EL GRITO SAGRADO: |
RESUMEN Enfoca al cine argentino
durante el período de los dos primeros períodos presidenciales de Juan
Domingo Perón, creador y líder del peronismo, hasta su derrocamiento por
la Revolución Libertadora. Se analiza la política gubernamental respecto
de la industria cinematográfica, los grandes temas reflejados en la
pantalla, las figuras de la época y demás aspectos relacionados con la
producción de películas: legislación, política crediticia, etc.; en el
contexto de una época donde el cine era el entretenimiento favorito de la
mayoría de los argentinos. Si bien intentamos aquí
analizar el cine ligado al período de las dos primeras presidencias de
Juan Domingo Perón, este trabajo forma parte de un estudio de mayor
amplitud temporal y temática, que intenta mirar al cine argentino desde
una perspectiva de casi un siglo. Hemos elegido la época peronista por
dos razones: la primera es que fue una etapa en la que el cine era el
entretenimiento favorito de la mayoría de los argentinos, lo cual lo hacía
un medio idóneo para la penetración ideológica, que, debemos reconocer,
en muy escasas ocasiones fue explícita, pero que se dejó sentir, por
acción u omisión, en gran cantidad de películas de la época. Luego,
por lo que significa como documento de un momento político y cultural de
gran trascendencia en el país, y cuyas consecuencias aún hoy pueden
palparse a diario. Visto a la distancia, lo que ha quedado del régimen en
los noticieros de la época, las manifestaciones, las grandes multitudes
gritando los nombres de sus líderes, los discursos del General y las
arengas de Evita, la Plaza de Mayo, el famoso escenario frente al
Ministerio de Obras Públicas desde el cual renunció Evita a su
candidatura a la vicepresidencia, los gigantescos retratos, la ciudad cubierta
de flores, los crespones y la gente llorando cuando ella murió: todo
evoca una filmografía, un gran tinglado dominado en la cumbre por una
pareja arquetípica y de gran atractivo popular. Un militar uniformado (el
sueño que hacía suspirar a muchas mujeres) y una joven rubia que venía
de interpretar famosas heroínas de la historia universal en la radio, y
que en sí misma era ya una heroína que cumplía la parábola de surgir
de la nada y llegar al centro del poder. En una breve mirada
retrospectiva, se puede definir la situación del país en los años
previos a la llegada del peronismo, y anexa a ella la condición del cine
argentino. La década del 30 se había iniciado con el primero de la larga
serie de golpes militares que a lo largo de cincuenta años hicieran
perder a los argentinos la convicción democrática. La sociedad de esa época
era una estructura machista en la cual los roles de cada sexo estaban
perfectamente definidos. Triunfaba el hombre fuerte, el hombre de acción;
los escritores, filósofos y pensadores (Borges, Bioy Casares, Scalabrini
Ortiz), podían dar o no su visión de la sociedad, según su grado de
compromiso ideológico, pero su influencia estaba limitada a su grupo de
pertenencia y no alcanzaba un nivel masivo de popularidad. De la misma
manera, el papel de la mujer respondía a las tradiciones española e
italiana. La mujer permanecía en el hogar, debía ser esposa y madre,
celosa guardiana de la unidad familiar y símbolo nutricio, pero si por
acaso, como ocurría con las obreras de las fábricas de las clases bajas,
debía salir a trabajar fuera de su casa, no podía evitar que la
maledicencia popular tendiese cuanto menos un manto de dudas sobre su
reputación. Eran comunmente llamadas "fabriqueras". Sin duda ya
existían mujeres esclarecidas que participaban en políica, como Alicia
Moreau de Justo, o que buscaban ocupar un lugar
en la intelectualidad, como Victoria Ocampo o Alfonsina Storni,
esta última incluso con el agravante de ser madre soltera. Pero, con otro
matiz eran consideradas transgresoras, también sobre ellas caía la
censura de los bienpensantes y no eran tenidas en cuenta a la hora de las
grandes decisiones. El título del presente
trabajo remite a una escena de película que se nos antoja representativa
para iniciar nuestra exposición y que se entronca con un cambio radical
en esta visión de la mujer. El
esclavo mulato llega malherido a la casa de Mariquita Sánchez de Thompson
y cae muerto a los pies de su ama. Pasado el primer instante de dolor, la
dama, imbuida de fervor patriótico, arranca la camisa ensangrentada del
cadáver, y enarbolándola como bandera, se lanza a la calle. La siguen
primero sus amigas, luego los esclavos y el pueblo todo, armados
precariamente con palos y piedras, mientras ella canta canciones contra
los ingleses que han invadido Buenos Aires. Su entusiasmo genera la lucha
final y los invasores son derrotados. Esta escena pertenece a
la película "El Grito Sagrado" filmada en Argentina
entre 1953 y 1954, y estrenada el 25 de mayo de 1954 (cabe recordar que en
esa fecha se conmemora la instauración de la Primera Junta de Gobierno,
que da fin al virreinato del Río de la Plata y marca el comienzo de las
luchas por la independencia). La secuencia en sí misma sería un buen
ejemplo de síntesis dramática, de acuerdo con los criterios narrativos
del momento, pero reviste además otro tipo de interés, ya que Fanny
Navarro, la protagonista del film, era en esa época la presidenta del
Ateneo Femenino "Eva Perón", que nucleaba a las actrices
adictas al régimen. La elección de esta figura para representar
a una patriota que enfervoriza a las masas, y los símbolos
elegidos en la escena, la transforman en una alegoría transparente de los
acontecimientos ocurridos el 17 de octubre de 1945. Ese día, consagrado
por la mitología peronista como "Día de la Lealtad Popular",
Eva Duarte, entonces una actriz mediocre ligada sentimentalmente a Perón,
enarboló la bandera de los "descamisados" (los
obreros) y encabezó el movimiento popular que atrajo a miles de personas
hasta la Plaza de Mayo para reclamar y obtener la libertad de su líder,
quien se encontraba prisionero de sus propios compañeros militares,
molestos por la preponderancia que había adquirido en pocos años ante la
clase trabajadora. El episodio fue narrado por la propia Eva Perón (y su
