispuesto “a componer la obra más grande, levantar una vara más alta sobre el nivel del mar este continente sudamericano” (carta a Mitre, 1852).

 

7.- La época, el medio 

 

“A uno y otro lado indistintamente, puesto que el 20 de abril desnudé la tizona al lado del Gral. Bulnes, como un bueno...”  recuerda el argentino en su escrito “El otro lao” (en  t. 46 de sus Obras, “Pág. Literarias”) estampado en el álbum dedicado a la Sra Emilio Herrera de Toro (1824-1916, su casa  en Chile se constituyó en la inapreciable patria  de los proscriptos argentinos; sobre esta prestigiosa dama, su amiga trasandina, léase a E. Correas, en Revista de la Junta de Estudios Hist. de Mendoza, 1987, 2da. época, nº 11, 2º tomo, o a C.H. Guerrero en su “Mujeres de S.”, 1960).

 

Ese texto, fechado en Buenos Aires el 15-11-1883, rememora en detalle, y con marcado afecto, su actuación chilena como publicista comprometido con la campaña presidencial del gobierno “pelucón”, conservador, de Manuel Montt, triunfante en las elecciones de 1851.

 

En sus “Memorias” (Obras, t. 49) recuerda también su actuación en 1851 (“Combate del 20 de abril en Santiago”).  Redacta una fuerte proclama pro gubernamental e interviene cuando el batallón Valdivia, de la capital chilena, se subleva contra el Ejecutivo. El partido liberal extremista pretendió derrocar al Gral Manuel Bulnes, liberal entonces Presidente (se desempeñó desde 1841 hasta 1851), e impedir la asunción de Montt. 

 

Bajo el gobierno de Bulnes y el ministerio de Instrucción Pública  de  Montt, se fundaron la Universidad y la Escuela Normal de Preceptores, baluartes de la temprana y ya sólida acción del pedagogo de “Educación Popular”.  Esa imagen figurada, utilizada por el aguerrido cuyano,  de la tizona que sugiere  al bravo Cid en el primer texto citado, es desenvuelta, explicada en este escrito de sus “Memorias militares” (1884): “Sin vacilar un momento, me ocupé de preparar  su fuerte dotación de tiros para mi magnífico y certero rifle-revólver de seis tiros, con alcance de trescientas yardas, pues que no era propio ni legal ceñir espada...Presentéme armado y a caballo en la Moneda...”.

 

 La actuación  destacada de S. es celebrada popularmente y por los jefes decisivos del movimiento revolucionario (referencias, p. ej., en “S. y su época” de J. S. Campobassi, tomo Ik, p. 332-335).  Su  consanguinidad cidiana habíase demostrado fielmente en esa conducta decidida y en esa viril  pluma que consagró su genio. “ ¡Ay de aquellos  que en estos momentos olviden lo que deben a su patria!” (Obras, t. 49).

 

La pluma y el arma esgrimidas por S. tan eficazmente en este suceso militar (“mi rifle de seis tiros que el vulgo tomaba por escopeta y era el precursor del Remington, dio qué decir a los vencidos”), oficiaron significativamente, como  su “tizona”, su espada hispánica, segura y republicana. Por la que hasta había abandonado su hogar en Yungay y corrido bien pertrechado al Palacio santiaguino. Su amigo el jurista José V. Lastarria le había felicitado: “Ese día han visto que donde hacíais correr vuestra tinta, estabais dispuesto a hacer correr vuestra sangre” (“Memorias”, cit.).

 

Este  rifle sarmientino reconoce su antecedente de prestigio en la tizona, espada del rey de Marruecos ganada por el Cid: “Mató a Búcar, al rey de allén mar, / e ganó a Tizón que mill marcos d´oro val” (Cantar III. La afrenta de Corpes, v. 2425-26). La Colada había sido ganada por el de Burgos, pertenecido al Conde de Barcelona. Ambas las entrega a sus yernos. Las recobra en la corte de Toledo. Da Colada (de fino acero colado, v. 3190 y ss.) a Martín Antolínez y la Tizona (ardiente espada) a Pero Vermúdez..

