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Angelina Quilleleo
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-Se me han endurecido las palabras, rezongó Angelina Quilleleo. Luego agregó, con la frente clavada al confesionario: -Cuando era moza podía hablar de los ojos de los árboles, de los troncos llorosos de la luna, de las caras de las tortillas madurando sobre el fogón. Entonces los campesinos y el runrún de los Temus me decían: -¡Qué bien cantas con palabras, Angelina Quilleleo! -Un día, cuando en abril era julio, un mercader me refirió la capital: “Es un hechizo, dijo: los edificios son espejos encantados. En ellos puedes verte de cuerpo entero o al revés. (con la cabeza pegada al pavimento y los pies como perdidos en el cielo). Además, no escasea la harina, ni la azúcar, ni la plata”. -Me vine, pues, señor cura, susurró Angelina Quilleleo, porque el Norte era la tierra de los elegidos. -Pero no había azúcar, ni harina, ni plata y los edificios me daban el mismo miedo que alguna vez me inspiraron los chuchúes que habitaban los cuentos de mi abuela Fresia, que además de vieja y pobre, era sabia. -Y así, las palabras se me enduraron y he debido hurtar menestras a la mala muerte. -Confieso que he pecado, sollozó Angelina Quilleleo. La ventanilla del confesionario se abrió. El cura y la mujer se miraron. El cura, con visible hilillos de sangre en la frente, dijo: -Anda mujer, no hay penitencia. |
Astrid Fugellie Gezan
astridfugellie@hotmail.com
Angelina Quilleleo
Este texto está traducido al mapuzungun por Manuel S. Manquepi Cayul y aparece
en el Tomo I Kiñe Chilka Poesía Ulkantun, selección del Poeta Elicura Chihuailaf
Nahuepan. 2009, Programa de Educación Intercultural Bilingüe.
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