hagiógrafo, el español Manuel Penella de Solva) en su libro "La Razón
de mi Vida": "Me largué a la calle buscando a los amigos que
podían hacer todavía alguna cosa por él. Fuí así, de puerta en
puerta. (...) A medida que iba descendiendo desde los barrios orgullosos y
ricos a los pobres y humildes, las puertas se iban abriendo generosamente,
con más cordialidad".[1] El anterior es un ejemplo
de la manera en la que el peronismo, que fuera luego partido gobernante
entre 1946 y 1955, procuró influir ideológicamente a través de los
mensajes contenidos, casi siempre de manera elíptica o subyacente, en las
películas filmadas en Argentina durante ese período. El cine no fue, por
supuesto, el único medio elegido para esa influencia. Los periódicos,
las radios, los libros de texto, también sufrieron la presión de un
gobierno omnipresente que buscaba celebrar y dar a conocer sus logros,
reales o ficticios, de todas las formas posibles. Pero la gran aceptación
masiva del espectáculo cinematográfico, lo transformó en uno de los
canales preferidos, sobre todo porque en él la propaganda podía quedar
encubierta bajo el atractivo de la historia narrada. En un comienzo, esa
influencia no se produjo de manera abrupta, sino que adoptó el carácter
de distintas medidas gubernamentales que buscaban defender la industria
cinematográfica local, la cual se encontraba atravesando un período de
crisis ante la escasez de película virgen procedente de los Estados
Unidos, que había traído aparejada la Segunda Guerra Mundial, y además
por el abandono de la vertiente temática popular que lo había hecho
interesante en la década anterior, como medio de conocer la psicología y
las costumbres argentinas para los públicos de otras regiones de América
e incluso de Europa. En efecto, a películas tan profundamente argentinas
por su tema y ambientación como "Viento Norte" (1937,
Mario Soffici), "Prisioneros de la Tierra" (1939, Mario
Soffici), "Así es la Vida" (1939, Francisco Mujica), "Tres
Hombres del Río" (1942, Mario Soffici), "La Guerra
Gaucha" (1942, Lucas Demare), etc., y a personalidades tan carismáticas
como las de Libertad Lamarque o Luis Sandrini, se había preferido en la década
del 40, seguir un proceso de falsa universalización, con temas
ambiguamente ubicados en lo geográfico, o con adaptaciones de obras
famosas de la literatura europea, que en su mayoría resultaron
pretenciosas o ficticias. Esto habia llevado a que mercados anteriormente
dominados por la Argentina se volcaran, por ejemplo, a México, con el
resultado de grandes pérdidas económicas para los productores, y de un
alejamiento del público, en especial el de las clases media y alta, que
prefería las películas norteamericanas. En
1947 se dicta la Ley 12.999 que establece la obligatoriedad de exhibición
de las películas nacionales, y el mismo año Raúl Alejandro Apold es
nombrado Director de Difusión de la Subsecretaría de Informaciones de la
Presidencia de la Nación. Este era un siniestro personaje, que había
sido Jefe de Prensa de Argentina Sono Film y luego director de
"Sucesos Argentinos", pero cuya vinculación con la actividad
cinematográfica era sin duda menor que su absoluta fidelidad al régimen.
A él se debió la selección previa de los argumentos que podían o no
ser filmados, y la inclusión en muchos casos de textos o secuencias
favorables a la realidad política del momento. Esta situación se agravó
cuando a los dos años (1949),
fue nombrado Subsecretario de Informaciones, y según palabras textuales
de Domingo Di Núbila en su insoslayable "Historia del Cine
Argentino":...se convirtió en el zar del cine.[2]
Bajo su control, que incluyó un recrudecimiento de la censura a
partir de 1948, cada vez fue más peligroso plantear temas de carácter
social, como había sucedido en el pasado, por ejemplo con "Kilómetro
111" (1938, Mario Soffici), que había significado un honesto
intento de denunciar la corrupción en las grandes empresas ferroviarias
en perjuicio de los trabajadores, en "El Mejor Papá del
Mundo" (Francisco Mujica, 1941), en la que un grupo de
empresarios extranjeros asistido por argentinos influyentes acosaba a
pequeños propietarios del litoral para quedarse con sus tierras, o en "La
Hija del Ministro" (también Mujica, 1943), que trata la corrupción
entre funcionarios y políticos oficialistas. Estas películas quedan como
curiosidades ya que el régimen de facto instalado en 1943 no veía bien
los planteamientos críticos sobre la vida nacional, no se podía mostrar
gente sin esperanza, la Argentina era un mundo feliz y próspero, y los
grandes temas de conflictos humanos, que son la esencia del cine, no podían
rozar a los argentinos y transcurrían en lugares lejanos. Esto se ahonda
en el peronismo porque bajo el reinado de Apold, recuerda Felix Luna:
"ni una línea en los diarios, ni una frase en la radio, ni una
imagen en la pantalla escapaba al atento control del aparato propagandístico
del régimen.[3]
Resulta sintomático que la única película que durante el
gobierno peronista procuró reflejar un problema social verdadero, como la
carestía de la vida, "La Calle Grita" de Lucas Demare,
se filmara en 1948 y no tuviera continuadores en esa línea. Este film es
definido por César Maranghello como "una última incursión
riesgosa, contemporánea, bajo el peronismo".[4]
La imposibilidad de encarar seriamente cierto tipo de temas que
fueran más allá del costumbrismo o el entretenimiento, fue descripta de
manera dramática por el productor Atilio Mentasti, uno de los dueños de
Argentina Sono Film, tal vez la productora más poderosa de la Argentina
en aquellos momentos: "Se puede hacer una película importante sobre
lo que pasa en el país, pero quién se atreve a hacerla, a hacerla en
serio...Mañana recibe usted una amenaza o le pegan un tiro..."[5] Sin llegar a tales
extremos de peligro para la propia vida, que desdichadamente se alcanzarían
años más tarde bajo la presión de la tristemente célebre "Triple
A", a las órdenes del siniestro José López Rega, lo cierto es que
muchas figuras vieron interrumpidas sus carreras cinematográficas por el
mero hecho de no coincidir con la línea política del partido gobernante.