 

Ésta, según anoticia Menéndez Pidal, por Amadís de Grecia, nacido con una marca  como una brasa, espada ardiente (ed. crítica, v.II, 3ºparte, Vocabulario, 4ºed. 1969, p. 662-668): “A so sobrino don Pero por nómbrel llamó, / tendió el braço, ca mejora en señor”.

 

En el Cap. II de  “Facundo”,  su autor señala al “gaucho cantor”  como uno de los personajes típicos de la originalidad y del carácter argentino. Lo compara, y define como un artista medieval. Es el juglar y “el mismo bardo, el vate, el trovador de la edad media” que canta la gesta de “sus héroes de la Pampa” con el mismo sentimiento artístico que veneramos en el “Cantar del Cid”.

 

Entre realismos exquisitos y algunas fantasías sublimes. Trasciende su valor histórico y social. Es “el mismo trabajo de crónica, costumbres, historia, biografía”. Los versos de estos “rapsodas ingenuos serían recogidos más tarde como los documentos y datos en que habría de apoyarse el historiador futuro”. Refiere así Sarmiento  en su análisis, las cualidades  del cantar castellano que Mz. Pidal fijaría en 1924  en su “Poesía juglaresca y  juglares”:    historicidad, narratividad, popularidad, realismo no exento de escenas fantásticas  y tiernos idealismos,  oralidad, anonimia, versificación irregular.  En el pensamiento del  argentino  simbolizan, antitéticamente, los remedios “de los esfuerzos ingenuos y populares” del arte del siglo XII, frente al empuje de la campaña primitiva y esencial, el heroísmo ideológico del siglo XIX y la ciudad, el intelectual del progreso.

 

Considera  “pesada, monótona, irregular”, de inspiración accidental, a esta poesía del primitivo arte argentino, “...desarreglado, prosaico de ordinario, elevándose a la altura poética por momentos”. Poesía autóctona, “más narrativa que sentimental” aunque “hay muchas composiciones de mérito” que trasuntan “la peculiaridad de revelar las costumbres nacionales” para comprender “el carácter  primordial y americano” de nuestras sangrantes luchas políticas.

 

8.- Persona y personajes

 

Jorge Calle en  “El pasajero sugerente” (Gleizer, 1925, p. 86-89: “La brazada del coloso”) evoca la visita nocturna de S. a Burgos (en sus “Viajes por Europa, África y América”, tomo 5 de sus Obras) y su admiración evocativa de los restos históricos de la gesta cidiana, su salón particular y aquel en que recibía a la nobleza. “Dijérase que la sombra del rey don Sancho  iba a aparecérsele para proclamar, una vez más, las virtudes del Cid.”.

 

La pluma y palabra del látigo sarmientino contra los caudillos (“Todos los caudillos llevan mi marca”)  se asemeja en contundencia y bravura al rico romancero consagrado al  burgales, “que fue muro de  Castilla /y cuchillo de la muerte: /de quien tembló la morisma; / quien deshizo sus poderes...”. 

 

La admiración cidiana de S. se aleja evidentemente del  antes nombrado  Juan de Masdeu, pues éste niega en uno de “los librotes  abominables” “que mi pobre padre” “me hiciera leer”, la existencia de héroe español (según nos informa M. Pidal en su “La España del Cid”, “Introducción, historiografía”, parte IV).  Sino que más bien se acerca en su culto heroico a la “Historia Roderici”, “el fortísimo guerrero” que celebra Manuel J. Quintana en 1807 en su “Vida de españoles célebres”.

 

Cuando tiene “el poder de crear y transformar”, confiesa el sanjuanino, “cálzome de nuevo las espuelas, y empuño de nuevo la invencible lanza” (carta de julio 1888 a A. Saldías, en “Páginas confidenciales”, 1944, p. 245). Así esgrime casi octogenario  su tizona para “romperla” como siempre, contra los enemigos de la Civilización.

