Civilización y poesía en Sarmiento y Baudelaire |
1.- Introducción. Al analizar la biografía
y literatura de
DOMINGO FAUSTINO SARMIENTO (1811-1888), su obra de Titán del Progreso
Ciudadano, su concepción Catoniana de la Función Pública, su Genialidad
indiscutible, su energía que aún hoy percibimos majestuosa, nos
sobrecoge el sentimiento de la Grandeza de la irradiación espiritual
extraordinaria de su Palabra, de su pasión religiosa por la Escuela
Popular y de su ética sacrificial del Gobernante, su fervor apostólico
en difundir “ideas útiles y realizables”, para “levantar una
vara” a estos pueblos hispano-americanos. En el logrado relato “El amigo de
Baudelaire” (1991) de Andrés Rivera, consagrado narrador argentino,
aparecen en contrapunto constante las figuras de Baudelaire / Sarmiento.
Hay como una obsesión, una omnipresencia, del “leitmotiv” sarmientino.
Los define a ambos la desmesura, la búsqueda permanente de símbolos
y analogías, el descubrimiento de las “correspondencias”. Pone de manifiesto el
escritor, la relación contradictoria, ambigua, entre Sarmiento-Bedoya
/ Sarmiento-Facundo, a èste lo contiene en su sangre, se le agolpan sus
ímpetus, su violencia, su rebeldía... El sanjuanino genial construye una
realidad, cartesiana, eudemònica, y pugna, puja, grita, predica, para
imponerla. (consúltese A.
Bocco: “La disputa de discursos en “El amigo...”, VII Congreso
Nacional de Literatura
Argentina , 1993, Univ. Nac. Tucumán). 2.-
“Don Yo”. Así
se expresa CHARLES BAUDELAIRE (1821-1867)
con respecto a la ópera de W. R. Wágner (1813-1883).
Le escribe el Poeta al Músico, en evidente “cuerda sarmientina”
(carta del 17 de febrero de 1860): “el carácter que más me ha
impresionado siempre, ha sido la grandeza. En todas partes encontré en
sus obras la solemnidad de las grandes sonoridades, de los aspectos
grandes de la Naturaleza, y la solemnidad de las grandes pasiones del
hombre”. Como
el autor de “Les fleures du mal” ante “Tanhäusser”, sentimos, al
contemplar la incesante riqueza activante del mensaje sarmientino, “un
éxtasis religioso”, “toda la majestad de una vida más amplia que la
nuestra”, un ser “hiperbólico, tensamente ascensional”. Una
potencia hacedora, asombrosa, una capacidad estimuladora y pródiga de las
Ideas benefactoras para la República (E. Ludwig: “Sobre la Grandeza”,
en rev. “Sur”, nº 29, febr. 1937, p. 7-42). “En todo hay algo
transportado y transportante, algo que aspira a subir más alto,
algo de excesivo y de
superlativo”. El Estadista-Maestro, promotor de la Humanización del
Hombre Americano, siente a la Política como un sacramento, desde su
posición beligerante del Civilizador contra la omnipresencia de la
Barbarie, desde su “Cristianismo Constitucional” y su particular
“liberalismo gubernativo”. Baudelaire en su “R. Wagner” nota la
grandeza y autenticidad del Yo, ilumina nuestra apreciación de sus dotes
en el temperamento y acción
sarmientinos. “Ese Yo, justamente acusado de impertinencia en muchos
casos, implica no obstante una gran modestia; pues encierra al escritor
en los límites más estrictos de la sinceridad” (cito por
“Obras” de Ch. B., edición de N. Lamarque, Aguilar, 1963). En otra nota del ensayo crítico referido,
manifiesta el Poeta esta identificación con la energía
reflejada por el sanjuanino, que abona nuestro paralelo: “declaro
que no odio el extremo; la moderación no me ha parecido jamás el signo
de una naturaleza artística vigorosa. Prefiero esos excesos de salud,
esos desbordes de voluntad...”. Ambos, S. y B., desenvolvieron una
pasional “Defensa del Yo”, de la primacía de la Personalidad y de la
individualidad, en arte, en política y en la moral cotidiana. “De la
vaporización y de la centralización del Yo. Todo está ahí” (‘Mon
Coeur...’, I). “Don Yo” se autoproclamó S. (1875),
Ego vigorosamente luchador, “agónico”, contra caudillos de chiripá o
de latines y chambergo. “Yo soy Don Yo, como dicen, pero este Don Yo ha
peleado veinte años a brazo partido con Don Juan Manuel de Rosas y lo ha
puesto bajo sus plantas;(...) todos los caudillos llevan mi marca” (en
Polémica contra Guillermo Rawson, contra la Amnistía para los
revolucionarios de 1874: Sesión del 8 de Julio. La Barra y el Senado, en
sus “Obras Completas”, ed. Luz del Día, tomo 19, “Discursos
Parlamentarios”). “Antes de todo, en todas las
transacciones de la vida pública y privada quiero ser Yo, tal como la
naturaleza me ha hecho” afirma el vitalista autor de “Facundo” (v.
A. Palcos, “S.”, ed. 1962). También el crítico´poeta
en “El arte Romántico” (ed. póstuma 1869, cap. 9, “R.
Wagner”): “y que en estas apreciaciones me sea permitido hablar a
menudo en mi propio nombre. Ese Yo, justamente acusado de impertinencia en
muchos casos, implica no obstante una gran modestia; pues encierra al
escritor en los límites más estrictos de la sinceridad”. (v. Luis
Franco, “S. entre dos fuegos”, 1968, cap. 12: “Su Majestad el Carácter”:
A. Orgaz, “Linaje espiritual de S.”, en “Boletín S.” nº 2,
Instituto S. de Sociología e Historia, 1965). 3.-
el
cisne y el albatros. Al
seguir el concepto baudelaireano, miramos al Sísifo andino como
modélico en su Romanticismo. “Faro” de América hispánica,
pertenece a la generosa raza de los Iluminadores del presente y
proyectistas del Futuro. Hombres-Guía
de la Sociedad. La honradez de miras y el esfuerzo benefactor, lo hacen símbolo
de la máxima cualidad de Estadista y Maestro, pues encarna como en la
pluma del vate: “porque es el testimonio Señor, más elocuente / que
levantar podríamos de nuestra dignidad” (trad.
de T. Girbal en su “Los faros en el tiempo”, “La Prensa”,
16-3-1980). Don
Domingo, “Albatros”, gran “cisne con sus gestos de loco”, el ideólogo
constructor. Cisne baudelaireano que se enloda con el polvo de la política
y en la sacra sed de “hacer las cosas”, que “frecuenta el rayo”,
luce “alas de gigante”, por su inspiración y por su
mano y su pluma recias, destructoras
de la Anarquía y el Caciquismo Su
Verbo admonitor, que truena en la “selva feroz” de la Barbarie (v. B.:
“Cuadros Parisinos. El Cisne”). Como
en el poema “Elevación”, el genio que percibe, platónico, la Belleza
de la Acción y el Bien, arroja sus ideas “sanas y fértiles”, al
desierto americano, “cual
si fueran alondras” y posee la lucidez asombrosa de subir “al aire
superior”, de brillar en la contemplación y en la concepción de altas
meditaciones cívicas. “Detrás
de los enojos y los hondos pesares, / que cargan con su peso la existencia
brumosa” (trad. N. Lamarque; también “El cisne de B.”, J. L.
