Las preguntas y los libros son una constante en la vida de Richard David Precht, filósofo alemán próximo a las ideas del comunitarismo norteamericano, que vendió dos millones de ejemplares en Alemania con ¿Quién soy yo... y cuántos? Un viaje filosófico (Ariel). En este libro recupera tres grandes cuestiones de la ética formuladas por Immanuel Kant –las preguntas “¿Qué puedo saber?, ¿Qué debo hacer?, ¿Qué me cabe esperar?”— para analizar algunos temas que reclaman una respuesta filosófica urgente, como el aborto y la eutanasia, la genética y la medicina reproductiva, la ética ambiental y animal. “En nuestra sociedad, la mayoría de las personas no sienten asco ni aversión al comer carne por la única razón de que no ven con sus propios ojos el sufrimiento de los animales. Nuestras neuronas-espejo se activan cuando oímos los berridos de un cordero en el matadero, pero permanecen inactivas ante un escalope a la vienesa”, plantea Precht en uno de los capítulos. Invitado por los 50 años del Goethe-Institut Buenos Aires y los 25 de la Universidad Nacional de San Martín, el filósofo alemán participó de un diálogo con Ana María Vara sobre “Trabajo, educación e identidad en el futuro digital”.
Precht (Solingen, Alemania, 1964) aclara que no es vegetariano, aunque come “muy poca carne”. Uno de sus libros, todavía no traducido al español, es Tiere denken: Vom Recht der Tiere und den Grenzen des Menschen (Pensar los animales, sobre el derecho de los animales y las fronteras del hombre), publicado en 2016. “El motivo por el cual no se ha traducido es porque se ocupa de las leyes protectoras de animales en Alemania. Todas las cifras que pongo se refieren a experimentos con animales en Alemania y eso complica la traducción a otro idioma, porque las situaciones en otros países son diferentes”, advierte el filósofo alemán en la entrevista con PáginaI12.
–Comer o no comer animales es una cuestión que parece ser preocupación exclusiva de vegetarianos y veganos. ¿Por qué la filosofía puede preguntarse si es lícito matar animales?
–Uno de los grandes temas de la filosofía de hoy es la ética. Entiendo que en la Argentina es difícil de comprender, pero hoy en día es posible fabricar carne sin tener que matar vacas, porque lo único que hay que hacer es extraerle una célula al animal, multiplicarla en el laboratorio para obtener una hamburguesa sin necesidad de matar animales o de hacer una cría de ganado. Silicon Valley está invirtiendo mucho dinero en este desarrollo. Por otra parte, esta carne va a ser más barata que la carne tradicional.
–¿En Alemania hay mayor conciencia y sensibilidad respecto a no comer animales?
–Sí. En Alemania tenemos 7,8 millones de vegetarianos, el 10 por ciento de la población, y 800 mil veganos. Cuando escribí un libro sobre este tema, veinte años atrás, eran menos de 20.000 los veganos. Este es el comienzo de una nueva forma de pensar; la gran revolución llegará a través de la carne artificial. No corresponde pensar solamente en la ética sino también en la ecología, porque la ganadería es el problema ecológico más grande del planeta. Tenemos que reflexionar tempranamente para que no surjan grandes monopolios multinacionales, para que no suceda que Google termine también asegurando la alimentación del planeta.
–¿Cómo explica el hecho de que cada vez hay mayor interés por estudiar el cerebro, no sólo desde la filosofía, sino también desde la ciencia?
–Las neurociencias vivieron un boom en los últimos veinte años y hay cada vez más neurocientíficos que se consideran filósofos; entonces ellos reivindican para sí poder hacer la interpretación del ser humano. Pero debo decir que se producen cosas absurdas. Las neurociencias no pueden sustituir a la filosofía; pero sí creo que un filósofo tiene que estar muy bien informado sobre las neurociencias.
–En ¿Quién soy yo... y cuántos? se percibe un interés muy fuerte por las neurociencias. ¿Los científicos no muestran el mismo interés por la filosofía porque consideran que es pura especulación?