 

 Después de muerto, como don Rodrigo, sigue ganando  las peleas por la organización nacional. Esta analogía referida primero por Groussac según ya señalamos, ha sido reiterada por Leoncio Gianello en su “S. y la parábola del sembrador” (conferencia transcripta en la Revista del Museo Histórico S., a. IV y V, nº 4 y 5, 1959), en relación con los ataques arteros contra sus estatuas: “pero la piedra que rebota en su grandeza, dice que también él, como el Cid, gana batallas hasta después de muerto...”. Seguirá “triunfador de olvidos y calumnias”, inmortal como el   otro caudillo. Con ocasión de la muerte del maestro, Bartolomé Mitre escribe su famoso “Ad Gloriam...!”,  donde solemnemente afirma que “Sarmiento idea puede más en la tumba que en el mundo”.

 

Sarmiento llama “el Cid argentino” al General Juan Lavalle (1797-1841) en su artículo de El Nacional, 23-11-1857, “Sr. D. Pedro Lacasa”,  (Obras, t. 24). “El romancesco Lavalle...”, “contando con su prestigio y valor heroico”. “...Cuídese Ud. de hacer del Bayardo, o del Cid argentino, un Napoleón o un Aníbal en cuanto a estrategia”.

 

 Con criterio típicamente romántico  encarna en Lavalle las cualidades famosas de Ruy Díaz de Vivar: la ejemplaridad de su personalidad combativa, la entereza moral, fe y energía, la fama extendida, la “reputación de gloria clásica” (“Facundo” cap. 25, “Presente y Porvenir”). “Lavalle se niega a toda transacción, y sucumbe. ¿No véis al unitario entero en este desdén del gaucho, en esta confianza en el triunfo de la ciudad?” (ídem, cap. 9, “Guerra social. La Tablada”).

 

Y destaca su honda y medular argentinidad, su fibra nacional arquetípica, como la proverbial castellanidad cidiana: “Lavalle, Madrid, y tantos otros son argentinos siempre, brillantes como Murat, si se quiere, pero el instinto gaucho se abre paso por entre la coraza y las charreteras”. Extrema   habilidad física y soberbio don  de coraje.

 

El escritor Jorge Lavalle Cobo (1876-1959), narrador y guionista de cine, escribió “Lavalle, nuestro Cid”. Congenia Sarmiento en la etopeya lavalleana, la figura histórica  del Cid y la de Pierre Terrail (1473-1524), señor de Bayard. Éste,  militar francés  que fue reconocido y mitificado como el Caballero valeroso,  en guerras al servicio de los reyes galos.

 

 También en su “Los Emigrados” publicación póstuma incluida en el tomo 14 de sus Obras completas, S. traza un bosquejo de la actividad y carácter de Lavalle. Lo reconoce también con el  epíteto de “El Cid Campeador de los ejércitos de la  Independencia”, con su marcado influjo en sus soldados y de fulgurante espada.

 

9.- Hispanismo y Americanismo

 

El hispanismo sarmientino es raigal, racial, ético. Pero ideológicamente su intelecto está conformado anti-español. España encarna en su concepción, quizás algo  apresurada, seguramente discutible, la culpa de nuestros males, el epítome de lo que el estadista americano aborrece y de lo que considera alimento maldito de nuestro atraso. “El odio a lo extranjero de los españoles, es la clave de toda su historia”.

 

Las calidades soberbias de su heroicidad y épica lucha contra moros y judíos, opina S., es  ejercida contra la cultura, contra la industria de que ella carecía, es la razón y vicio radical del estancamiento hispánico (léase vgr. en Sexta carta a Dn. Rafael Minvielle, 1843, en tomo 4 de sus Obras, “Memoria sobre ortografía americana”).