Lanuza, en su “Las brujas de Cervantes”, Academia Argentina de Letras,
1973). Aparece constante en el estudioso de los pensares y pesares sarmientinos, la imagen del Cisne y del Albatros, en la mirada baudelaireana. El destierro, la marginaciòn (“estoy solo contra muchos”, “estoy en medio de hostiles prevenciones”), la desdicha (“mi vida tan destituida y tan contrariada”, “Recuerdos de Provincia”, cap. “Mi educación”, 1850), por la excepcionalidad de su talento cenital. El
expresionismo de su psicología (“seré como soy y nada más”, “como
un tigre cayendo en una polémica”), el idealismo
platónico, sus alas espirituales de super-hombre (“haciendo
esfuerzos supremos por desplegar las alas pero lacerándose a cada
tentativa”, “contra los hierros de la jaula que la retiene
encadenada”, imagen patética y dolorosa).
Las subidas aspiraciones de su mente (“tan perseverante en la aspiración de un no sé qué elevado y noble”), el ojo agudísimo profético, su siembra ardorosa , su cosecha nobilísima pero magra, muchas veces amarga (“lenguaje franco y recio, hasta descortés, sin miramiento”), alcanzó su máxima tensión en sus años de Presidente de la República (1868-1874) y en la etapa epilogal, de su vejez. Cuando
admite con el “puño lleno de verdades”, enfrentado a la política de
entonces (Juárez Celman...) que
“es imposible mi rol” en la nación fenicia que teje el Unicato
juarista. Y como el ave de
“Las flores...”, se retira a su exilio paraguayo. 4.-
Filosofía del
dolor. Aceptación
cristiana del Dolor en el Poeta; exaltación estética y ética, como
“nobleza única” y cualidad de lo Bello. Estoicismo en el Político,
en la entrega al dolor. “He pasado por terribles pruebas, como pocos hombres habrán experimentado” confiesa el argentino a su hija Ana Faustina (carta de setiembre 10 de 1867). Continúa: “acepta la vida como nos viene, sin creerse con derecho a una felicidad en la tierra, que nos ha sido negada”. Y concluye con su profesión de fe de una ética sacrificial y del Deber Responsable: “Sé mi hija en eso, en sufrir, en trabajar”. A
su familiar Benjamín Lenoir le escribe por las mismas fechas, desde N.
York: “necesito llenar mi deber y trabajar, por hacer dar un paso
adelante a estos pueblos”. El
dolor acompaña al Poeta de “Los paraísos...”: “Dame la mano, Pena
mía; vamos enfrente” (poema elegíaco “Recueillement”, 1861,
agregado a “las flores”, 3ª ed., XXII). Diálogo y Personalización.
“Sé buena, oh Pena mía, y no tan impaciente”. “Sois sage, ô ma Douleur”. La
angustia, la miseria física y moral aparecen frecuentemente en sus
“Journaux Intimés” y sus
“Lettres”. Y su “mayor llaga”, el supremo lamento del Poeta:
“porque hay algo más grave aún que los dolores físicos, y es el temor
de ver gastarse, y peligrar y desaparecer, en medio de esta horrible
existencia, llena de sobresaltos, la admirable facultad poética, la
nitidez de ideas y la capacidad de esperanza...” (carta a su madre,
20-12-1855). Véase Jean Massin: “B. devant la douleur”. Soy
el mayor testigo que pueda citarse contra mí mismo, se define S. La
suerte que le ha tocado en política, se debe a su propia culpa, su innata
impopularidad, sus ideas alejadas de todo facilismo o demagogia,
contrarias al sentir del común, su extrañamiento de la retórica patriótica,
su dirección religiosa y mártir del oficio de Estadista. “...espero
una buena muerte corporal, pues la que me vendrá en política es la que
yo esperé y no deseé mejor que dejar por herencia millares en mejores
condiciones, para que todos participen del festín de la vida, de que yo sólo
gocé a hurtadillas”. Como
el creador de “Les paradis artificiels”, Don Domingo puede admitir que
él es su propio verdugo: el Heautontimoroumenos, “Je suis la plaie et
le couteau / et la victime et le bourreau” (“Spleen e Ideal”,
LXXXVI). Soy la herida y el cuchillo, se causa “souffrance” como forma
de ejercer su conciencia reflexiva (J.-P. Sartre). “Apenas
me queda resignación bastante para conformarme con la pésima distribución
de los bienes y los males de la vida”. Siente que lleva “ceñido a las
carnes un cilicio”, le escribe el argentino en 1884 a su sobrina Sofía
Lenoir de Klappenbach (“Epistolario
Íntimo”, ed. de B. G. Arrili, 1961). “Yo sufro por la estrechez de
mis recursos, -expresa S., como recordando las quejas repetidas del Poeta
a su madre- que no he derrochado por cierto, sino que mis compatriotas me
han medido con escasez cuando servía al país y quitándome los
gobiernos, ya negándome lo que me correspondía, ya quitándome lo ya
concedido” (ob. cit., p. 159). “Y sin embargo, sobrina, la América es
testigo de que he sobrellevado tantos sufrimientos...”. Como para B.,
para S. “la douleur est la noblesse unique”. En
uno de sus emocionantes Discursos Populares (Obras, tomo 21) declara:
“Preciso es que lo sepáis: mucho he sufrido a causa de la educación
del pueblo”. “Cuando me afligen las punzadas terribles que sufro por
la educación de los párvulos”. Confirma las “Tribulaciones de su
Apostolado” por el Bien público, su mística de Gobernante-Pedagogo. Es
su “Alquimia del Dolor” (“Spleen e Ideal”, LXXXIV), que invierte
al poema baudelaireano: transforma los obstáculos en obras fecundas. Es
habitual en la reflexión de ambos la alusión directa a la negación de
la Dicha y a la constancia de la adversidad en sus vidas. “Mi mala
estrella”, así lo siente S, primero en una correspondencia juvenil a Doña
Tránsito de Oro, madre de
uno de sus amores sanjuaninos, luego en una cálida epístola consolatoria
a su hija. Y
por su parte, las persistentes lamentaciones del Poeta, en sus cartas a su
madre o sus versos como los primeros de “Les fleurs...”: “Bendición:
Espanto y blasfemia ante el nacimiento del Poeta”. Ó “El Albatros”:
el Poeta, “príncipe del nublado”, “en el suelo, entre ataques y
mofas desterrado”. “La Mala Suerte” (poema XI): “Para cargar tan
rudo fardo, / Sísifo, dame tu coraje”. (Otto
Carpeaux: “B. y la libertad”, en rev. “Sur”, nº 143, set. 1946;
T. S. Eliot, “Selected Essays”, London, 1941; A. France: “La vida
literaria. Páginas escogidas”, trad. J. E. Carulla, Bibl. Crítica,
1924, p. 46-54; H. Friedrich: “Estructura de la lírica moderna”,
1974, p. 47-77; “B.” de Leonidas de Vedia, Academia Argentina de Letras,
1972; R. O. Abdala: “B.: ‘Un estremecimiento nuevo’”, “La
Prensa”, 30-8-1981; E. Mallea: “Idea de B.”, “La Nación”,
1968). S.