–Sí, ese prejuicio existe. Los neurocientíficos que conozco y que se dedican a filosofar creen que ellos son los verdaderos filósofos. Hay dos cuestiones que debo señalar en contra de esto: prácticamente todo lo que dicen los neurocientíficos ya lo sabía la filosofía del siglo XVIII. Estoy pensando en David Hume, quien planteaba que deciden los sentimientos y no la razón, que en un mundo causalmente determinado no puede haber una libertad de voluntad. Lo segundo que contradice que los neurocientíficos sean los filósofos de hoy es que la cosmovisión de las neurociencias es reduccionista, porque los científicos naturales consideran que la parte mensurable del mundo es el mundo propiamente dicho. Pero lo que se puede medir del mundo no es el mundo. Las neurociencias necesitan filósofos que las ayuden a comprenderse mejor a ellas mismas. En los últimos tres o cuatro años, mucho después de que escribiera ¿Quién soy yo... y cuántos?, hay algo así como una crisis filosófica de las neurociencias. Ya no se inmiscuyen en los debates sociales –por lo menos en Alemania– y se han vuelto cautelosos otra vez.
–Quizá a la filosofía le cueste un poco más ponerse de moda, ¿no?
–No, ahora hay un boom enorme de la filosofía en los países ricos, donde la gente tiene mucho tiempo y mucho dinero. Yo vendí de ¿Quién soy yo... y cuántos? dos millones de ejemplares solo en Alemania y fue traducido a 40 idiomas. El interés por la filosofía es grande. Lo que refleja todo esto es que hay una enorme necesidad en el ser humano. La explicación es fácil: estamos hablando de los países ricos. Esta gente tiene mil posibilidades de vivir su vida, entonces también tiene mil posibilidades de hacerlo mal. Esa es la amenaza que pende sobre ellos todos los días. Lo que buscan en la filosofía es una orientación. Por otra parte, nosotros estamos frente a un cambio de época porque la revolución digital marca el comienzo de una nueva era. Esto trae aparejado enormes cambios en la sociedad y cada vez que entramos en una etapa de crisis es una buena época para la filosofía, como lo fue en la Atenas antigua y en el siglo XVIII, cuando comenzó el siglo burgués con pensadores como Hume, Adam Smith, (Jean-Jacques) Rousseau...
–A propósito de la mención a Rousseau, ¿quién escribirá el nuevo contrato social tecnológico del siglo XXI?
–En el futuro, la mitad de la población mundial no va a trabajar. La pregunta es dónde va a sacar el sentido de la vida en un mundo donde la gente ya no se va a definir a partir del trabajo rentado. Hay lugares en donde la situación ya es así. Si pensamos en el mundo árabe, la mayoría de los hombres no trabaja. Seguramente, vamos a llegar a un mundo donde las computadoras y los robots van a hacer gran parte del trabajo que hoy hacen los humanos. El hecho de que millones de personas en el mundo trabajen ocho o diez horas diarias para recibir a fin de mes un salario es un desarrollo nuevo en la historia de la humanidad, pero es un capítulo que lentamente se extingue. Seguramente no va a pasar de la noche a la mañana, sino en las próximas décadas. Y no me parece que sea malo. ¿Qué hacen personas que no tienen trabajo? Necesitan dinero suficiente y necesitan tener planes para ocupar el día. La redistribución del ingreso es el gran desafío de las sociedades.
–En el prólogo de su libro plantea lo mal que se enseña filosofía en los ámbitos académicos, donde están más apegados a reproducir conocimientos en detrimento de la creatividad o el estilo propio. ¿Cómo imagina que se tiene que enseñar la filosofía en el siglo XXI?
–La filosofía debe ocuparse más de temas del presente. Si usted va a una universidad alemana y hace una encuesta para saber cuántos profesores de filosofía se ocupan de los temas actuales, la respuesta seguramente va a ser uno por ciento. Me gustaría que el cincuenta por ciento se ocupara de los asuntos del presente. El 99 por ciento de los filósofos, o bien se ocupan de temas del pasado o de problemas de lógica. Si usted quiere convertirse en una titular de cátedra en Alemania y trabaja ocho años sobre Hegel, probablemente sea profesora titular. Pero si usted piensa filosóficamente el sistema financiero, más bien no la van a llamar como profesora porque es algo que no está planificado. Por eso las universidades van formando a las jóvenes camadas de profesores de filosofía en la dirección equivocada. Cuando escribí ¿Quién soy yo... y cuántos? popularizar la filosofía era algo que las universidades veían con recelo. Ahora hay un número creciente de filósofos jóvenes que tienen la necesidad de presentarse ante el público.