“La España peleó setecientos años con los árabes, y por religión y por patriotismo, aborreció de muerte todo lo que era extranjero”. “...y mientras las demás (naciones) se civilizaban, se enriquecían por los descubrimientos y adelantos de las ciencias, ella se bloqueó contra las ideas de Europa y se mantuvo pobre, bárbara e ignorante, pero satisfecha de sí misma. El mismo espíritu dominó en su sistema colonial”. Es decir que para el joven cuyano, periodista singular en el exilio chileno, los valores paradigmáticos de la  epopeya del de Vivar, constituyen un conjunto de disvalores,de notas calificadoras de un anti-heroísmo, una ética negativa desde la mira del político, que definen la marginalidad cultural de una nación.

 

Óptica opuesta a la consagrada, por la exaltación de la axiología guerrera tradicional y del fanatismo agresivamente susceptible del sentimiento nacionalista. “Existe, pues, en todas nuestras repúblicas este sentimiento de nacionalidad naciente, que no pocas veces es causa de preocupaciones recíprocas que los europeos mismos notan”. España entonces, representa para S. esa constelación de ideas negativas al nacimiento y desarrollo de la Civilización: “esta herencia de odio y proscripción, que aún  no se extingue” (Séptima Carta, obra cit.). Aludiendo a la magna poética de nuestro Himno Nacional expresa: “Nuestros padres lograron echar por tierra al león, pero éste  les dejó la estampa  de sus garras, la impresión de sus dientes...”. Ése  es  “el espíritu imperioso y osado”, nuestro orgullo y nuestra maldición, nuestra fuerza y también nuestro impedimento, el arcano de la idiosincrasia hispánica, según el ojo histórico sarmientino. Y alcanzamos de esta forma el acicate principal de la empresa pedagógica que  encara el autor de “Educación Comun”, de instrucción del pueblo, para prevenir el despotismo y la barbarie que imposibilitan el establecimiento de una Constitución y la República sólida: “quiero consagrarme a la educación para destruir la obra que nos dejó la España”.

 

 Igualmente debemos admitir que S. se considera un Cid de la Educación, un nobilísimo luchador, un héroe de combates por la educación popular, un Cid republicano, “del talento” y “del saber”. Sobre todo sus escritos polémicos adquieren siempre la pungencia terrible de los golpes de la espada del Señor de Vivar, “terribles misiles que lanza el  viejo soldado...”.

 

Cuando debe combatir la inmoralidad pública se muestra como un “Cónsul de la Prensa” y lanza mazazos en los que gasta una energía grandiosamente cidiana, para destruir a los “infieles” del Parlamento, “las turbas de borrachos de codicia, de nulidad o de ambición que se le echan encima”. Es preciso para levantar esta obra inefable, “no aspirar sino a comer el pan seco del soldado”,  “y no recibir mendrugos del poder...”.

 Pero no olvidemos la aserción de Ortega y Gasset (1883-1955) de que “es un error creer que el guerrero esencial se complace en el ataque”. “El hombre fuerte no piensa nunca en atacar”, su actitud primera es “afirmarse”. La verdadera capacidad de ofensiva radica en la afirmación tenaz de su doctrina (en “El deber de la nueva generación argentina”, La Nación, 6-4-1924, en sus Obras, ed. Rev. de Occidente, p. 255-259). Por ello en el de Vivar, la fidelidad de sus mesnadas y del Rey, la felicidad familiar y personal, la defensa de la cultura cristiana.

 

El progreso ciudadano y la permanencia de su hazaña de estadista-pedagogo en la memoria americana, en el caso de nuestro maestro de energía. Lo que necesitan ambos es la afirmación práctica de sus ideas, la gloria y aceptación honorable: “la gloria –no lo olviden los jóvenes- es el arte de prolongar y extender la existencia en la historia...”, el deseo ferviente de que “lo estimen y amen y que la loza que cubre sus restos no raye su nombre de entre los vivos, ni sepulte su memoria” (cit. Por Julio Noé, en “Mi vida” de  D.F.S, 1938, tomo II, p. 198).

“La España ha perdido su poder político en el mundo, la superioridad de sus armas, aunque en valor no ceda a otras naciones (...). Todo le negarán a la España, menos la hidalguía del carácter español, y nosotros somos españoles aun en sus defectos, como en sus buenas prendas” escribe  el sanjuanino en 1879 (“La conciencia Castellana”, en tomo 40 de sus Obras).