profesa su particular ideología del esfuerzo personal y el sacrificio por
el Bien Público, que llama “mi estoica filosofía” en carta a la Sra.
de Aberastain, 1-1-1867 (en “Epistolario Íntimo”, cit., p. 69). Vocación
ardiente por el servicio cívico: “volara a donde el voto de mis
compatriotas me llamase, no a gozar honores, que no lo son tan grandes
como lo creen, sino a poner mi nombre en el edificio que se desploma, a
trabajar humilde y
valientemente”- Confianza
en la fuerza del genio individual y reconocimiento
de la incomprensión enana de la posteridad: “Las maldiciones de los
unos, las injurias de los otros serán mi recompensa”. Voluntad positiva
y activa, del Cruzado y del idealista militante: “pero tengo la fe que
no me abandonó nunca, de que con trabajo, con decisión, con conocimiento
de los males del país y sus causas, se puede llegar al fin a levantar a
ese país y elevarlo, al menos, a la condición de los que se cuentan por
civilizados”. Postulación
de un fervor afirmativo, superador de las eventualidades y contrariedades:
“sé mi hija en eso, en sufrir, en trabajar, en esperar...”. Espera y
fe humanistas: “Acabemos, pues, con las lágrimas”. Aceptación
senequista del Destino: “Es preciso que te armes de coraje como tu
padre, que acepta la vida como nos viene, sin creerse con derecho a una
felicidad en la tierra, que nos ha sido negada”. 5.-
Los obstáculos. En
carta al ilustre crítico de
“Les Nouveux Lundis”, Ch.
A. de Sainte-Beuve (1804-1869), Baudelaire admite su impopularidad y lo
muy poco que se guardaba del reconocimiento de la posteridad: “Bien me sé
que soy de aquellos a quienes los hombres no aman”. Bien
me sé la suerte política que me espera, confiesa S. por su parte. Ése es el destino del hombre público que se movió entre los dos fuegos, de la
oligarquía “con olor a bosta de vaca” y el caudillaje cerril,
combatiendo el monstruo
multiforme de la Barbarie. (V. H. T. Varela, “B. y el nacimiento de la
poesía moderna”, Capítulo Universal. CEDAL, 1969). Siempre
se observa en el autor de “Argirópolis” la “apasionada afición al
obstáculo” (“mon goût passionné de l’obstacle”)
y a las empresas difíciles, tal como señala el poeta francés en
el Prólogo a la 2ª ed. de “Las flores del mal”, con respecto a sí
mismo: “Me pareció entonces más interesante, y tanto más agradable
cuanto más difícil parecía la empresa... Este libro (...) no ha sido
hecho con otro objeto que el de ejercer mi apasionada afición al obstáculo”
(ob. cit., ed. 1861). La
pluma belicosa del sanjuanino encuentra su mayor acicate movilizador en la
brega, la posibilidad del combate contra el Mal. S.: “Pónganme a mi
lado detrás, espalda con espalda, los otros; sostengan mi debilidad y por
mi madre y por Dominguito, prometo que levantaré la piedra y la subiré
sobre la montaña” (carta a L. V. Mansilla, desde N. York, 20-9-1867). “Educación,
educación, nada más que educación” ésa es su obra magna contra todas
las dificultades: “pero no de a chorritos, como quisieran, sino
acometiendo la empresa de un golpe, y poniendo
medio en proporción al mal” (carta a J. Posse, 1-2-1865 en su
“Ambas Américas”, Obras, tomo 29). Se
agranda, lo animan, se templan sus nervios, ante los problemas a vencer,
los “mosquitos” teresianos caldean su cerebro y potencian sus ganas de
hacer, levantar y construir. (Ver
“Testimonios sobre el Hacedor. Bibliografía sarmientina” G. R.
Gagliardi, blog “sarmientísimo”, 2008. y en “biblioteca sarmiento.
org”, íd.) 6.-
El arte en Paris. En
los “Viajes”, en carta a su amigo Antonino Aberastain (1810-1861), su
comprovinciano, desde París, set. 4 de 1846, le informa de su visita
maravillada a la exquisita Exposición Artística en los Salones del
Louvre. Centra
su comentario en la riqueza de las obras expuestas. “¿Es Ud. artista?.