Libertad Lamarque fue la primera que debió abandonar el país a raíz de
una bofetada que se cuenta le asestó a la entonces Eva Duarte durante la
filmación de "La Cabalgata del Circo" (1944, Mario
Soffici), y que ya ha entrado en la leyenda del mundo del espectáculo,
puesto que en la actualidad la señora Lamarque se refiere al episodio
ambiguamente y sin confirmar ni desmentir su veracidad. El hecho es que
Eva Duarte llegó a ser Primera Dama en 1946, luego de su casamiento con
Perón y de que éste ganara las elecciones para presidente, y que, por
coincidencia, la última película de Libertad en Argentina fue "Romance
Musical" (1947, Ernesto Arancibia), e inmediatamente continuó su
carrera en México durante más de una década. También Francisco Petrone
corrió la suerte del exilio, Luisa Vehil fue agredida por matones por no
ser peronista, y otras figuras tales como Paulina Singerman e Irma Córdoba
dejaron de ser contratadas para nuevos proyectos sin explicación
plausible. Esta situación trajo aparejada la deserción de actores y
directores como Orestes Caviglia, Niní Marshall, Delia Garcés, Susana
Freyre, María Rosa Gallo, Arturo García Buhr, Aída Olivier, Pedro López
Lagar, Susana Canales, Hugo Fregonese, Alberto de Zavalía, Luis
Saslavsky, Carlos Hugo Christensen y otros, quienes se ausentaron de la
Argentina de manera definitiva o periódica durante los años objeto de
nuestro estudio. Este
vacío de las carteleras, en algunos casos se compensó con la aparición
o el ascenso de algunas figuras nuevas, tales como Jorge Salcedo, quien
mostrara su recia personalidad en "Apenas un delincuente"
(1949, Hugo Fregonese), o Lolita Torres, que se reveló como la exponente
más notable de la juventud argentina de la época, y que aportó
frescura, simpatía y sobre todo sinceridad en una cinematografía que se
destacaba por su acartonamiento e hipocresía. Sus películas fueron
escapistas, sí, pero al menos no estuvieron contaminadas de ideologías
mesiánicas. Además, fue la única llave para que nuestros films
ingresaran en mercados extranjeros, dado el enorme suceso que obtuvo en
Rusia y en los países del Este a partir del éxito de "La Edad
del Amor" (1954, Julio Saraceni).
En otros casos, en cambio, se produjo el encumbramiento de algunos
actores o actrices cuya mejor carta de presentación era su afiliación
política. A este respecto, pueden citarse dos ejemplos claros. Uno es de
la ya citada Fanny Navarro, quien pasó de ser segunda figura de Niní Marshall
en "Mujeres que Bailan" (1949, Manuel Romero), a
encabezar elenco en "Marihuana" (1950) y "Suburbio"
(1951), ambas dirigidas por León Klimovsky, hasta ser protagonista
absoluta de "Deshonra" (1952, Daniel Tinayre) y "El
Grito Sagrado" (1954, Luis César Amadori). Acerca de "Suburbio",
historia de una villa miseria que se transforma en un barrio reluciente
por la acción social del gobierno, existe la anécdota curiosa de que el
personaje de la Navarro era el de una muchacha orillera, pero su vestuario
en la película era de Christian Dior, lo que provocó risas en el cine de
estreno, pese al dramatismo de los hechos.[6]
Fanny Navarro no fue una mala actriz, si bien tenía un decir un
poco ampuloso y recitativo. Lamentablemente, su mejor actuación, en "Martha
Ferrari" (1955, Julio Saraceni) sobre la obra de Carlos Gorostiza,
se estrenó luego de la caída de Perón en una sala de segunda línea,
cuando ya se había iniciado el ostracismo de la actriz y pasó casi
desapercibida. Su carrera culmina tristemente con una escena de "Desnuda
en la Arena" (1969, Armando Bo), una película de Isabel Sarli en
la cual ni siquiera aparece su nombre entre los créditos principales.
Probablemente esta lamentable parábola se deba a la venganza por
su arbitrario uso del poder cuando era la presidenta del Ateneo Femenino
"Eva Perón", y por el escándalo suscitado por el nunca
aclarado suicidio de Juan Duarte, hermano de Evita, quien era su amante y
sobre quien cayeron sospechas de negociados y malversación. El
otro ejemplo notable etre las actrices protagónicas es el de la muy
conocida Zully Moreno. Durante la época peronista, tanto ella como su
esposo, el director Luis César Amadori, formaron parte del directorio de
Argentina Sono Film, lo cual le aseguraba a ella los mejores papeles
femeninos, y a él, considerado un gran director, los presupuestos más
abultados para filmar. La realidad era que Amadori tenía una técnica
segura, pero evitaba cuidadosamente cualquier tipo de compromiso social en
los argumentos de sus films, que muchas veces escribía o adaptaba él
mismo bajo el seudónimo de Gabriel Peña, lo que lo convertía en un
cineasta confiable y libre de sospecha en función de la imagen de país
que el peronismo pretendía divulgar. Agustín Mahieu lo describe con
estas palabras: "...el símbolo que caracteriza a este período habría
que encarnarlo en Luis César Amadori, que desde "Albeniz"
(1947) y "Dios se lo Pague" (1948), hasta "El
Grito Sagrado" (1954) mantiene un hábil manejo de la
trivialidad, el efectismo dramático y la artificialidad congénita de las
situaciones. Este cine encarna perfectamente las ambiciones arribistas y
pequeñoburguesas de los sectores que lo apoyan. Sin sinceridad ni
inquietudes, los films de Amadori ignoran la injusticia social, las
desigualdades, los problemas".[7]
Cuando los reconoció, como en "Almafuerte"
(1949), biografía del escritor y maestro socialista Pedro B. Palacios,
"se suprimieron aspectos fundamentales de su personalidad y su lucha,
y se le hicieron decir dudosas frases proféticas acerca de un sospechoso
mesías".[8] Su
esposa, Zully Moreno, una mujer bellísima y de fuerte personalidad, no