 

Traza su  memorable “apologia Hispaniae”, su profesión de  ética ibérica, médula de su genio. Acude a su esencia. Presta  “oídos a esas voces que nos vienen de adentro”, sus raíces. Se identifica con los valores inmortales que representan  la épica cidiana y la cervantina, “la semejanza del tipo ideal”: fortitudo, justitia, pax.

 

Pues en  el glorioso texto del poema del Cid y en la novela quijotesca, confiesa haber hallado “un código de política trascendental y  la nuez materna de nuestro ser colectivo”. Potencializa y actualiza, desde una doble óptica: metafísica y pragmática simultáneamente. Y superando declaraciones ideológicas de su época, concluye: afirmemos   “nuestra conciencia castellana”, entrando “en la realidad de la vida moderna y de la verdad práctica”.

 

En su escrito “La moral en la prensa” (en “El Nacional”, 12-2-1879, tomo 40 cit.), define a la nacionalidad argentina en relación con las cualidades y  defectos hispánicos. Recurre a las imágenes de la épica española: las armas, las luchas, para marcar nuestra idiosincrasia. 

 

Refiérese a la impulsividad y beligerancia de nuestra carácter.  Con hondura de visión moral y con intención crítica afirma: “... sólo el argentino, dispuesto al sacrificio por quítame  allá esas pajas desenvainar la toledana, o enristrar la lanza, y acometer...los molinos  y los batanes, ¿oh, pueblo bueno, generoso y dispuesto!. Esta última cualidad, sin embargo, empiezan a perderla muchos argentinos!”.

 

El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha y Don Rodrigo Díaz de Vivar, nuevamente, pues, le sirven a Sarmiento sociólogo para bosquejar  una incipiente Filosofía Argentina.

 

Sarmiento conceptúa asimismo, como caballero  “desfacedor de entuertos” o como  Campeador, los actos más civiles de su vida, y sus pensamientos y escritos  más variados.  A raíz de la colocación de la piedra fundamental de la Escuela de Catedral al Norte (21 de mayo de 1859) discurre sobre esta significación y lenguaje definidos, de milicia por el Bien y la Justicia,  que confiere a su obra civilizadora: “cada progreso moral o material que hacemos es una batalla que ganamos, o una reserva que dejamos a nuestra retaguardia, para que triunfen los que vienen en pos” (O.completas, “Discursos populares”, tomo 21, 1º volumen).

 

En esos días de la inauguración, Bartolomé Mitre oficiaba de Ministro   y Coronel Mayor que comandaba la guerra de Buenos Aires contra la Confederación. Este contexto y la alusión histórica a Roma Antigua   lo motiva a ligar el hecho  bélico, la táctica organizativa de Mitre, con la auspiciosa fundación escolar: El sol que alumbra su primer día de General, el 20 de mayo se le otorga el título referido, el mando de las fuerzas: “Ve al pueblo de Buenos Aires afanado fundando una escuela”. El ejército de la Confederación lo derrotará  en Cepeda, con Justo José de Urquiza al mando, y finalizará con el Pacto de San José de Flores.

 

“Los generales romanos daban mucho valor a los augurios favorables o adversos porque en ellos creían ver señales misteriosas de la voluntad del cielo...”. “Si los augures romanos habieran sido consultados por Escipión, le habrían dicho que esto significa que la campaña que va a abrir es la campaña de la civilización contra la barbarie, que se fundarán escuelas a cada batalla que gane, que las escuelas en su generalización o en su decadencia, están de hoy en más ligadas a la suerte de sus armas”. “¡Gloria a las armas de la civilización, que empuña  hoy Buenos Aires!”.

 

Aun en sus últimos años, Sarmiento profesa esa idea militarista  y justiciera de la vida. En su racionalismo integral considera decisivo la instrucción gimnástica y la introducción de los conceptos y de las tácticas consecuentes con el sagrado deber de defensa de la nación, de la persona humana y de la familia, en las escuelas primarias y medias.