Aun dura la exposición del Louvre de 1846. Dos mil cuatrocientos objetos
de arte, cuadros, estatuas, grabados, jarrones, tapices de Gobelin, que
ocupan legua y media en los salones del Louvre”. Y
claramente destaca las dos líneas temáticas pictóricas que se advierten
en la muestra magnífica: la sacra, de origen medieval y la secular, bélica,
de representación grandiosa. “Allí están los productos de la pintura
religiosa que va a buscar sus asuntos en las tradiciones de la edad
media”. Y la otra, de la que le impresionó “el inmenso lienzo,
pintura épica, descriptiva, de la Batalla de Isly (río de Marruecos
donde Francia derrotó en 1844 al ejército marroquí), perteneciente a
Horace Vernet, consagrado pintor de la época (1789-1863, , creador de
pinturas de temas històricos, como “Salida del Duque de Orléans hacia
el Ayuntamiento”, o “Carlos X pasa revista a las tropas en el Campo de
Marte”). Ver “Viajes” de S., UNESCO-Fondo de Cultura Económica,
1993, ed. coordinada por Javier Fernández, estudios de Paul Verdevoye
sobre S. en Francia). Baudelaire
abomina de este militar y pintor, grandilocuente y vulgar detallista, que
carece de una concepción unitaria de su arte. Así lo confirma en su
estudio crítico sobre la misma Exposición a la que S. concurrió en el
’46. La obra del Poeta es “Salón de 1846”, juvenil interpretación,
personal y original, publicada en periódicos y revistas, reunida póstumamente
en su “Curiosidades estéticas” (tomo II, ed. 1868, de sus Obras, ed.
de Banville y Asselineau). El
cuyano opina: “la batalla de Isly (...) que ha trasportado a París un
pedazo del África con su cielo tostado, sus camellos, su atmósfera
polvorosa, sus árabes indómitos ya domados” (Obras compl.., t. 5). El
francés, en su “Salón...” referido, manifiesta su crítica severa en
el cap. 11: “De M. Horace Vernet”: “es un militar dedicado a la
pintura. Yo detesto ese arte improvisado a los sones del tambor”.
Le oprime su “nacionalismo” y “populismo pictóricos, ajenos
a la auténtica y perdurable Belleza: “esa pintura fabricada a
pistoletazos”, “esa inmensa popularidad, que por otra parte, no será
más duradera que la guerra”. Agudeza
definitoria y pasión en el criterio baudelaireano: “es la antítesis
absoluta del artista”. “Yo lo odio porque nació de pie, y el arte es
para él cosa clara y fácil”. Su oficialismo consagratorio lo exaspera:
“esa vox populi, vox Dei, es para mí una opresión”. La
admiración sarmientesca por esa pintura define su activismo
contemplativo, que tan bien estudia J. A. García Martínez en su “S. y
el arte de su tiempo” (1979). A S. le llaman la atención las notas didácticas,
programáticas del artista,
el mundo evocado, los personajes y paisajes que conoce él mismo en sus
viajes iniciáticos. Lugones
en su “Historia de S.” (1911) confirma ese visualismo paisajístico
que motiva su elogio del “arte” de Vernet, su “don característico
de reproducir el paisaje y el hombre”, su
vocación plástica dibujística, su verismo social historicista,
que reconoce en un pintor “el dibujo estudiado con corrección, la
naturaleza perfectamente comprendida, el colorido dado con un acierto y
muestra de talento que revelan un pintor” (juicios de José León Palliére,
trascriptos por García Martínez,
ob. cit., p. 72-73). Aplaude
las exposiciones artísticas y científicas y personalmente como crítico
de arte americano y como
promotor ejecutivo y legislativo, las considera “un estímulo” valiosísimo
“para hacer progresar las artes liberales. El talento necesita aplausos
y luz a torrentes para existir” (1843, art. en “El Progreso”,
“Enseñanza de la Pintura”, Obras compl., tomo 4). Visión
del estadista adelantado, del pedagogo liberal. Celebra la representación
de la vida varia y una, desde
su Romanticismo estético, “el alma social”, la fisonomía
“de todo un pueblo” (S., “Cuadros de Monvoisin”, Obras,
tomo II, “Artículos críticos y literarios”). El civilizador advierte que “el brillo de las artes es el más aparente signo que desde lejos se divisa de la cultura de los pueblos” (“El pintor Manzoni”, 1857, Obras, tomo 46; v. también “S. y las artes plásticas” R. Brughetti, “La Nación”, 18-12-1988). 7.-
La
urbe parisina. S. y B.,
manifiestan un preclaro don de Profecía, de innovación, de creación
pionera, de acción viril, de conciencia hondísimamente humana. La
parábola del Sembrador de
flores de Bien los contiene en la genialidad completa y final de su
persona y obra. Retratan el Mal con espíritu afirmativo, para combatirlo
ardientemente e instalar al Bien. Uno
lucha contra la Barbarie, con armas racionales y frecuentemente violentas
y cruentas, para fundar una República sólida. Como
el albatros en el poema II de “Las flores...”, el pensador concibe
bellos ideales de bien cívico, que en la práctica, como el ave en la
tierra, símbolo del Poeta, sufre oposiciones innúmeras,
que acicatean más aun su ímpetu eudemónico, de su política
ilustrada. “El
Poeta es como ese príncipe del nublado, que puede huir las flechas y el
rayo , frecuentar en el suelo, entre ataques y mofas desterrado, sus alas
de gigante le impiden caminar”.. El
otro, en el verso o la prosa de tono amoral o decadente, inaugura el arte
moderno, consagra el feísmo de
las sociedades industriales y su poesía salvífica instaura la Belleza. Héroe
espiritual, anuncia la despersonalización y el solipsisimo de la era de
la Masificación, el joven
argentino, así como el burgués ávido devorador y crítico del
torbellino callejero de París y ansioso de éxito entre la
intelectualidad gala. (Ver David Viñas, “De S. a Cortázar, 1971, “El
viaje balzaciano”, 1ª ed., 1964: “Literatura argentina y realidad política”). Ansias
de bellos ideales de dignificación humana, hermanan sus almas: estos
versos del francés los retrata en la sublime espiritualidad de su idealismo: “Detrás de los enojos y los hondos
pesares / que cargan con su peso la existencia brumosa, / ¡Feliz quien a
regiones lúcidas y serenas / lanzarse puede con un ala vigorosa”.
(“Elevación”). Desarrollaron
pensamientos vigorosos de Esperanza
y de Bien, que glorifican su escritura augural (“mi rojo ideal”).