fue nunca una gran actriz, pero sí una estrella en el sentido del lujo
visual, los espléndidos vestuarios y decorados y el cuidado formal que
rodeaba sus películas, A ella le estaban destinados los personajes de
mujeres fatales, ricas o mantenidas por hombres de gran poderío económico,
que eran redimidas en el último rollo por el verdadero amor, la
enfermedad o la muerte. Estos argumentos, muchas veces basados más o
menos libremente en obras famosas, estaban al servicio de su protagonista,
quien presentaba innumerables variantes de un mismo, estereotipado
personaje. Según el crítico uruguayo Jorge Abbondanza, poseía "una
incapacidad expresiva igualmente famosa. Los espectadores veteranos sabrán
recordar que la única herramienta elocuente de la actriz eran sus cejas,
cuya movilidad podía ser sorprendente en los momentos de compromiso dramático".[9]
Entre sus films podemos citar "Nacha Regules"
(1950, Amadori, sobre novela de Manuel Gálvez), "La Mujer de las
Camelias" (1953, Ernesto Arancibia, sobre la obra de Alejandro
Dumas), "El Barro Humano" (1954, Amadori, sobre novela de
Luis Rodríguez Acasusso), y "Amor Prohibido" (1956,
Amadori, sobre "Ana Karenina" de Tolstoi): Con esta última película
se suscitó un hecho curioso. Cuando el gobierno peronista fue derrocado,
en septiembre de 1955, por la Revolución Libertadora, se iniciaron
procesos e investigaciones contra diversos integrantes de la colonia artística
(Fanny Navarro, Tita Merello, Hugo del Carril, entre otros), sospechosos
de haberse enriquecido aprovechando su simpatía y sus contactos con el régimen
depuesto. Entre los investigados se encontraban también Zully Moreno y
Amadori, quienes, en ese momento estaban filmando "Amor
Prohibido". La película pudo haberse estrenado en 1956, pero su
estreno fue demorado hasta 1958, una vez levantadas las intedicciones que
habían pesado contra su director. Pero el día del estreno, los títulos
no llevaban el nombre del director y citaban a Ernesto Arancibia, que había
rodado a pedido de Zully, la secuencia del baile, filmada en el Teatro Colón.[10] Luego
de esta película, tanto la actriz como el director continuaron su carrera
en España. Zully filmó cuatro películas: "La noche y el
alba", "Madrugada", "Una Gran Señora"
y "Un Trono para Christie", y Amadori dirigió varios
vehículos para la estrella de la canción Sara Montiel. Posteriormente
ambos se retiraron. En la actualidad, al contrario de lo sucedido con
Fanny Navarro, quien murió olvidada y en la pobreza, Zully Moreno fue
aplaudida y respetada en sus escasas apariciones públicas, y fue
considerada como una de las últimas divas sobrevivientes del sistema de
estrellas de la época dorada del cine argentino hasta su muerte el 25 de
diciembre de 1999. La
imposición de figuras en las pantallas cinematográficas no alcanzó sólo
a los papeles protagónicos, sino sobre todo a los integrantes de los
repartos. Esta afirmación puede ser ejemplificada por el caso de la
actriz Lina Bardo, la cual también pertenecía al Ateneo Femenino
"Eva Perón". Nunca obtuvo personajes importantes, pero su
presencia puede ser notada con breves intervenciones en más de veinte
producciones de la época. Otros casos citables son Pedro Maratea, Angeles
Martínez (ambos activos militantes) Zoé Ducós, Mario Danesi, Perla Mux,
etc. Por
otra parte, en los temas tratados es interesante reproducir la opinión de
Agustín Mahieu: "Curiosamente, y a pesar de ciertas opiniones
apresuradas, los cambios sociales de esta época influyeron muy poco en el
cine argentino, incluso en el de quienes se identificaban con la doctrina
popular que se difundía. Irónicamente, después de la Revolución
Libertadora, los epígonos de la producción nacional reivindicaron como
una gloria no haber hecho nunca "cine político", es decir de
propaganda del régimen. Esto, que es una conciente hipocresía en quienes
disfrutaron las facilidades económicas de esa época, tiene una base de
verdad, pero realmente paradójica. Por carencia. Si se repasa la producción
entre 1945 y 1955, por ejemplo, será prácticamente imposible encontrar
(fuera de los noticiarios y algún documental promocional) ninguna
referencia política determinada".[11]
Según comenta Alberto Ciria: "La propaganda directa y obvia
fue la excepción antes que la regla en el cine, a diferencia del resto de
la sociedad: "El Baldío" (1952, Carlos Rinaldi, sobre la
pieza teatral del burócrata Raúl A. Mendé bajo el seudónimo de Jorge
Mar), no tuvo casi continuadores".[12]
Su filmación fue impuesta pero no contó con el apoyo del público,
fue retirada casi de inmediato de circulación y hoy es prácticamente
inhallable. Sin
embargo, la referencia solapada, subliminal, en forma de alegorías o de
frases sueltas que los personajes expresan, aparece frecuentemente en películas
de la época. En la antes citada "EL Grito Sagrado", además
de la secuencia ya descripta, la protagonista pronuncia varias
sentencias proféticas sobre la patria nueva, el estado ideal que defenderá
a los pobres y oprimidos, como por ejemplo: "El amor al trabajo surge
de la libertad para realizarlo. Un pueblo oprimido no puede amar su
tarea". En la misma película aparece otra simbología relativa a
la vida de Eva Perón. A la protagonista se le niega la entrada al velorio
de su padre, situación que había ocurrido en la vida real con la Primera
Dama, quien en su infancia, por ser hija natural, no pudo entrar al
velatorio de su padre por imposición de la familia legal. El episodio, de
cuya veracidad no puede dudarse, figura en todas las biografías de Evita.[13]