 

 Fundamenta la estética y la ética militar en la formación sólida de la personalidad. El genial inspirador de la creación y organización del Colegio  Militar y la Escuela Naval de la Nación, aplaude  en 1888 (en extensa epístola a su sobrina Victorina de Navarro, desde Asunción, junio 17): “la excelente idea que han tenido sus directores (de un colegio de Bellavista en la provincia de Corrientes) de enseñarles en el Colegio mismo, los movimientos militares, realiza una de las grandes reformas que está experimentando la educación pública en el mundo y es familiarizar al niño con el ejercicio de las evoluciones militares en previsión de que todos los hombres  deben cumplir con el deber sagrado de defender su patria y familia” (en “S. a través de un epistolario” Julia Ottolenghi, p. 173-174). 

 

Esta instrucción físico-militar, tiene sus consecuencias intelectuales y morales: desarrolla el apotegma clásico “mens sana in corpore sano”. Observa el educador: “...el aire desmañado y el andar desequilibrado. Esto perjudica y cierra las puertas a muchas carreras”. La disciplina externa ha de motivar el orden interno. La educación guerrera con criterio didáctico ha  de incitar el despliegue de las virtudes cívicas y disposiciones actitudinales más aconsejables: la valentía, la decisión, la voluntad, la concepción clara y la ejecución precisa de los ideales individuales y colectivos de vida, la noción sacra de patria y su defensa, la protección de la legalidad republicana, etc. 

 

Es evidente que  con mucha frecuencia, y en los más distintos temas,  adopta una visión de estrategia militar. En la  cuestión que plantea en 1843 en Chile sobre la reforma de la Ortografía Americana por ejemplo: “Mi artículo de hoy, es simplemente una parada, mañana principiaré a maniobrar: será el segundo un guerrilleo para  llevar adelante la metáfora. El tercero que ya tengo escrito también es la batalla, aquí he reconcentrado todas mis fuerzas, el cuarto irá por los muertos” (“Epistolario inédito S.-Frías”, UBA, 1997, carta del 17-2-1844, p. 17).

 

En carta anterior al mismo: “Yo vuelvo al  combate: y ya he empezado a desplegar mis guerrillas sobre la Comisión de la Facultad de Humanidades... Combatamos pues” (13-2-1844, Obras, t. 4.). La Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad de Chile había sido creada en 1843.  S. fue miembro fundador de la misma; ello durante la Presidencia del Gral. Manuel Bulnes. Su artículo chileno, que lo lanza a la fama literaria, lo firma como “Un Teniente de Artillería  de Chacabuco”: en él conmemora el aniversario de esa batalla, que  describe magistralmente, y está dedicado a restablecer la memoria del Gral. José de San Martín (1778-1850). Se titula “12 de Febrero de 18l7”, publicado en “El Mercurio”, Valparaíso, 11-2-1841, Obra Completa, tomo 1.

 

El nombrado  Frías (1816-1881), diplomático y escritor católico, amigo de S.,  fue  secretario de Lavalle. Justamente, S. en carta de 1878 le escribe: “Usted mismo acompañó a Bolivia los huesos del cándido Cid argentino, muerto sin gloria, como la rata de Hamlet, mientras que Rosas sin obstáculo, fundó su odiosa tiranía” (“S.-F.” Epistolario editado por A.M. Barrenechea, UBA, 1997, p. 195-196).

 

En su bosquejo biográfico  sobre el autor de “La gloria del tirano Rosas”, incluido en “Los emigrados” como Apéndice a “Campaña en el Ejército Grande”, el  cuyano  afirma que el nombre de Frías “está mezclado a la tierna leyenda del Gral. Lavalle, cuyos huesos llevó consigo maternalmente a Bolivia para salvarlos  del ultraje a que los destinarían los caníbales que sacaron correas del cuero del gobernador Avellaneda” (Obras, tomo 14, ed. Luz del Día, 1950, p. 356).

