La memoria tropieza con la punta de la lengua. “El perro tiempo me tira del ruedo del vestido para que me levante. Me huele distraída, lo sacude y lo rompe. Tiro del vestido, se lo saco de la boca. Lo empujo con el pie. El reloj aúlla, gruñe, se defiende. Así descosida voy por la casa, llena de pedidos mudos, de cosas sin terminar, de telarañas frescas”, dice Carolina, una mujer mayor, ama de casa, casada y con un hijo, que tiene que anotar en papelitos “las instrucciones para evitar el derrumbe”. En su primera novela Otras cosas por las que llorar (Tusquets), Luciana De Luca construye un monólogo luminoso sobre una mujer que intenta exorcizar el miedo a la desmemoria, con una cadencia en el decir que destila, sin desbordes melodramáticos, la tristeza por los recuerdos que se extravían en el agujero negro de la vida.