Otros ejemplos que pueden mencionarse, se encuentran en "Deshonra"
(1952), la interventora de la cárcel, papel interpretado por Mecha Ortiz,
habla a las reclusas y explica: "Las autoridades me han hecho el
honor (de otorgarle dicho cargo) para ordenar los principios de humanidad
que inspiran los actos de todo buen gobierno". (...) "La cárcel
debe ser una escuela de readaptación para devolver a la sociedad mujeres
libres"; y cuando una de las presas grita: "Menos discursos y más
comida", la interventora responde que ya no tiene que esconder la
cara para hacer un reclamo, siempre que sea justo. Al fin de la película,
la heroína que ha sido arrastrada al delito por un hombre rico e
indiferente, muere cuando nace su hija que queda como un símbolo de una
nueva Argentina donde la injusticia social quedaba atrás. En
"Barrio Gris" (1954, Mario Soffici) sobre novela de Joaquín
Gómez Bas), la acción original estaba situada en los barrios pobres
aledaños a Buenos Aires, anticipos de las actuales villas miserias. Sin
embargo, en su traslación al cine "se lo obligó a consignar que en
el paraíso justicialista aquellos barrios habían sido reemplazados por
otros blancos donde imperaba el confort y donde los niños podían jugar
felices".[14]
Lo paradójico es que la película había sido filmada en un barrio
de emergencia. La idea del Estado protector que brinda comodidad y sosiego
a los más desposeídos aparece también en "Mi Vida por la
Tuya" (1951, Roberto Gavaldón), donde el protagonista, un
empleado, consigue por medio de un crédito una casa digna para que viva
su madre, con las consiguientes frases de halago para los adelantos
sociales de la época. Un
caso interesante en la propaganda subliminal en las películas de la época
lo encontramos en la policial "Mercado Negro" (1953, Kurt
Land); el film es una apología de la lucha de la Prefectura Naval
Argentina y la Policía Federal contra el contrabando. Salvo un párrafo
panegírico sobre estas instituciones, no existe en apariencia ninguna
propaganda política en el argumento; pero, como al decuido, cada vez que
la acción transcurre en el despacho del Inspector de Policía (Mario
Passano), dos retratos del Presidente de la Nación, uno sobre la pared y
otro sobre el escritorio, contemplan lo que ocurre a la manera del
"Hermano grande" de George Orwell. Paradójicamente, el mismo
recurso propagandístico demoró durante casi dos años el estreno de "La
Bestia Humana" (1955, Daniel Tynaire, sobre la novela de Emilio
Zola). La película se filmó entre 1954 y 1955, antes de la caída de Perón,
y en una secuencia ambientada en una estación de trenes, aparecen dos
retratos del Presidente y su esposa. Esto trajo como consecuencia que el
film recién pudiera estrenarse en julio de 1956, con dicha secuencia
convenientemente oscurecida en laboratorios. Casos
especiales de la intromisión del gobierno en los argumentos y/o en la
explotación de las películas, se dan en "Las Aguas Bajan
Turbias" (1952, Hugo del Carril) y en "Los Isleros"
(1951, Lucas Demare), posiblemente las realizaciones más sinceramente
argentinas del período peronista. Hugo del Carril era de ideología
peronista, había grabado la versión de la marcha partidaria que se
utilizaba en los actos oficiales, y hacía pocos años que se había
iniciado en la dirección cinematográfica, con una vertiente interesada
por lo social: "Historia del 900" (1949) y "Surcos
de Sangre" (1950), eran sus obras anteriores. Quiso filmar la
novela de Alfredo Varela "El río oscuro", que trataba
sobre la explotación de los mensúes en los yerbatales misioneros, tema
al cual también había acudido Soffici en 1939 con "Prisioneros
de la Tierra", sobre relatos de Horacio Quiroga. Pero como Varela
era comunista y en ese momento se encontraba en la cárcel por su ideología,
del Carril fue obligado a suprimir su nombre de los títulos de la película,
que apareció entonces como un guión cinematográfico original de Eduardo
Borrás, en realidad el adaptador. Además fue obligado a suavizar rasgos
psicológicos de los personajes y crueldades de la obra primitiva, y
"sobre el final, tuvo que injertarse una referencia al nacimiento de
los sindicatos y a su fuerza en la Argentina, para que no se pensara que
aquí sucedían estas cosas".[15]
Pese a estas limitaciones, el film tuvo fuerza y convicción, y
gran éxito de público y crítica en su estreno. Sin embargo "un
diario acusó a Hugo del Carril de haber cantado en Montevideo la noche de
la muerte de Eva Perón, y la consecuencia fue que la película quedó
desterrada del cartel por varios meses, con el perjuicio consiguiente para
su explotación".[16]
Esta denuncia periodística, publicada por Apold en el diario
"Crítica" del 17 de diciembre de 1952, le valió también a del
Carril la anulación de un contrato con Artistas Argentinos Asociados, la
pérdida de un contrato en Radio Splendid, donde hubiera debido debutar en
marzo del 53, y la imposibilidad de cumplir giras por Latinoamérica.[17] El
caso de "Los Isleros", filmada en 1951, hay que
interpretarlo a través de la negativa de su protagonista masculino,
Arturo García Buhr, de firmar un documento favorable a la campaña
electoral peronista previa al segundo gobierno (1952-1955). García Buhr
"a poco de conocerse su extraordinaria interpretación (...) fue
declarado tabú por la dictadura. La prohibición de García Buhr, por
negarse a colaborar con la propaganda oficialista, justo en el momento en
que honraba al arte dramático con aquel espléndido trabajo, acrecentó
el desaliento de la gente sana de nuestro cine".[18]
Las consecuencias se hicieron sentir sobre el actor y sobre la película.
