Tiempos finales
-Olivia dice que los que nacieron en las últimas décadas del siglo XX son todos niños ferales: “no hay lugar en el mundo para nosotros”. ¿Coincidís con esta descripción que hace Olivia respecto a no tener lugar en el mundo?
-Sí, absolutamente. Creo que somos sujetos liminales que habitamos un borde específico entre las épocas y por lo tanto tenemos dificultades para comunicarnos tanto con quienes nos han precedido como con quienes vienen después. Esto no es necesariamente extraño para mí porque me sentí fuera de lugar desde que tengo recuerdo; pero sí adquiere unas dimensiones en la actualidad que tal vez no haya tenido en el pasado. Habitamos un tiempo de finales, de escenas de cosas que parecen estar terminando a nuestro alrededor, como cierta forma de concebir el trabajo y nuestra relación con él; algunas características del Estado de Derecho que creíamos que eran inherentes a él; la idea de la naturaleza como un lugar de refugio y no como el origen de terribles catástrofes provocadas por nosotros mismos en nuestra desidia; es el final de decenas de cosas y esto otorga a nuestra época un carácter especialmente liminal. Sin embargo, en la medida en que esperamos el fin del mundo, que nunca se produce, habitamos lo que un filósofo alemán denominó “el mundo del final”, no el fin del mundo; es difícil habitar en él y encontrar un lugar en él. Para muchos de nosotros ese lugar está en la literatura o en el arte, en aquellas cosas que aún son susceptibles de arrastrarnos con ella hacia donde quiera que vaya. Los personajes de la novela son muy conscientes del modo en que nuestra sociedad no solamente nos provoca daño, sino que además persiste en la difusión y el incremento de ese daño. Posiblemente esta sea la novela en la que más he hablado acerca de mí mismo y de algunas personas que me rodean. He dicho demasiado de mí en la novela.
-Aunque parezca un lugar común, ¿la literatura es tu lugar en el mundo o estar en la literatura y escribir te hace sentir más fuera de lugar?
-Es una tensión que caracteriza el acto de escribir, que para mi está estrechamente vinculado con el acto de leer, como se hace evidente en el epílogo de la novela. Hay una especie de paradoja en el acto de escribir; comienzas a escribir porque quieres dirigirte a otros, hablar con otros, quieres pertenecer a la comunidad a la que otros pertenecen, pero en el momento en que lo haces y empiezas a escribir cambia tu forma de ver el mundo y te vuelves aun más ajeno a la comunidad a la que querías pertenecer. Al final, todo consiste en tratar, una y otra vez, de entablar esos diálogos, que esos diálogos pasen por el alto el hecho de que ya es imposible que pertenezcas a la comunidad a la que creías pertenecer. Yo me siento miembro de una comunidad muy amplia de lectoras y lectores en español. Mis libros forman parte de la larga tradición de libros de la literatura argentina, que fueron escritos fuera de Argentina. La literatura postula la posibilidad de un mundo otro y ese mundo otro es un buen lugar donde estar. En la medida en que es efectivamente concebida como un inmenso afuera, la literatura es un lugar que puedes habitar y que te habita con una intensidad mayor que los otros lugares en los que podrías estar.
Lengua privada
-La galerista le dice a Olivia que el padre pasó del Barroco al Renacimiento, de la expresión individual a la alegoría y de allí al mito. Y que finalmente alcanzó la pura gestualidad, que es el sitio al que se dirigen todos los pintores verdaderos. ¿Esa pura gestualidad tendría su equivalente en la literatura? ¿Hacia dónde se dirigen los escritores verdaderos?
-Supongo que todo escritor de relevancia se dirige a la producción de una lengua privada en el interior de una lengua pública. El propósito es escribir un libro que sea tan claramente tuyo que no haya podido ser escrito por nadie más y que resulte medianamente reconocible. Los grandes escritores consiguen eso y a menudo se convierten en adjetivos: Kafka deviene kafkiano; Borges se convierte en lo borgeano; hay elementos que permiten distinguir con una enorme claridad un relato de Silvina Ocampo de un texto de Victoria Ocampo; hay una forma específica de escribir que distingue los textos de Clarice Lispector o de Armonía Somers de cualquier otro texto escrito antes o después. Se trata de producir una conversación con personas a las que no conozco y sin embargo siento profundamente cercanas y al mismo tiempo contribuir con ellas a un esfuerzo de inteligencia colectiva que nos permita esclarecer quiénes somos y eventualmente quiénes deseamos ser, si no estamos contentos con quienes somos. La literatura no sirve para nada; esa inutilidad es lo que tenemos que defender.
-En un contexto mundial donde las extremas derechas avanzan intentando imponer criterios utilitarios, el hecho de que la literatura no sirva para nada la hace más subversiva y a la vez inasible, ¿no?
-Estoy absolutamente de acuerdo, solo que no atribuiría ese utilitarismo solo a la extrema derecha sino que caracteriza a buena parte de los ámbitos en que nos movemos. Incluso aquellas personas que abjuran de la extrema derecha están intentando crear impacto en las redes sociales y hay una visión utilitarista de la literatura que determina que serviría a los fines de la expresión individual. Supongo que es difícil comunicar a las personas que ciertas cosas no tienen un “para qué” y que la experiencia de contemplar un cuadro que hace algo en ti que no sabes bien cómo explicar no tiene utilidad, no es mensurable, y sin embargo tiene más entidad y existencia que cualquier otra cosa que puedas medir. Supongo que esto nos preserva de convertirnos a nosotros mismos en mercancías.