 

Ahora, pues, el héroe del Poema hispano y el personaje de la tragedia shakespeareana se vinculan en la breve mención epistolar sarmientina, comparando la oprobiosa fama y perdurabilidad del gobierno rosista con la desgracia del general unitario y la insignificancia del roedor en el drama inglés. Frías integró la comitiva que en 1841 llevó los restos mencionados a la Catedral de Potosí (en Bolivia, donde se hallaba proscripto) y fue custodio en Chile de su valiosa espada (allí oficia de Cónsul boliviano en Valparaíso, y director de “El

Mercurio).

 

10.- Conclusiones

 

Me complace citar los versos de Blanca A. Encina, donde destaca el linaje cidiano  que he rastreado en Sarmiento: “Fue la raza soberbia de los Cides / la que vino engendrando su ascendencia, / ¡culminando en su último linaje!” (en “S. en el soneto”  C.H. Guerrero, 1974, 2º ed., p. 35). 

 

O el rayo cidiano en la prédica sarmientina,  algunas de cuyas huellas he evocado en el presente estudio, según la poesía “Retratos de Sarmiento I”  de Alejandro Martí: “La causa es una: Demostrar la Historia / que fuera el Cid por cuyo verbo en llama / cayó el fortín de caudillesco imperio” (ob. cit., Guerrero, p. 53). Y la evocación coincidente de “tu acento / de flecha Huarpe y atambor de España”  por Arturo Vázquez Cey (ídem, p. 29).

 

“Yo soy Don Yo, como dicen” repite Don Domingo. “ ¡Yo soy Roy Díaz, el Çid, de Bivar Campeador”  afirma el otro (versos 721, 1140, del Cantar). Cita María Rosa Lida de Malkiel, preclara crítica y filóloga argentina (1910-1962), el precepto  del  Infante Don Juan Manuel (1282-1349):  “débese (el caudillo) nombrar muchas veces a sí et a su apellido”, contenido en su “Libro de los Estados” (parte 1, cap. 72).

Esta aspiración a “honra e apreçiamiento” tan cara y definitoria de nuestros parangonados, constituye una exaltación individual  común a los temperamentos de los grandes conductores (Lida, en su “La idea de la fama en la Edad Media Castellana”, 2º parte, I-b, “La esfera profana”, ed. 1952, p. 130).

 

En sus “Memorias” (Obras, tomo 49, cap. “Guerra Civil”) recuerda el maestro a su tío José de Oro, su mentor en las ideas liberales desde   San Francisco del Monte, en 1824. Y compara esta influencia decisiva, sicológica y cultural, con la ejercida en el Medioevo entre las familias de la Nobleza y sus descendientes.

 

Corriente de transmisión de las nociones estructurales del régimen feudal: casta, honor y guerra para defender las propiedades. Son fundamentos de una tradición histórica, de constitución y perduración del mundo cidiano, de los caballeros, señores y vasallos que lidian en los apasionados días medievales.

Analogiza las características de esa época con la de su propia formación, en la región primitiva de Cuyo del primer cuarto del  siglo XIX. “Ocurrió lo mismo en mi educación”: el Presbítero Oro, “este caballero cruzado”, capellán del Ejército de los Andes. Quien  le trasmitió  y permitió perfeccionar y asentar los  gloriosos principios de la   Independencia Americana.    “ A falta de torreones del castillo feudal estaban en  su San Francisco como teatro de acción” las proverbiales pláticas del sacerdote, “mi maestro” socrático. Así lo inmortalizó en sus bellos “Recuerdos de Provincia” (cap. “Los Oro”, en tomo 3 de sus Obras).  Los Oro se elevan en  su memoria autobiográfica al rango de padres  intelectuales  (junto con Fray Justo y Don Domingo de Oro), Éstos engendraron su capital  cultural más preciado.