García Buhr, como tantos otros, debió exilarse, y "Los
Isleros" sufrió la interrupción de sus exhibiciones porque la
sala donde se había estrenado, el cine Opera, fue clausurada con la
justificación de que los boleteros habían retirado indebidamente
entradas de la taquilla para su reventa posterior: "no fue difícil
inferir que, a falta de pretexto para liquidarla de algún modo, se había
optado por lesionar su explotación: el intento fracasó porque, al
reabrirse el Opera. "Los Isleros" volvió a darse con
gran éxito.[19]
Posteriormente representó a la Argentina en el Festival Cinematográfico
de Venecia, pero los carteles de publicidad tenían sólo el nombre de
Tita Merello, y obviaban el de García Buhr. Según
afirma Di Núbila: "Los sensibilizados radares de la gente de cine
captaron la significación de estas agresiones ordenadas "desde
arriba" contra las dos mejores películas hechas bajo y a pesar del
peronismo. Estaban destinadas a advertir que era peligroso hacer grandes
películas, o por lo menos más grandes y exitosas que las filmadas por
ciertas eminencias grises cuya influencia dependía de que se siguiera
creyendo que eran los mejores. La maniobra consiguió su objetivo,
porque en los tres años siguientes fueron poquísimos los que se
atrevieron a emprender realizaciones de envergadura.[20] Otro
caso de un director original que debió exiliarse por disgustar al régimen
con una obra distinta, es el de Luis Saslavsky con "Vidalita"
(1949). Esta película buena e inteligente abordó con humor y buen gusto
la historia de la campaña al desierto de la época rosista y presentó
uno de los mejores trabajos de Mirtha Legrand como el gaucho Vidalita, niña
obligada a disfrazarse para ser aceptada por su abuelo misógino, con la
consecuencia de las "ambiguas" relaciones que se establecen
entre "el" joven y el oficial interpretado por Fernando Lamas.
Fue un plato difícil de digerir para
los críticos de los diarios oficiales y los funcionarios de la
Subsecretaría. Se la consideró un ultraje al gaucho y al pasado
argentino, fue retirada enseguida de la exhibición, y Saslavsky debió
emigrar a Francia, donde continuó filmando, y recién regresó a la
Argentina para realizar, en 1963, "Las Ratas", una
coproducción con España, protagonizada por Aurora Bautista y Alfredo Alcón.
Un
punto interesante para ser resaltado es el de las películas dedicadas a
exaltar a las Fuerzas Armadas, al estilo de las filmadas a finales de la década
del 30: "Cadetes de San Martín" (Mario Soffici, 1937: el
ejército); "Fragata Sarmiento" (Carlos Borcosque, 1940:
la marina); "Alas de mi Patria" (Borcosque, 1939: la
aviación). Durante la época peronista se filmaron "La Ultima
escuadrilla", (Julio Saraceni, 1951); "Crisol de
Hombres" (Arturo Gemmiti, 1954) y "Surcos en el Mar"
(Kurt Land, 1956). Probablemente la más representativa de las tres sea "Crisol
de Hombres", en la cual se pinta al servicio militar obligatorio
y a la vida de los reclutas en los cuarteles como un microcosmos lleno de
amistad y solidaridad, con las autoridades preocupadas por los problemas
de sus subalternos y siempre dispuestas a dar una palabra serena o un
ejemplo aleccionador. Esta visión fariseica contrasta con lo que era en
realidad la experiencia del servicio militar, muchas veces con su carga de
sometimientos y humillaciones, hasta su derogación en 1994. Sobre
este particular sería pertinente tratar de establecer la coincidencia
existente en dos momentos puntuales de la historia argentina del siglo XX
y su correlación con el cine como instrumento propagandístico. Tanto las
películas citadas en primer término, como las de la época peronista,
fueron filmadas bajo gobiernos totalitarios o muy acotados en sus
expresiones democráticas. Las de la década del 30 aparecieron durante
los gobiernos de Justo (luego del golpe militar que derrocara a Yrigoyen)
y de Ortiz (gobierno prohijado por el anterior en elecciones
fraudulentas), y las restantes bajo Perón. La misma situación se ha
repetido en Italia bajo Mussolini, en la Alemania de Hitler y en los
Estados Unidos durante la Segunda Guerra Mundial, si bien en todos los
casos la excusa fue que era una forma de alentar el patriotismo. La
propaganda subliminal llegó al extremo de hacerle decir a Luis Sandrini,
en la versión cinematográfica de su gran éxito teatral "Cuando
los Duendes Cazan Perdices" (Luis Sandrini, 1955), refiriéndose
al hermano criado por una familia adinerada y que se niega a reconocer a
su verdadera madre: "Ya van a ver estos oligarcas", término
con el que el peronismo se refería despectivamente a las clases altas,
por lo general opositoras al régimen. Estas simples palabras, puestas
en boca de una figura de tanta raigambre popular como Sandrini,
establecían claramente la antinomia "ricos = egoístas, crueles e
indiferentes; pobres = sacrificados, solidarios y generosos", lo que
era una simplificación de las divisiones sociales pero que había
resultado muy útil para los fines demagógicos del peronismo. El
medio más idóneo para trasmitir la propaganda oficial fueron los
noticieros de actualidades. Es preciso recordar que el todopoderoso Apold
había sido, en 1946, director del Noticiero Panamericano y de Sucesos
Argentinos, los que luego, dado su rango de funcionario, quedaron
directamente bajo su órbita de control. El 1o. de abril de 1952, el
gobierno decretó que "los noticiarios nacionales -a los que se sumó
el Semanario Argentino de Alberto González- tendrían que
exhibirse en la sección básica de los programas".[21]
Además desde 1948 los noticiarios habían sido obligados a
entregar al gobierno los negativos de lo filmado en 1944 y en los nueve
primeros meses de 1945. Con
este decreto de obligatoriedad, cada semana aparecía en pantalla la
figura del presidente o de sus adláteres en diversos actos,
inauguraciones, ceremonias de clausura, actividades oficiales, deportivas
o sociales, que difundían hasta el menor gesto de gobierno y lo
transformaban en omnipresente. Esto no habría sido totalmente censurable
si a la vez se hubiesen incluido otras iniciativas privadas o provenientes
de la oposición. Pero al silenciarse todo lo que no se originaba en el
gobierno, su presencia en pantalla resultaba ominosa y rechazante para los
que pretendían un pluralismo verdaderamente democrático. Pese
a todo lo dicho, no fueron numerosos los casos de películas de exhibición
prohibida. A este respecto puede citarse la norteamericana "Decepción:
(All the king's men, 1949, Robert Rossen), que ese año ganara tres
Oscars de la Academia de Artes y Ciencias de Hollywood, cuyo estreno en la
Argentina se demoró hasta 1956, ya que su temática acerca del ascenso de
un dictador resultaba demasiado semejante a la situación política
imperante bajo el peronismo.[22]
También se demoró por las mismas razones temáticas la película "Crisis"
(idem, 1949, Richard Brooks), sobre un médico americano complicado en una
intriga en un país sudamericano gobernado por un dictador y su esposa
rubia. El único caso de película argentina prohibida fue "El
Diablo de las Vidalas" (1950, Belisario García Villar),
prohibida por Apold por "no reunir las condiciones técnicas, artísticas
y de veracidad histórica", alegando además que tanto los próceres
como los hechos habían sido representados "en forma tan
inconveniente que podía llevar al ánimo del espectador nacional y
extranjero una impresión equivocada de lo que fuera nuestra guerra de la
independencia".[23]
Un caso particular es el de "La Pródiga" (1945,
Mario Soffici). En esta película, basada en una novela de Pedro de Alarcón,
Eva Duarte alcanzaba el protagonismo cinematográfico, encabezando elenco
por primera vez. Sin embargo, se terminó de filmar poco antes de los
sucesos de octubre del 45, y posteriormente, Perón ordenó destruir las
copias del film e impidió su estreno. Pero una copia quedó en poder de
un coleccionista (otras versiones aseguran que la copia estuvo en poder de
la misma distribuidora Estudios San Miguel, a la espera de tiempos
mejores); años después se recuperó y se estrenó finalmente en 1984.
