Parir en una piecita con techo de cinc, en la terraza de un hotel de paso, en la clandestinidad, escondida y con los nombres cambiados. “Nosotros no teníamos obra social, tampoco teníamos dinero, ni un peso, y no hubiera sido sensato arrimarnos a un hospital del Estado, no eran épocas, porque nos podía suceder cualquier cosa”, recuerda una de las narradoras de Aldao (Random House), la última novela de María Teresa Andruetto. La escritora cordobesa reconstruye la vida de una militante política desde la década del 70 hasta la pandemia. La novela, cuyo título refiere a un territorio ficcional que apareció por primera vez en Lengua madre, despliega la historia de un linaje de mujeres -la abuela Ilaria, la narradora y su hija Diana- unidas por la violencia de su tiempo. La identidad individual y social, las secuelas de la dictadura cívico militar y las complejidades del universo femenino están trenzadas por la narradora, poeta y ensayista cordobesa desde las sutiles vibraciones de un puñado de voces que componen una genealogía de la precariedad y la resistencia.
“Tere”, como la llaman mucha de sus lectoras, nunca escribió novelas con un plan cerrado de principio a fin. No planificó los universos y temas que atraviesan sus novelas: Tama, La mujer en cuestión, Lengua madre y Los manchados. En el comienzo de Aldao apareció una voz coloquial y fue tirando del hilo de esa voz, que es la que va contando buena parte de la novela. Como le sucedió durante la escritura de otras ficciones de largo aliento, en un momento descubrió que esa voz no podía narrar todo. Entonces emergieron otras voces, como la voz de Diana. “Yo trabajo con cosas vividas y oídas, con la experiencia en un sentido muy amplio, pero no para contar mi propia vida sino para utilizarla como quien utiliza los elementos que están guardados en un desván. Tengo un archivo de memoria emotiva muy intenso; un registro de cosas vistas una vez o personas que dijeron algo que me tocó y se quedan en mi memoria”, revela la escritora en la entrevista con Página/12.
De ese archivo de memoria emotiva surgió el recuerdo de un hombre que lloraba porque había muerto su psiquiatra. Lo que resonaba en ese llanto era la desprotección que afecta a una persona con un problema importante de depresión. Aunque nació en Arroyo Cabral, la escritora cordobesa pasó su infancia en Oliva, donde está el Neuropsiquiátrico Emilio Vidal Abal, que fue el hospital psiquiátrico “más grande de Sudamérica” y llegó a tener 7000 pacientes, según precisa la narradora, poeta y ensayista. El Asilo de Alienados de Aldao, que también aparece en la novela Lengua madre, se alimenta de su percepción temprana de la locura. La antipsiquiatría, presente en una parte de la novela Aldao, estaba ligada al pensamiento de izquierda en la década del 70.
“La locura también se alimentó de unas lecturas de historias clínicas de mujeres internadas en psiquiátricos en las primeras décadas del siglo pasado y cómo se da la relación entre disidencia, género y locura; qué se consideraba locura o qué es enloquecer y cómo en algún momento mujeres disidentes que rompían con lo que la sociedad esperaba de ellas eran consideradas locas a veces por cuestiones sexuales, eróticas, comportamientos en relación con el dinero, con la vida en sociedad o con la maternidad”, reflexiona la autora de los libros de cuentos Cacería y No a mucha gente le gusta esta tranquilidad, que ha publicado numerosos libros para jóvenes lectores entre los que se destacan Stefano y La niña, el corazón y la casa, entre otros títulos. “La maternidad es un tema que me atraviesa mucho; las tantas maneras de ser madre y cómo no se es madre sola, sino que hay un diálogo con la sociedad y lo que la sociedad pide de una mujer que procrea”, agrega la primera escritora argentina y en lengua española en ganar el premio Hans Christian Andersen (2012), considerado el Nobel de la literatura infantil y juvenil.
-¿Por qué los psiquiátricos eran usados para confinar al que molesta políticamente, al disidente, al que dice que lo que no se espera escuchar?
-(Michel) Foucault planteó el “vigilar y castigar” para el que se sale de la norma; es una idea de psiquiatría que ya no está, en una época en la que no existían los chalecos químicos que hoy pueden compensar algunos malestares de la psiquis. Se confinaba y castigaba a aquel que no obedecía ciertas normas que la sociedad planteaba en su momento; alguien que se adelantaba a ciertas normas. En el caso de las mujeres muchas veces se las internaba en un psiquiátrico para correrlas de la herencia. También se corresponde con la idea de aglutinamiento del diferente en un orfanato, en un leprosario; el que es diferente, el que no está como los otros, el que no se adapta o que por alguna razón rompe el ordenamiento social o lo perturba es llevado a un lugar de confinamiento junto con otros que son como ella o como él. Tiene que ver con la otredad, con el desconocimiento del otro y el apartamiento de ese otro distinto.