Estas utopías que Baudelaire evoca como “flores nuevas que ensaya mi
sueño”, como “el místico alimento” que nutre su proteica herencia
(poema “El enemigo”, de “Las flores del mal”). Rafael
E. J. Iglesia, arquitecto, en su “S. Primeras imágenes urbanas”
(1993) dibuja el entrecruzamiento de las impresiones coetáneas de ambos
parangonados ante la Modernización de los boulevares parisienses. “el
sanjuanino se aturde ante el caos babélico de la ciudad, así como el
Poeta de “El spleen de París” (1865) señala, zahorí, los peligros
de la masificación, sus consecuencias sociales y psicológicas (ob. cit.,
cap. II. “Hacia la modernidad”). En
su concepción optimista y activa, el
Iluminista argentino elogia el movimiento circulatorio urbano, la alegría
y comunicación, el “flaneur” ocioso, los bailes públicos,
el entusiasmo del hipódromo, la muchedumbre agitada, y observa,
agudo cartesiano, sobre la
necesidad de una regularización del tránsito (“Viajes”, carta a
Aberastain, 1846). En 1853 se
concretará esa reforma de tránsito prevista por S., en tiempos de Napoleón
III. Baudelaire,
por su parte, acentúa el componente neurótico de esta vida ciudadana
peligrosa y multitudinaria. “Multitud, soledad: términos iguales y
convertibles”. En “Spleen”,
XLVI, “Pérdida de Aureola”, retrata el terror y satanismo del tránsito
parisino y el influjo en el habitante de “ese móvil caos donde la
muerte llega al galope por todas partes a la vez”. En
los “Cuadros parisinos” de su “Flores...”, VIII: “A un transeúnte”,
acecha, ”la calle aturdidora en torno de mí aullaba”. Expresa
jubiloso Don Domingo: “’Flanear’ es un arte que sólo los parisinos
poseen en todos sus detalles... Por primera vez en mi vida he gozado de
aquella dicha inefable. ‘Je flane’, y ando como un espíritu, como un
elemento, como un cuerpo sin alma en esta sociedad de París. Goce,
alacridad, sentido lúdico del viaje. “Aquel
a quien un hada ha insuflado en su cuna la afición por el disfraz y por
la máscara”. La constante del vértigo y el caos de la gran urbe. En
sus “Notículas” apunta las “Delicias del caos y de la
inmensidad”. La vulgaridad y ordinariez de París, centro y foco de la
estupidez universal” (Proyecto de Prefacio para la 2ª ed. de
“Flores...”, I). “Paréceme
que no camino, que no voy, sino que me dejo ir, que floto sobre el asfalto
de las aceras de los bulevares” (ob. cit.: J. Calle: “La visión
parisiense”, en su “El pasajero sugerente”, Gleizer, 1925; M. Cané:
“S. en París”, 1869. en su “Prosa ligera”, 1903). Baudelaire,
como acentuó puntualmente
Walter Benjamín (1892-1940) en su “Sobre el programa de la filosofía
futura”, cap. “Sobre algunos temas en B.”, y en
su “Ángelus Novus”), anotó
anticipadora y descarnadamente la deshumanización
y angustia de la vida de ciudad. Mirada negativa y patológica de
la barbarie ciudadana. Pero también puntúa, como S., el matiz escénico,
la actuación y acrobacia de la circulación en el boulevard parisiénne
(“La ciudad en el discurso sarmientino”, R. Iglesias, en
rev. “Ambas Américas”, nº 5, oct. 1992)... En
la composición XII “Les foules” (Las muchedumbres) de “El spleen”
(ed. Banville, Obras, t. 4, 1869) reflexiona sobre el “baño de
multitud” que exalta y alegra en 1846 al joven viajero cuyano.
Experimenta lo que B. caracteriza como “una francachela de vitalidad”,
“una inefable orgía”. “El
paseante solitario y pensativo alcanza una singular embriaguez con esta
universal comunión. El que se desposa fácilmente con la turba, conoce
goces febriles”. Pero
ya en su carta anterior a Tejedor, desde Ruan (mayo 9 1846), destaca el
demonismo “pandemonium” , “cuna infernal” de la capital francesa,
coincidente y anticipador del concepto baudelaireano. 8.-
Francia,
Francia... S. pertenece a esa raza superior a que se refiere B. en “El Spleen de
París” (XII). A los guías de naciones, “maestros de la Humanidad”,
que viven religiosamente sus convicciones y sienten emociones más
elevadas que el común de los humanos. “Los fundadores de colonias,
anunciadores, innovadores, pastores de pueblos, sacerdotes misioneros,
integran esa “vasta familia” de genios
de Liderazgo, que piensan, perciben y ejecutan , que ejercen su poder
espiritual con un ardor
superlativo y modélico, que viven una felicidad más alta, que respiran
un aire distinto y sublime. Desde París en julio de 1867, S. le escribe una reveladora carta a Bartolomé Mitre (1821-1906), done ilustra estas observaciones del Poeta, en su propia alma, y y pinta su legítima aspiración a la Presidencia de la República Argentina. Exultante se confiesa a Mitre: “Creo haber llegado al umbral de la gloria como la entiendo.” Éxtasis de la fama de en América y las amistades encumbradas en lo internacional. “Entiendo por gloria la estimación del mayor número posible por el tiempo más largo”. La consagración literaria, las fundaciones pedagógicas perdurables, la organización de la nación, lucen la estampa de su sello personal. Ese ánimo, ese éxtasis orgásmico alimenta su alma, extraordinaria. Esta estadía de un mes en la patria de B.
(15-6 al 23-7-1867) lo estimuló grandemente, “llevando la vida de
agitación que requiere la exposición, las nuevas cosas y los amigos”.
(E. Díaz Molano: “La Francia que vio S.”, “La Capital, Rosario,
5-10-1941; José María Saccomanno: “Flaners. N. S.”, en rev. “Los
libros del Mes”, a.5, nº 47, agosto 1998, suplemento, p. IV-VI; Trabó fructífero contactos con Thiers, Laboulaye, Duval, Lesseps. Visitó pletórico, la Exposición Universelle. Sus amigos argentinos encabezados por Hilario Ascasubi le organizan un banquete, proclaman su precandidatura presidencial (J. S. Campobassi, “S. y su época”, 1975, t. II, cap. 23.7). Su amada Aurelia Vélez le solicita una
referencia extensa sobre este periplo, al que él hace referencia en su
“Diario de Viaje de N. York a Buenos Aires” de 1868 (Obras, t. 49).
Declara no haber satisfecho su deseo por diversos problemas personales y
porque “la exhibición de París no podía considerarse en una carta,
sin perder la variedad de formas y objetos que constituyen su
magnificencia”. S. es el “soñador”, el utopista
racional y pragmático, al
que Baudelaire alude en su crónica “Exposición Universal de 1855.