Resulta interesante destacar que el personaje de Evita en esta película
es el de una mujer de alta sociedad que ayudaba a los pobres, llegando a
sacrificar sus joyas y dinero y finalmente su vida, y que, a la distancia,
aparece como una prefiguración del papel que le cupo cumplir dentro del
peronismo. Existen,
sin embargo, más allá de la ideología, signos favorables en la
cinematografía argentina de este período. Uno de ellos es la iniciativa
de adoptar el sistema de coproducciones, entonces muy vigente en Europa,
sobre todo entre Italia y Francia, como medio de ganar nuevos mercados
internacionales, para compensar los que se habían perdido con el ascenso
de la producción mexicana, favorecida por el otorgamiento de la película
virgen estadounidense. En efecto, entre 1948 y 1955 filmaron en la
Argentina los españoles Jorge Mistral, Conchita Piquer, Ana Mariscal,
Carmen Sevilla; los italianos Aldo Fabrizzi, Ave Ninchi, Amedeo Nazzari,
Adriana Benetti, Emma Gramatica, Massimo Girotti y Erno Crisa; los
mexicanos Arturo de Córdova, María Félix, Armando Silvestre, Dolores
del Río y Carlos López Moctezuma; el portugués Antonio Vilar; los
norteamericanos Richard Wright, Gloria Madison y Jean Wallace; etc.
Lamentablemente, la falta de originalidad en el tratamiento de los temas,
y de una verdadera libertad creativa, hizo que la mayoría de las veces
participaran en proyectos adocenados y cuyo resultado final, en términos
de calidad, no justificaran el esfuerzo y no sirvieran más que como una
tentativa. Lo mismo sucedió con el multimillonario Festival Internacional
de Mar del Plata de 1954, organizado por el gobierno para su mayor gloria,
el cual, a despecho de la enorme cantidad de estrellas extranjeras
invitadas, tampoco sirvió para la conquista de nuevos mercados. Cabe señalar
que recién en 1957, con el triunfo en Cannes de "La Casa del
Angel" de Leopoldo Torre Nilson, se comenzó a recuperar el
reconocimiento internacional que tanto se había buscado en la década
anterior. El
otro aspecto en apariencia favorable, fue la gran cantidad de películas
realizadas durante estos años, al abrigo de la protección estatal y de
la facilidad para obtener créditos para la filmación. Se estrenaron 42
películas en 1948, 47 en 1949, 56 en 1950, 53 en 1951, 35 en 1952, 38 en
1953, 45 en 1954 y 43 en 1955.[24]
El aumento de la producción representaba en un principio la
seguridad de la fuente de trabajo para el personal técnico y artístico
(en este caso, excepto los proscriptos
por razones ideológicas) pero trajo paralelamente el surgimiento
de los aventureros que en muchos casos aprovecharon los créditos para su
beneficio personal, y la aparición de las llamadas "quickies",
films de presupuesto limitadísimo y filmación ultrarrápida, de ninguna
calidad y que en muchos casos ni siquiera llegaron a estrenarse. Desde
1943, los productores cinematográficos habían pedido leyes de protección,
obligatoriedad de exhibición y otros beneficios para las películas
nacionales. Este era el "precio" por colaborar en la campaña
por la "defensa y exaltación de la tradición histórica, de la
cultura y los valores morales y espirituales del pueblo argentino",
que imponía el decreto 13.644 de 1943. La gran cantidad de concesiones
que obtuvieron en esa época por parte de la Secretaría de Trabajo y
Previsión a cargo de Perón hizo que éste, dos años antes de ganar las
elecciones presidenciales, hubiera ya obtenido el apoyo de la industria
cinematográfica. La protección indiscriminada concluyó en 1947 con la
sanción de la ley 12.999, y en 1948 con un decreto que imponía al Banco
Industrial la obligación de
dar préstamos de hasta el 70% del costo de cada película sin garantías
reales. Luego, en 1950, se modificó este decreto, incrementando el préstamo
cuando se tratara de temas de divulgación argentina. Filmar cualquier
cosa se transformó en un negocio, y aunque las leyes y decretos imponían
sanciones contra los morosos, el Estado nunca tomó medidas para
ejecutarlos, y en 1954, la deuda que estos tenían con el gobierno era de
más de 100 millones de dólares. Sin embargo, los equipos técnicos no se
renovaron (algunos eran de comienzos del cine sonoro), la película virgen
continuaba siendo escasa y se vendía en el mercado negro, y el aumento en
la cantidad de películas, de cualquier modo insuficiente para cubrir las
cuotas de obligatoriedad de exhibición, no coincidió con un mejoramiento
de su calidad. Ya
hemos hecho referencia al Festival Cinematográfico Internacional de Mar
del Plata, que se realizó en marzo de 1954. En esta época, pasados casi
dos años de la muerte de Evita, la imagen de Perón estaba en baja: se
habían iniciado sus graves conflictos con la Iglesia, fuerza de enorme
poder en Argentina, que fueron una de las causas que precipitaron su caída;
y además era vox populi que el presidente se inclinaba hacia una
actitud de frivolidad que nada tenía que ver con su función de gobierno.
