Jim Morrison Las puertas de la percepción por Pablo Fuentes |
“Si las puertas de la percepción estuvieran abiertas veríamos las cosas tal cual son, infinitas”, escribió William Blake hace casi dos siglos; a partir de esa idea, Jim Morrison bautiza The Doors a su grupo de rock en los años ’60. Morrison venía de hacer cine y poesía y se acerca al rock desde una perspectiva literaria y artística poco frecuente. Las siguientes notas apuntan algunos de sus temas más recurrentes; las acompañan versiones castellanas nuevas de la conocida canción “El fin” y su poema “Oda a los ángeles”. Los días son brillantes y llenos de dolor: Jim Morrison ha desarrollado la mayor parte de su obra poética a través de la canción, dentro del género del rock. Esta elección no es casual si se considera el perfil lírico de Morrison configurado por una escritura de límites, de fronteras. Un límite básico trasvasado es el marcado entre poema y canción. Morrison conjuga una forma mixta de textos que se escuchan y que se leen, ambas maneras posibles —y necesarias— de acercarse a su producción. Toma la autopista hasta el fin de la noche: Existen dos figuras recurrentes en la poesía de Morrison que cumplen la función de marco para el desarrollo de los textos: la ruta y la ciudad. Ambos elementos sirven como escenografía que gatilla la indagación del poeta, y son, también, los puntos seminales de la cultura norteamericana contemporánea, los paradigmas del paisaje moderno. La ruta es un recurso metafórico frecuente en la literatura norteamericana. El tratamiento de la imagen ruta que hace Morrison, los seres que por ella circulan, la figura del viajero homologada a la del poeta que transforma la realidad mediante una percepción exaltada, son los predominantes en canciones como “El fin”, “Reina de la autopista” y “Blues de la hostería”. En Morrison la ciudad encapsula los dos polos fundamentales de la existencia humana: el nacimiento y la muerte. Todo empieza y termina en la ciudad, es el punto de partida y la zona terminal de todo empeño, lo sexual y lo mortal se conjugan en ella. Una trampa dulce. La atracción del cine reside en el miedo a la muerte Jim Morrison crea un nuevo género: el poema-film. Este género se constituye sobre tres variables: una, es el tipo de imagen sintética y plástica que recuerda a la estética del plano cinematográfico; otra, sería la referencia permanente a los ojos como los órganos sensitivos por excelencia del hombre moderno (“El ojo es dios. Y el mundo / porque tiene su propio ecuador"), y finalmente, lo que hace a la propia organización interna de algunos textos donde la secuencia de los versos, su enlazamiento, remiten a una forma particular de montaje, una consecución de planos y semiplanos donde cada verso podría funcionar como un fotograma que contiene una imagen o un concepto con vida propia como en los textos del álbum An American Prayer. Soy el Rey Lagarto, puedo hacerlo todo Las canciones de Morrison están llenas de imágenes animales: caballos, leones, serpientes, lagartos, sapos. Las referencias a animales y a cierto tipo particular de personaje urbano, marginal o en estado límite, constituyen un elenco circense donde es muy raro que haya diversión; estas imágenes sintetizan un nivel de dramaticidad intenso o, a lo sumo, una euforia exasperada, ambigua (“La celebración del lagarto”). Los reptiles son la especie animal más recurrente y siempre están asociados a lo visceral, lo primitivo, lo antiguo. Son señales de un viaje arqueológico de retorno. El reptil es el animal menos civilizado aunque, sin embargo, la serpiente (“El fin”) es, según el mito bíblico, la que introduce al hombre en el conocimiento, por la serpiente el hombre es hombre. El ser humano contiene un reptil, cada reptil es el boceto de un ser humano: “La gente se parece a los primitivos lagartos, tiene una joya dentro del cráneo” (“El ojo”). Soy un espía en la casa del amor: La mujer, cierta clase de mujer, aparece como uno de los personajes más asiduamente y mejor trabajados por Morrison. Estas mujeres (“Maggie McGill”, “Reina de la autopista”, “Mujer de Los Ángeles”) se caracterizan por cierta excepcionalidad que se sintetiza en su condición de semimarginales, de nómadas. Morrison habla de la soledad cuando habla de estas mujeres, habla de la imposibilidad de dar cuenta absoluta de aquel que se ama: “Los perros del carnaval devoran los rasgos no puedo ver tu rostro en mi mente." La cara en el espejo no se detendrá: En Jim Morrison hay una permanente apelación a un otro. Casi siempre habla en segunda persona. El yo en Morrison se enuncia destituyéndose, no se afirma, siempre vacila hacia algún otro. En los últimos textos se opera una serie de restitución del yo, pero es un yo diferente, se ha sintetizado con esa segunda persona. La locura está larvada cada vez que el yo se enuncia. Para Morrison enloquecer es volverse niño, es retroceder a formas no adiestradas de sensibilidad, es estar receptivo a las señales más ínfimas del mundo: “Espíritus amontonados en la frágilmente de cáscara de huevo de un niño” (“Despierta”). Esta idea no es romántica ya que para él la realidad es reversible, la locura contiene a la cordura y viceversa. La locura que escribe Morrison es dolorosa, no rechaza la realidad, sirve para captar sus regiones más veladas por las convenciones, la ilumina desde otro ángulo. “Retrocediendo profundamente en el cerebro retrocediendo más allá de mi dolor. Atrás donde no existe la lluvia y la lluvia cae suavemente sobre la ciudad sobre la cabeza de todos nosotros” "La celebración del lagarto”. Este es el fin La muerte parece tener el lugar de un interlocutor privilegiado en sus últimos textos. Para Morrison, la muerte es siempre el final, no hay apuestas a la eternidad, es en la vida donde hay que quemar las naves aun con el riesgo de precipitar el final (Morrison muere a los veintiocho años). “Te voy a decir esto, ninguna recompensa eterna nos perdonará por malgastar el amanecer" “La WASP” Morrison encarna la muerte en una figura: el asesino. Hay dos canciones emblemáticas de la concepción de la finitud en Morrison donde aparece significativamente esta figura: “El fin” del primer disco y “Jinetes en la tormenta” del último. Ambas se pueden leer como un mismo texto que abre y cierra el circuito de su obra. “La muerte hace ángeles de todos nosotros y nos da alas donde temamos hombros suaves como garras de cuervo. “Una plegaria americana” Escuchando un puñado de silencio Todo el recorrido poético de Jim Morrison se podría resumir en la primera canción del primer álbum de The Doors: “Abrete paso”. El trabajo del poeta es el pasaje del mundo de las certezas, de lo reconocible, de lo acabado, al mundo del interrogante, la conjetura, la pregunta. El pasaje implica una nueva percepción de lo real como síntesis incompleta, el mundo como espacio a conquistar. “Sabes que el día destruye a la noche la noche divide el día ... ábrete paso hasta el otro lado." En la poesía las palabras cifran un acto. El acto, para Morrison, es preguntar desde la vacilante certeza de la percepción del poeta. “¿ Ya has nacido y aún así, estás vivo?" “Una plegaria americana”. Pero al poeta sólo le quedan las palabras, ése es su único recurso. Morrison sabe que ese recurso es peligroso pero el único capaz de iluminar u oscurecer ciertas zonas de nuestra experiencia en el mundo, el único que da sentido a su tarea: “Las palabras encubren. Las palabras son veloces. Las palabras se parecen a bastones. Plántalas y crecerán. Mira cómo vacilan. Yo siempre seré un hombre de palabras mejor que un hombre pájaro". |
por Pablo Fuentes
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