–Al ampliar el campo de llegada de la filosofía, incluyendo a más lectores, ¿de qué modo trabaja para que los contenidos divulgados no pierdan complejidad y terminen siendo una especie de “manual de autoayuda”?
–Uno pierde seriedad si promete que las respuestas van a ser sencillas. Pero no carece de seriedad explicar en dos horas cuáles fueron las problemáticas abordadas por Kant, porque esto se puede describir de forma cualitativamente buena para que mucha gente lo comprenda. Pero este no es un arte que uno aprenda en las universidades; ocurre todo lo contrario. Yo escribí mi tesis doctoral de tal forma que hoy tengo dificultades para leerla (risas). Uno puede explicar la filosofía con términos sencillos y seriamente en la medida en que uno no busque dar respuestas fáciles.
–Hay una discusión que analiza en el libro: si matar al tirano o no matar al tirano ni a nadie. ¿Es lícito matar a ciertas personas?
–Si parto del concepto de dignidad humana, no puedo matar a nadie. Pero si hago una ponderación utilitarista, entonces tengo que matar al tirano. La pregunta entonces es cómo debe ser la jurisprudencia. En mi opinión, no tendríamos que tener el derecho de matar a alguien, pero hacerlo. Esto es una diferencia. No deberíamos tener el derecho de matar a otro para salvar a otros. No deberíamos tener ese derecho, pero deberíamos hacerlo. Si tuviéramos el derecho de matar a otro, cada uno puede interpretar ese derecho como quiere. Si concedemos el derecho de matar, entonces el límite se puede correr arbitrariamente. Es lo mismo que hacemos en Alemania con el aborto. El aborto está prohibido, pero hasta el tercer mes el aborto no se penaliza.
–¿Cómo explica el hecho de que los ciudadanos, en el mundo, sean cada vez más escépticos respecto de la política?
–No estoy de acuerdo, creo que estamos viviendo una fuerte repolitización de las personas, pero con falta de confianza en la política. Hay más interés por la política, pero también hay más desilusión. Cuanto más me intereso por la política, tanto menos me reencuentro en la actual política. Dentro de una semana hay elecciones parlamentarias en Alemania y el cincuenta por ciento de la gente no sabe a quién va a votar. Esto es atípico, porque antes la gente sabía perfectamente a quién votar. Estuve en un programa periodístico que tuvo una audiencia de varios de millones de espectadores. Critiqué la campaña electoral porque no se tocan los grandes problemas. Dos días después, la canciller Angela Merkel dijo los tres grandes problemas que yo había mencionado en el programa: el problema ecológico y la destrucción nuestro planeta, las transformaciones enormes de la digitalización y la problemática de la inmigración. Nosotros no podemos solucionar el problema levantando alambrados, sino con un cambio sustancial y rotundo en todo lo que es la ayuda para el desarrollo.
–¿Trabaja asesorando a Merkel?
–No (risas). Pero es así como funciona la política. Por eso nunca fundaría un partido político, porque entonces perdería potencia mi voz.
–Si no va a crear ningún partido, ¿cómo pasar de la radicalidad de ciertos planteos que propone a la acción concreta?
–Es una pregunta que me plantean a menudo. Yo defino un problema y la gente me pregunta qué puedo hacer. Yo quiero terminar con la cría intensiva de animales, ¿eso significa que tengo que fundar un partido pro animal? No. Lo que tengo que hacer es ir a los partidos que ya existen y generar una revolución desde abajo dentro de esos partidos. Esto desilusiona a la gente. ¿Hay algo más aburrido que ir a meterse a los partidos tradicionales para intentar revolucionarlos? Las nuevas ideas no se pueden llevar a la política fundando nuevos partidos. El motor de la acción social es la sensibilización.