Bellas Artes” (en “Curiosidades estéticas”): “Pocas ocupaciones
tan interesantes, tan atrayentes, tan llenas de sorpresas y de
revelaciones para un crítico, para un soñador cuyo espíritu se inclina
tanto a la generalización cuanto al estudio de los detalles, y por mejor
decir, a la idea de orden y jerarquía universal, como la comparación de
las naciones y de sus productos respectivos” (ob. cit.). Concreta S. su sueño cosmopolita de
Progreso indefinido, cuando en 1871 logra organizar e inaugurar,
alborozado, la Exposición Nacional de Córdoba, 15-10-1871 al 21-1-1872,
siguiendo las líneas de lo que admiró en la de París. Pues, como
escribió el francés: “Es cierto que Francia, por su situación central
en el mundo civilizado, parece estar llamada a recoger todas las nociones
y todas las poesías circundantes para devolverlas a los demás pueblos
maravillosamente labradas y forjadas”. La Exposición de los Productos del Suelo
e Industria argentina, llenó de gusto al Presidente y
logró sus proyectos de Promisión americana y su voluntarismo
ideológico. “He aquí un grande hecho histórico” afirma en su fáustico
Discurso de Inauguración (v. “S. Su influencia en Córdoba”, T. García
Castellanos, Academia Nacional de Ciencias, Córdoba, 1988, cap. V, y
Anexo nº 10). Su perspectiva es trascendentalista y
metafísica, como casi siempre. En este evento S. distingue con mirada
profunda “el comienzo de una regeneración social”. Una “¡Lección
instructiva para todos!”. Su enfoque simbolista destaca el valor
representativo del trabajo y de
la técnica y producción de la industria, en la superación
y el perfeccionamiento de nuestra carencia principal, procedente de
la herencia colonial hispánica. “Somos raza de poetas; asistimos todavía
a los tiempos heroicos”. Adolecemos de “la carencia del sentimiento
económico”. Necesitamos, y lo propugna tozudamente, la transformación
tecnológica, para fundar una América libre y republicana, para
derrotar por fin al desierto, a “las flores del mal, del desierto, el
aislamiento y la ignorancia”. “Este genio de la industria es la
inteligencia del pueblo. En las exposiciones europeas se ha demostrado que
los productos de cada país están en relación con el grado de desarrollo
de la inteligencia; y vosotros tendréis ocasión de verificar este hecho
aun en la nuestra” (Obras de S., t. 21, “Discursos populares”, 1er.
Volumen). 9.-
Apología
el mar. En
su “Diario de N. York a Buenos Aires” (1868) don Domingo expresa la
magnitud de su impresión ante el espectáculo del mar: grandiosidad,
estupor, el infinito. Analogía
victorhuguesca con el pensamiento y con Dios, con la Vida. “24 de Julio-¡Oh!
El mar...Me siento vivir... Cómo se agranda el horizonte”. “Aquí;
Dios, el mar, el pensamiento” (Obras, “Memorias).
El
estilo del sanjuanino se adensa de carga
metafísica, se libera de su
habituales temas prácticos y
retórica política. B.
en su “L’homme et la mer” (de “Las flores del mal”, XIV)
concilia el hambre de
Libertad del Hombre Superior con la presencia
del Mar. Y acentúa su ferocidad y hondura, la imagen
atroz de la crueldad.
“Homme libre, toujours tu chériras la mer”, “La mer est ton miroir;
tu contemples ton âme”. Hermandad
negativa mar= alma humana, insondable, secreta. En
su “Las flores...”, Poemas agregados XX, “El Abismo”: señalamos
su sentido siempre presente del abismo y el infinito: “Arriba, abajo, en
todo, profundidad, desierto, / el silencio, el espacio terrible y
cautivante”. “¡Me asomo al infinito desde toda ventana!”. Ese
“esprit” con ansia de infinito condice con el ilimitado horizonte del
Mar. En “Mi corazón al
desnudo” (XXX, 55), publ. póstuma en 1887 como “Diarios íntimos”,
el Mar aparece como presencia estimulante, y aleja toda impresión de
monstruosidad, combate y abismo, se pregunta también “¿Por qué el
espectáculo del mar es tan infinita y tan eternamente agradable?”. El
Mar, se responde, ofrece la idea doble –tan grata al instinto poético y
activo sarmientesco- de inmensidad estética y cautivante movimiento del
agua. “Doce
o catorce (leguas) de líquido en movimiento, bastan para dar la más alta
idea de belleza que pueda ofrecerse al hombre en su transitorio habitáculo”. Línea
“anabática”, del raigal camino ascendente del espíritu
sarmientesco. Descenso orfeico, “catábasis” infernal en el sentido
baudelaireano. El
oxígeno de la libertad le es absolutamente natural al alma sarmientina,
concorde con los versos de B., analogía
positiva entre mar= alma humana: “¡Hombre
libre, tú siempre has de querer al mar! / El mar es el espejo donde tu
ser se mira / en la onda que hacia lo infinito se estira” (trad. R. G.
Aguirre, “Poetas franceses contemporáneos”, 1974, p. 19). Expresa el sentimiento del abismo (“Gouffre”)
ínsito en su poesía. La retórica sublime del mar que señala entre sus
pasiones, en sus “Notículas y pensamientos” (Obras Póstumas), El mar
soberano domina en sus versos más
hondos (“Perfume exótico”, “La cabellera”, “Un hemisferio en
una cabellera”). Los negros bucles de la amada, la mulata Jeanne Duval,
representa la profundidad de un “mar de ébano, un sueño
deslumbrante” (poema XXIV, “Les fleures...”), “un ilimitado cielo
puro en que vibra el eterno calor”. Contienen la magia del mar y resplandece
“el espacio más profundo y más azul” (“Spleen”, XVII). Ensancha
el alma, visión abierta, larga y asombrada, nacimiento de la
maravilla: “veo desarrollarse un litoral dichoso, / que deslumbran los
fuegos de un sol por siempre igual” (“Fleurs...”, XXIII). 10.-
Experiencia
del ‘spleen’. l
“spleen” sarmientino se expresa con todas sus notas depresivas, por
ejemplo, en 1877, en carta a José Posse, 18 de diciembre (“Epistolario
S.-Posse”, t. II, 1947, p. 440): “por lo demás, triste y
desencantado, abandonándome a la pereza de espíritu y al humor
reconcentrada, que a nada útil conduce creando el aislamiento”. Se reitera el 20-1-1876 (ob. cit., p. 442), agregado a
algún padecimiento físico y sinsabores políticos:
“Me ha vuelto el mal del oído, estoy viejo, desencantado, y taciturno
por desagrados, previsiones y falta de algo que me apasione. .. Mañana
voy a la isla a aburrirme”. En
carta del 4 de setiembre resume su angustia y malestar, desengañado en
sus ideas socio-políticas: “Tenemos, tú y yo que atravesar el más
penoso retazo de camino, con la falta de propósito, las enfermedades y el
peor de todos los males del espíritu: el desencanto. El mío, lo es del
país como elemento de desarrollo, y del pueblo como materia progresable”. Ya
datamos en 1844 a sus 31 de edad, este “spleen”, ahora en
circunstancia santiaguina, en Chile, y en carta a Félix Frías, del 31 de
enero: “Yo ando por estos mundos paseando un aburrimiento hijo de la
inacción de cuerpo y alma que resiste a toda prueba” (en “S.-Frías.