 

Como señala Nicolás Rosa en “El arte  del olvido”, 1991, ( p. 130-143), con basamento doctrinal en Ricardo Rojas (1882-1957, el  rico autor de “El Profeta de la Pampa”) dibujan indelebles, la “aristocracia feudal” o colonial y también “gaucha” de su pensamiento euríndico, de su genio desbordante: el origen europeo y el americano, el medievo español y el original americano, tal como los asimila  S. en su evocación-invocación (ob. cit., parte 2ª: “El oro del linaje”).

 

Siguiendo una oportuna distinción de Carlos Octavio Bunge (1875-1918, en su “Nuestra América”, 1903, libro I- cap. XIII) afirmamos que comparten nuestros próceres evocados, el arraigado sentimiento español de la  arrogancia bárbara y  dogmática. Uno “con el brazo tinto en morisca sangre”, en la bravía contienda. El otro, descendiente de aquella cepa ibérica, aconsejando con cerril fiereza y ante la pasión de la guerra:  “No trate de economizar sangre de gauchos” en la cruel lucha contra la incivil montonera (según su carta a Mitre, 20-9-1861). “La castísima arrogancia castellana” se constituye en  “una nota” rigurosa, violenta, típica de “temperamental primitivismo”, “como obsesión, como un alud”. Es el vigoroso culto del valor personal como “potencia cívica para rechazar incómodas invasiones” (op. Cit., libro XI). Es incesante el  culto de este coraje. Luminoso. 

 

Ya viejo dice el argentino: “No he caído en la lucha todavía, pues que aún tengo un pedazo de espada en la mano” para no cejar en  su combate cruento  para fomentar todo progreso humano.(en “Conflicto y armonía de las razas en América”, 1883). Es característico de esta “RACE  conquerante” que estudió  el peruano Francisco García Calderón (1883-1953)  en su “Les démocraties latines de l’Amérique” 1912, cap. 1. encarnan el éxtasis de la acción y del individualismo. Paradigmas de la mentalidad mística y estoica. Sumatorias del “orgullo formidable” del español, del enérgico senequismo (“Esto Vir”)  y  el cristianismo especiales que  engloban estas individualidades, según reconoce el literato cubano Cinto Vitier (1886-1960)  en “Del ensayo americano”, 1945, p. 143). 

 

“Su ejemplo no puede guardarse bajo llave como su tumba”- expresa Fdo. Demaría Madera, ob. cit. supra, Su espíritu “no es de los que se extinguen o debilitan con la muerte”. En estas virtudes, titanismo activo, alto civismo, religión del Bien y la valentía,  radica el “señorío” auténtico y la varonía  de uno y otro, según lo distingue Antonio Machado (1875-1939): el “endurecimiento a todas las fatigas”, en  dejar “por herencia millares en mejores condiciones intelectuales”, “abriéndose camino con el trabajo, la honradez y el coraje de desafiar las dificultades” –son santas palabras de Sarmiento-, en proyectar siempre “ideas sanas y realizables”.

 

Ben Bassan, coincidentemente,  alaba esta “viril firmeza y heroica bravura” concretadas en la acción del Cid como “un milagro de los grandes milagros del Señor”.

Representan ambos la mayor realización hispánica  del temperamento épico. Pues transformaron los hechos más sencillos en significativos y trascendentes.

Vincularon  asombrosamente lo natural con lo metafísico, lo individual lo remontaban a lo multitudinario (V. Massuh, “La Argentina como sentimiento”  1982, cap. IX).

Sintieron a la Nación como un Destino y como un Programa, hasta los tuétanos, en plenitud y con vocación y fuerzas de vencedor de monstruos. 

 

Esa vital exigencia de tarea heroica,  ese hacer superior, de Sísifos  junto con la  gigante roca, casi ímproba,  ideales de la Reconquista española y de la Organización argentina después de Caseros, construye nuestra mejor esperanza, nuestra lección  imperecedera y nuestro más importante compromiso.

Guillermo Gagliardi
Gentileza del blog "Sarmientísimo"
http://blogcindario.miarroba.com/info/95993-sarmientisimo/ 

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