En ese contexto, la organización del Festival fue una gran operación de
propaganda, montada como "maniobra de diversión para distraer la
opinión pública de los crecientes problemas del país". Por otra
parte, según Di Núbila, "nos hizo creer que sería beneficioso en
varios sentidos: negociaciones para futuras películas y explotaciones en
nivel internacional, intercambios comerciales y artísticos, etc. Nada de
eso ocurrió. (...) Su único saldo cinematográfico consistió en
incorporar nuevas técnicas, ya que como parte del gran
show se instalaron equipos para Cinemascope y cine en
relieve", que luego se trasladaron a Buenos Aires.[25]
Pero el grueso de la población no aprobó que el presidente
dedicara una semana de su tiempo a esa feria de vanidades. Pareció poco
serio toda la atención y enorme gasto ocasionado por las numerosas
invitaciones de estrellas traídas del exterior, pasajes, estadías, etc.
Entre los invitados figuraban Mary Pickford, Jeannette McDonald, Errol
Flynn, Joan Fontaine, etc. La maledicencia popular comentaba que todo el
evento había sido la excusa mediante la cual Perón satisfacía su deseo
de estar rodeado de estrellas y de mejorar su imagen ante las
distribuidoras norteamericanas con las que se hallaba en conflicto. Tal
vez todo fuera más inocente de lo que se dijo, pero el hecho es que el
costo total nunca fue revelado y que el festival marcó un punto de
inflexión importante en la relación entre el gobierno y el pueblo. Dentro
de este clima de frivolidad y descontento, las Fuerzas Armadas fueron
vistas por la oposición y por la clase media como salvadoras de la moral
y el orden público. Como consecuencia de este estado de cosas sobrevino
la Revolución Libertadora que en septiembre de 1955 derrocó al
peronismo, que a partir de allí fue proscripto. Levantada dicha
proscripción volvió al gobierno en 1973, y luego de la reinstauración
de la democracia en 1983, ganó nuevamente las elecciones en 1989. Poco
queda hoy del ideario original justicialista preconizado por Perón y
Evita en la década del 50. El peronismo de hoy ha tomado las banderas del
liberalismo y se ha alejado de las clases populares que le dieron origen.
A más de cuarenta años de los hechos narrados, cuando a pesar de los dos
gobiernos menemistas un gran porcentaje de la población navega en el
descontento, la desocupación y la pobreza, nuevamente es el cine el vehículo
que reaviva una ideología. Alan Parker, sin desearlo, viene a hacerle un
excelente favor al gobierno: devuelve al pueblo la figura mítica de Eva
Perón, y sus herederos salen de las sombras dispuestos a defenderla de
los embates de los demonios del cine, demonios que ella misma había
abandonado para abrazar la causa del General y transformarse en una diosa
de los pobres, especie de precedente rioplatense de aquella famosa Grace
Kelly, que abandonó el mundo del celuloide para entrar en el de los príncipes,
aunque fuera de un diminuto país. No hay príncipes en la Argentina, pero
el reinado de Eva Perón es más etéreo y a la vez más perdurable, como
el de aquellas divas inalcanzables que permanecen en nuestro recuerdo, jóvenes
y vivas para siempre desde la complicidad de la pantalla.
Referencias: [1]
Perón,
Eva. La razón de mi vida. Buenos Aires, Planeta, 1997. Pág. 39 [2] Di
Núbila, Domingo.
Historia del cine argentino. Tomo
II, Buenos Aires, Ed. Cruz de Malta, 1960. Pág. 120 [3] Luna,
Félix. citado por Maranghello, César. "La panta lla y el
estado". En: Historia del cine argentino. Bue nos Aires, Centro
Editor de América Latina, 1984. Pág. 90 [4] Maranghello, César. op. cit. Pág. 102 [5] Mentasti, Atilio. citado por Maranghello. op. cit. Pág. 89 [6] Luna,
F. La caída de Perón 1949-1955. Nuestro Tiempo, vol. 14 Hyspamerica,
1984. Pág. 22 [7]
Mahieu,
Agustín. Breve historia del cine nacional
1896/1974. Buenos Aires, Alzamor Editores, 1974. Págs. 48-49 [8] Di Núbila. op. cit. Pág. 118 [9] Abbondanza,
Jorge. Revista Sábado Show (EL PAIS),
Montevideo, N°
1199, 20/04/96 [10] España,
Claudio. Argentina Sono Film: cincuenta años de cine. Buenos Aires,
1984. Pág. 232 [11] Mahieu, Agustín. op. cit. Pág. 49 [12] Ciria,
Alberto. Política y cultura popular: la Argentina peronista,
1946-1955. Buenos Aires, Ediciones de la
Flor, 1983. Pág. 262 [13] Sebrelli,
Juan Jose. Eva Perón, aventurera o militante. Buenos Aires, La Pléyade,
1982. Pág. 23 [14] Di Núbila, D. op. cit. Pág. 172 [15]
Dos
Santos, Estela. El cine nacional. Buenos Aires,
Centro Editor de América Latina, 1972. Pág. 88 [16] Di Núbila, D. op. cit. Pág. 158 [17] Maranghello,
César. Los directores del cine argentino:
Hugo del Carril. Buenos Aires, Centro Editor de América
Latina, 1993. PáG. 11 [18] Di Núbila, D. op. cit. Pág. 144 [19] ibid.
Pág. 158 [20] ibid.
Pág. 158 [21]
ibid.
Pág. 158 [22]
Alsina
Thevenet, Homero. Cine sonoro americano y los Oscar de Hollywood,
1927-1985. Buenos Aires, Corregidor, 1986. Págs. 191-230 [23]
Heraldo
del Cine, Buenos Aires, 13/2/50, citado por Manrupe, Raúl y Portela,
María A. En: Un diccionario de films argentinos. Buenos Aires,
Corregidor, 1996. Pág. 175 [24] Di Núbila, D. op. cit. Págs. 287-307 [25] ibid. Pág. 179 |
José Fuster Retali - Ricardo Rodríguez Pereyra
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