Epistolario inédito”, UBA, 1994, p. 7). 11.-
“Invitation
au voyage”. Otra
armonía, estética y afectiva, entre la literatura sarmientina y
la baudelaireana. La “Invitation au Voyage”. El
sanjuanino, fauno criollo, “Príncipe Charmant”, en sus días
paraguayos (1888) postreros de su vida, insta a su amada Aurelia, su
“Belle au Bois Dormant”, a pasar una temporada en su retiro asunceño
(carta de julio de ese año final). Como
B. en su bello poema homónimo de “Fleurs...”, invita a su musa de
carne y hueso a compartir un escenario benignamente tropical (“donde
todo es hermoso –imagina B.- rico, tranquilo”), a superar la melancolía
y la nostalgia de “les neiges d’antan” de François Villón.
“Venga, juntemos nuestros desencantos para ver sonriendo pasar la vida,
con su látigo cuando castiga, con sus laureles, cuando premia” le
escribe. Y evoca, nos sorprende, las Baladas del vate goliardesco,
antecedente en el siglo 15,
magistral, de “notre Baudelaire”. Los jardines y flores, se enjoyarán con la ansiada presencia femenina. Anhela revivir la “Ballade du temps jadis”. El severo político, el sañudo combatiente en el Congreso y en la prensa, se embriaga con esa poesía exótica, “la vida es abundante y se deja respirar dulcemente” según B.. Celebra
y festeja, cual un pícaro estudiante medieval, tierno y rabelesiano,
espera a su Aurelia, una de sus “Santas Mujeres”, en ese “país de
jazmines y dalias”, “acompañado de una vieja amiga” según la prosa
baudelaireana.. “Venga a la fiesta...” (A.Pagés Larraya_ “El adiós
de S.” Bol. Acad. Arg. de Letras, nº 221-222, 1991). Sugiere el ámbito dionisíaco y el “clima hechicero” del Poema XXIII, de “Les fleurs...”, “Perfume exótico”: “una isla perezosa donde da la natura / árboles singulares y de fruto sabroso”, “mientras del tamarindo los perfumes ligeros / que mi nariz delatan y en el aire perduran”. Y
el Poema LVI: “Piensa en la alegría de ir a vivir juntos allá”. El
aire orgiástico, “los soles ponientes revisten calientes los
canales”: “Las más raras flores / sus vagos olores / con el del ámbar
mezclarían”. Esa “rara y hermosa comarca”, “donde la dicha es la desposada del silencio”, es “el país de Cucaña” donde Don Domingo irá a morir. “Vivo y siento la gloria de vivir en una especie de apéndice a la vida ya concluida”.. “¡Allí es donde hay que ir a vivir, es allí donde hay que ir a morir!. Si; allí es donde hay que ir a respirar, soñar y alargar las horas con lo infinito de las sensaciones”. “Sí; sería bueno vivir en esa atmósfera, allá lejos, donde las horas más lentas contienen más ideas, donde los relojes dan la hora de la felicidad con solemnidad significativa y profunda”. La
luminosa Asunción en el sueño sarmientino, el viaje baudelaireano a Cucaña
(A. Belin Sarmiento,l “El joven S.”, Post Facio, 1929). El
horizonte espléndido que contempla; el “país singular, superior” que
extasía al joven Charles (ver P. Fariña Núñez, “Los amores de S.”,
cap. XII). Esos días alcióneos ilustran el tiempo poético
baudeleaireano evocado en “Fusées”
(“Diario íntimo”, escrito en 1851 y publicado en 1887), en el que el
sentimiento de la existencia se torna más intenso, “incrementa
fabulosamente” el tiempo y la eternidad. “Sé siempre poeta, aun en
prosa”. En
correspondencia a su hermana Bienvenida, mayo 21 de 1888, canta también
su oda renacentista a un paisaje estimulante y de ensueño,
“naturaleza lozana y pintoresca”. “Majestad y belleza
primaverales”. “Grande espectáculo”. 12.-
La civilización. La
“civilización espiritual” del Poeta consiste en una mayor
religiosidad, más auténtica, en una aspiración a la pureza de la vida
paradisíaca. En su “Mi corazón al desnudo” (cap. XXXII, public. póstuma), alejado de los criterios progresistas habituales, enuncia su “Teoría de la verdadera Civilización”: No reside en el gas, ni en el vapor, ni en las mesas de tres patas”. Subestima las calificaciones del Liberalismo y del Positivismo, científicas y seudocientíficas. Enuncia
su juicio de raíz Teológica: “sino que reside en la disminución de
los rastros del pecado original”. El hombre necesita un saber salvífico,
la Gracia que lo cualifique como Persona, que lo transforme en un ser vertical, tensado hacia el Bien, tal como en nuestro tiempo
lo expone, p. ej., Ch. Von Schönborn, en su “Esbozo de la doctrina
cristiana del pecado original”, (en “Communio”, a. 1, nº 4, nov.
1994). Ha
de superarse este mal originario, aspirando
a una armonía cósmica, en ello, nada menos, consiste la teoría
baudelaireana. “Escucha de Dios”, ahondamiento del suelo fecundo del
Bien. Se acentúa esta interpretación desde su optimismo de la
plenificación humana por la razón (también “La filosofía y el pecado
original” Peter Henrici, “Communio”, ed. cit.). Coinciden
S. y B. en adoptar una teoría de la Civilización en el sentido
primordial de acrecentamiento típicamente humanizante, que se refiere más
a lo subjetivo que a los objetos: crecimiento moral, hominización. “Los
pueblos todos pueden ser superiores, por su energía y por su dignidad
personales” B.). El auténtico avance se percibe en el mejoramiento
ambiental y enaltecimiento de los valores humanos. S.
concilia en su noción,
vertebradora de toda su acción múltiple de estadista, la perspectiva de
la posesión de los bienes materiales, con la posibilidad del desarrollo
intelectual y ético. Mirada antropológica, unitiva, enfoque social
integrador. Una evolución superior de la conciencia individual y
colectiva, de la Persona y del Ciudadano. La
civilización hace oídos al espíritu Divino, adquiere en el pensamiento
sarmientino el símbolo metafísico de “el espíritu de Dios marchando
sobre las aguas” (Discurso en la Exposición de Córdoba, 1871). En el pensamiento cristiana de B. se identifica con la Redención del Hombre, la consagración de las cualidades del Espíritu, los dones de la Belleza, la elevación por el amor a Dios. Se yergue como rebelde Albatros contra la despoetización del mundo. S.
