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La casa de planta alta con dos sillas de hierro en el balcón |
Parecen abandonadas las dos sillas de hierro. Alguien las puso allí como parte de un programa de vida: ”Ya verás, ella dijo, desde esta modesta altura, pacificaremos el bullicio de nuestros hijos, imaginaremos el ocaso detrás de los edificios, nos cebaremos mate o refresco de hierbas y renegaremos de los vecinos molestos que durante el verano vienen a pedirnos hielo”. Estas apuestas arbitrarias a la felicidad se pagan con una vida de apremios, escasea la intimidad en la claridad del lecho, se multiplica la oscuridad durante el atardecer y la indolencia por la naturaleza de nuestros desvelos. Deseamos vagar sin rumbo aparente pero erramos camino del trabajo asalariado con un bando en la mano que indica nuestro destino y un pequeño detalle biográfico: cuando derramamos la sal no arrojamos el puñado debido sobre los hombros. Estos fraudes que nos ilusionan con ofertas de amor eterno lègis y timan nuestra vasta suspicacia. En el aire que ventea, se pasean jirones de tiempo, hojas antiguas de roca liviana, partículas pantonales de arena, fragmentos de noche y mareas, confusión de límites entre la mar y la tierra mientras principia el diluvio. ¡Vaya vacilante connivencia de género al costado de la puerta que da al balcón! pues sin más decimos el abandono que culpa a los objetos y desagravia a los hombres en la simétrica disposición de las sillas. |
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David Alberto Fuks
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