viejo considera imposible su actuación durante el período de corrupción
de la conciencia nacional previa a la crisis del ‘90. Su alma íntegra y
ardiente, su rigorismo moral, “comme une âme sainte”, chocan
estrepitosamente como las grandes alas de “L’Albatros” contra la
ruindad y la tontería públicas.. “En B., el sentimiento del hombre pecador (...) permanece inmutable...El pecado es inherente a la naturaleza: B. detesta la naturaleza... Toda civilización verdadera es una reacción contra la naturaleza, una atenuación del pecado original” A. Thibaudet (“La generación de 1850. B.”, en su “Historia de la literatura francesa desde 1789 hasta nuestros días”, Losada, 3ª ed., 1957, p. 278-285). Es consustancial a las dotes del genio baudeleaireano el poder de su Profecía y la manifestación de su peculiar “Cristianismo Interior”. Anuncia la decadencia de aquellas naciones en que los valores de Dignidad Ciudadana, de la Libertad y la Responsabilidad, hayan disminuido. Sentencia desde su “diabolismo” y su “esteticismo”: la “animalité genérale” avanzará en la medida en que disminuirá la civilización, el reinado de los deberes y derechos humanos y todo principio de vida alta y cristiana o de aristocracia del espíritu.
“Rara
vez una un Poeta colocó tan alto la Inteligencia” (Roger Caillois,
“Intenciones”, 1980, Sur,
p. 235-254: “Lugar de la Poesía de B.”). La
Barbarie baudelaireana finca en su concepto satánico de la época
moderna, la desacralización e inesteticidad de la era mercantil burguesa.
Nuestro eón del adelanto civilizatorio –según escribe en su Proyecto
de Prefacio para la segunda edición de “Las flores...”- “ha
adquirido un espesor de vulgaridad tal, que otorga al desprecio del hombre
espiritual la violencia de una pasión”. La
Barbarie sarmientina contiene todo su odio y su inmensa capacidad de
combate contra el Analfabetismo, la desorganización polítca de los
gobiernos, el desierto geográfico e intelectual, la inconstitucionalidad
y la precariedad moral y material de la vida pública y privada. Cultura
Ciudadana y Civilización ofician sinónimamente en la teoría racional de
S. “Facundo”, 1845: “allí están las leyes, las ideas de Progreso,
los medios de Instrucción, alguna Organización Municipal, el Gobierno
Regular”. Perfección del Ideal de la República: el Bien extendido a
todo el pueblo, la libertad consciente, el trabajo colectivo. “El
mal existirá siempre en la tierra; pero hoy más que nunca, los pueblos
libres brillan por sus virtudes” (Discurso de S. en 1886, Obras, t. 22).
Ése considera su máximo
legado de Profeta de las Ideas: el postulado de
que el estado civilizatorio esencialmente comprende la idea de
dignificación humana. “Una población con vecinos activos,
morales e industriosos” es su utopía (cap. XV del “Facundo”:
“Presente y Provenir..”). Interpretación sarmientina desde el texto bíblico: Génesis, I, 1, 28, “enseñoreáos
de la tierra. El orden para el bien como primera ley de la Creación”.
“El orden es la primera ley de los cielos” (1849, Obras de S., t. 11). Diagnóstico negativo del Poeta galo, crítico de la Civilización: “los signos de la más espantable perversidad humana”, guerra y crímenes del llamado “hombre civilizado”, ausencia de pureza y de caridad (“Mon Coeur mis á mí”). Eclipse del Poeta y del Santo y del Soldado. “Los únicos grandes entre los hombres”, los mayores ejemplares ideales supremos de Hombre: “el hombre que canta, el hombre que bendice, el hombre que sacrifica y se sacrifica” (ob. cit., XXVI). “No existen más que tres seres respetables, el sacerdote, el guerrero, el poeta. Saber, matar y crear” (íd., XIII-22). “Sólo
puede existir progreso (verdadero, es decir, moral) en el individuo y por
el individuo mismo” (íd., IX). “La actividad material, exagerada
hasta las proporciones de una manía nacional, deja en los espíritus muy
poco espacio para las cosas que no son de la tierra” (“Poe, su vida y
sus obras”, 1856). Por eso denuncia descarnadamente el infantilismo
del mundo yanqui: “el Progreso, la gran idea moderna como un éxtasis
de papamoscas”. Abomina
de “ese mundo prendado de los perfeccionamientos materiales”, “esa
sociedad ávida de conmociones, enamorada, sobre todo de una vida llena de
excitaciones, un mundo glotón, hambriento de cosas materiales”. Consecuente
con su cuestionamientos del progreso incesante, “esa gran herejía de la
decrepitud”, fundamenta su admiración por el “Coloquio entre Monos y
Una” donde el escritor norteamericano “lanza a torrentes su desprecio
y su asco sobre la democracia , el progreso y la civilización...” (ob.
cit.). En
el citado prólogo a los cuentos de su admirado Edgar Allan Poe
(1809-1849), B. canta agudamente el elogio de la “barbarie de los
pueblos salvajes” que consagran el valor del poder espiritual, del
coraje personal, del heroísmo del trabajo y la poesía y magia del
Cosmos. “¿Compararemos nuestros ojos perezosos y nuestros amortiguados
oídos, a esos ojos que traspasan la bruma y a esos oídos que oirían
crecer la hierba?” (ob. cit. II). Centra
su ataque lúcido e implacablemente sarcástico en esa etiqueta de
superficialidad y puerilidad, consubstancial en el estado yanqui (que
tanto desengañara a S., como todo el concepto Iluminista del Progreso, en
sus años postreros), y de materialismo frankliniano: “tales son algunos
de los rasgos salientes, algunas de las estampas morales del noble país
de Franklin, el inventor de la moral de mostrador, el héroe de un siglo
consagrado a la materia”. (“Nuevos comentarios sobre E. Poe” I,
1857, Prólogo a su traducción de “Nuevas historias
extraordinarias”). Suscribirían ambos este pensamiento remarcable del ilustre escritor español “Azorín” (1873-1967) en su “El chirrión de los políticos” (1923): “Las ideas mueven al mundo..., son las más poderosas de las acciones... Los verdaderos hombres de acción son los hombres de pensamiento. La justicia es cosa etérea, sutil, impalpable. La justicia es la sensibilidad de los mejores. Justicia es poesía”. |
Guillermo
Gagliardi
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